10/03/2025 08:30
10/03/2025 08:30
10/03/2025 08:30
10/03/2025 08:30
10/03/2025 08:30
10/03/2025 08:30
10/03/2025 08:30
10/03/2025 08:30
10/03/2025 08:30
10/03/2025 08:30
Buenos Aires » Infobae
Fecha: 10/03/2025 05:15
Jennifer Kesse era una brillante ejecutiva: era gerente de finanzas en Central Florida Investments Timeshare Company, donde se convirtió en la más joven de la empresa en ocupar un cargo semejante Es martes 24 de enero de 2006 y son las siete de la mañana. Jennifer Joyce Keese (24) se mueve rápido. Hace poco tiempo que vive en este luminoso departamento que adquirió con su propio dinero. Su vida es el sueño de cualquiera: casa propia, un puesto gerencial en una empresa, un novio adorado, vacaciones en el exterior. Jennifer se apura. Hace menos de dos días que volvió de un breve viaje al Caribe. Se ducha, apoya la toalla húmeda en la mesada. Se seca el pelo desmechado rápidamente. Su pijama queda abandonado en el piso del baño. Entre las dos bachas quedan también desparramadas algunas otras cosas como maquillaje y crema. Se coloca los lentes de contacto y deja la cajita vacía a la vista. Sobre la cama de su cuarto están los outfits que descartó para usar con sus zapatos nuevos. Tiene un gran desorden, lo sabe, pero también los minutos contados para estar lista y llegar puntual a la reunión en la oficina. Ya ordenará a la vuelta. Aunque no habrá ninguna vuelta. Y sí, sus minutos efectivamente están en tiempo de descuento. Despreocupada y feliz atraviesa estos últimos instantes de su vida que no anuncian la tragedia, pero se agotan inevitablemente. Toma sus llaves, su cartera, su teléfono y el olvidado móvil de un amigo de su hermano llamado Travis. Son las 7:30, está preparada para bajar al estacionamiento a buscar su auto y partir. Así encuentran sus padres las cosas dentro de su departamento cuando, ocho horas después, llegan a Orlando alertados por los compañeros de trabajo de Jennifer que no saben nada de ella porque no ha llegado nunca a su reunión. Nadie podía anticipar que la angustia de esas primeras horas sería perpetua. La vida antes de evaporarse Jennifer Joyce Kesse nació en New Jersey el 20 de mayo de 1981. Se crio con sus padres, Drew y Joyce Kesse, y su hermano menor Logan, en Tampa, en el estado de Florida, Estados Unidos. Hizo el secundario en el instituto Vivian Gaither High School y, luego, ingresó a la Universidad Central de Florida, en Orlando, para estudiar finanzas. Se graduó con honores en 2003. Uno de sus primeros novios importantes fue un joven llamado Matt Sullivan. Salieron un tiempo. Matt era muy amigo de su hermano menor. Cuando Jennifer decidió romper la relación, Matt se resistió bastante a perderla. Finalmente, tuvo que aceptar las cosas como eran y continuó con su amistad con Logan. Brillante y ejecutiva, a Jennifer le costó poco conseguir un excelente empleo en Central Florida Investments Timeshare Company donde ingresó y escaló puestos con rapidez. En poco más de un año llegó a gerente de finanzas y se convirtió en la más joven de la empresa en ocupar un cargo semejante. Le iba tan bien que pudo comprarse, en noviembre de 2005, un departamento en el segundo piso de un condominio cerrado llamado Mosaic, en el número 3700 de la calle Conroy, en Millenia, un suburbio de Orlando. Quedaba relativamente cerca de su trabajo en Ocoee, a unos veinte minutos de coche. Sentirse segura era para Jennifer un tema importante por eso había escogido un sitio con vigilancia. Para enero de 2006 ya hacía un año que Jennifer salía con Rob Allen, quien vivía en Fort Lauderdale, a tres horas de auto de donde estaba ella. A pesar de esa distancia pasaban casi todos los fines de semana juntos. La tercera semana de enero de 2006 Jennifer y Rob pasaron unas breves vacaciones juntos, en un paraíso caribeño: Saint Croix, en las Islas Vírgenes. Jennifer tenía como padres a Drew y Joyce, a Logan como hermano menor y a Rob como pareja. Vivía