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  • Mariana Sández y una hermosa novela sobre la soledad, las personalidades grises y las vidas a medias

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 12/03/2025 02:35

    Mariana Sández nació en Buenos Aires en el año 1973 y vive en Madrid. Es escritora, periodista y gestora cultural. Estudió Letras en Buenos Aires, Literatura Inglesa en Manchester, y realizó un doctorado en Teoría Literaria y Literaturas Comparadas en Barcelona. Es autora del libro de entrevistas y ensayos El cine de Manuel, un recorrido sobre la obra de Manuel Antín; del libro de cuentos Algunas familias normales y de la novela Una casa llena de gente. La vida en miniatura es su segunda novela y fue publicada por Impedimenta. El personaje central de esta ficción es Dorotea Dots, quien al borde de los 60 años advierte que lleva una vida a medias, incompleta. Una vida dedicada a los demás y en la que sus propios intereses quedaron relegados. Asistente todoterreno de su padre, un gran artista plástico, pendiente de un hermano que eligió abrirse de la familia, Dorotea se ocupa de la vida de sus padres más que de la propia y ellos por su parte la necesitan pero no la valoran. Un día, su prima inglesa, Mary Lebone, tal vez la persona que más la entiende, le propone un intercambio de países y le da una pista para un trabajo con el que podrá pasar una temporada en el Reino Unido: cuidar casas y mascotas en ausencia temporaria de sus dueños. Esta forma de vida y la distancia de su cotidianeidad la harán reflexionar de una manera singular sobre su propia historia. Lo que sigue es una conversación que mantuvimos meses atrás, durante una visita de Mariana a Buenos Aires, en el marco de la grabación de un episodio del podcast Vidas Prestadas. Mariana Sández. "Lo que me encanta de la literatura inglesa en realidad es lo que ellos llaman el siglo XIX extendido, que es desde fines del XVIII a principios del XX". (Alejandro Guyot) — Me interesó mucho la idea de la vida en miniatura, chiquita. Porque es la vida de Dorotea pero hay muchas otras vidas que aparecen en la historia y que son historias mínimas. ¿Cómo surge la idea de esta novela? — Mira, ahora cuando la publiqué y empecé a conversar sobre ella me di cuenta de que había empezado a pensar en ella mucho antes que en mis otros libros, o sea los que publiqué primero, y a esta tardé más en publicarla, en realmente ponerme a trabajar en ella, pero tiene como 12 años en mi cabeza. Y bueno, se me ocurrió la idea de este personaje que está a punto de cumplir 60 años, a poco de jubilarse, y se da cuenta de que nunca tuvo un trabajo por el cual jubilarse. Un trabajo formal, en realidad siempre trabajó de puertas adentro de la casa. Ese era mi punto de partida. Y al final, en un viaje que tuve que hacer en 2019 por trabajo estuve en Inglaterra un par de meses y entonces ahí, sí, ya se desató la historia tal como es ahora. — ¿El Manchester que aparece en la novela es entonces el tuyo del 2019? — No, mi Manchester es de 1998, todavía no existía el mail por ejemplo. Pero realmente la novela no es de entonces, pertenece a esta época. — Digo porque lo de Manchester aparece importante en términos de lo que significa la formación del padre de Dorotea. Los pintores que influyeron en él. Y las ciudades del Reino Unido son como determinantes para la historia familiar. — Sí, eso creo que tiene que ver con que cuando escribimos, por lo menos a mí me pasa mucho, necesito poder ubicarme visualmente en un lugar y entonces claro, yo tenía ese anclaje de Manchester. Me servía visualizar eso. Pero además me interesó también que aparece un pintor, que es el maestro del padre de Dorotea, que es Lowry, cuya vida me apasiona. Entonces también investigué bastante eso y Manchester servía como un punto de encuentro para ellos. — ¿Qué relación tenés con el arte, con la pintura? — Mirá, no demasiado, pero la verdad es que trabajé en dos de los museos más importantes de Buenos Aires, el Malba y el Bellas Artes. Siempre en el area Literatura pero estuve muy involucrada lindando con todas las artes visuales. — Pero ¿qué te pasó puntualmente escribiendo La vida en miniatura, en donde no solo está la historia de este padre que es un gran artista