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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 18/03/2025 04:53
"Todos nuestros insilios. Dictaduras en el Cono Sur. Desplazamientos, escondites y silencios bajo el terrorismo de Estado (y después)", editado por Prometeo Vi Aun estoy aquí, dirigida por Walter Salles, ganadora del Oscar 2025 a Mejor Película Extranjera, buscando una pregunta, y salí del cine con la pregunta a cuestas: ¿es el de la familia de Rubens Paiva, el exdiputado desaparecido en Brasil en 1970, un caso de insilio? Pero primero: ¿qué es el insilio? Escribí un libro para tratar de responder a esa otra pregunta. Puedo, aq0uí, dar una definición general. Por empezar, insilio es un neologismo, una palabra que no figura en ningún diccionario pero que ya hace treinta años circula en ámbitos restringidos: el psicoanálisis, el periodismo, la literatura, la historia, un grupo de mujeres cordobesas que lo militan. En los últimos años, son los historiadores quienes han recogido el guante del insilio para construir ese objeto polimorfo, que se define desde pero también contra el exilio. Insilio es lo que llamamos exilio interno (los que se quedaron), pero es más que eso. Si lo pensamos en relación a las últimas dictaduras latinoamericanas de las décadas del 60, 70, 80 y, en algunos casos, 90, es la persecución política que sufrieron militantes, familiares, personas allegadas a desaparecidos e, incluso, reaparecidos y gente que volvió del exilio o que estuvo en la cárcel y fue liberada, con o sin libertad vigilada. El insilio consistió en desplazamientos dentro de los territorios nacionales, pero a veces también en escondites en los lugares de trabajo, en las casas, en un camión, en caños, debajo de una cama, en un placard. Implicó silencio y dolor. La familia de Paiva, en la película de Salles, tiene que mudarse forzosamente de ciudad, vender su casa, se precariza económicamente, un auto vigila todo el tiempo frente a la puerta, además de una estadía en la cárcel de la madre y la hermana (y no cuento más para no espoilear). La pareja ha tenido cinco hijos. Ellos tienen que despedirse de sus amigos, ya no podrán disfrutar de la playa, deberán cambiar de escuela. Los hijos de desaparecidos también son insiliados. Son, incluso, quienes más han sufrido esa condición (lo son también los niños apropiados en dictadura, obligados a cambiar de familia). En una escena de la película, a Eunice, la mujer de Paiva, muchos años después de los hechos, un periodista le pregunta si tiene sentido de ocuparse de esas cosas del pasado, si el gobierno no tiene cuestiones más urgentes que enfrentar. Ella dice que no, que ocuparse de esas cosas del pasado es necesario para que no haya impunidad, para que los responsables se hagan cargo y se compense a quienes sobrevivieron. Es cierto: Brasil, a partir de la amnistía, no avanzó como se avanzó en la Argentina en los juicios contra delitos de lesa humanidad. De hecho, lesa humanidad quiere decir eso: lo que pasó es presente siempre. El pasado no es pisado, o no debería serlo: seguir desenrollando la alfombra de los crímenes y de los coletazos de las dictaduras es necesario para restañar ese tejido social tan dañado, cuyos efectos los estamos viendo hoy en la política, la economía, la cultura. En Argentina, también, aún estamos aquí. Y estamos para contarlo, para pensarlo, para ahondar. En cada país, el insilio cobró formas diferentes. Y eso lo cuento en el capítulo 3 del libro Todos nuestros insilios. Dictaduras en el Cono Sur. Desplazamientos, escondites y silencios bajo el terrorismo de Estado (y después), publicado en 2024 por Prometeo en la colección Pasados Presentes, dirigida por Débora D’Antonio*. Aquí va un fragmento. Gabriela Saidón Estaban ahí, hablaban en voz baja: no escuchábamos. ¿Era necesario que gritaran? Una tierra volcánica. Pequeñas bocas siempre a punto de estallar en borbotones de lava. Una superficie llena de cráteres. Un territorio