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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 18/03/2025 04:35
En junio de 1980, Bonin fue capturado por la policía mientras violaba a un joven de 17 años. Para entonces, llevaba doce años matando a niños y adolescentes en el sur de California Cuando le ofrecieron decir sus últimas palabras, William Bonin miró fijamente a través del vidrio que separaba la cámara de ejecución de la Prisión de San Quintín de la sala donde estaban los testigos, muchos de ellos familiares de sus víctimas. “Ustedes sienten que mi muerte les traerá un cierre. No es así, se van a enterar”, dijo con frialdad. Después se acostó en la camilla, no hizo gesto alguno para evitar que lo ataran y lo conectaran a la cánula por la que le inyectaron, uno tras otro, los tres fármacos letales. Lo declararon muerto a las 12.30 del mediodía del 23 de febrero de 1996. Los familiares del “asesino de la autopista” -como se lo llamaba- ni siquiera reclamaron su cuerpo para enterrarlo. No querían saber nada de ese siniestro pariente que no había sido capaz de mostrar arrepentimiento. La noche anterior a la ejecución, cuando lo trasladaron de su celda en el Pabellón de la muerte a la habitación especial de vigilancia donde pasó sus últimas horas, pidió dos pizzas, helado y café para hacer su última comida y después vio Jeopardy por televisión. Antes de dormirse escribió una nota para el director de la cárcel y recibió al capellán de San Quintín. No se confesó, simplemente le dijo: “Ya hice las paces con eso”. Ese “eso” al que se refería era el secuestro, la tortura, la violación y el asesinato de los 14 adolescentes por los que había sido condenado a morir, y también de los de otros siete por los que no fue juzgado, pese a que los confesó. En la nota que le dejó al director de San Quintín con el pedido de que la hiciera pública se había dado el lujo de dar un consejo: “Creo que la pena de muerte no es una respuesta a los problemas que nos ocupan. Siento que envía un mensaje equivocado a la gente de este país. Los jóvenes actúan como ven que otras personas actúan en lugar de como la gente les dice que actúen. Les aconsejaría que cuando se les ocurra cometer un delito grave, antes de hacerlo vayan a un lugar tranquilo y lo piensen seriamente”, escribió. Al morir por la inyección letal que significó la primera ejecución realizada en California desde la reinstauración de la pena de muerte en 1976, el “asesino de la autopista” tenía 49 años y llevaba 16 preso, desde que lo habían capturado en junio de 1980. Cuando le pusieron las esposas hacía 12 años que venía matando a niños y adolescentes a los que casi siempre recogían en los caminos del sur de California. William Bonin en su adolescencia. Abusaron de él en un convento, fue violado por su consejero en un centro de detención y a los 18 años ingresó en la Fuerza Aérea Un delincuente precoz Antes de esa última detención, William George Bonin había pasado gran parte de su vida entrando y saliendo de la cárcel. Nacido en Connecticut el 8 de enero de 1947, creció con una madre alcohólica y un padre que lo golpeaba casi todos los días. Su manera de enfrentar esa violencia fue reproducirla agrediendo a sus compañeros del jardín de infantes. Lo expulsaron y una asistente social lo sacó de su casa para internarlo en un centro de menores problemáticos hasta que, en 1953, con apenas seis años, lo derivaron a un convento católico. Allí, contó mucho después, lo abusaron las monjas y otros chicos más grandes que él. Lo devolvieron a su casa cuando cumplió diez años, pero poco después lo volvieron a internar, esta vez en un centro de detención juvenil, porque no paraba de cometer pequeños delitos, casi siempre actos de vandalismo contra las viviendas de los vecinos. Mientras estuvo detenido fue violado por el consejero adulto que lo tenía a su cargo. Salió a los 13 y, una vez más, enfrentó los maltratos sufridos imitando al agresor. De ese tiempo datan sus primeras violaciones, incluida la de su hermanito menor. Para entonces, la familia vivía en California, donde William intentó sin suerte cursar la escuela secundaria. Los informes escolares lo describían como un adolescente solitario, que no conectaba con sus compañeros y era propenso a la violencia. Lo expulsaron. Durante los años siguientes se convirtió en un azote para el barrio y la familia. Por eso, apenas cumplió los 18, su madre lo obligó a alistarse en la Fuerza Aérea. Lo mandaron a combatir a Vietnam, donde durante tres años combatió como encargado de la ametralladora de un helicóptero. Lo dieron de baja cuando fue acusado por dos soldados de violarlos mientras los amenazaba a punta de pistola. Esa costumbre de violar Volvió a California en octubre de 1968 y un mes más tarde comenzó su primer gran raid de crímenes sexuales. Su primera víctima fue Billy Jones, un chico de 14 años al que convenció de subir a su auto con la promesa de llevarlo hasta su casa. Lo empezó a manosear y