en un condominio cerrado llamado Mosaic de la ciudad de Orlando Jennifer le prestó su departamento, ese fin de semana en el que estuvo ausente (sábado 22 y domingo 23 de enero), a su hermano menor para que fuera con amigos. Logan fue con varios, entre ellos su mejor amigo Travis y también Matt Sullivan, el ex de Jennifer, quien ya estaba de novio con otra chica. Jennifer y Rob regresaron de sus vacaciones en un vuelo la noche del domingo 22. Ella decidió cargar nafta y quedarse a dormir en casa de Rob en Fort Lauderdale no quería manejar de noche. Saldría muy temprano por la mañana directo hacia su trabajo. Tendría hasta Ocoee unas tres horas de viaje. El lunes 23 se levantó antes de las 5 de la mañana para emprender su regreso. Uno de los peajes registró su auto a las 6:16. Llegó a la oficina y estuvo todo el día en contacto con sus padres, su hermano, su íntima amiga Lauren McCarthy y Rob. Logan le pidió un favor: Travis se había olvidado el celular laboral en el departamento de Jennifer y le preguntó si podría enviárselo por correo. Jennifer le dijo que sí, pero que lo haría el martes. Según Joyce su hija estaba encantada y ese mismo día compartió con ellos por teléfono cada detalle del viaje que habían hecho. “Estaba realmente feliz, en una nube”, reveló al medio 48 Hours. Jennifer trabajó todo el día y salió hacia su departamento después de las 18. A las 18:16, su Chevrolet Malibú modelo 2004 negro licencia H90KYC, pasó por el peaje en la ruta hacia su casa. Llegó al condominio antes de las 19. Siguió hablando con unos y otros. En un momento de la noche, mientras ella conversaba con una amiga, alguien golpeó la puerta del departamento de Jennifer, el 2226. Ella le dijo a su interlocutora telefónica: “No voy a responder” y mencionó al pasar que podía ser un vecino. Siguió con su charla. Más tarde, ya en la cama, habló un buen rato con su novio Rob. Casi una hora. Discutieron un poco por la compleja relación a distancia. Jennifer le reclamaba a Rob más atención. A las 21:57 cortaron la llamada. Fue la última vez que alguien supo algo de ella. La mañana del martes 24 Rob no recibió el habitual mensaje de su novia. Recuerda haber pensado que era extraño que no se lo hubiese enviado. Mientras manejaba hacia su propio empleo la llamó, pero la comunicación fue directo al buzón de voz de Jennifer. Rob comentó en una entrevista posterior: “Sabía que ella estaba con mucho trabajo, muy ocupada, así que le dejé un mensaje y seguí con mi día”. Más tarde insistió con sus llamadas. Una y otra vez caía en el maldito buzón de mensajes. Esto sí lo alarmó, no era para nada frecuente algo así con Jennifer: “Demasiado extraño”. El baño y la toalla que dejó Jennifer antes de salir de su casa por última vez Paralelamente, esa misma mañana, el jefe y los compañeros de trabajo de Jennifer se sorprendieron mucho al ver que ella no se había presentado para la importante reunión que tenían agendada. Jamás se ausentaba, no era propio de ella. La llamaron varias veces, pero no pudieron localizarla. No atendía el teléfono. A las 11 de la mañana decidieron contactar a sus padres para ver si ellos sabían algo. Drew y Joyce tampoco pudieron comunicarse con su hija así que, sin pensarlo demasiado, se subieron al auto y condujeron dos horas hasta el condominio de Jennifer. No era una conducta esperable de ella. Logan, preocupado también, decidió ir con su amigo Travis para ayudar a sus padres a encontrar a su hermana. Llegaron a las 15:15 al condominio Mosaic. Le pidieron al mánager del complejo, al que notaron grosero y poco colaborador, una llave para poder ingresar al departamento de Jennifer. La puerta no estaba forzada. Lo primero que vieron, al lado de la entrada, fue su bolso de viaje negro. Estaba abierto, pero todavía sin deshacer. El dormitorio parecía prolijo, había algo de ropa sobre la cama. El baño había sido usado hacía muy poco, era obvio. Las paredes de la ducha