sino la propia historia frustrada de Dorotea como artista? — La verdad es que siempre me llevo mejor escribiendo sobre arte o sobre otras profesiones y quería que fuera algo que no fuera literatura esta vez porque mi novela anterior era muy meta literaria y entonces elegí la parte artística visual. Y tuve que investigar bastante. O sea, para llegar a entender el estilo de Dorotea o más bien a construirlo me asesoré y les pregunté a mis compañeros de los museos, y de ahí es que tomé lo de la vida de L. S. Lowry. "La vida en miniatura" fue publicada por Impedimenta. — Hay mucho en tu literatura y en esta novela que recuerda a algunas escritoras británicas. Contame un poco cómo es tu formación con esta literatura, que es tan poderosa. — A mí lo que me encanta de la literatura inglesa en realidad es lo que ellos llaman el siglo XIX extendido, que es desde fines del XVIII a principios del XX. O sea, un poco las escritoras que se mencionan en la novela y, a su vez, yo leí mucho sobre sus vidas en el libro que menciono al final, que se llama Hijas escritoras, de Maggie Lane. Ella tiene una cosa muy interesante en ese libro, lo encontré por azar en una librería de usados y la verdad que lo leí y me fasciné porque lo que hace Maggie Lane es recorrer la vida de escritoras, la mayoría muy conocidas, la última cronológicamente es Virginia Woolf, pero después están las Brontë, Jane Austen, George Eliot, Beatrix Potter, y recorre la vida de muchas de ellas, incluyendo a Emily Dickinson, desde la parte biográfica y y la relación que cada una de ellas tiene con sus familias y, sobre todo, con sus padres. Y entonces me sirvió mucho como input, al margen de que me encanta la literatura inglesa, sobre todo de esa época que te digo. — Hay algo que tiene que ver con la historia de amor, o desamor, de Dorotea. Que también forma parte de la insatisfacción o de esa vida por la mitad. ¿Cómo elegiste pintar eso? Me refiero a una persona que está tan entregada a su familia, tan entregada a sus padres y que sigue pidiéndoles a los padres que la miren -puntualmente al padre- y que, al mismo tiempo, está llegando a los 60 años con una amorosidad escasa, por llamarla de algún modo. — Sí, a mí me gusta mucho observar las relaciones entre personas, especialmente en las familias y supongo me fui construyendo esa imagen también a partir de la literatura, o sea la imagen de Dorotea. Hay personajes literarios muy particulares que me marcaron un montón, como el Bartleby de Melville. — Que aparece mencionado. — Que aparece mencionado. O el Wakefield de Hawthorne, que es un cuento que me enloquece. — El hombre que se va... — El hombre que se va enfrente de la casa de la mujer y la mujer no sabe que él está mirándola desde ahí. En fin, “El capote”, de Gogol, ¿no? Estos personajes que son sumamente grises, o algunos de Vila-Matas, de Robert Walser, de Thomas Bernhard. — Stoner es un personaje gris también. — Stoner también, pero yo lo veo más contemporáneo. Tengo en la cabeza a los más clásicos. Pero también. Y en definitiva siento que mi admiración por esos personajes me ayudó a componer a Dorotea. O también, por ejemplo, Camilo Canegato de Rosaura a la diez, de Marco Denevi. — Sí, aparece ese personaje también. — Sí, eso porque nosotras, cuando estudiamos en la Facultad con las chicas, después íbamos por la calle y decíamos “Ahí va un Camilo Canegato, allá va un Camilo Canegato”. Esos personajes que, por un lado, te parecen tan raros, tan particulares, como no posibles o irreales, y, después, la vida está lleno de ellos. "Una casa llena de gente", en edición de Compañía Naviera Ilimitada. — Como el Natalio Ruiz de Sui Generis, el hombrecito del sombrero gris. — Ah, mirá, eso no lo tenía presente. — Es de los primeros temas de Sui Generis. En tu novela aparecen mucho los Beatles. Una podría decir “bueno, está escribiendo una novela que transcurre en el Reino Unido”. Pero no transcurre en el tiempo de los Beatles. — No. — Y aparecen personajes con los nombres de las letras de los Beatles. — Sí, tal cual. Bueno, un poco es un guiño, un chiste, el hecho de que aparezca un cura que es el padre McKenzie, ¿no? Porque en definitiva yo creo que la novela es una novela sobre la soledad. Y, en ese sentido, a mí siempre me