17/03/2025 13:53
17/03/2025 13:53
17/03/2025 13:52
17/03/2025 13:52
17/03/2025 13:48
17/03/2025 13:45
17/03/2025 13:42
17/03/2025 13:42
17/03/2025 13:42
17/03/2025 13:41
Buenos Aires » Infobae
Fecha: 17/03/2025 04:46
A Solas con Melina Brizuela Dice que el abandono, que hizo tanto callo en su entramado familiar, finalmente le dio valor para buscarse y escucharse. Para soltar cierto rol ancestral de “sanadora”. Y hasta para “cambiar la piel” aunque implicara, además, la extirpación de un apellido. La Lezcano “ya no existe”. Se fue con Agapornis, las noches desmadradas y el rubio que “literalmente, escondía mis raíces”. En esta charla, sensata y valiente, dará cuenta del proceso tan personal que transitó para anunciar –‘oficial y orgullosamente’– que Melina Brizuela nació con otra voz y una misión”. Melina Brizuela en brazos de su madre, Mabel Brosulo, junto a Adrián Lezcano, su padre biológico y abandónico, en la celebración de su primer año Mabel Brosulo (60) se enamoró de Adrián Lezcano “como un acto de rebeldía total”, define Melina. “Él, su colega en la multinacional en la que trabajaban, era todo eso que mis abuelos no querían para ella: un rugbier opulento y musculoso al que le gustaba demasiado que todos se dieran vuelta para mirarlo. La antítesis de ese novio correcto y ex compañero del secundario que había dejado atrás por esa pasión”. Escueto previously de una historia que inicia a la par del 91, en esa casa de Belgrano en la que poco después de celebrar los dos años de su hija, él desaparecería por casi tres inciertas décadas. Melina Brizuela (36) con tan solo meses de vida en su casa del barrio de Belgrano, donde creció Melina Brizuela (36) junto a su abuelo Me costaba abrir ciertas puertas. Sentía que preguntar acerca de aquella ausencia era meter el dedo en una llaga sin cicatrizar. Porque sabía que mamá, de por entonces 24, había sufrido demasiado, relata. “Al crecer fui construyendo el panorama. Después de nacimiento, ella había vuelto a quedar embarazada pero decidió no continuar con la gestación por miedo a quedarse sola con dos criaturas. La situación entre ellos ya era tan difícil que se intuía el abandono”, revela. Sin embargo, la versión oficial que Melina atesoraba fue la de haber sido “una niña muy deseada por los dos”. Aunque un día él se olvidó de todo eso ‘y comenzó una búsqueda de vida por otro lado’, puntualiza. “Adrián nos dejó por otra mujer con la formó familia. Y si ahora me resulta contarlo sonriente es porque, ya a la distancia y sin rencores que nos contaminen, digo: ‘Qué bueno que en algún lado pudo quedarse’. Pero de chica, el ‘¿por qué con ella sí?’ fue un interrogante que me angustiaba mucho”. Claro que, mientras tanto, confiesa haber pergeñado cientos de teorías que mitigaban esos vacíos, como la de: “¡No cualquier hombre se banca una mujer con personalidad tan arrolladora como la de mamá!”. No tiene registro concreto de una edad o un momento en el que haya despuntado, por primera vez, la necesidad de buscar a su padre biológico. “A veces me reprocho: ‘¡Pero tanto trauma, Melina… Aflojá. Si tuviste una infancia hermosa!’ Porque un año después del abandono conocí a Tirso (Brizuela), un capitán de navío muy reconocido en el río por sus travesías”, que al momento de esta charla “está regresando de las islas Malvinas como todo un aventurero”, describe. “Y él llegó con dos chicas, Lucía y Florencia”, cuenta respecto de la pareja de Mabel o, mejor dicho, su “papá del corazón”, como lo llama. “Mamá, a pesar de arrastrar los miedos lógicos de otro abandono, encontró en él un hombre increíble en quien volver a confiar. Y así, a mis 14, nació Delfina”, relata. “Entonces, el marco familiar fue tan amoroso que supo ir licuando aquella falta”. Aunque, en el William Caxton School (y luego en el Instituto San Román) había quien sabía recordarla. “Los planteos comenzaron ya entrada la primaria, cuando los chicos