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  • Hace tres años el gobierno de los Fernández creó un subsecretaría para mejorar el humor de la sociedad: duró menos que un mal chiste

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 09/03/2025 04:42

    El presidente y la vicepresidente en tiempos de creación de la subsecretaría del "buen humor". Alberto y Cristina Fernández El manual del disparate argentino es inagotable. Sus páginas coinciden con la decisión de los gobiernos autoritarios, o desnortados, de uniformar el pensamiento y la acción de la sociedad a la que gobiernan: siempre es más fácil conducir un rebaño. Y si no, miren: hace tres años, no hace tanto, en marzo de 2022, el gobierno de Alberto Fernández creó una especie de “ministerio del buen humor”, que iba a tener como finalidad mejorar el humor social de los argentinos. Hay que tener coraje. Ya nos olvidamos de todo eso, pero nunca está de más recordarlo. En marzo de 2022 el gobierno de Fernández creó una nueva subsecretaría, que dependería de la Jefatura de Gabinete que tenía a su cargo Juan Manzur. Era la Subsecretaría de Resiliencia. Convengamos una cosa, la palara resiliencia es espantosa, suena como una caja de herramientas, afea el lenguaje y te parte una oración en dos. Pero bueno, usamos otras que son peores: son palabras que se ponen de moda y después nos brotan como agua. Y son veneno. ¿Dónde estaba? Ah, sí, en la resiliencia. Al frente de la subsecretaría quedó Fernando Melillo, que era un viejo conocido de los peronistas porteños: había circulado por la renovación y junto a Carlos Grosso en los 90, fue frepasista, después había saltado al ARI de Elisa Carrió, presidió el ARI porteño, y con el kircherismo y con algunos conocidos del grossismo porteño, como Juan Pablo Schiavi, había dado el portazo al ARI y tornado al redil. La nueva subsecretaría que iba a liderar Melillo tenía un nombre sonoro, aparatoso y raro: Unidad Ejecutora Temporaria Resiliencia Argentina. Agarráte. Su misión estaba, si no detallada, al menos descrita en el Boletín Oficial: “Incorporar el enfoque de la resiliencia con el fin de fortalecer las iniciativas estatales y mejorar resultados, junto a los distintos grupos poblacionales y sociales afectados y sus organizaciones”. Si no está claro, echarle agua. La payasa Filomena junto a quien encabezaba el ministerio de Salud en tiempos de pandemia: Carla Vizzotti Nadie supo nunca cómo enfocar la resiliencia y hacia dónde, pero según la resolución, estaba justificado por “el impacto globalmente catastrófico y subjetivamente traumático que la pandemia del COVID-19 tiene, agravando todos los indicadores de la crisis económica, social, sanitaria y educativa que afectaba previamente a nuestro país y a amplios sectores de la población”. Si no está claro, ya saben. Ahora, lo traumático de la pandemia no era tan “subjetivo”. ¿Quién escribe los textos oficiales en los distintos gobiernos. Porque suenan todos iguales. ¿Será la misma persona? Pese a los fundamentos de la resolución, la tarea de Melillo, que había recalado en 2008 en la secretaría de Medio Ambiente que lideraba Romina Picolotti, que años después fue condenada por corrupción, no estaba clara. Un anexo de la resolución intentaba explicar: la subsecretaría debía mejorar el “humor social” y la “autoestima colectiva, la honestidad estatal y la solidaridad”. Con la honestidad estatal, Melillo iba a tener alguna dificultad: en esos días declaraba ante la Justicia Javier Iguacel, ex director de Vialidad durante la presidencia de Mauricio Macri. Había denunciado los extraordinarios contratos otorgados a Lázaro Báez. ¿Qué dijo Iguacel? “Estaba todo atado desde la Presidencia”. En cuanto al humor social que la subsecretaría debía mejorar, también había cierta dificultad. El día que el Boletín Oficial consagró a la Unidad Ejecutora Temporaria ta-ta-tá, ta-ta-tá, se declararon 5.076 nuevos casos de Covid, murieron 38 personas, las infecciones llegaron a casi nueve millones, 8.981.155, y los muertos sumaban 127.295. Argentina era el decimotercer país en el mundo en cantidad de víctimas fatales. Las cifras se habían disparado porque el gobierno de Alberto Fernández encaró la pandemia con una criminal displicencia que, en la primera etapa de vacunación, discriminó entre vacunas imperialistas y vacunas antimperialistas. Ese sí era un buen chiste, si no fuese porque encerraba una tragedia. Otro buen chiste, igual de inútil y trágico, fue sumar a las conferencias de prensa que informaban sobre la pandemia a la payasa Filomena. En serio, pasó no hace mucho y no tan lejos. Fernando