todavía estaban mojadas y había algo de agua acumulada en las esquinas. La toalla que Jennifer había usado estaba húmeda y apoyada sobre la mesada con doble bacha. Se notaba que había utilizado su buclera y el secador, se había colocado los lentes de contacto (la caja estaba vacía) y se había maquillado. Faltaban sus llaves, su teléfono, su cartera y su Ipod. “Cuando llegamos no había nada raro. Era algo típico. Jen apurada por irse a trabajar, el make up tirado, lo que había usado sobre la cama deshecha, una serie de equipos de ropa que seguramente se había probado sobre la colcha…”, dijo Joyce en el programa de televisión The Nancy Grace Show. Faltaba lo lógico y lo que, en cualquier caso, se hubiera llevado con ella: celular, llaves, documentos. “Ella durmió allí y se levantó normalmente para ir a su trabajo (...) Cerró la puerta de su condo y ahí comienza el misterio”, aseveró su madre. El caso es que Jennifer salió, pero no llegó a ningún sitio. Logan Kesse intentó ese mismo día hablar con los trabajadores que pululaban por el condominio. Los percibió evasivos, como si supieran algo y callaran. La mayoría ni siquiera hablaba inglés. Sus padres decidieron de inmediato llamar a la policía: su hija no llegó a su trabajo, no está en su casa, es rubia, de ojos azules, mide 1,73, es educada, tiene 24 años, está de novia, no ha tenido jamás conductas extrañas y son una familia unida sin conflictos de ningún tipo. La describen una y otra vez, pero los agentes no se toman en serio las cosas. Esgrimen que han pasado pocas horas, que la joven es una adulta, que puede haber ido a cualquier lado por su propia voluntad. Además, dentro del departamento no hay ningún signo de lucha, ni sangre, ni nada. Para los agentes es demasiado pronto para alarmarse de esa manera. Los Keese chocan de frente con el muro habitual en las denuncias por desapariciones de mujeres mayores de edad. Y se pierden esas horas cruciales para levantar huellas y evidencia. El cartel de búsqueda de Jennifer Kesse Aparece el auto, pero sin Jennifer Los padres llaman a hospitales, su hija podría haber tenido un accidente. Tocan timbres dentro del condominio e intentan hablar con todos. Detectan, además, que su auto negro tampoco está en el estacionamiento del complejo. Drew y Joyce llaman a los medios, saben que el tiempo apremia y comienzan a distribuir carteles con la cara de su hija. Al filo de la noche, alrededor de las 19, y ante la insistencia de la familia, la policía inicia la investigación oficial. Ya para este momento el departamento de Jennifer ha sido pisoteado y revuelto por su familia y amigos. Han pasado por allí, al menos, unas catorce personas. La policía insiste en la teoría de que Jennifer salió el 23 y desapareció esa noche. Para la familia está claro, por todo lo que han visto en su departamento, que Jennifer durmió allí y que su rastro se evapora la mañana del 24. Finalmente los agentes se convencen de que la familia tiene razón, la torre que capta la señal de los celulares la sitúa en su casa la noche del 23. El 25 comienzan los interrogatorios. Un vecino del condominio asegura que en la mañana del 24 vio salir el auto de Jennifer del estacionamiento a las 7:40. Confirma que no pudo ver quién iba dentro, aunque asegura haber notado que la conducción era algo errática. Misterio. La familia sigue usando el departamento de Jennifer como la sede central de operaciones para ayudar en la búsqueda. A la policía no se le ocurre, en ningún momento, tratar el lugar como el escenario de un crimen. Un par de días después la cara de Jennifer ya se ha vuelto conocida en la ciudad. El caso de la joven con la vida soñada y que de pronto se había evaporado en un barrio acomodado, con seguridad privada, y a plena luz conmovía a todos. El jueves 26 de enero, a las 8:10, Larry Maynor, un inquilino de un departamento del complejo Huntington on the Green, cercano al de Jennifer, observa un