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» Diario Cordoba
Fecha: 12/03/2025 07:31
Los días no son calcados. Cada uno tiene su discurso, sus luces y sombras y cada uno guarda sus recuerdos, así como las palabras que son como hojas batidas por los árboles. El lunes fue un día, un 10 de marzo de 2025, que cabalgaba entre las entrañas de las cosas que son y serán bonitas. El día empezó con un golpe de despertador a las siete y cuarto de la mañana y no era el mejor momento para abrir lo ojos, porque los recuerdos eran montones de ceniza sobre los ojos que no querían abrirse, pero era preciso abrirlos para anunciar al pensamiento que el presente vive y no solo el presente, sino la realidad de las personas que siguen marcando una especie de arroyo lleno de vida. Había que hablar de él, de José Antonio Labordeta, del padre, del marido, del abuelo, del yerno, del amigo, del hombre que construyó una forma casi extraña y absorbente de amar y ser amado. Y no era fácil. O al menos volvía a ser doloroso, pero la vida te hace siempre encontrarte con la fragilidad de la belleza y las personas que solo buscan una dulce complicidad en mañanas de riesgo. El sol a veces no quiere esconderse y la ciudad, Zaragoza, era ayer y es hoy un lugar que pasa por las fachadas y no mira al Ebro ni a las calles conocidas y entre un ir y venir te descubre que hay colores que son de naturaleza diversa y no dudan en cantar mirando a un mundo que perplejo nos ve crecer y añora esas miradas que hoy son de curiosidad y mañana serán, quizá, de pena, alegría, frustración, deseo. Había que correr, el reloj así lo exigía, había que llegar a todos los labios que querían volver sobre tu recuerdo y a ratos era difícil saber qué hacer con las sensaciones y menos con las lágrimas que ingratas desvelaban que nada está del todo curado. Hasta que de repente hubo un himno, un canto para decirte que noventa años no son nada y que «que, si estás de viaje, querido Labordeta, apéate en el cole que lleva tu nombre». El sol era ciego y los ojos dos cápsulas en el espacio brotando con una sonrisa humedecida y cargada de besos que dijeron de ti: «Sabiduría, poeta, cantautor, político, orgullo de Aragón». Si hubiéramos pensado mejor forma de desearte felicidades, nada hubiera sido tan sencillo ni tan hermoso. Gracias al Colegio Público José Antonio Labordeta por recordarnos que el olvido es un ovillo lleno de tantos matices que a veces se suspende sobre la risa de un niño que pregunta: ¿Y a Labordeta qué le divertía? Vivir es la respuesta.
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