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Concordia » El Heraldo
Fecha: 16/03/2025 11:41
Conocemos muchos hombres con este patrón de comportamiento, donde revela su hipocresía más pura. Este tipo de varón no solo puede tener una amante, o salir de joda, pero ante los demás no dudará en decir y afirmar con absoluta convicción que lo más importante para él son los valores morales y su familia bien constituida. Caraduras, hemos conocido a muchos en mi vida, que se perturbaban cuando se decían algunas malas palabras, pero no escatimaban en decirlas llegado el momento. También podemos mencionar los casos de gente “bien constituida” que no dudaban en tener otras mujeres o decirle cualquier estupidez a una mujer en la calle o en el trabajo. Los hombres suelen ser peores que las mujeres en cuanto al chisme, son como las vedettes de Bailando por un sueño, que se pelean, llevan y traen, sembrando cizaña. Más aún, lo negarán y dirán que las damas son las que viven en la vida de los demás. Esta clase de hombre viven la vida como si fueran un bioquímico, analizando a los demas y ocupando su tiempo en cuestiones que no les interesa en lo más mínimo. Cada cual debe vivir su vida como le plazca, sin que afecte a los demás, hacer lo que más desee, y no ser criticado por llevar una existencia diferente de la del resto. Cuando las personas critican permanentemente sobre las conductas de los otros, se meten en su vida, hablan por detrás, no solo ponen de manifiesto que su paso por la vida muestra carencias perceptibles, aunque no se den cuenta. Realmente con todas las complicaciones que tiene la vida de uno en particular, introducirse de chusmas o de mala leche en la vida del semejante, no hace otra cosa que pensar que sus vidas son realmente muy tristes. Y lo más penoso es que no se dan cuenta de eso. El síndrome del portero de edificio Hay personas simpáticas, que realizan su trabajo con gran pericia, saludan, son muy amables con todos los inquilinos del condominio. Muy chusmas, por cierto, que están con un radar hurgando todo lo que pasa por su alrededor. Ellos son los porteros de edificio, que hablan tan bien con cualquiera, que parecieran que no tienen una pizca de maldad. Gente muy amena si la hay. Prodigan alabanzas cuando se los cruza, prestan el oído a charlas profundas y también fútiles. Ahora cuando se aleja la víctima hacia su departamento este ser tan amable se convertirá en su inquisidor, sacándole el cuero, criticándolo despiadadamente. ¿Con cuántas personas de estas características nos cruzamos a diario en nuestra vida? Muchísimas, casi con seguridad, y en nuestras relaciones de pareja a veces hay tendencias de este síndrome que afecta a menudo a las personas. En vez de tratar de resolver los problemas serios que se plantean en una pareja, estamos en la pavada, generando un creciente resentimiento. Nos genera una cobardía total y solemos hablar de nuestro compañero con alguien de afuera, despedazándola sin miramientos. Actitudes como estas deberían ser corregidas de inmediato, siempre que exista el sano juicio, para que la podredumbre no nos corroiga por dentro, porque lo hay que preservar es el interior y nuestra vida de pareja. El Hombre invisible El escritor argentino Adolfo Bioy Casares reflexionaba en sus últimos años de vida, que él se había dado cuenta de su vejez cuando paseando por la calle, las mujeres lo ignoraban, no lo registraban, siendo así como un hombre invisible. Seductor empedernido, amante de las mujeres tenía una frase que resumía cuánto las estimaba: “Me parece que el día que no me gusten las mujeres, no me gustará la vida. Nada me gusta tanto como ellas”. El problema de sentirse no admirado por las mujeres por causa de la vejez, afecta al hombre, que intenta parar el paso del tiempo con tácticas que no aceptan el real sentido de la vida, queriendo probar habilidades o proezas que su verdadera edad no le permiten. Esto no es una apología para no hacer nada, dejarse estar, abandonarse, ni cuidarse, al contrario, es la reflexión que hay aspectos en que no se puede forzar al cuerpo para pretender tener el mismo rendimiento que en el pasado. Muchos hombres han muerto a causa de la famosa pastillita azul, pretendiendo emular sus hazañas sexuales. El corazón no les respondió ante tanta presión sanguínea. Hacer vida de pendejos, gente que busca inusitadamente el barullo para sentirse vivo, es también una señal de inmadurez. Las etapas en la vida deben ser completadas, terminadas y hacerse cargo de las decisiones del pasado, que pudieron ser buenas o malas. Pero volver el tiempo atrás es una tarea que nadie pudo lograr. Por lo tanto, es un combate inútil. Otra forma de escarpar del olvido de las mujeres, se da en los hombres con mayor poder adquisitivo o donde pueden ejercer ostensible poder. Son los que pueden cambiar a su familia por chicas que podrían ser sus hijas. Estas a cambio de favores económicos, son capaces de brindarle cariño y amor al hombre maduro. Observamos en lo cotidiano cómo se forman parejas con tanta diferencia de edad, con la sensación de que realmente el hombre no puede con su angustiante idea del ocaso de la vida. Hace todo por evitarla, sabiendo internamente que los intereses materiales son exclusivos para que le den un supuesto y superficial amor. Y el verdadero, sustituido por momentos de placer, sumergido en la maraña del egoísmo individual y del temor a sentirse un anciano.
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