minado. El uso de estas metáforas sirve para decir que la vida insílica ha sido peligrosa y ha estado muy lejos de ese a los que se quedaron no les pasó nada. Hay un mapa que tal vez nunca llegue a completarse. Es el mapa del insilio. Coincide con los mapas geográficos y políticos en cuanto a los puntos de referencia, pero eso no alcanza. En primer lugar, por la misma razón por la cual la palabra no figura en el diccionario: es algo nuevo, que recién ahora empieza a emerger. En segundo lugar, porque trasciende y excede los nombres de calles, barrios, ciudades, provincias, países. Por lo tanto, además de un mapa geográfico, político, territorial, espacial es también un mapa temporal o, mejor dicho, conformado por distintas temporalidades. ¿Cómo establecer una cartografía del insilio? ¿Cómo se representa ese mapa de agujeros en la tierra? ¿Cómo entrar en las casas, en los barrios, en talleres, camiones, cañerías? No hay puntos fijos de referencia: la movilidad prevalece. No quedarse mucho tiempo en el mismo lugar determina la posibilidad de seguir con vida. Pero, además, la movilidad no siempre es geográfica. Puede ser el escondite seguro el que garantiza relativamente esa posibilidad. Relativamente porque, en el insilio, el peligro persiste. Siempre. Y cuando el desplazamiento no es constante, es porque hay libertad vigilada. El terrorismo de estado arroja a las personas insiliadas a terreno pantanoso, en continuo movimiento, a un peregrinar de retorno incierto. ¿Son las fronteras nacionales las que permiten diferenciar insilio y exilio en el caso de países limítrofes? ¿Qué pasa con las extradiciones ilegales que se produjeron entre países de Latinoamérica en tiempos de gobiernos militares? ¿La Operación Cóndor o Plan Cóndor, que intenta borrar esas fronteras para capturar personas en países hermanos, opera metodológicamente con la intención de distorsionar esas diferencias, además de obligar a elegir destinos distantes? ¿Desde dónde, o cómo pensar estas categorías si se problematiza el concepto en apariencia unívoco de estado-nación? Luego: ¿en qué países se habla de insilio? Las alas sombrías del Plan Cóndor En el libro Terrorismo de estado y genocidio en América Latina (Prometeo), el sociólogo Daniel Feierstein define al Plan Cóndor como “la articulación represiva entre las fuerzas de seguridad del Cono Sur de América Latina, (…) implicó el trabajo conjunto de las dictaduras de la Argentina, Brasil, Bolivia, Chile, Ecuador, Paraguay, Perú y Uruguay en el intercambio de prisioneros, la transferencia de información de inteligencia y la colaboración en las acciones represivas en cada uno de dichos territorios, incluyendo acciones conjuntas.” En cada uno de esos países, el insilio cobró características particulares. En Chile se lo llamó relegación y fue el propio gobierno el que destinaba a ciertos “elementos peligrosos” a zonas alejadas dentro del territorio nacional. En Uruguay, las autoridades llegaban a pactar con los detenidos el destino. En Brasil hubo insilios en alternancia con exilios teniendo en cuenta la amplitud del territorio y la cuestión del idioma. El cóndor andino (vultur gryphus), sujeto de una canción, “El cóndor pasa”, simboliza la Cordillera de los Andes. Un ave de presa, la más grande del mundo, capaz de recorrer largas distancias, volar a grandes alturas y soportar fríos intensos. Puede leerse en tándem con ese otro pájaro negro altamente connotado: el cuervo, carroñero y depredador, mucho más pequeño, de plumas brillantes e hipnóticas, elidido en la frase contundente que cierra el alegato final del fiscal Julio Strassera en el juicio a las juntas militares en 1985, en cuya escritura colaboró el dramaturgo Carlos Somigliana (a la sazón, uno de los integrantes de esa gran experiencia de resistencia en la Argentina en dictadura como fue Teatro Abierto): Nunca más. La frase fue tomada del libro de la CONADEP (1985), uno de cuyos autores fue el escritor Ernesto Sabato. El