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» Diario Cordoba
Fecha: 12/03/2025 07:34
La andanada contra las mujeres trans nunca fue la guerra, tan solo una táctica para desmembrar al movimiento LGTBIQ+ y, sobre todo, al feminismo. Este sí es el verdadero enemigo. Aún está fuerte, lo hemos visto en la celebración del 8M, pero la desunión ha disminuido su capacidad de erigirse en motor de cambio. Con la reivindicación de una masculinidad tradicional como pegamento, la derecha populista y autoritaria va ganando terreno, en especial entre los chicos más jóvenes. Todas las cifras siguen evidenciando la desigualdad de género, pero también hay datos que explican la desubicación de un sector de los hombres jóvenes. Javier Carbonell, uno de los autores de La desigualdad en España (Lengua de Trapo, 2024), apuntaba en un reciente hilo en X algunas tendencias sociales a considerar. Actualmente, hay más chicas que chicos que logran acabar la universidad. En algunos países hay más ninis chicos que chicas. Los procesos de automatización y la globalización han impactado de pleno en los hombres sin estudios y de clase trabajadora. Su pérdida de estatus nada tiene que ver con el feminismo, pero la búsqueda de culpables siempre resulta tentadora. Ya sabemos, la culpa es de los migrantes o de las feministas. Moros y feminazis, en lenguaje ultra. La estrategia ha sido replicada por todo ese magma ultra, antiliberal, neofascista o, directamente, nazi que va tomando las riendas del poder a escala global. Ahí está la Hungría de Viktor Orbán prohibiendo hablar de homosexualidad en las aulas, el Tribunal Supremo ruso declarando «organización extremista» al movimiento internacional LGTBI y Meloni animando a «invertir en la familia», afirmando que «los inmigrantes no solucionan el declive demográfico». Seguro, unos días antes habían muerto 40 migrantes frente a las costas de Italia. El nuevo -viejo- orden ensalza los valores tradicionales asociándolos a identidad, obviando el sufrimiento que generan. Las mujeres, a procrear. Las personas LGTBI, al armario. Y los migrantes, a su casa. Ya no es solo la exaltación del machismo, es su utilización y exhibición para subvertir el orden. Incluso en su versión más criminal. ¿Cómo explicar, si no, el retorno a EEUU de los dos hermanos Tate que permanecían en Rumanía a la espera de juicio acusados de tráfico de personas y violación? Uno de ellos se autodenomina «influencer misógino» y se enorgullece de seducir a mujeres y luego presionarlas para ejercer la prostitución. Ambos son partidarios entusiastas de Trump y su Administración presionó para su retorno. El vicepresidente J.D. Vance se atrevió incluso a defenderlos en un pódcast. En España, el Congreso ha dado luz verde al nuevo Pacto de Estado contra la Violencia de Género con la única oposición de Vox. Rocío Aguirre Gil de Biedma, diputada de la ultraderecha, afirmó: «Sueño con el día en que podamos llegar con la motosierra porque va a ser mítico ver sus caras». Dos mujeres fueron asesinadas el pasado fin de semana en dos posibles casos de violencia machista. Para eso sirve la motosierra. Mítico.
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