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    » El litoral Corrientes

    Fecha: 10/03/2025 05:20

    “No queremos un gobierno autoritario, tampoco un gobierno de los jueces, pero es inimaginable un gobierno sin los jueces” Jorge Eduardo Simonetti, “La república, al carajo”, 22/12/2022 En un artículo publicado en diciembre de 2022, cuando Alberto Fernández se aprestaba a desconocer un fallo de la Corte en relación a la coparticipación de Caba, alertaba sobre los peligros de tal comportamiento. Dije que “ese alzamiento, es el abandono de la última estación del respeto al sistema democrático, al estado de derecho y a la ley como mandato civilizado de las sociedades. Tomar el atajo de la prepotencia, parece ser el único camino que conoce el autoritarismo kirchnerista”. Los numerosos intentos de Cristina Kirchner, por someter a la justicia a los dictados del poder, fueron una y otra vez rechazados por la Corte. La inconstitucionalidad de la Ley de Democratización de la Justicia, es el ejemplo más contundente de ello. Antes, la izquierda “progresista” tuvo los mismos objetivos que la extrema derecha, ambas ultras, de copar la república. Hoy los métodos son distintos y más disruptivos. El kirchnerismo copó el Congreso con sus mayorías, pero sus intentos por someter al Poder Judicial con leyes insólitas no tuvieron éxito. Sin embargo, Javier Milei ha demostrado que no son necesarias las mayorías para “manejar” el Congreso, ni que necesite “leyes” para domesticar a la Justicia. Es más, se ha declarado el primer mandatario como el “topo” del Estado, alguien que se cuela en una organización (“delictiva como lo llamó”) para destruirla desde adentro. Lo grave es también que en ese trabajo subterráneo, y no tanto, el topo está también derruyendo la propia república. “El presidente ha obtenido dividendos legislativos con el “toma y daca”. También que se pueden designar jueces sin acuerdo del Senado. Una manera de debilitar la república sin el estilo K de las mayorías obedientes”. Apenas con un puñado de legisladores inexpertos y poco capaces, Milei mostró a una “casta” legislativa susceptible de entrar indisimuladamente en el “toma y daca” y darle los votos que necesita, así cueste volteretas en el aire de los “héroes” que cambian posturas cómo de camisa. Si con una minoría extrema en el “Capitolio”, obtuvo lo que le vino en gana, no imaginamos que podría hacer si, en las legislativas de octubre, obtiene un triunfo en toda la línea. Nerón, un poroto. La multitud aplaude, enajenada, el incendio de la república. Pero siempre hay un punto de corte, un antes y un después. Tal vez la reacción a la designación de dos jueces por decreto y el criptoescándalo, sean el cisne negro para el comportamiento omnímodo del Poder Ejecutivo. El jueves, como novedad, la Corte, con el voto de García Mansilla, Rosenkrantz y Rosatti, rechazó la licencia extraordinaria pedida por Lijo, lo que insta a éste a renunciar para asumir o esperar la decisión del Senado. Botón en pausa. ¿Posición principista de García Mansilla o estrategia maquiavélica del presidente? No lo sabemos. Lo que si sabemos es que el movimiento presidencial despertó a los adormilados senadores, que se encuentran en la búsqueda del noveno voto de la comisión para llevar el asunto al recinto y, cómo debió haber sido antes, someter a suerte y verdad el acuerdo de los propuestos. Si el pleno de la cámara alta trata los pliegos, la falta de la mayoría necesaria para conferir el acuerdo puede llevarse puestos no sólo a Lijo sino también al recién asumido García Mansilla. En el nuevo esquema de poder de la ultraderecha en el mundo, los magnates tecnológicos tienen un papel fundamental, caso Elon Musk. No sólo desintitucionalizan el manejo del Estado, sino que se hacen cargo de decisiones que nunca debieran estar en manos privadas. “Creo que el gobierno le soltó la mano a Lijo y podría también sufrir las consecuencias García Mansilla. Sería una dura derrota política de Milei, aunque pueda renovar su propuesta con otros candidatos más potables”. Allí es bueno reproducir un diálogo que se ocasiona en la nueva serie de Netflix, “Día Cero”, entre el protagonista interpretado por Robert De Niro, encarnado a un expresidente (integrante de la “casta”, podríamos decir en términos libertarios) y una poderosa empresaria tecnológica. Nos lo ha recordado Jorge Fernández Díaz en su columna de La Nación. Ella, como representante del nuevo orden mundial, le espeta al “viejo meado” un aforismo de Benjamín Franklin: “Quiénes renuncian a la libertad esencial para comprar seguridad temporal, no merecen ni la libertad ni la seguridad”, agregando que “cada potencial autocracia comienza intentando someter al sector privado”. De Niro asiente pensativo: “Las tecnológicas no quieren la intervención del gobierno”. Pasado unos días, vuelven a encontrarse, y el expresidente en la ficción le expresa: “Por cierto, señora, equivocó el otro día la cita. En realidad, Franklin dijo que no debíamos sacrificar la libertad civil. No se refería a la libertad personal”. La empresaria tecno, entre confusa y desafiante, lo interroga: “¿Y cuál es la diferencia?”. La respuesta del veterano político es para ponerla en un cuadro y recordarla todos los días: “La libertad personal le permite a gente como usted hacer lo que quiera. La libertad civil es la que nos protege al resto de los ciudadanos de las personas como usted”. Golpe de nocaut, en la ficción, para Elon Musk, Trump, Milei, Hayden Devis. Pero la ficción no reemplaza a la realidad, aunque pueda representarla en las pantallas. Los magnates tecnológicos siguen avanzando en la dominación de las sociedades, y los poderes públicos cada vez están más impotentes para enfrentar esos peligros. “Hoy la tecnología ha convertido a la sociedad en una masa ciega e incapaz de separar el polvo de la paja. Estamos inmersos en nuestra jaula mental, sólo consumimos contenido “amigo”. Una de las principales consecuencias que provoca el “síndrome de las redes sociales”, es el aislamiento físico, psicológico e intelectual. Cada cual vive en su burbuja, no interactuamos, no nos escuchamos, no conocemos otras campanas. Tanto Google, como Instagram y otras, nos muestran lo que indican nuestras inclinaciones. Nada más. Todo lo que nos gusta, o lo que coincida con nuestras posiciones, está en los primeros planos de exposición virtual. En consecuencia, no sólo estás aislado sino preso de tus propios sesgos, incapaz de escaparte de tu jaula mental, con el cerebro a medio funcionar, sin posibilidades de conocer la opinión distinta, de sopesar hechos y posturas. ¿Qué significa ello en nuestro tiempo? Que los empresarios tecnológicos y toda la pléyade que pulula en las redes, incluyendo los contratados por los gobiernos para imponer su pensamiento único, nos tienen esclavos de sus propósitos. Es cierto, resulta patético ver a kirchneristas reclamando república. Pero más peligroso es hoy advertir la manera en que avanza la dictadura tecnológica, abrazada a doctrinas extremistas que ocupan los sillones del poder. Un atributo cultivado desde siempre por los ultras -antes de izquierda, ahora de derecha- es lo que en la Grecia clásica se denominaba la “hybris”, característica de la tragedia griega. Significa desmesura, exceso, transgresión, soberbia y, como colofón, ceguera. Esa es la enfermedad del poder extremista, y Milei la padece. Temo que cuando pase la luna de miel que el presidente transita, todavía, su modelo político tal vez sea capaz de sepultar a su modelo económico.

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