cuando Billy quiso escapar lo estranguló hasta dejarlo inconsciente, lo violó en ese estado y lo dejó tirado en un parque. Durante los siguientes dos meses agredió a otros cuatro chicos utilizando el mismo engaño. Esa vez, el raid de se cortó en enero de 1969, cuando un policía escuchó el pedido de auxilio de un adolescente de 16 años que estaba a punto de ser estrangulado por Bonin dentro de su auto. Lo detuvieron y fue acusado de secuestro, sodomía, cópula oral y abuso sexual de un menor. Atrapado in fraganti, por consejo del defensor oficial, se declaró culpable y, por considerar que padecía una enfermedad mental, el juez lo hizo internar en el Hospital Estatal de Atascadero, de donde lo trasladaron dos años después, por mantener continuas relaciones sexuales con otros reclusos, al Centro Médico de California. Lo liberaron en junio de 1974 porque los médicos consideraron que Bonin ya no era un peligro para los demás. Se equivocaban, en septiembre de 1975, secuestró y violó por lo menos a otros dos adolescentes, lo volvieron a detener y nuevamente se declaró culpable. A pesar de ser reincidente en el mismo tipo de delitos, por segunda vez los psiquiatras ordenaron liberarlo en octubre de 1978. Bonin contaría después -cuando ya estaba en el pabellón de la muerte de San Quintín- que entonces decidió matar a sus víctimas para evitar que lo denunciaran y no dejar huellas. Fue condenado por matar a 14 niños y adolescentes, pero en verdad él mismo confesó 21 crímenes El asesino de la autopista Al salir en libertad, consiguió trabajo como camionero y se compró una furgoneta Ford de color verde con la idea de utilizar la caja para encerrar a sus víctimas, violarlas y matarlas. Así comenzó el raid criminal que lo convirtió en un despiadado asesino en serie. A diferencia de las veces anteriores, decidió no actuar en soledad y buscó cómplices para que lo secundaran. Por temor o por convencimiento, consiguió cuatro: Vernon Butts, de 21 años, un trabajador de una fábrica de porcelana que estuvo presente en ocho asesinatos; Gregory Miley, de 18 años, cómplice de la muerte de dos menores; James Munro, un fugitivo sin hogar, acusado de complicidad en un crimen; y William Pugh, de 17 años, que más tarde revelaría que, al sumarlo a su raid criminal, Bonin le explicó cómo actuaba: “Si querés matar a alguien, debés hacer un plan y encontrar un lugar para tirar el cuerpo antes de elegir una víctima”, le dijo. Con la camioneta Ford, a veces solo y otras con algún cómplice, Bonin pasó los dos años siguiente levantando chicos de entre 12 y 19 años que hacían dedo en los caminos o las autopistas. La primera víctima fue Marcus Grabs, de 17 años, un estudiante alemán al que Bonin y Butts secuestraron el 5 de agosto de 1979 en Newport Beach mientras hacía dedo. El chico fue golpeado, vejado sexualmente y apuñalado 77 veces, y su cadáver fue arrojado desnudo y maniatado en un camino de Malibú. Entre el primer y segundo crimen, transcurrieron tan solo 21 días: el camionero actuaba una o dos veces al mes, y a veces, hasta dos veces en un mismo día. Los cadáveres comenzaron a aparecer, cada vez con mayor frecuencia, a la vera de los caminos y los medios comenzaron a hablar de los crímenes de un peligroso asesino en serie al que bautizaron “el asesino de la autopista”. Según los registros policiales, entre 1979 y 1980, William mató a 21 chicos, tanto en California como en Connecticut. Los esposaba e inmovilizaba antes de sodomizarlos y torturarlos de diferentes maneras, como como golpes con una barra de hierro, asfixia o estrangulamiento, retorcimiento de testículos y quemaduras de cigarrillos. Finalmente los mataba y abandonaba los cadáveres. La policía estaba desconcertada y no sabía si se trataba de un solo asesino en serie o de varios que actuaban por su cuenta. Contribuía a la confusión que, en esa misma época, otro asesino en serie, Randy Kraft, estaba actuando en la misma zona. Es posible que nunca hubiesen podido identificar y capturar a Bundy si uno de sus cómplices no lo hubiera delatado a cambio de su propia salvación. Vernon Butts, de 21 años, Gregory Miley, de 18, y William Pugh, de 17, fueron sus cómplices Delación y confesiones La suerte del “asesino de la autopista” empezó a cambiar la noche del 29 de mayo de 1980, cuando la policía estatal de California detuvo a William Pugh mientras intentaba robar un auto en la calle. En la comisaría, antes de que siquiera lo interrogaran, Pugh les propuso un arreglo: su impunidad a cambio de decirles quién era el asesino en serie que dejaba chicos muertos a la vera de los caminos. Les dio su nombre y también datos concretos que hicieron creíble su propuesta. Se montó entonces un discreto operativo de vigilancia sobre el camionero, que durante nueve días cumplió con su rutina normal hasta que el 11 de junio, los agentes de civil que lo estaban siguiendo vieron que Bonin se movía erráticamente intentando que algún chico subiera en su furgoneta. Fracasó cinco veces, hasta