Melillo fue el subsecretario a cargo del organismo que se iba a especializar en resiliencia ¿Cómo mejorar el humor social en marzo de 2022? La inflación de febrero había sido del 4,7 por ciento, disparada por los aumentos en alimentos, bebidas y transporte, y el acumulado inflacionario anual era del 52,3 por ciento. Lo peor estaba por venir. El entonces ministro de Economía, Martín Guzmán, no sé si recuerdan, había alcanzado un acuerdo con el FMI y tenía un plan económico, o decía tener un plan económico, que preparaba junto al presidente Fernández. Pero la vicepresidente, Cristina Kirchner lo resistía y exigía la renuncia de Guzmán. Todo pasaba a telón abierto y a los gritos. Aquel gobierno se despedazaba en un circo romano, y a algún craneoteco se le ocurrió que había que crear una subsecretaría del buen humor. Ese tonto tontísimo sigue anónimo, pero debió pensar primero en cómo mejorar el humor del gobierno que integraba. Para colmo, al día siguiente de nacer la Unidad Ejecutora Temporaria de lo que fuese, el presidente anunció, pomposo, deslenguado y con cierto atropello: “Prometo que el viernes va a empezar otra guerra: la guerra contra la inflación”. Semejante anticipo llevó a industrias, empresas, grandes supermercados, supermercados más chicos, almacenes, despensas y buenas casas del ramo, a enarbolar la maquinita de remarcar y no soltarla por varios días. La referencia a “otra guerra”, estaba relacionada con la reciente invasión rusa a Ucrania, contra la que se habían manifestado un grupo de artistas e intelectuales y constitucionalistas encabezados por Beatriz Sarlo, Luis Brandoni, Marcos Aguinis y Daniel Sabsay, que criticaron “la complicidad del gobierno argentino”. Miren las vueltas que da la vida. Melillo, que cargó, pobre, con todo el peso del disparate, se las iba a ver bien difícil si pretendía encarar con la impronta de Woody Allen, de Chesterton, de Bernard Shaw, de Gila o de Moldavsky para no ir tan lejos, la mejora del humor social de quienes vivían con la billetera esquilmada, amenazados por la delincuencia suelta en las calles, cercados por la droga, acechados por el crimen, amenazados por el Covid y rodeados por el dolor de haber perdido a un ser querido o a un amigo, todos tuvimos uno. Pero aceptó. Era un docente estudioso de la psicología y con experiencia en el manejo de la resiliencia que, develemos el misterio, según la Real Academia Española en primera acepción significa: “Capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o un estado de situación adversos”. Además, le habían prometido, o estaba en proceso de realización, la creación de una “biblioteca virtual para la recepción, sistematización, puesta a disposición y circulación y desarrollos teórico-prácticos sobre resiliencia”. Algo así como un gran organismo enciclopédico de la autoayuda. Juan Manzur junto a Alberto Fernández (EFE/Natacha Pisarenko/Pool) De las dificultades que tendría en su gestión, el flamante funcionario tuvo un botón en aquellas horas fundacionales a través de una manifestación de la siempre oportuna izquierda argentina, que había destrozado parte de la ciudad, había apedreado el Congreso y con insólita puntería y buena información de inteligencia, había roto los cristales del despacho en el Senado de la vicepresidente que aprovechó para filmar un dramático videíto tiktokero y para hacer lo que mejor hacía y hace: victimizarse. Por otro lado, entre tanta tontería, subsistían las dudas constitucionales. Si nacía un organismo oficial encargado de mejorar el humor social, el malhumor ¿Podía ser considerado delito de lesa patria? Algo parecido había imaginado Aldous Huxley para su novela “Un mundo feliz”. Pero ese libro había sido editado en 1932, cuando el nazismo empezaba a andar con paso firme en Europa. ¿Se establecería en pleno siglo XXI una pena de cárcel para el caraculismo, para el ceño fruncido, para la leve puteada, para la bronca contenida? ¿Cuál sería la graduación de esos delitos y la de sus penas? ¿Podían existir atenuantes y agravantes? ¿Cómo serían considerados quienes hacían humor a través de la queja y la crítica al gobierno? Porque allí había un contrasentido: hacías humor, lo que buscaba la Unidad Ejecutora Temporaria de las narices, pero te quejabas, que era lo que el organismo no quería, ni aceptaba. Al final, no pasó nada. Veinticuatro horas después de su sanción, consagrada por el Boletín Oficial, el ministro Manzur dio marcha atrás y la subsecretaría de resiliencia murió recién nacida y se perdió en el olvido. Ese sí fue un lindo chiste.

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