auto parecido al que se ha mencionado en las noticias: un Chevrolet Malibú. Se comunica con las autoridades y les comenta que el coche está abandonado allí desde hace un par de días. Concurren de inmediato. Sí, es el auto de la joven. Está a 1,7 km del complejo de viviendas de Jennifer. La policía cita a su novio Rob. Quieren que esté presente cuando abran el baúl. Sospechan que ahí está el cuerpo de la joven y quieren constatar su reacción. Rob sabe que está siendo tratado como un posible sospechoso, a pesar de que había demostrado haber estado en Fort Lauderdale. Rob se presenta y abren el baúl. Está vacío. El auto no tiene huellas de sangre y no parece un robo. Encuentran dentro el cargador y un DVD de Rob y unas sandalias de Jennifer. Le sacan fotos y el Chevrolet es trasladado al laboratorio de criminalística. El hombre caminando detrás de la reja luego de dejar el auto fue una de las pistas que siguieron los investigadores. Era Virgilio Ramos, quien había trabajado en el departamento de Jennifer una semana antes de su desaparición. La pista se diluyó Sugestivos golpes en la puerta Los agentes confiscan las imágenes de las cámaras que se encuentran en el área donde fue hallado el auto. No son exactamente videos sino capturas de fotos cada tres segundos. Es ahí que descubren algo inquietante: se ve a una persona conduciendo el vehículo de Jennifer. No es ella, es un hombre. Pero debido a la mala calidad de las imágenes parece imposible poder identificar al sujeto. Se observa que ingresa al complejo, que estaciona cerca del área de la piscina y que la persona se queda unos 30 segundos dentro. Quizá limpiando sus huellas. Luego se baja y se aleja sin mirar atrás. Parece dirigirse de regreso hacia el complejo Mosaic. Todo el proceso le lleva 32 segundos. Desconcierto total. Ese personaje fantasmagórico tiene la respuesta que precisan pero ¿dónde está? ¿Quién es? ¿Por qué parece que está volviendo a la escena? Llevan perros entrenados en olfatear rastros. Uno de ellos se va de ese condominio hasta el Mosaic y se dirige sin dudar hasta una escalera que conduce al segundo piso del edificio donde vivía Jennifer. No más de eso. Rob por entonces ya está descartado totalmente como sospechoso en la desaparición de su novia. Pero surgen datos sobre otros allegados a Jennifer. Por ejemplo, se sabe que Matt Sullivan, su ex y quien había pasado el fin de semana en ese departamento con Logan, la noche del lunes 23 había estado en el bar Blue Martini, situado dentro del shopping que se encuentra frente al condominio Mosaic, tomando unos tragos. Esto quedó demostrado por las señales captadas de su celular. Era llamativo: el joven que había querido regresar con Jennifer en varias oportunidades, estaba lejos de donde vivía y demasiado cerca de su ex. Había algo más: al día siguiente Matt faltó a su trabajo. ¿Podría Matt en un rapto de locura y borrachera haberla asesinado y haber descartado el cuerpo con la ayuda de alguien? Fue interrogado por la policía en varias ocasiones, pero no se llegó a nada. Estaba de novio con otra chica y Logan Kesse negó siempre que su amigo pudiera tener algo que ver con lo sucedido con su hermana. Terminó siendo descartado. Otro personaje que surgió y despertó inquietud fue un hombre del trabajo de Jennifer. Un gerente de la empresa llamado Johnny Campos que, según otros empleados, tenía notorias pretensiones de salir con la joven. Jennifer lo había rechazado. Los motivos eran claros y concretos: ella estaba de novia, él era casado y, además, una relación dentro de la compañía iba en contra de las normas laborales. Los compañeros de trabajo de ambos declararon que el martes 24 Campos llegó tarde a la empresa y agitado. Pidió disculpas por la demora y adujo que le habían hecho una multa por exceso de velocidad, algo que nunca fue verificado por la policía. Hubo más: un empleado llamado Francisco Javier Aragón (también conocido como Adam