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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 13/03/2025 05:06
Otto Rahn fue el único judío que formó parte de las SS nazis (Wikipedia) La mañana del 13 de marzo de 1939, dos caminantes que trepaban por la ladera de una montaña cercana a la localidad de Söll, en el Tirol austríaco, se toparon con el cuerpo congelado de un hombre relativamente joven. Yacía bocabajo y junto al cadáver había dos frascos de comprimidos, uno vacío y otro lleno por la mitad, sin ninguna etiqueta que identificara el contenido. La policía local rescató el cuerpo, que no presentaba signos de violencia, pero contra lo acostumbrado nadie ordenó que se le realizara una autopsia para conocer la causa de la muerte. El caso llamó la atención porque esa misma tarde llegó al pueblo un auto tripulado por un chofer y dos oficiales de las SS que supervisaron cómo se hacía el papelerío de rigor para enterrarlo. Ya sabían quién era el muerto de la montaña: se llamaba Otto Rahn, tenía 35 años, y había sido miembro de esa fuerza especial de Adolf Hitler hasta unos meses antes, cuando sin dar ninguna explicación por escrito le solicitó la baja al hombre que la comandaba, Heinrich Himmler. El único judío de las SS Fue enterrado en Kufstein en una ceremonia privada y nunca se hizo un certificado de defunción. El comunicado de las SS, firmado por Karl Wolf, un alto oficial de la fuerza, dijo: “En medio de una tormenta de nieve en las montañas, este marzo, el SS. Obersturmfuhrer Otto Rahn, falleció trágicamente. Sentimos la muerte de nuestro compañero, un SS decente y escritor de notables trabajos de investigación histórica”. Otto Rahn estaba obesionado con hallar el Santo Grial, al igual que los líderes nazis (AFP) Al describir al muerto, el texto oficial no mentía al describir su profesión, pero evitaba decir que su especialidad era el esoterismo. No decía tampoco qué era lo que distinguía a Rahn del resto de los miembros de las SS: su condición de judío, que no era desconocida para Hitler ni para Himmler. Más allá de la información oficial, pronto comenzaron a correr en voz muy baja dos versiones sobre la muerte de Rahn. Una de ellas - no exenta de misterio - sostenía que se había suicidado imitando un ritual de una antigua secta católica. La otra - más siniestra - aseguraba que un grupo de las SS lo había llevado a la fuerza hasta la montaña y lo obligó a suicidarse ingiriendo esas pastillas que nadie se preocupó por identificar. Era sabido, porque lo había dejado claro en sus obras, que Rahn había dedicado gran parte de su vida a buscar el Santo Grial, la copa que Jesucristo utilizó en la última cena, una tarea que inició por cuenta propia y siguió haciendo después por orden de Heinrich Himmler, quien al darle el encargo y para poder pagarle oficialmente un sueldo lo convirtió en el único judío en vestir el negro uniforme de las temibles SS. Porque si dar con el Santo Grial era la obsesión de Rahn, también lo fue de los líderes nazis - entre los que se contaba Adolf Hitler - que abrevaban en las leyendas esotéricas que justificaban la supuesta existencia de una raza superior destinada a dominar el mundo: los arios. Esa asociación despareja y explosiva para lograr un mismo objetivo había terminado de la única manera posible: en un estrepitoso fracaso y en la previsible muerte de Rahn que, al no hallar lo que todos buscaban, perdió el favor de sus jefes. Otto Rahn fue hallado muerto en las montañas de Austria (Otto Rahn Memorial) Especialista en herejes Otto Wilhelm Rahn había nacido en Michelstadt, Alemania, el 18 de febrero de 1904, y se crío en el seno de una familia judío-alemana de clase media. Hijo de un juez de los tribunales de Maguncia, el destino que le marcó su familia fue el Derecho, materia que estudió entre 1922 y 1926 en las facultades de Giessen, Friburgo y Heidelberg. No descuidaba su carrera, pero dedicaba su tiempo libre a escuchar clases de filología alemana y de historia. Fue allí donde comenzó a interesarse también por una visión esotérica de la historia, apuntalada por las clases del barón de Gail, experto en leyendas medievales como las de Parsifal, el círculo de Arturo y, por supuesto, el Santo Grial. De esas clases y de sus propias lecturas lo que más lo atrajo fue la cultura cátara – una secta herética del cristianismo -, tanto que dedicó su tesis doctoral a la herejía cátaro-albigense, para lo cual viajó por Francia, Italia, España y Suiza entre 1928 y 1932. Los cátaros eran una secta religiosa que se extendió por Europa entre los siglos XI y XIII y enfrentó abiertamente la autoridad de la Iglesia Católica. En