pareció que la canción “Eleanor Rigby”, que es la de toda esa gente solitaria, tiene estos dos personajes que son la soledad en sí misma: Eleanor Rigby y el Father McKenzie. Si uno lee la eltra del tema de los Beatles, mí siempre me impresionó que en tres o cuatro estrofas te da una novela. Vos podés construir una novela a partir de esos dos personajes. Y si bien esta no es esa novela, de algún modo juega sí con esa intertextualidad. — Bueno, no lo es pero los contiene en algún punto, ¿no? — De algún modo sí están ahí. Están de costado, sí. Pero para mí eran dos personajes muy protagónicos. Ese tema de los Beatles me encanta. — Otro tema que aparece tiene que ver con el ocultamiento, o con la vida de mentira, por decirlo así. Con la posibilidad de estar durante años cerca de alguien y que, de pronto, todo lo que sabías sobre ese alguien en realidad era una ficción. ¿Eso estaba en el comienzo de tu idea de esta historia o fue apareciendo? — No, eso apareció. Yo tenía toda la historia de Dorotea y Mary y la idea de que se cambiaban de país, o sea, hacían ese intercambio, y bueno, todo el recorrido de Dorotea por Inglaterra. Pero me daba cuenta de que me faltaba algo de tensión. Y se me ocurrió la idea de su pareja, y ahí apareció todo junto de repente, ya hacia el final de la construcción de la novela. Pero me apareció toda hilvanada. — Y le dio un cambio fundamental. — Sí, total. Y además es el anclaje o el pie acá, en Buenos Aires. Porque la historia de ellos juntos es en Buenos Aires y la de ella sola es en Inglaterra. — Y algo muy interesante es la estructura, en el sentido de que los diferentes tiempos están dentro de los mismos capítulos aunque van cambiando las voces. Las historias que se van narrando te cuentan el ayer y el hoy. ¿Cómo fuiste armando eso, que suele ser bien complejo para que un lector no se pierda? — Yo me imagino la historia de Dorotea en el presente en Inglaterra y ganándose la vida en colores y lo de ella en Buenos Aires en el pasado, en blanco y negro. Entonces iba como cromatizándolo; lo iba como intercalando, casi como cuando uno entreteje. Pero sinceramente no sabría decirte más que eso. O sea, no lo sé. Igualmente, lo que decías antes sobre el ocultamiento. Yo hace tres días que llegué a Buenos Aires y cuando recorro la ciudad y voy por los lugares que tanto conozco pensaba: ¿quién es la que soy? Porque también eso de volver a los lugares, o de ver en tu vida en los lugares que fueron, te hace plantearte, o sea, te hace ver todo desde un extrañamiento muy particular. — ¿Vos decís que no sos la misma Mariana Sández en Buenos Aires y en Madrid? — No lo sé, es algo que me pregunto. Pero más allá de eso, es el extrañamiento que se te produce, y lo he leído en muchos libros y tal vez en éste haya algo de eso, que es cuando volvés a tus lugares de siempre pero habiendo estado mucho tiempo afuera. Ves las cosas con una distancia y un extrañamiento que es muy raro de explicar. "Cuando volvés a tus lugares de siempre pero habiendo estado mucho tiempo afuera. Ves las cosas con una distancia y un extrañamiento que es muy raro de explicar" (Mariana Sández) En la foto, Mariana en un festival literario en Zagreb. — De hecho hay gente que, viviendo afuera, puede escribir sobre ciertas cosas de su lugar de origen con una perspectiva que la cercanía no te da. — Exactamente. — ¿Sentís algo de eso? — Sí. Por eso digo, los períodos de Dorotea en Buenos Aires los veo con eso que decía: en blanco y negro. Un poco tiene que ver con mi experiencia de escribir desde lejos. — ¿En qué sentís que ganás como escritora al estar lejos no solo de tu país sino también del mundo de los escritores, del mundo cultural argentino? O sea, al no estar inmersa en todo eso una podría pensar en principio hay una pérdida, pero a lo mejor también se gana algo. — Ay, la verdad que no lo sé porque se extraña un poco, se echa de menos. Pero, a la vez, es maravilloso, por lo menos lo que me pasó en Madrid, que es volver a empezar ya de grande y rearmar todos tus círculos y volver a insertarte con facilidad. O sea, también está bueno porque es probarte que se puede; es como uno les dice a veces a los hijos cuando los cambia de colegio: ahora vas a tener amigos en más lugares. Es verdad, ahora