hecho de que Sabato sea escritor no es menor: Nunca más es el final que se repite, machacoso, en los versos del poema de Edgar Allan Poe (1845), “El cuervo”: Nevermore. Pero también, Nunca más fue la consigna con la que los sobrevivientes del Gueto de Varsovia repudiaron los estragos ocasionados por el nazismo. Cuando el terrorismo de estado se apropia de los signos de la lengua, un ave de belleza majestuosa deviene símbolo del horror. Atrapa presas humanas y se vuelve perverso: se deleita con el sufrimiento de su víctima mientras la destripa. Ya no pasa, se queda mirando, goza. Pero la perversión es un atributo humano, como lo es pervertir el lenguaje. Por otra parte, resulta siniestro pensar en tándem al cóndor con otra ave de familia cercana, el águila, que representa a Estados Unidos. Según el periodista y escritor angloestadounidense Christopher Hitchens, fue Henry Kissinger, secretario de la presidencia del país imperial, quien ideó el plan que luego fue definido entre la Dirección de Inteligencia Nacional, la policía secreta de Pinochet y el gobierno militar argentino, en 1975. Una parte importante de la información pudo recabarse a partir de documentos hallados en 1992 en Paraguay, país que sufrió treinta y cinco años de dictadura (1954-1989) en manos del general del ejército Alfredo Stroessner, aunque precedido y sucedido por un golpe militar. Paraguay recién recuperó la democracia en 2008. En ese país estuvo detenido el ciudadano argentino Amílcar Santucho, hermano de Mario Roberto, líder del PRT-ERP, entre mayo de 1975 y 1978, siendo su caso el antecedente inmediato del Plan Cóndor. En Argentina, uno de los primeros países firmantes, el Plan Cóndor preexiste al golpe, es parte de la previa. Y en esa previa, ya puede considerarse el objetivo económico: la lucha contra el comunismo en favor de instalar políticas neoliberales en la región, desde el imperio del capital. Todo aquel que se opusiera, debía ser vigilado y controlado, perseguido y castigado, torturado, muerto, desaparecido, oculto, silenciado: aniquiladas las fuerzas, desvoluntarizadas las personas, el nuevo orden económico reinaría (toda semejanza con la actualidad no es ninguna coincidencia). Para lograrlo, el Plan Cóndor aspiraba al intercambio de información entre los gobiernos militares de la región cuyo destinatario final sería la CIA. Intercambio de cuerpos, de palabras, mediante métodos extractivos violentos y perversos. En ese contexto, insiliarse fue resistir. No solo sobrevivir. La vida que se pudo sostener fue un modo de resistencia contra el régimen de terror que paralizó a grandes masas de población que, sin herramientas para defenderse, resultaron inermes, lo que Daniel Feierstein describe como “la transformación de estas sociedades a través de la institucionalización del terror en todos los planos de la vida cotidiana” y que, junto con el concepto de fronteras ideológicas (y no territoriales), permitirá defender la ausencia de desplazamiento geográfico para definir insilio, y ya no la migración interna forzada con mudanza territorial como condición sine qua non. Yendo todavía más allá, el amplio apoyo de las clases medias y de partidos políticos al golpe de 1976 podría implicar un trastocamiento ideológico condicionado por las circunstancias (y por el bombardeo mediático violentado “desde arriba”, que determina lecturas de la sociedad en su conjunto). Esto sirve de apoyo a la idea de un insilio ideológico, político- económico, aunque el criterio dominante siga siendo el político-territorial. *Todos nuestros insilios tendrá su presencia en Córdoba el jueves 27 de marzo, en el marco de la semana de la Memoria, con un recorrido por la sala “Bajo la Lluvia ajena” del Archivo Provincial de la Memoria a las 17 y una charla con Ludmila da Silva Catela, autora de No habrá flores en la tumba de tu madre, y la historiadora Laura Ortiz, en Rubén Libros a las 18.30.
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