Frank) sostuvo que el 23 había escuchado una discusión entre Jennifer y Campos. Él estaba decepcionado por las vacaciones que ella se había tomado con su novio. Aragón contó que Campos, quien era su supervisor, al día siguiente de la desaparición de Jennifer y mientras lo llevaba a una reunión, le hizo un comentario extraño: donde fuera que estuviera Jennifer “seguramente ya había sido devorada por los cocodrilos”. ¿Podría Campos saber algo? O peor, ¿podría tener algo que ver con lo ocurrido con ella? Ese hombre fue interrogado más de una vez, pero no se pudo conectar con Jennifer y su ausencia. La computadora laboral de la víctima fue decomisada y peritada. No hallaron nada que abonara esa teoría. También estaba, no lo olvidemos, aquella persona que tocó la puerta de Jennifer la noche del 23 mientras ella hablaba por teléfono. El vecino de arriba fue convocado a hablar, pero nada surgió de la entrevista. ¿Era realmente el vecino quien golpeó? ¿Miró Jennifer por la mirilla o, simplemente, expresó eso sin saber realmente quién era? ¿Podría Matt haber cruzado desde el bar del shopping hasta el edificio para intentar ver a su ex? ¿Podría ser un depredador desconocido? ¿Uno de los obreros del complejo? ¿O su insistente compañero de trabajo que pretendía una aventura? Unos golpes en la puerta en medio de la noche, justo antes de su desaparición, no son para pasar por alto. Su mejor amiga desde la primaria, Lauren McCarthy, le reveló al programa dedicado a ella de 48 Hours que la víctima era una persona extremadamente precavida. Que había elegido para vivir el edificio Mosaic, en Millenia, porque era una comunidad cerrada con guardia 24 horas. Que eso la hacía sentir a salvo. Contó, además, que ella observaba su entorno y que, como era sumamente miedosa, llevaba siempre en su cartera un gas pimienta: “Era el tipo de persona que llamaba a su madre o su padre o a mí si estaba, por ejemplo, caminando de noche por el estacionamiento solitario y oscuro de un local Target”. Claramente el miedo anticipado de lo que podría pasarle no alcanzó para salvarla de su destino. Jennifer tenía la vida de ensueño de cualquier persona de su edad: casa propia, un puesto gerencial en una empresa, un novio adorado, vacaciones en el exterior Seguridad ficticia El auto de Jennifer salió del complejo Mosaic aquella mañana a las 7:40. ¿Quién lo manejaba? Si no era Jennifer, ¿dónde estaba ella en ese momento? ¿Había sido asesinada? A las 12, el mismo auto es abandonado en el complejo Huntington, a menos de dos kilómetros de distancia, por un hombre desconocido. Lamentablemente la tecnología de entonces no era la de ahora. Identificar al sujeto en esas imágenes resultó tarea imposible. Es como un fantasma en blanco y negro. Interpol y el FBI trabajaban con la policía local. Pidieron ayuda a la NASA para mejorar esas imágenes. Con su colaboración pudieron determinar que el sujeto medía entre 1,60 y 1,65 m y detectaron que su ropa parece ser la de un trabajador, un pintor o un albañil. ¿Quién es? Ni la menor idea. No tienen siquiera una lista de nombres para cotejar con ese sujeto con la cara en sombras que camina despreocupado del otro lado de una reja. El condominio Mosaic de Jennifer era tan nuevo que no tenía todavía instaladas cámaras de video. Y, para colmo, los empleados de seguridad contratados que debían registrar a los que entraban y salían de las distintas obras y las patentes de sus autos, hacían su trabajo de manera incompleta. Con total laxitud. Básicamente no anotaban a casi nadie. Para la época de la desaparición de Jennifer había unas cien personas entrando y saliendo del complejo. No solo eso: los familiares de Jennifer descubrieron que, un mes antes de la desaparición de Jennifer, un juego completo de llaves del condominio había sido robado. En esos primeros días luego de la denuncia, a falta de un traductor que hablara español, la policía entrevistó solamente a tres obreros