preguntaban por qué no llevaba el apellido de mis hermanas. Y salir corriendo para no responder ya se había hecho un ejercicio.” Melina Brizuela en la boda civil de sus padres, Mabel y Tirso, rodeada por sus abuelas, Lota y Lita, dos amigas de la familia y sus hermanas, Florencia y Lucía Brizuela Melina Brizuela entre su padre “del corazón”, Tirso Brizuela (68) y sus hermanas, Florencia (40), Lucía (36) y Delfina Brisuela (22) En casa, “nadie inculcaba odio ni resentimiento. Pero de eso no se hablaba”, señala Brizuela. Y artífice vital de ese silencio fue la abuela Lita. “Una matriarca tan estricta que jamás me permitió siquiera fantasear con descubrir algo de mi historia”. Con el correr de los años, todos esos interrogantes que Melina reprimió fueron asomando a través de su cuerpo. “Siempre fui una niña muy ansiosa, con trastornos, tics e impulsos nerviosos. No paraba un segundo.” Y hoy, que entiendo muy bien de qué va la corporalidad y el reflejo de las emociones, pienso: ‘Claro, esa chiquita era una bomba de angustia’. Trato de verme a mí misma a los 20 y me sale decir: ‘¡Pobrecita! ¡Por favor, abrácenla!’”. Creció vistiendo un personaje. “Estaba acostumbrada a ser el payasito de la casa. Y hoy entiendo que ha tratado de la máscara que fui creando para ocultar mis dudas, mis miedos y todas mis preguntas. Yo tenía que estar bien para que mamás se sintiese bien. Si ella no me veía triste, tampoco lo estaría”, analiza. Si cuidó tanto a Mabel es porque, asegura: “Nací con el rol arquetípico de la sanadora. Una cuestión ancestral que continúa en linaje, por ejemplo, al de mi abuela ‘la salvadora’”, explica. “Yo me hice cargo de esa responsabilidad. Me la creí y la ejercí. Realmente estaba convencida de que debía amparar a mamá”. Las fantasías respecto de ‘la mirada de papá’ comenzaron a fluir con su irrupción en los medios, a la edad de 13 como parte de Scratch 08, agrupación resultante de Generación Pop (eltrece, 2003). “Muchas veces pensé: ‘¿Estará mirándome? ¡Qué loco debe ser ver a tu hija en todos lados y no tener el valor de buscarla, de decirle: ‘Aquí estoy’!”, dice desde el sitio empático que, en realidad, siempre ocupó en esta trama. Y es entonces que recuerda eso que experimentó en tiempos de su debut como la voz de Agapornis (2013). “Fue durante la presentación en el Festival del Surubí. Yo sabía que él vivía ahí, en Corrientes. Y puedo asegurar que al subir a ese escenario yo sentí algo acá”, dice tocándose el abdomen. “Supe que estaba viéndome. Y lo di todo… Todo”, reflexiona. “Es terrible cómo el ser humano jura tanta lealtad a sus padres, ¿no? Yo debía hacerlo increíblemente bien por si papá estaba escuchando”, reflexiona sin revelar aún la veracidad de su presentimiento. Melina Brizuela (36) fue la voz de Agapornis entre 2013 y 2022 “Volví a casa con esa rara sensación en la sangre y exigiéndome resolver la historia’”, cuenta Brizuela. “Ya no podía sostener esa lealtad sin respuestas. Debía darle a él el sitio que merecía y aprender que no estaba obligada a mantener un vínculo solo por la cuestión biológica”. Por entonces y a un año de la muerte de Lita, ya nadie impediría tirar del hilo de la verdad. “Tenía 24 cuando, revisando, quién sabe qué mueble, encontré una foto de mi padre. Así empezaron a moverse pilas de emociones. Me vi muy parecida a él y fue cayéndome la ficha: ‘¡Claro… Yo tengo otro origen!’”