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Concordia » Diario Junio
Fecha: 09/03/2025 14:08
“Un hombre macho no debe llorar”, dice el tango (1), y se reafirma en las voces familiares cada vez que un niño expresa angustia, tristeza o dolor. “Las nenas son las que lloran”, dicta el superyó al pequeño. Los hombres no sienten. La sensibilidad se computa como debilidad, que es la esencia de lo femenino. Entonces, los hombres castran cualquier forma de emotividad. Reprimen sus sentimientos de afectividad para adecuarse a lo que “se espera de ellos”, se vuelven fríos y maquinales, incapaces emotivos. Esta represión rigurosa, que incluye a los sentimientos homosexuales, es un componente de la homofobia y la discriminación sexual. El hombre aprende a escindir sexo y amor, y su narcisismo masculino se incrementa con la cantidad de “conquistas”. El hombre que interioriza el amor como posesión y propiedad es agresivo y dominante para asegurar la tenencia de su objeto. En ese proceso, cosifica a su amante. Su pareja no es, de ese modo, una persona diferenciada de sí, sino algo propio, una prolongación del yo. Por eso, desespera ante las separaciones. No las concibe sin sentirlas como graves heridas a su orgullo. Estos modos que adquieren las relaciones “amorosas” constituyen importantes ingredientes en la violencia de género. Este es un fenómeno sociocultural. Es la reproducción generacional de la dominación masculina, tan bien estudiada por Pierre Bourdieu (2), que se inscribe de tal forma en los cuerpos que obstaculiza la toma de conciencia de las relaciones de dominio. La violencia de género es un grave problema psico-socio-cultural. Es el escenario de los feminicidios, drama grave y trascendental que el gobierno nacional, de tinte fascista, ha negado, a la par que ha desmantelado todas las políticas, las instituciones y los dispositivos de protección y promoción de derechos de las mujeres. También ha borrado los derechos conquistados por la comunidad LGBT. Asimismo, la violencia de género y la discriminación de la diversidad configuran factores de riesgo de suicidio, tanto en las víctimas como en los agresores. Estas formas que confunden el amor con la violencia no son naturales. Como todo comportamiento humano, que es un ser de cultura, son productos del aprendizaje, de la imposición del poder a través de todos los medios de reproducción de la ideología: los medios de comunicación, la escuela, la familia, etc. La larga lucha de las mujeres por la justicia y la equidad ha logrado, en buena parte, deconstruir y desnaturalizar estos mandatos culturales que tanto daño producen en la vida social. Han conseguido ponerlos en cuestión y en tensión. La escuela, como ámbito de la socialización, es un espacio fundamental para propiciar profundas reflexiones y debates. A través del pensamiento crítico, se deben cuestionar estas modalidades de la violencia y educar en otras formas del amor: el respeto, la ternura, la empatía, el deseo recíproco y la elección, la celebración de su diversidad. Ayer fue el Día Internacional de la Mujer Trabajadora, y en algunos casos hubo una banalización de una conmemoración que recuerda, en realidad, lejos de flores y bombones, el martirio de las 129 obreras textiles de Nueva York, asesinadas por exigir salarios y condiciones de trabajo dignos. Es una lucha por todos sus derechos, históricamente ignorados y degradados a través de la explotación y la opresión en el campo social. “La mujer es el negro del mundo”, ha dicho John Lennon. Como ellos, ha sufrido la esclavitud. Hace mucho que vienen rompiendo las cadenas, aquellas que nos liberarán a todos. Referencias: 1- Tomo y obligo, Gardel y Lepera. 2- La dominación masculina, Pierre Bourdieu.
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