que hablaban inglés. Seguramente por ser ilegales, la mayoría de estos trabajadores se escabulleron y no volvieron. Sin registros, era imposible intentar buscarlos. Además, cuando la policía decidió recolectar evidencia dentro del departamento de Jennifer también fue imposible: la escena no había sido preservada por las autoridades como un posible escenario de un crimen. Malas imágenes, nulos registros de ingreso, pésimo desempeño policial. El resultado de la investigación no podía ser bueno. El auto de la joven fue encontrado dos días después de su desaparición a 1,7 km del complejo de viviendas ¿El temor produce lo temido? En mayo de 2007 la compañía dónde trabajaba la joven ofreció una recompensa de un millón de dólares para quien brindara algún dato sobre su posible paradero. Ni el dinero aflojó conciencias. El 2 de mayo de 2008, la Cámara de Representantes de Florida aprobó por unanimidad el Proyecto de Ley 502 del Senado: “Ley Jennifer Kesse y Tiffany Sessions para Personas Desaparecidas”. La idea era que se cambiara el manejo de estos casos en ese estado norteamericano. A partir de junio de 2010 el FBI se hizo cargo de poner a Jennifer Kesse en su lista de personas buscadas. Su familia contrató a un investigador privado llamado Michael Torretta y siguió con una búsqueda paralela, removiendo cielo y tierra. Las hipótesis de la familia eran varias, certezas ninguna. Una de las teorías familiares tuvo que ver siempre con los trabajadores que había en el condominio. Torretta está seguro de que uno de esos hombres es quien estuvo involucrado directamente en la desaparición de Jennifer. Y aclara que, al momento del hecho, había diez de ellos viviendo en los departamentos del condominio donde trabajaban en remodelaciones. ¡Los dueños estaban fuera y a los obreros se les permitía quedarse a dormir! Un verdadero descontrol. Torretta imagina: “Pienso que Jennifer sale, cierra la puerta de espaldas a otro departamento. Es secuestrada por uno de ellos en el hall. Ella está cerrando su puerta, no lo ve venir. Seguramente fue atacada apenas salió de su apartamento y fue arrastrada contra su voluntad a otro de las viviendas y eso fue el fin”. De hecho, la madre de Jennifer relató que debido a esta cantidad de personas externas circulando, Jennifer se había sentido incómoda en los últimos tiempos. Toparse con extraños en los pasillos, varias veces al día, le provocaba temor. Se sentía observada por ellos. A tal punto que fastidiada le confesó a su madre: “Ya sabés. Hay un montón de trabajadores que se paran y me miran cuando paso y voy hacia mi auto…”. Su padre, Drew, le contó a un canal de TV que “cada vez que algún trabajador u operario tuvo que entrar a su departamento para pintar o reparar algo, Jen nos llamaba y se quedaba en el teléfono charlando con nosotros hasta que ellos se iban y ella cerraba la puerta”. Un detalle: Jennifer hablaba español con fluidez y entendía perfectamente lo que ellos decían. No era la única que se sentía intimidada por esos hombres. Otras mujeres del condominio dijeron lo mismo: sufrían por las miradas y, también, por las frases inapropiadas. Nada demasiado nuevo bajo el sol, pero ciertamente un escenario incómodo para una joven que vivía sola. ¿Podría haberse convertido en objetivo de algún salvaje depredador sexual? Según el padre de Jennifer las unidades fueron revisadas con perros que detectan el olor de los cadáveres, pero los resultados fueron negativos. ¿Habrán buscado en el departamento correcto? Quien sabe. Por otro lado, los detectives sostuvieron siempre que el ADN hallado en el auto era incompleto, daba resultados inconclusos para compararlo con alguien. "Cómo puede un caso de desaparición de una persona, tan difundido, no producir una sola pista en 19 años. Es inconcebible, pero cierto", expresaron los familiares El “Chino” fantasma En 2009 un detective decidió repasar el caso y se le ocurrió tomarle declaración