. En ese marco de idas y vueltas de encuentros imaginarios (que duraría siete años), la “hipocondría habitual” que dice haber padecido desde el primer uso de su razón volvió a hacer de las suyas. “Ya me resultaba fatal no saber mis antecedentes médicos en cada consulta. Y gran parte de este impulso por buscar a mi progenitor también tuvo que ver con la necesidad de entender el cincuenta por ciento de mi salud”, señala sin quitarle mérito alguno al “¿por qué se fue?” en su lista de interrogantes. “Entonces contacté a uno de sus sobrinos a través de Facebook para pedir su teléfono”. Y finalmente se animó. “Hola, Adrián. Soy tu hija”, dijo Melina del otro lado de la línea. Tenía 31, el tiempo de charla que nos prestó la pandemia y un balcón al que salir para airear bien sus emociones. “Se conmovió al escucharme. Me habló con mucha dulzura y cierto tonito de ‘me hubiese encantado contactarte antes pero jamás supe cómo hacerlo’”, describe. El reunión no tardó demasiado. “Nos citamos en un shopping de Pilar. Y, antes de salir de casa, mamá me tomó de las manos y me dijo: ‘Esta es tu vida y es momento de que resuelvas tu historia. Yo ya lo hice. Ahora andá a buscar eso que necesites y no te calles nada’”. Él llegó de Corrientes puntual y “muy movilizado”, recuerda. “Yo iba a encontrarme con un extraño… Pero al verme me dio un abrazo sentido. Se quebró y lloró mucho. Ante semejante e inesperada reacción, quedé tiesa y con una linda sensación porque, finalmente, se había dado coraje. Y celebré su logro”, describe. Pasaron tres horas y varios cafés. “Y repito, yo estaba sentada frente a él en un lugar de privilegio. Respaldada por una familia. Por un papá presente como Tirso que atenuó cualquier indicio de ausencia e hizo más liviano el pesar del abandono. Si estaba ahí era por la necesidad de quitarme algo de peso de mis espaldas”, señala en referencia al nivel de expectativas. “Me explicó que si desapareció fue porque no supo cómo quedarse. Y al indagar un poco más, descubrí que era lo que había aprendido de niño. Que, lamentablemente, estaba repitiendo el patrón de un padre abandónico”, revela. “Él pudo haberle echado la culpa a su mujer. Podría haberme dicho: ‘Me fui porque tu mamá me echó’ o inventado cualquier otro cuento. Y, sin embargo, me sorprendió. Su planteo me pareció de gran evolución. Y al escucharlo hacerse cargo y decir: ‘Realmente fui un monstruo’, lo respeté un poco más.” Melina Brizuela (36), parte de los ocho finalistas que conformaron la banda “Scratch 8”, resultante del reality “Generación Pop” (eltrece, 2003), producido por Reina Reech (68) e integrado también por Julieta Nair Calvo (36) Adrián le habló de cómo había sido su vida desde el 91, de sus otros hijos y de la duda que tuvo al verla, a través de la pantalla, en aquel ciclo producido y conducido por Reina Reech. “Me contó que pensó en escribirme pero que temió que ese intento fuese mal interpretado. Que yo creyese que lo hacía porque me había hecho famosa. Y se cohibió”, cuenta Melina. De ahí en más la siguió en silencio a través de las campañas, la conducción en FTV Mag (FTV), y las participaciones en Re-creo en vos (eltrece), Supertorpe (Disney Channel), Todo es posible (Telefe), Bailando (eltrece) y Cantando (eltrece), entre otras. Y entonces confirmó la sensación de Brizuela. “Aquella noche, él estaba presente entre la gente del Festival del Surubí. Se había acercado tan solo para verme”, declara. “Al despedirnos le agarré la mano y me salió decirle: ‘Hasta aquí llegamos. No voy a jurarte lealtad ni voy a obedecerte incondicionalmente. Lamento que te hayas perdido la posibilidad de disfrutar de una hija como yo. Pero te agradezco por haberme dado la vida’”, recuerda. Dicho sea de paso y en tren de esta vinculación de la que se habla, la maternidad es un tópico clave para Melina. Y bien vale el paréntesis en esta charla sobre los efectos de un desamparo siempre latente. “Es algo que comencé a plantearme recién a los treinta. Hasta entonces había maternado con mis muñecos, con mis perros y hasta con mis amigas, pero llegó un punto en el que debí serme clara: ‘¿Es un deseo genuino y personal o un anhelo ajeno, parte del mandato de mi abuela o de mi mamá?’”