su credo rechazaban que las tentaciones de la carne fueran obra del mal, negaban la divinidad de Cristo por su condición humana y creían que los seres humanos eran almas inmortales atrapadas en un cuerpo físico por obra del demonio. También se decía que habían tenido en sus manos – y ocultado al mundo – la copa que Jesús había utilizado en la última cena. Para realizar sus investigaciones, Rahn pasó también varios meses en la aldea de Lavelanet, en Languedoc, Francia, donde exploró las ruinas de Montesegur y las grutas de las montañas aledañas, dos lugares profundamente relacionados con el desarrollo del catarismo y su resistencia a los ataques papales. Con la información recogida escribió un libro, “Cruzada contra el Grial”, que fue muy bien visto por muchos expertos alemanes en esoterismo medieval y, sobre todo, por los defensores del misticismo germánico de corte nacionalsocialista, como Nigel Pennik. Entre sus lectores más apasionados se encontraba también un político alemán cuyo nombre empezaba a sonar fuerte dentro del nazismo, Heinrich Himmler. Heinrich Himmler era seguidor de los libros de Otto Rahn (AP) Los cátaros y el Grial En sus obras, Rahn planteaba que la copa utilizada por Jesucristo en la última cena podía estar enterrada entre las ruinas de Monstsegur, la villa amurallada donde los cátaros montaron su última posición de resistencia contra las tropas de Cruzados que el papa Inocencio III envió a Francia para acabar con ellos. Los cátaros eran dualistas y creían en la existencia de dos principios opuestos: el bueno y el malo. Para algunos teólogos cátaros ambos principios existían desde el comienzo, pero otros consideraban el principio malo una creación secundaria, producto del deseo maligno de una de las criaturas de un Dios único y bueno: el ángel caído. Para ellos, el mundo material no había sido creado por Dios sino por Satanás. El diablo, incapaz de crear vida, había construido un hombre de barro y le había pedido a Dios que pusiera dentro de él un alma, pero cuando el alma entró en el hombre, se negó a quedarse. Para evitar que se fuera, Satanás la mantenía prisionera. Esos postulados significaban un abierto cuestionamiento a la teología católica oficial, por lo que, a principios del siglo XIII, papa Inocencio III, el pontífice más importante de la Edad Media, tomó la decisión de exterminarlos por ser una “peste” que se había instalado en el corazón mismo de la Cristiandad. Para lograrlo dio instrucciones precisas a los príncipes cristianos que se sumaron a esa cruzada: “Si alguno recibe, defiende o favorece a los herejes deberá ser inmediatamente considerado como infame, y no podrá ser admitido para los oficios públicos ni podrá recibir herencia alguna. Si fuera juez, sus sentencias serán consideradas nulas; si clérigo, será inmediatamente degradado y perderá todo oficio y beneficio, y, en todo caso, los bienes del hereje serán confiscados”, les ordenó. Finalmente, los cátaros fueron derrotados, pero el Grial – que Rahn suponía que se encontraba entre los “bienes” que debían ser confiscados – alcanzó a ser escondido para salvarla de las garras de las fuerzas papales. Para dar fuerza a esa hipótesis, el esoterista judío apostaba a la autenticidad de la leyenda que afirmaba que los cátaros habían enterrado en Montsegur un tesoro fabuloso cuya pieza más importante era “una piedra caída del cielo”, a la que identificó con el Grial que Parsifal, un caballero del Rey Arturo, había encontrado en un castillo del Montsalvat. En su teoría agregaba un elemento inquietante: para él, el Grial no era una copa sino un conjunto de tablillas con inscripciones rúnicas, grabadas sobre madera o piedra, en las que se recogían todos los conocimientos herméticos existentes, una especie de Tabla Esmeralda. Otto Rahn planteaba que la copa utilizada por Jesucristo en la última cena podía estar enterrada entre las ruinas de Monstsegur, Francia (Otto Rahn Memorial) Rahn no solo defendía su teoría en cuanto lugar se presentaba para dar conferencias, sino que estaba obsesionado por encontrar esas tablas, fuente de una sabiduría capaz de brindar un poder desconocido por el común de los hombres. Para buscarlas necesitaba un dinero que no tenía. Estaba frenado y casi sin esperanzas. Un judío en las SS Lo que Rahn no sabía era que uno de los más altos jerarcas del nazismo en el poder había leído su “Cruzada contra el Grial” y estaba decidido a emprender su propia búsqueda de esa pieza sagrada que supuestamente estaba escondida en el sur de Francia. Tampoco lo imaginó cuando, a mediados de 1935, recibió un telegrama sin firma en el que le ofrecían 1.000 reichsmarks