a una mujer que hacía de casera en el condominio y que no había sido entrevistada tres años antes. Le mostraron el video del hombre caminando detrás de la reja luego de dejar el auto y ella, sorpresivamente, aseguró que se parecía mucho a uno que le decían “Chino”. Ese hombre trabajaba en el complejo y, además, había sido empleado de mantenimiento. Se refería al “Chino” Virgilio Ramos quien de hecho había trabajado en el departamento de Jennifer una semana antes de su desaparición. Más que interesante. Esa misma semana llegó una pista anónima a la policía: el tal Chino estaba relacionado con la desaparición de Jennifer. Lo buscaron sin demoras y resultó ser que el sujeto estaba tras las rejas por una violación a una menor de edad ocurrida en 2008. Un obrero con prontuario sexual que había trabajado en la unidad 2226. Se sintieron cerca. Jennifer, después de todo, tenía razón en tener miedo. ¿Podría ser él el atacante desconocido? Lo entrevistaron en la cárcel. El Detective Wright le preguntó si había trabajado en el departamento de Jennifer. Dijo que sí. ¿Quién lo había dejado entrar? Ella misma. ¿Cómo había sido todo? Bien, ella los había dejado allí porque se había ido a trabajar. Le mostraron el video mejorado del hombre desconocido. Aseguró que no era él. Lo cierto es que el Chino parecía ser bastante más alto que el sujeto del video. Torretta contó que el preso fue colaborativo, pero negó todo. Hasta aceptó hacer la prueba del detector de mentiras y la pasó. De todas formas, para Torretta uno no puede descartar a un atacante solo porque haya pasado el test del polígrafo. Por eso entrevistó en persona a otro trabajador que estuvo con el Chino trabajando en el departamento 2226. Este corroboró que había sido todo muy normal con la dueña. La pista se diluyó. Los padres de Jennifer empezaron a pensar que era mejor que el caso se cerrara, porque suelen tener más recursos los casos fríos que los activos. Paralelamente, en 2015, una socia de aquel ejecutivo de la empresa de Jennifer llamado Campos -el que quería salir con ella-, Lindsay Hernandez y su marido cayeron bajo una investigación criminal por actividades financieras ilícitas junto a otros turbios empresarios. ¿Podría esto tener algo que ver con lo ocurrido con Jennifer? La intriga seguía sumando aristas complejas. En el año 2016 Jennifer Kesse fue declarada oficialmente muerta por el estado. Luego de tanto insistir, los familiares consiguieron el expediente de la policía sobre el caso de Jennifer Kesse: 16.000 páginas de documentos y 67 horas de videos y audios Una alfombra en el lago En 2018 Drew Kesse esbozó una nueva hipótesis. Su hija podría haber sido víctima de tráfico de humanos y le dijo a Fox 35: “Podría ser que tuvieran que pagar una deuda y que Jennifer fuera la señalada”. ¿A quién se refería? ¿En quién estaba pensando? ¿En alguien del entorno laboral? No se aclaró. Los investigadores del caso siguieron recibiendo algunas pistas con el paso del tiempo. Una de ellas fue en 2019: una mujer que dijo haber visto que, en noviembre de 2006, desde una camioneta arrojaban al lago Fischer una gran alfombra enrollada de unos 2 metros y medio de extensión. Luego de hacerlo, la persona se había marchado con rapidez. Enviaron buzos que, durante dos días, buscaron una alfombra y restos humanos. Nada de nada. Desmenuzando la evidencia los investigadores analizaron con detenimiento las fotos del capot del auto de Jennifer y observaron algunas marcas sugestivas que podrían indicar que existió un altercado. En esas fotografías se ven huellas como si alguien hubiera sido arrastrado por sobre el capot con los brazos abiertos. Hasta se puede ver el camino que dejan los dedos de las manos. Las únicas pistas concretas parecían provenir de ese auto. Ahí había estado alguien que conocía el destino de Jennifer Kesse. No se pudo establecer nunca, hasta ahora al menos, quién es ese alguien. Hartos de la inoperancia