. Y entendí que no lo tengo y que es sano permitirme no tenerlo. Como también que, estimando mi historia familiar, se trata del miedo de no saberme a la altura de un rol con tanta responsabilidad”, deduce. “Me aterra pensar que podría trasladar a una criatura todos mis traumas, carencias, dolencias… Sí, considerar ser mamá me da pánico. Tengo pánico a fallar.” Después de todo, “el abandono no sana jamás”, asegura Melina. “Es imposible cerrar la herida que deja el rechazo de alguien tan importante en tu vida”. Está de acuerdo con que no es casual la necesidad de ser aplaudida desde tan chica: “Siempre busqué la validación constante”, argumenta. Como tampoco la tarea de rescate y refugio de animales desamparados. Y mucho menos, la “conflictiva vinculación sexoafectiva” que ha tenido con sus parejas. “Porque si el hombre más importante de mi vida, quien debía protegerme, se fue… ¿Qué podía esperar de los demás? ¿Cómo podría confiar?”, reflexiona. Dice ver en la figura del varón “un ser nefasto” que, indefectiblemente, “siempre me cagará, se irá, me dejará”. Esa es la primera de sus reacciones. Pero enseguida recapacita. “Y me digo: ‘Mel, no sos vos. Es tu herida la que habla. Hoy tenés otras herramientas para vincularte’. Y entonces todo empieza a fluir”. Melina Brizuela (36) y su hermana Lucía (36), en tiempos de su infancia Regresa a sus cinco años en el recuerdo de una visita a la oficina de la psicopedagoga. “Ella le dijo a mamá: ‘Melina tendrá una vida normal, pero estén atentos cuando intente formar pareja porque serán momentos en los que todo explote’. Dicho y hecho. Lo que más me cuesta hoy en día es manejarme en una relación sana. ¡Porque nunca me lo enseñaron!”, apunta. Habla de dos “mecanismos” sistemáticos en cada relación que ha emprendido. “Por un lado, me convierto en alguien sumamente ‘al servicio del otro’. Me entrego de cuerpo y alma para evitar que se vaya. El mismo terror que, muchas veces, ha hecho que cortase noviazgos solo por las dudas de que en algún momento me dejasen; Lo que ha lastimado mucho a gente a la que realmente amaba”, cuenta en torno a las épocas que también han sido de “autocastigo”, presa de “pensamientos intrusivos”. Ella los llama “tiempos oscuros”. Cuando “no podía conectar con la herida y tapaba el dolor mirando para otro lado: con la noche, el trabajo o cualquier otra cosa que me distrajera”, relata. “Entonces se hacía fácil que por ahí se colase gente energéticamente afín”. Revela haber tenido, al menos, dos “vínculos tremendos” con los que experimentó “violencia física y psicológica”, según señala. “Hoy me acuerdo de todo eso y digo: ‘No puedo creer que yo pasé por algo así”. Apunta “golpes y zamarreos” que han dejado serias marcas en su cuerpo. Golpes y zamarreos que también ha sabido propiciar, porque “la brutalidad llegaba a ser mutua en la medida en que debiera protegerme”. Asegura haber sido una “mujer golpeada” y si nunca lo ha expuesto es por cierta (y errada) prudencia. “Porque si no había sangre, no valía. Así pensaba. Creí que contarlo sería banalizar el tema ante casos peores y tan graves” “Siempre me costó encontrar en mis parejas un lugar seguro”, revela Melina Aún así, señala que ha dolido mucho más “la manipulación de mi cabeza que un ojo morado”. Que resultaba un “tormento” vivir cuestionándose la veracidad de lo que sentía. “Era la loca. La exagerada. La equivocada. Menospreciaban cada idea y cada emoción”, describe Melina. “Me había acostumbrado a no ser merecedora de un amor sano. Poque así me lo hicieron creer desde chiquita. Se hizo largo el camino hacia entender que yo valía”, cuenta. “Pero logré escucharme. Aprendí a decirme: ‘¡No, querida. Ese dolor de panza no es amor. Es ansiedad. Es terror!’”