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» Diario Cordoba
Fecha: 12/03/2025 07:29
Decía Cioran que «toda civilización lleva en sus entrañas la semilla del olvido», como si al hombre moderno le resultara insoportable mirar atrás, reconocer el hilo frágil que une su presente con el pasado. En Córdoba, ciudad proclive al ensimismamiento, esta sentencia adquiere una rotundidad sombría: su pasado venerable es víctima de un desdén cotidiano, de una negligencia institucional que la hunde lentamente en la oscuridad. Caminar por algunas calles de Córdoba es, en ocasiones, un acto de contrición. Basta alejarse de la postal complaciente de patios florecidos para descubrir monumentos silenciosos, casas señoriales agonizantes, muros cubiertos de maleza que se desploman como ancianos exhaustos. Estos lugares hablan desde su mutismo con la lengua amarga que Pessoa definía como «la belleza inútil de lo que fue grande y hoy yace roto bajo la luna». No se trata solo de edificios, sino de la memoria colectiva atrapada en arcos rotos y fachadas desdentadas que denuncian la incompetencia burocrática y la desidia ciudadana. ¿Qué fuerza funesta nos empuja a renegar de lo que somos bajo este disfraz de modernidad? Quizás sea esa actitud mezquina que Umbral llamaba «la comodidad suicida del presente», una pereza espiritual que prefiere la anestesia del consumo antes que la hondura incómoda del espejo histórico. Contemplar estos lugares abandonados es asistir a una lección sombría. Escribía Thomas Mann que «la decadencia es el triunfo final del tiempo sobre la arrogancia humana». En Córdoba, la ruina avanza implacable, ironizando sobre una sociedad que ha perdido el sentido profundo de su existencia. Cada rincón olvidado es una metáfora barroca de nuestra decadencia moral y estética; somos un cuadro de naturalezas muertas incapaces de reconocer nuestra condición terminal. ¿Quién rescatará estas almas arquitectónicas del naufragio del olvido? Ortega y Gasset nos advirtió que «quien olvida su historia está condenado a repetirla», pero Córdoba ha olvidado incluso cómo olvidar. Seguimos caminando sobre las ruinas anteriores, creyendo descubrir caminos nuevos ya recorridos mil veces. No esperemos misericordia para nuestros monumentos mientras seamos rehenes del olvido. Solo una sociedad consciente puede salvarse de convertirse en un museo de ruinas gloriosas. Pero Córdoba, con melancólica altivez, avanza hacia ese oscuro horizonte donde lo único eterno será su olvido. Quizá algún día comprendamos que rescatar lo olvidado es reconciliarnos con nosotros mismos. Pero, hasta entonces, la ruina seguirá hablándonos en voz baja, esperando una respuesta que nunca llega.
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