al mes si emprendía la búsqueda de la reliquia. Si aceptaba, debía presentarse en una dirección. Cuando acudió al lugar, en Berlín, se llevó una sorpresa mayúscula al reconocer inmediatamente el rostro del hombre que lo recibió. Era Heinrich Himmler, uno de los hombres más poderosos del Tercer Reich. Así comenzó una alianza despareja, aunque por mutua conveniencia. Como todo judío en Alemania, Otto Rahn no sentía simpatía alguna por los nazis. Al contrario, los temía, pero cuando se le presentó la posibilidad de emprender la búsqueda sin preocuparse por el dinero la tentación fue más fuerte que el miedo. Por esa época frecuentaba círculos antinazis, lo que le valió muchas críticas de sus amigos por aceptar el ofrecimiento. Su respuesta consta en una carta que le envió a uno de ellos: “Un hombre necesita comer, ¿qué esperabas que hiciera? ¿Decirle que no a Himmler?”, le escribió. Por su parte, el jefe de las SS no solo había leído los libros del esoterista sino que había investigado a fondo al hombre antes de hacer su oferta. No solo sabía que era judío sino que también era homosexual. Eran dos razones de peso para que lo despreciara, pero no por eso iba a dejar de utilizarlo como instrumento. La asociación de Rahn con Himmler comenzó con dos concesiones fuertes que debió hacer el estudioso de los cátaros. La primera fue escribir otro libro, “La corte de Lucifer”, donde el esoterista debió “germanizar” su teoría sobre el grial para ponerla a tono con la ideología de los nazis. En esta segunda obra, postuló que los cátaros no consideraban a Lucifer como el maligno, sino que lo identificaban como Luzbel, el portador de la Luz, y lo asimilaban con el Norte, a diferencia de Satán, el maligno, identificado con el Sur. Al margen de la edición pública, Himmler mandó a hacer una corta tirada de lujo de la nueva obra y le regaló un ejemplar a Hitler para su cumpleaños. Hitler estaba al tanto del origen judío de Otto Rahn (Captura de Video) La segunda concesión fue más grave todavía, y convirtió a Rahn al único judío reconocido como tal en vestir el uniforme de las SS. De esa manera podría cobrar los 1.000 reichsmarks que Himmler le había ofrecido: era el sueldo de un teniente de la fuerza más temida de los nazis. Para cumplir el encargo, durante todo 1936 realizó viajes por Francia, Italia e Islandia, donde condujo excavaciones arqueológicas por cuenta del Tercer Reich para encontrar el preciado Santo Grial. Tenía muchas esperanzas, pero todas esas búsquedas terminaron en otros tantos fracasos. Un final sin gloria Después de un año sin obtener resultados ni pistas que hicieran pensar que Rahn podía tener éxito en la búsqueda del Grial, Himmler comenzó a cansarse del experto al que había admirado y despreciado a la vez. Pero echarlo era también una manera de admitir su propio fracaso, y ese era un costo que el jefe nazi no estaba dispuesto a pagar, porque lo pondría en evidencia frente a Hitler. El final de Otto Rahn Entonces Rahn le sirvió en bandeja la oportunidad. A fines de 1936, fue acusado de haber participado en un confuso episodio estando ebrio, por lo que debió jurar abstenerse de tomar bebidas alcohólicas y fue enviado como simple vigilante al campo de exterminio de Dachau, donde fue testigo de las aberraciones que se cometían en nombre de la pureza ideológica y racial. También lo obligaron a comprometerse por escrito a no beber alcohol y a casarse para ocultar su condición de homosexual. Era demasiado para él: no pudo soportarlo y renunció. En su carta pidiendo la baja, le escribió a Himmler que lo hacía “por motivos tan serios que solo pueden ser comunicados oralmente”. El jefe de las SS no quiso recibirlo para escuchar esas razones y le respondió con un telegrama de una sola palabra: “Sí”. Sin trabajo y reducido al ostracismo, empezó a preparar un plan para salir de Alemania, descontando que debería hacerlo de manera clandestina porque nunca le otorgarían el permiso. “Ya no es posible por más tiempo, vivir en el país en el que se ha convertido mi patria. Ya no puedo dormir y comer. Es como si una pesadilla se posara sobre mí”, le escribió a uno de los pocos amigos que le quedaban. Nunca se supo si Otto Rahn viajó por sus propios medios hasta Söll, en la Austria anexada al Tercer Reich, o si fue llevado a la fuerza hasta allí y subido a la montaña para que su cuerpo no apareciera en territorio alemán. Nadie se preocupó en averiguar si se había alojado en Sóll o en las cercanías los días previos a su muerte y tampoco se encontró entre sus ropas una carta que explicara las razones de su supuesto suicidio.
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