. Y el tránsito por esas relaciones despertaron mis ataques de pánico. No podía respirar, me faltaba el aire”. En tanto trae la memoria de un episodio por demás elocuente: “Mirá lo que es la vida… Estando en uno de esos vínculos de los que hablo, los dos nos enteramos (al mismo tiempo) de que él tenía un hijo de diez meses. Y aún así decidí quedarme por la necesidad que tuve de cuidar a ese bebe en el que, sin dudas, me veía reflejada”, razona. “Mi ex en cuestión aceptó la situación, lo reconoció y yo me sentí feliz por eso. Estuve a su lado durante más de un año y tal vez solo porque me había enamorado de ese criaturita”. Melina Brizuela (36) y Amadeo (28), el abogado con quien comparte su vida desde junio de 2024 “Siempre me costó encontrar en mis parejas un lugar seguro”, revela Melina. “Hoy estoy en paz conmigo misma habiendo aprendido que alguien puede sumar a mi vida, puede acompañarme, puede complementarme en algún aspecto, pero jamás será mi salvador”. Su panza duele menos y aunque, según dice, “las alarmitas están latentes, ya estoy mejor armada para cualquier emergencia. Ante el menor de mis miedos, me doy palmaditas mientras repito: ‘Calma, Mel. Calma’.” De hecho, y desde junio 2024, Brizuela comparte sus días con Amadeo, abogado y mejor amigo del novio de su mejor amiga. Y a la distancia, concluye que si, por aquellos y oscuros entonces, nunca intentó pedir ayuda fue porque “si yo no creía en mí… ¿Quién más podría hacerlo?” (Candela Teicheira) Aquel no fue el primer suceso de su historia por el que Melina sintió que nadie le creería. Lamentablemente, hubo otro gran y lastimoso silencio. “Tenía cinco años cuando fui víctima de abuso sexual”, confiesa. “Y lo peor es que se trató de mi tío abuelo”. Dice enfatizando que el ochenta por ciento de este tipo de atropellos son cometidos por familiares o conocidos del niño (según Save the Children, 2023). A Solas, Melina Brizuela con Sebastián Soldano Entonces esa chiquita, buscando algún tipo de refugio, intentó compartir todo eso que vivía con su abuela Lita: “Cuando le conté lo que este señor hacía conmigo me respondió: ‘¡Son mimos! No pasa nada… A tu prima le hace lo mismo’”, recuerda. “Ella, tan rígida como era, no podía ver la magnitud de la situación ni tampoco permitir que se armara un quilombo en la familia”, relata. “¿Qué podría pensar yo si mi propia abuela me decía que estaba bien que un tipo me llevase al sótano para tocarme?” ¿Qué importancia podría darme de adulta, si eso es lo que había aprendido a la edad en la que una criatura empieza a conocerse y a darse valor por sí misma? Ante el interrogante de por qué no acudió a su madre, Melina indica: “Tal vez fue miedo a que me retasen, no lo sé. Eran épocas en las que no se tomaba demasiado en cuenta lo que un chico decía. Y mi abuela tenía tanto poder dentro de la familia, su visto u opinión era tan fuerte, que si ella lo sabía ya sería suficiente”, explica. Tiempo después descubrió que aquel individuo había abusado también de sus primos, o sea, de su propios nietos. “Recién a los 19 años me animé a planteárselo a mamá. Pero con una versión más liviana, muy por arriba. Y, aún así, no pudo mirarme a los ojos”, cuenta. “No es fácil para una madre aceptar que su hija fue tan vulnerada. Pude ver en ella una enorme frustración. La culpa de no haber podido protegerme”. Claro que existieron los reproches del estilo ‘¿por qué no viniste a mí, primero?’ “Pero en ese entonces ella debía trabajar (como empleada estatal en la Superintendencia de Riesgos de Trabajo) y mi abuela, con la que pasaba el día, era casi mi mamá. Yo no distinguía tanta diferencia”, argumenta. “Y terminé de acomodar y redimensionar esa experiencia al escuchar el testimonio de Thelma Fardin. Recién entonces tuve el valor de compartir que yo también fui una chica abusada”. Melina, que ya era bicho de diván “y muy de las energías”, invitó a Mabel a embarcarse juntas en terapias convencionales y hasta holísticas, como la meditación y la biodecodificación, que las ayudasen “a entender y a entendernos” en camino de digerir ese tramo de la historia. “Hicimos ejercicios de roles o regresión, en el que volví a tener cinco años para pararme de frente y contarle lo que estaba viviendo y sintiendo en tiempo presente”, evoca Brizuela. “Entonces logramos alinearnos ‘almicamente’. Pudimos ver más allá de lo que nos decían nuestros cuerpos. Y aceptar que dentro de esa mamá que ante un relato descarnado no pudo sostener su mirada, había una mujer que lloraba desconsoladamente por la imposibilidad de ayudar a su hija”, recuerda. “Y fue precioso.” “Venía de una familia rural de catorce hermanos, con el deber inobjetable de trabajar desde los seis para poder comer" cuenta Melina Brizuela Se hizo muy duro, al crecer, leer con claridad la complicidad de su abuela en aquel hecho tan aberrante. “Estuve muchos años enojada con ella mientras le daba vuelta a tantos ‘por qué’. ¿Por qué había sido de ese modo? ¿Por qué me enseñó a callar? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?… ¡Porque hizo lo que pudo con eso que tenía!”, se responde. “Con el tiempo descubrí que ella también había sido víctima del abuso sexual y fui abrazando su historia”, aduce. “Venía de una familia rural de catorce hermanos, con el deber inobjetable de trabajar desde los seis para poder comer”. El destino la obligó a llevarse el mundo por delante sin tiempo para detenerse a llorar”, define. “Y así educó a su hija. Con el ‘Vamos, vamos, vamos… ¡Secate las lágrimas y seguí! Sin procesar demasiado. Sin dar chance a instalarse ni un minuto en el dolor. Porque la vida, muchas veces, nos pasa por encima”. Y en términos de las secuelas del abuso, reconoce haber sido “una niña hipersexualizada”. Algo de lo que, asegura, “nadie habla jamás”. Melina señala que polarizó contrariamente a muchas víctimas que luego “no son capaces de mantener una relación sexual”. Que sus impulsos llegaron a preocuparla. “Era muy chica y necesitaba el estímulo constante. Y cuando digo ‘constante’ es ‘constante’: al nivel de estar jugando con amigas y dejar todo para encerarme en el baño a tocarme. Como si se tratase de una adicción”, describe respecto de la masturbación. “Todavía no he oído hablar de hipersexualización infantil. Nadie lo menciona ni lo trata en ningún abordaje sobre casos de abusos. ¡Y es tan importante! Con cinco años una criatura no sabe qué le sucede, por eso creo fundamental la ESI (Educación Sexual Integral) en las escuelas. Yo hubiese dado la vida porque alguien me explicara qué me estaba pasando”. Con años de terapia y la ayuda de alguna pareja que acompañó a patear tabúes y vergüenzas, “la sexualidad fue desarrollándose con mayor libertad”, señala. “Yo era muy del: ‘Ay, no, esto me genera morbo’; ‘Me gusta aquello, pero no, no se permite’. Y finalmente puedo hablar de placer o de fantasías con total libertad. Decir qué y cómo lo prefiero”, argumenta. “Hoy me agradezco a mí misma, porque enfrentar la situación con las palabras adecuadas, me permitió vivir mi sexualidad de una forma muy sana”. Melina Brizuela (36) junto a su madre Mabel Brosulo (60) y a su hermana Delfina Brizuela (22) Melina Brizuela y su abuela Lita, fallecida en 2012 Lita falleció en 2012, poco después de que las Constelaciones Familiares (técnica terapéutica que identifica patrones de relación disfuncionales en una familia) “me salvaran la vida”, como asegura Melina. “Logré ver mucho de ella. De sus carencias. De su fibra más humana. Y tanto la entendí que pude perdonarla.” En definitiva, “ella fue quien me crió y sin su ayuda, mamá no hubiese podido progresar como lo hizo. Como lo hicimos”. Hoy, Brizuela pregona la importancia de “un tiempo para parar, conectar con lo que el cuerpo dice, darnos permiso para llorar y ser compasivos, con nosotros y con los demás.” Jura amar a su abuela “con el alma”, al momento de revelar: “Hablo con ella en mis sueños y hasta en charlas conmigo misma”. Está convencida de que viéndola hoy le diría con orgullo: “‘¡Mirá en lo que te has convertido!’ Y si hay algo que quedó pendiente alguna vez, “y por temor a partirle el corazón”, fue decirle: “Abuela, lamento mucho que aquella vez no hayas podido protegerme”. Al fin y al cabo, Melina Lezcano ya no existe. “En un momento mi papá biológico me preguntó: ‘¿Y ahora cómo debo llamarte?’ Yo sé que un poquito le dolió. Pero me apoyó a lo largo del proceso firmándome todo lo que necesitaba”, cuenta Melina en referencia a la Adopción por Integración. Un trámite que dice haber tenido “en la cabeza” desde muy chica (“cuando no veía razón de llamarme como quien me había dejado”) pero había resignado por “caro y engorroso”. “Hasta que a principio del pasado año, ‘unas abogadas de familia que escucharon mis intenciones en una charla de radio, me ayudaron a resolverlo.’” Claro, la buena voluntad de Adrián y el aval de toda una familia agilizaron el asunto. Y mucho más claro está que “Tirso no necesitaba un oficio judicial para saberme su hija”, cuenta. “Para mayo de 2024 ya era oficialmente una Brizuela”. Dice haberse hecho “un regalo para mí” y un “homenaje al papá que todo me lo dio”, iniciando así el camino hacia el cambio de identidad en todos sus documentos. Por supuesto que pudo haberse bautizado como siempre quiso a comienzos de su carrera –“al menos como nombre de fantasía”– pero concluye que así debía ser: “Darse como cierre de un largo proceso personal de asimilaciones y aprendizajes, que tuvo que ver con algo más profundo que un apellido”. Se graduó de Coach Ontológica (profesional que ayuda a mejorar el modo de relacionarse y de actuar en pos de alcanzar objetivos). Estudia astrología, Constelaciones Familiares y va en camino de convertirse en guía para la apertura de Registros Akáshicos (compendio de experiencias de las almas usado como herramienta de sanación para optimizar el futuro). “Mi sueño es tomar cada uno de estos elementos y armar una gran red de ayuda entre personas y animales, porque ellos son maestros que llegan a nuestras vidas para darnos lecciones precisas,” cita antes de anunciar que “ya he abierto los registros de mis perritos y te juro que es mágico lo que tienen para decirme”. Una forma más que promueve Melina para “darles voz a estos seres maravillosos. Tal vez la voz que no he tenido de niña para soltar tanto dolor… ¿No?”. Melina Brizuela y dos de sus perros, Chewbacca, “quien me enseña el control de la ansiedad”, y Nico, “maestro en el valor de la aceptación” Chewbacca y Kaia, dos de los perros rescatados de Melina Brizuela Es entonces que Nico, el último de sus rescatados, de doce años e imposibilitado de caminar, “me enseñó el poder de la palabra ‘aceptación’. Siempre he sido una gran controladora. Pero cuando entendí que él aceptaba su condición, también logré aceptar todo lo que me rodea”, asevera Brizuela, creadora de la organización Plan rescate, dedicada al salvataje de animales para darles una nueva y mejor oportunidad de vida. Chewbacca, en tanto, “me enseñó que la ansiedad y la necesidad de reconocimiento requieren de un buen manejo”. Y Kaia, la única hembra de la manada, “pone en alto, y me recuerda, la fortaleza femenina”. Casualmente, tres aspectos muy intrínsecos de su propia existencia. Cambió su apellido. Oscureció el tono de su pelo. Y dejó de cantar. Algo que, según relata, “hacía para acompañar la noche, el baile y la diversión”. Y que en este ‘modo-retiro’, “mi yo cantante está por ahí, latente y a la espera de encontrar qué y a quién cantar. Porque hoy ya no estoy para hacerte bailar, sino para hacerte escuchar”. Y eso es parte de la redefinición que Melina está dándole a su historia. “Siempre seré una chiquita ansiosa. Siempre alegre. Siempre curiosa. Pero con una asignatura bien aprendida: ni callada ni sanadora. Y en esta nueva búsqueda, intento asistir a todo aquel que necesite canalizar eso que lo afecta. Siento que la vida no me puso en este sitio porque sí. Creo en un propósito”, concluye. “Así como con mi música puede haber hecho más fácil, tal vez, el mal día de alguien, hoy con esto que tengo para contar pueda hacer clic en algún alma”.
Ver noticia original