siento que tengo más círculos y en Madrid en este momento, además, hay mucha gente de Latinoamérica, entonces también se te amplifica esa posibilidad. Después, los argentinos se la pasan yendo para allá. Y yo vengo. Entonces, se mantiene ese contacto que está bueno. — ¿Y para escribir? ¿Hay algo menos contaminado? — Mirá, hay un tema con el lenguaje que es complicado. Por ejemplo, mi novela anterior es mucho más argentina y a la gente de España le cuesta más porque tiene distintas voces de personajes que hablan muy como se habla acá, en distintos registros y eso. Y en Una vida en miniatura yo siento que es un lenguaje mucho más neutro. — A ver, quiero que se entienda bien lo que voy a decir. Por momentos me daba la sensación de que estaba ante una excelentísima traducción de una novela inglesa. Y a mí eso me gusta, particularmente. O sea, no lo siento ajeno porque una se formó también leyendo esa literatura. Es más, extraño las excelentes traducciones de las novelas inglesas. — Es verdad, eso me pasó a mí cuando empecé a leer a Eduardo Berti, que vive en Francia, bueno, en esa época vivía en España, también, y yo le dije exactamente eso. “Eduardo, cómo hacés para escribir así, parece que no fueras de ningún lugar”. Y él no me lo supo explicar, como yo ahora tampoco te lo puedo explicar. Pero es verdad que al estar en España se empieza a producir una, cómo decirlo, una disrupción mental según la cual te planteás casi cada palabra, en el sentido de que si yo voy a poner “colectivo”, me digo: “pero quién va a entender acá qué es un colectivo”. O sea, van a pensar cualquier cosa. Entonces, sin querer empezás a tener ese ruido en la cabeza que, por un lado, es muy incómodo y, por otro, te hace reflexionar mucho acerca del lenguaje y de cómo nos comunicamos. Por ejemplo, alguien en España vino y me dijo: “Ay, me hiciste saber que ustedes le dicen playo al plato, plato playo”. Y a mí nunca se me hubiera ocurrido pensar que el plato playo se llama de otra manera. O bueno, hay miles de palabras que te dicen: “no sabía que esto existía”. Sobre la escritura y las palabras, al vivir en España: "Sin querer empezás a tener ese ruido en la cabeza que, por un lado, es muy incómodo y, por otro, te hace reflexionar mucho acerca del lenguaje y de cómo nos comunicamos". — No te parece algo perturbador sino, más bien, enriquecedor. — No lo sé. O sea, las dos cosas. Me parece perturbador pero que a la vez esa reflexión sobre el lenguaje es interesante. Porque si yo estuviera escribiendo acá, eso no me pasaría, probablemente. Y, por un lado, está buenísimo que no te pase pero tiene su jugo que también tengas que hacerlo y ponerte en más de una mentalidad a la vez. O sea, más de una idiosincrasia a la vez. Y eso tal vez le da cierta, por llamarlo de cierta manera, amplitud o universalidad porque te estás adaptando a públicos muy diferentes y tenés que hacer ese esfuerzo. — Hay algo en tu literatura con los vínculos, las familias y las hijas a las que les cuesta desprenderse. ¿Qué pensás de eso? — Pienso que me interesa muchísimo cómo se producen las relaciones y cómo en el seno de cada casa uno se convierte en la persona que es a partir de esas pequeñas interrelaciones con los demás. Entonces, que si por ejemplo entre hermanos hay un primer hermano muy desordenado, muy desastroso, probablemente el segundo hermano va a salir ordenado, el que complace a los padres, el que se porta bien, el que es buen alumno. Es como una cosa que yo me la paso estudiando en la observación de los demás, directa o indirectamente, ¿no? Es algo que me interesa mucho. O sea, en otra vida por ahí fui psicóloga. Pero me encanta el descubrimiento de eso y la comprobación; como que a veces tengo determinadas ideas de cómo funciona la cabeza y después lo veo. O cómo a veces la literatura me permite, justamente, explorar en ese sentido porque no lo tengo claro hasta que lo escribo. Y, por ahí, esta presencia que vos decís de las hijas o, sobre todo, la relación madres-hijas es algo que sí, que surge en mí, pero que no lo tengo planeado de antes sino que me ocurre cuando escribo. — Bueno, en La vida en miniatura de todos modos aparece más fuertemente la relación padre-hija. — Sí. — Pero yo pensaba en esta cosa de lo que cuesta