que consiguió que uno subiera y se alejó del lugar. Lo siguieron hasta que estacionó en una estación de servicio cerca de la autopista de Hollywood y esperaron que bajara del vehículo. Como pasaban los minutos sin novedad, uno de los agentes se acercó discretamente y escuchó gritos ahogados provenientes del interior de la camioneta. Entonces entraron por la fuerza y encontraron a Bonin violando Harold Eugene Tate, de 17 años, a quien había esposado y atado. A pesar de haber sido atrapado en esa situación, al principio Bonin negó ser el famoso “asesino de la autopista” con la ilusión de que solo lo juzgarían por el secuestro de Tate. Sin embargo, con el correr de los días, algo lo hizo cambiar de actitud. En el transcurso de varias noches, confesó haber secuestrado, violado y matado a 21 jóvenes y niños. Cuando hablaba, no mostraba ningún signo de arrepentimiento, pero sí vergüenza por haber sido atrapado. Relataba cada uno de los crímenes hasta en sus detalles más escabrosos. “Entre quienes lo escuchábamos no había un solo policía que no quisiera matarlo ahí mismo, en la sala de interrogatorios”, le confesó un policía del condado de Orange a un periodista que seguía el caso. Sus confesiones quedaron grabadas. “Lo até con nylon, este tipo de cable de electricista. Le mostré un cuchillo y se asustó. Lo apuñalé en el brazo izquierdo, lo apuñalé una y otra vez, y una y otra vez hasta que quedó indefenso. Apuñalaba por apuñalar. Le clavé el cuchillo en diferentes lugares porque no sabía dónde apuñalar, ¿entendés?, no sabía dónde estaban los órganos vitales ni nada por el estilo”, contó sobre el asesinato de Markus Grabs. A continuación, describió el asesinato de Darin Lee Kendrick, un chico de apenas 12 años. “El niño comenzó a desvanecerse, como si estuviera lloriqueando. No me gusta violar un pedazo de carne fláccida. No es divertido si no me hacen saber lo que se siente. Supongo que le di demasiado de eso. La próxima vez, pensé que no usaría tanto. De todos modos, el niño se estaba volviendo aburrido, ya no era divertido, así que lo estrangulé”, relató. Uno tras otro, contó cada crimen y reveló los nombres de los cómplices que lo acompañaron en cada uno de ellos. “Ustedes sienten que mi muerte les traerá un cierre. No es así, se van a enterar”, dijo ante los familiares de las víctimas que mató el 23 de febrero de 1996 antes de morir Juicios y condenas Por los lugares donde había cometido los asesinatos, “el asesino de la autopista” debió enfrentar dos juicios, uno en el condado de Los Ángeles y otro en el de Orange. En uno de ellos el jurado lo condenó a muerte por diez crímenes, en el segundo le dieron la misma pena por otros cuatro. Al validar la condena a muerte dictada por uno de los jurados, el juez de la Corte Superior de Los Ángeles, William Keene, mostró sin reparos la repugnancia que le causaba Bonin: “Su manera de actuar evidencia un desprecio total por la santidad de la vida humana y una sociedad civilizada. Sádico, increíblemente cruel, insensato, y deliberadamente premeditado. Es culpable más allá de toda duda posible o imaginaria”, dijo. Lo enviaron al Pabellón de la muerte de la prisión de San Quintín hasta que llegara el momento de la ejecución. La condena se dictó en 1982, pero durante los siguientes 14 años, los abogados de Bonin demoraron su aplicación con continuos recursos y apelaciones. El último intento fracasó la noche del 22 de febrero de 1996 -el día anterior a la ejecución- a las 10.47, cuando la Corte suprema de los Estados Unidos rechazó una apelación desesperada de los abogados para que se le perdonara la vida. Unas horas antes, un tribunal de tres jueces de la Corte de Apelaciones del Noveno Circuito de Estados Unidos en San Francisco, se había negado a frenar la ejecución. La mañana del miércoles 23 de febrero de 1996 las autoridades de la prisión de San Quintín debieron reforzar la seguridad habitual. Los prisioneros fueron encerrados en sus celdas se cancelaron los recreos; se cerraron las rampas de salida de la autopista hacia la cárcel y también los caminos secundarios. A pesar de todo, una multitud se reunió frente a la prisión. Los manifestantes se dividían en dos grupos bien definidos: unos celebraban la postergada ejecución, otros se pronunciaban contra la pena de muerte. Dentro de la cárcel, Bonin esperaba la ejecución en la “sala de vigilancia”, donde se reunió por última vez con el capellán católico. “Creo que he aceptado el hecho de que esto puede suceder. En cuanto a cómo me voy a sentir en ese mismo momento, no puedo responder a esa pregunta. No sé; no creo que ninguno de nosotros lo sepa hasta que estemos allí”, le dijo. Luego de la ejecución, como la familia de Bonin se negó a reclamar sus restos, el cuerpo fue cremado y las cenizas esparcidas más tarde en el Océano Pacífico. Del “asesino de la autopista” no quedaron así otros rastros que los del dolor que causó con su sangriento raid de muerte.
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