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    » Diario Cordoba

    Fecha: 18/03/2025 06:46

    Los españoles de cierta edad (o al menos una parte significativa de ellos) viven últimamente sin vivir en sí, desconcertados ante la evolución de un país que no sólo no reconocen ya, sino que parece empeñado en expulsarlos de su día a día por representar unos valores contrarios al despiporre general que nos aqueja. Quienes ya peinan canas, aprendieron de sus padres que en la vida eran fundamentales determinados aspectos como la educación, la ética, el esfuerzo, la disciplina, el respeto al otro, el mérito, la capacidad, la familia, el ahorro y el renunciar a caprichos para poder priorizar lo de verdad importante. Hoy, en cambio, la educación ha pasado a mejor vida; la ética ha casi desparecido del diccionario; el esfuerzo ya no vale porque es necesario potenciar a los mediocres; la disciplina sólo queda para el ejército; el respeto ha sido sustituido por el odio; el mérito se ha convertido en demérito al enrasar por abajo; la capacidad ha dejado de importar en pro del buenismo; el ahorro es algo obsoleto que convierte en parias a quienes lo practican; la familia es propia de fachas, y lo de renunciar a caprichos ni se plantea frente a la cultura de la inmediatez y el disfrute, que antepone el aquí y ahora frente a cualquier perspectiva de futuro. Es tal vez una forma algo simplista de expresarlo, pero posiblemente bastante efectiva; porque, ¿quién no ha oído decir a alguien de su entorno que se siente extranjero en su mundo? El problema, pues, es de enorme alcance, y sus raíces profundas y poderosas. Hemos dado la vuelta a la sociedad como quien rodea un calcetín y, así las cosas, es difícil que no se le vean las costuras. A día de hoy, uno de los problemas más importantes para los españoles es la vivienda. La subida imparable de los inmuebles y los precios desorbitados de los alquileres provocan que mucha gente -especialmente los jóvenes- no pueda acceder a una casa digna, deba compartir piso o incluso volver a casa de los padres, que al final, cuando vienen mal dadas, son los únicos que siempre están ahí. Una situación dramática, sin duda, resultado de la especulación salvaje; el aumento desaforado de los alojamientos turísticos, que están vaciando los cascos históricos de nuestras ciudades al tiempo que crean graves problemas de convivencia, y unas políticas erráticas en cuanto a planeamiento urbanístico, control de precios y penalización de los propietarios frente a ocupas y morosos, que han llevado a muchos particulares a retirar del mercado sus pisos por miedo a perderlos. A la generación de los baby boomer se les enseñó que debían llegar a la última parte de sus vidas con ahorros en el banco, la casa pagada y a ser posible algún colchoncito que muchos materializaron en forma de algún piso en alquiler; hoy, todo un pecado capital que los convierte a los ojos de la nueva generación woke en potentados contra los que es preciso cargar, desprotegiéndolos de paso. Son cuestiones de mucho calado y complicadas de resolver sin una voluntad política clara y decidida, sin el correspondiente consenso y sin que los ayuntamientos corrijan y reorienten sus planes urbanísticos liberando suelo para la construcción de viviendas accesibles y poniendo coto a la locura de los alojamientos turísticos. No olvidemos además una cuestión importante: la vivienda es un derecho, sí, pero hay que ganárselo, y para ello no sirve ponerla la última en la lista de prioridades personales o familiares. La ecuación correcta para contribuir a resolver el problema sería: primero la casa y luego, si queda algo, los caprichos. Suscríbete para seguir leyendo

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