volverse adulto. O lo que cuesta volverse independiente, más bien, ¿no? — También. Y, sobre todo, tener, me parece, autoestima, confianza, seguridad. La protagonista de mi novela anterior era escritora pero le costaba mucho publicar porque no tenía la consideración de sí misma que hace falta para eso. Y en este caso, ella es una pintora pero que no se anima a darse a conocer. O sea que sí. Pero bueno, esas cosas aparecen en el inconsciente cuando uno va escribiendo. — Sí, pero en esta novela además aparece claramente el aplastamiento de la figura paterna ante la cual es todo imposible: “qué voy a hacer yo al lado de este monstruo. Y por otra parte soy su asistente”. — Totalmente. Pero, además, es que realmente a mí me gusta mucho ese tema. Pensá, lo he visto no solo en artistas, también en grandes personalidades, no voy a dar nombres, pero incluso acá en Argentina, hubo y hay gente muy importante públicamente y te das cuenta de que todos los hijos están muy disminuidos. Entonces, me impresiona mucho cómo se produce eso. Me gusta observarlo y me gusta replicarlo. — Algo que me gustó es una frase que aparece a partir de esto de Dorotea cuidando las casas, y es si es posible extrañar una vida que en realidad no fue tuya. Y a una le pasa, a veces, cuando estás un cierto tiempo en un lugar, trabajando, por ejemplo, y después te vas, y por ese breve tiempo se genera una pequeña nostalgia y de pronto decís: sí, pero no es mi vida. — Sabés que eso me pasó sobre todo en Barcelona. Cuando era joven, después de Manchester estuve un tiempo estudiando el posgrado en Barcelona. Y cuando me tuve que ir, acabado el año, me había agarrado tanto amor por esa ciudad que primero no me podía ir, pero cuando me fui, después me dolía acordarme y me dolía volver. Cuando volvía de visita me hacía mal saber que iba a estar ahí provisoriamente, que no me iba a quedar. Pero sí, eso ocurre. — Es casi como una relación amorosa. — Total. Total. Y que de verdad me hacía sufrir. O sea, por lo menos yo soy así. Pero no sé si a todo el mundo le pasa aferrarse tanto a los lugares en sí, más allá de la gente. “El estanque” (1950), de L. S. Lowry. Sobre la obra de este pintor se basa el estilo de Dorotea, la protagonista de "La vida en miniatura". — ¿Te costó conseguir los nombres para tus personajes? Parece una pregunta pavota pero hay algo en esta novela en donde los nombres resuenan, por eso te pregunto. — No. Bueno, Dorotea Dots me vino de entrada. Yo ni me acuerdo cómo porque te digo, fue como hace 12 años. Pero supe enseguida que era ese nombre. Y con el nombre me vino la personalidad, además. Pero, después, los otros, no, fueron poco a poco. Mary Lebone apareció en Inglaterra, ya en ese viaje que hice porque Marylebone escrito todo junto es un barrio y la estación de tren. Pero, como me encanta, lo corté. Me gusta, me divierte jugar con esas cosas. O el índice, por ejemplo, viste que el índice está todo partido como una especie de anagrama, que si lo juntas es “mandando todo un poco al diablo desde ahora y para siempre”. Eso es un intertexto o un guiño a un cuento de Vila-Matas que se llama “Mandando todo al diablo”. Siempre me gusta hacer esos juegos pero porque me divierto yo en realidad. — ¿Y con la música? Porque este libro tiene música. — Sí, además tiene esos dobles planos en donde personajes de la novela dentro de la ficción construyen temas musicales, componen, y uno puede encontrar sus temas musicales por fuera. Eso tuvo que ver con que un muy amigo de acá que trabajaba en el Bellas Artes conmigo es Mariano Gilmore y es músico. Primero lo puse a él y a la mujer como personajes. — Como los Gilmore. — Claro, los Gilmore. Que no son obviamente exactamente ellos pero bueno, más o menos. Sí, con sus nombres. Y después le dije a Mariano, su familia es de Liverpool en realidad, le dije: ¿no te animás a hacer música de verdad? Me dijo sí, sí, lo hacemos. Y puede escucharse online. — Pero esa música vino después. — Eso lo inventaron ellos, bueno, un poco con participación nuestra de parte de la letra. Pero la compusieron ellos, sí. Mariana Sández: "Quiero vivir mucho para poder leer mucho. O sea, mi esperanza de vida tiene que ver con eso". (Alejandro Guyot) — ¿Y qué relación tenés vos con la música? — Yo