policial, los Kesse decidieron enfrentar judicialmente a la policía de Orlando para conseguir acceso total al legajo policial. La policía decidió tomarse seis meses para ver si conseguían avanzar más antes de entregarles todo. Volvieron a fracasar y, finalmente, traspasaron lo que tenían a la familia Kesse: 16.000 páginas de documentos y 67 horas de videos y audios. Michael Torretta revisó todo completamente tres veces. Quedó estupefacto con lo que la policía no había hecho al comienzo del caso. Había existido un montón de información para seguir y numerosas personas a las que no se investigó en las horas críticas. Entre 2012 y 2019 la policía no había hecho ni una sola anotación ni búsqueda pertinente. Eso enojó muchísimo a la familia. A 19 años de su desaparición, todas las líneas de investigación fueron descartadas. Lo que pasó con Jennifer Kesse es aún una incógnita Torretta volvió en varias oportunidades a la escena del crimen para hablar con la gente del Mosaic. Las mujeres que encontró corroboraron lo que ya se sabía: muchos obreros se quedaban viviendo en los departamentos donde trabajaban y tomaban alcohol en las puertas de las viviendas. La seguridad no era tal y, a pesar de que se habían quejado con el intendente del condominio, nadie había hecho nada. De hecho, una de las vecinas contó que se había percatado de que a su departamento habían entrado varias veces: lo notó en su ropa interior fuera de lugar y en que la ducha parecía usada. Cuanto menos era inquietante. Torretta habló con otra joven que pidió no ser mencionada, pero que se refirió al conocido “Chino”. Una noche se le había acercado y, sin bien no pasó nada en concreto, ella se había sentido peligrosamente incómoda frente a él. Torretta volvió a visitar al Chino Ramos quien, ya para este entonces, había salido de prisión. Negó otra vez ser el personaje con mameluco de trabajo en el video. En 2024 los agentes volvieron con un sonar al lago Fisher. Querían descartar por completo esa pista. Tampoco encontraron nada. Ni aquella alfombra, ni su posible contenido humano. Para estas fechas la familia ya lleva gastado más de medio millón de dólares en la búsqueda de Jennifer. Volvieron a pedir ayuda al estado de Florida para que colaborara con la investigación no resuelta. Les dijeron que sí, pero a cambio les pidieron que dieran un paso atrás y los dejaran investigar sin presiones. “No nos importa cuando. No nos importa de qué manera y ya, francamente, no nos importa quién. Solo queremos a nuestra hija de vuelta, como sea. De la manera que sea. Bien o mal. La extrañamos cada día”, dijo su padre Drew a los medios sobre la pesadilla que arrasó con sus vidas. Demasiados cabos sueltos y desidia. ¿Un obrero perverso y asesino? ¿Un ex no resignado y borracho? ¿Un jefe infiel y rabioso? ¿Una mafia orquestada? ¿Un crimen para evitar delaciones o para pagar otro crimen? Las esperanzas renovadas de la familia están en que las autoridades de la Florida se han involucrado a conciencia y que con nuevas técnicas más sofisticadas que las que había entonces, podrían trabajar en el ADN inconcluso hallado en cabellos dentro del auto y analizar también las cerca de cien huellas digitales que había en el vehículo de Jennifer, algunas de las cuales, al momento de los hechos, no coincidían con nadie. En enero de 2025, en el aniversario número 19 de su desaparición la familia escribió: “Cómo puede un caso de desaparición de una persona, tan difundido, no producir una sola pista en 19 años. Es inconcebible, pero cierto. Nosotros, la familia de Jennifer y sus amigos vivimos con este hecho real día a día (...) NO, el tiempo no cura todas las heridas. Pero seguimos fuertes y dando la batalla que se necesita por Jennifer (…) Puede ser que algún día nos den una pista que produzca resultados”. Alguien sabe qué pasó con Jennifer Kesse y no quiere decirlo. Veremos si la nueva tecnología habla.
Ver noticia original