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» Diario Cordoba
Fecha: 17/03/2025 16:28
Hubo un tiempo, ese en el que las ciudades se ensanchaban y se llenaban de equipamientos públicos, en el que las movilizaciones se producían por un esto sí que lo quiero en mi barrio, esto no. Nadie quería tener un centro penitenciario cerca, ni uno de menores, ni siquiera un colegio o residencia para personas con discapacidad, un albergue para transeúntes o un piso de acogida a mujeres maltratadas. En el lado bonito de la vida, ese en el que nos empeñamos en vivir, se celebra la llegada de la primavera, las promociones de los centros comerciales y el despliegue de las terrazas, el equipamiento de ocio número uno en nuestro país. Hay una realidad más dolorosa y más próxima de lo que nos empeñamos en creer, que si la cubrimos con el don de la invisibilidad es como si no existiera. Ahora ya no solo nos molestan los servicios a las personas vulnerables sino que no nos incomodan las personas mismas. Nos molesta la soledad de los mayores, y en lugar de acercarnos nos alejamos cada vez más bajo el argumento del estrés diario, nos molesta la salud mental de los jóvenes y justificamos nuestra incapacidad de entendimiento con su supuesta fragilidad generacional. Nos sigue perturbando vivir cerca de la pobreza, y nos agobia tanto convivir con personas pobres y migrantes que hemos decidido, en el corazón del mundo civilizado, la Comisión Europea, su expulsión y agrupamiento en centros de retorno instalados en terceros países. Centros de retorno es un eufemismo precioso para llamar a esos centros de detención, de deportación, de encarcelamiento o cualquiera de sus variantes de los que tan entusiasta es la presidenta Meloni. Eso sí, no en su bello país, que puede estar invadido por decenas de miles de turistas, con dinero y ganas de consumir pero cerrado a esas mismas personas si no lo tienen y pretenden quedarse más de una semana, aunque su vida corra peligro en su país de origen. El Gobierno europeo ha avalado la posibilidad de que los Estados miembros envíen a campos de internamiento de terceros países a los demandantes de asilo cuya solicitud haya sido rechazada. Aumentando así la efectividad de las deportaciones, porque solo el 20% de las personas con una orden de retorno son expulsadas del territorio de la Unión Europea. La claudicación ante la incapacidad de hacer bien su trabajo es externalizar la función represora a terceros países con pocos complejos democráticos, los mismos que tenemos aquí para los que no son de los nuestros. Al capital inversor latinoamericano todo son alfombras rojas, a las personas de nuestro sur global, todo son cerrojos. *Politóloga
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