de chica quería ser cantante de jazz: a mí me gusta muchísimo y encima tengo una familia, o sea, mi marido está muy vinculado con la música. Sus hijos, muy vinculados con la música. Es algo que ocurre en casa absolutamente todo el tiempo. A mí me gusta mucho, pero al lado de ellos la verdad es que sé bastante poco. — Decís que sabés poco de música y poco de arte. ¿Y sentís que sabés mucho de literatura? — Sí, de literatura, sí. Y cada vez más porque, además, ahora tengo muchísimos clubes de lectura y vivo leyendo, entonces me siento cada vez más formada pero, a la vez, uno tiene la sensación con cualquier aspecto del arte, y yo sobre todo con la literatura, que es tan infinita, es tan inmensa e inabarcable, que siempre se te va. Pero de eso me encanta sentir algo que siempre dije y es que quiero vivir mucho para poder leer mucho. O sea, mi esperanza de vida tiene que ver con eso. — La comparto absolutamente. ¿Y qué te pasa con la gente que no lee? — Me produce mucha curiosidad. No entiendo cómo se puede vivir sin leer. O sea, los respeto absolutamente y me maravilla, por otro lado, porque yo no sé estar sin leer. O sea, me aburro. Durante mucho tiempo, incluso de joven, no podía estar en ningún lado si no estaba prácticamente con un libro en la mano. Me costaba, me aburría. Con el tiempo y con hija y todo aprendí a sobreponerme a eso, a ser más madura. Pero siempre me costó prescindir de los libros. — ¿Los problemas de socialización de Dorotea tienen que ver con algo por lo que hayas pasado o por lo que pases en general? ¿Es un tema que te cuesta? — ¿La socialización? Más me había identificado con la protagonista anterior, con Leila, que sí obviamente hay una cosa como de soledad y de querer mantener mucho ese espacio privado. De limitar. Limitar, sí, un poco la interrelación con los demás. Pero, como te digo, creo que lo he madurado. O sea, creo que ahora soy más capaz que cuando era joven. — Pero, entonces, te pasó. — Sí, toda la vida. Sí, siempre fui muy solitaria y muy para adentro, muy introvertida. — ¿Y qué te pasa con la gente que va a verte o a estar con vos porque quiere empezar a leer? — Eso me fascina porque lo que sea hablar de libros me saca de mí. O sea, son los libros lo que importa. Entonces, realmente se produce una cosa tan mágica. Me encanta ir a dar los grupos y a ellos les encanta venir. Para mí es mágico hablar de libros, ahí no me privo de nada. Pero porque, otra vez, los libros son lo que importa. No me gusta hablar de mí, me gusta hablar de ellos. El libro de cuentos "Algunas familias normales" fue publicado por Compañía Naviera. — Y, volviendo a tu literatura, ¿te costó despedirte de Dorotea cuando terminaste? Pienso en eso porque fue un personaje que tuviste tanto tiempo en la cabeza. — Siento que no me despedí. Siento que sigue estando. Obviamente, bueno, no vamos a hablar del final pero sigo estando con ella, o sea, la tengo conmigo. Y siento que yo a mis personajes nunca los dejo. O sea, como que siempre de algún modo van a volver en las próximas historias, también. — Podrían volver en cuentos. Podrían volver en otras novelas como personajes secundarios. ¿Así pensás? — Sí. Por ejemplo, a ver, Dorotea ya aparecía en Una casa llena de gente. Aparece mencionada. Como yo ya la tenía a Dorotea en la cabeza, aparece en esa primera novela. Al principio de la novela dice que era una muy amiga de Granny, que fue para Leila como una segunda madre. Mi idea era en el futuro trabajar con otro de los personajes que aparece en este libro. Y en la novela de ahora estoy trabajando con Charo, que era un personaje de Una casa llena de gente. O sea que siempre están interconectados un libro con otro y siempre tienen ahí como un pequeño cameo, una aparición. — Eso forma parte de un programa literario. — Sí, pero -otra vez- porque a mí me gusta mucho, o sea, para mí escribir es jugar. Y todo lo que sean como pequeños, mínimos desafíos, tipo el cubo mágico, cómo hago para ensamblar esto con esto, cómo hago para que esto dialogue con esto, es porque a mí me entretiene. Como rearmar cosas, editar. Es un poco el tipo de juego que me gusta hacer cuando escribo. *La entrevista con Mariana Sández puede escucharse acá.

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