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» Diario Cordoba
Fecha: 16/03/2025 08:21
El gran protagonista de la Cuaresma es Dios y, desde la orilla de la fe, cada uno de nosotros que le buscamos especialmente en este «tiempo fuerte» en la liturgia de la Iglesia, y que, como ha señalado el papa Francisco en su mensaje para la Cuaresma, «caminamos juntos en la esperanza». Antes que nada, «caminar». El lema del Jubileo, «Peregrinos de esperanza», evoca el largo viaje del pueblo de Israel hacia la tierra prometida, narrado en el libro del Éxodo; el difícil camino desde la esclavitud a la libertad, querido y guiado por el Señor, que ama a su pueblo y siempre le permanece fiel. Surge aquí una primera llamada a la conversión, porque todos somos peregrinos en la vida. El Papa nos plantea varias preguntas: «¿Estoy realmente en camino o un poco paralizado, estático, con miedo y falta de esperanza, o satisfecho en mi zona de confort? ¿Busco caminos de liberación de las situaciones de pecado y falta de dignidad? Este es un buen «examen» para el viandante». Más adelante, en su mensaje, el papa Francisco nos dice que «el Espíritu Santo nos impulsa a salir de nosotros mismos para ir hacia Dios y hacia los hermanos, y nunca a encerrarnos en nosotros mismos. Caminar juntos significa ser artesanos de unidad, participando de la dignidad común de hijos de Dios, significa caminar codo a codo, sin pisotear o dominar al otro, sin albergar envidia o hipocresía, sin dejar que nadie se quede atrás o se sienta excluido». Pero, en este ambiente que respiramos, tan contaminado de luchas fratricidas, de engaños clamorosos, de encrucijadas ardientes que siembran temor y terror entre amenazas de guerras y de muertes, ¿dónde podemos «encontrar» a Dios? ¿Dónde «localizamos» los cristianos a Dios? Tendríamos que saber que, en realidad, no situamos nosotros a Dios, sino que es Dios quien nos sitúa a nosotros y nos «cita» donde él quiere, y no siempre donde nosotros quisiéramos encontrarle. El gran teólogo Olegario González de Cardedal nos enumera los «sitios y lugares» donde Dios se nos ha dado y podemos encontrarle: «En la propia conciencia; en la historia anterior de sus testigos, profetas, sabios, orantes; en la naturaleza como realidad; en el prójimo; en el mundo como totalidad de cosmos, espacio y tiempo; en Jesucristo: su destino, su mensaje, su persona; en su Iglesia». Hay, por tanto, «lugares comunes» que Dios nos ha ofrecido a todos, y hay «lugares propios» donde se nos quiere dar a cada uno. Y lo hace a través de sus «mensajeros», personas concretas que iremos encontrando por casualidad y que nos traen en su semblante, en sus palabras o en sus gestos, un «recado de parte de Dios». Cada generación, cada persona, cada cultura reconoce «lugares privilegiados» para esa presencia de Dios y obligados para el encuentro con él. Antonio Machado nos lo dirá en un puñado de versos reflexivos: «Todo hombre tiene dos batallas que pelear. / En sueños lucha con Dios, y despierto con el mar. / Caminante, son tus huellas el camino, y nada más, caminante, no hay camino, se hace camino al andar». Nuestro mundo vive en una profunda Cuaresma y seguramente algunos de nosotros también: guerras crueles, catástrofes naturales, migraciones forzadas, sufrimientos personales... El evangelio de hoy, la transfiguración del Señor, sucede en un contexto muy similar. Jesús acaba de anunciar a sus discípulos que camina hacia la muerte... Que la escena se desarrolle en un monte y en un clima de oración significa, en el evangelio de Lucas, que se trata de una revelación importante. En el relato se nos da a conocer la presencia de Dios en él. Su rostro transformado, sus vestidos resplandecientes, su persona sumergida en la nube de Dios. Dios lo acompaña y lo respalda. Es su hijo, su elegido. «Escuchadle». Jesús es un perdedor. Estamos invitados a escuchar al maestro en su llamada al reino de Dios, reino de las víctimas y de los olvidados. La voz que alienta a Jesús, que alienta a los tres discípulos, tiene como misión alentarnos también a nosotros. Un día le preguntaron a Kafka: «¿Y Cristo?». Kafka bajó la cabeza y contestó: «Es un abismo lleno de luz. Hay que cerrar los ojos para no despeñarse». *Sacerdote y periodista
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