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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 09/03/2025 04:39
"La Biblioteca", 1881, de Rudolf Von Alt Las bibliotecas aún existen. No me refiere al fondo preseteado en las conversaciones por zoom, sino a un monstruo de papel, dudas y elucubraciones. Bañadas en polvo y con exóticos adornos en el borde, las bibliotecas captan la atención de la casa que habitan. Sin que nadie lo note demasiado, los muebles, los ambientes, las personas se disponen en torno a su silenciosa magnitud. Se construyen a lo largo de toda una vida, y algunas además requieren varias generaciones. ¿Qué lugar ocupan en tiempos tan volátiles, virtuales, rápidos, breves? ¿Siguen cortando sus hojas en un mundo lleno de bytes? “En el origen de cada morbo libresco está la gula”, escribe Antonio Castronuovo en Diccionario del bibliómano, publicado originalmente en 2021 por Sellerio Editore, en Palermo, Italia. Hace pocos meses, diciembre pasado, el sello argentino Edhasa, con la traducción de Diego Bigongiari, lo puso en las manos de los lectores hispanohablantes. “¿Qué sentido tiene acumular libros que constituyen un pesado problema de conservación y limpieza? ¿Qué sentido tiene si cada uno de aquellos libros será tocado a lo sumo cada quince años, en muchos casos consultado y ni siquiera leído?” El mayor bibliómano de la historia Se cree que el mayor bibliómano de la historia fue Antoine-Marie-Henri Boulard: algunos dicen 600 mil libros, otros 800 mil. Era un escribano que fue escalando posiciones políticas hasta ser alcalde de uno de los municipios de París en tiempos de Napoleón. “Época de grandes revoluciones, expropiaciones, secuestros y robos: entre las cuales Boulard se movió ágilmente salvando enteras bibliotecas”, escribe Castronuovo. Tenía mucha plata y fue comprando casas, alrededor de diez, para guardar libros. Cuando murió en 1825, sus herederos pusieron todo a la venta: hicieron varias subastas entre 1828 y 1832. “Diccionario del bibliómano” (Edhasa) del italiano Antonio Castronuovo No hace falta tener mucha imaginación para que se nos aparezca, ahora, de golpe, las librerías de París, los bouquinistes de la capital francesa con una inyección violenta e incomesurable de títulos. Fue tal la cantidad que el precio de los libros bajó de forma abrupta y así se mantuvo durante años. “La obsesión de un coleccionista calmó al mercado en desventaja de los libreros, pero permitió a muchos lectores comprar libros a pocos francos, con evidente ventaja para la cultura de una ciudad y de un pueblo”. Abecedario y vocabulario Como el título lo indica, el libro de Castronuovo es un diccionario en el sentido que va de la A a la Z. Son pequeñas postales históricas, escenas casi teatrales e ideas sobre el mundo de los libros. El ensayista y traductor italiano nacido en Acerenza en 1954, autor de libros como Suicidi d’autore, Macchine fantastiche y Alfabeto Camus, puede irse hasta el fondo de los tiempos o resucitar una noticia no tan amntogua, como la de Stephen Blumberg, que llegó a robar 20 mil libros raros y 10 mil manuscritos. Cuando lo agarraron, muchas bibliotecas públicas ni se enteraron que les faltaban. También es un diccionario en la forma en que Castronuovo construye un vocabulario recorriendo términos como biblioclastia (“repulsión que el blibliocasta transforma en acción eficaz: quiere que los libros desaparezcan, que sean destruidos”), bibliorrea (“enfermedad que sufren aquellos escritores que para expresar un simple pensamiento usan al menos tres páginas. Proust a la cabeza”) o bibliotafia (sepultador de libros: “aquellos bibliómanos o bibliófilos que compran libros solo para esconderlos e impedir a los demás de disfrutarlos: ellos son a los libros lo que los avaros al dinero”). Antonio Castronuovo (Foto: Edhasa) Secretos y desmesura A la escritora inglesa Jeanette Winterson los padres le habían prohibido la lectura. Eran “severos predicadores pentecostales”. Si ante la prohibición el deseo se dispara, ella encontró la forma de ocultarlos: bajo el colchón. Y sacó la cuenta: los que eran pequeños, edición de bolsillo, dispuestos de forma horizontal, entraban setenta y siete. “La historia terminó en el peor de los modos: la cama aumentaba demasiado en altura, la madre se dio cuenta, descubrió los libros y los quemó, uno por uno”. No sirvió de mucho: al dejar su casa paterna, Winterson se dedicó a la literatura. “Quien posee millares de libros ha leído a lo sumo un décimo, incluso si los ha hojeado distraídamente a todos. La biblioteca privada es, en efecto, un instrumento de investigación, por lo cual los libros acumulados valen más que aquellos leídos”, sentencia el escritor italiano. “Quien está enfermo de libros junta muchos más de los que podrá jamás leer, haciendo de su propia biblioteca un organismo desmesurado. Y nunca se advierte cuánto pesa la cultura sino cuando se cambia de casa y hay que llevarse consigo los libros amados”, agrega. Guadañazos al presente “En el Ochocientos no se imprimían los millones de libros por año que se imprimen ahora y alguien podía entonces acariciar la idea de poseer un ejemplar de cada libro existente en el mundo”, escribe el autor e impone la distancia precisa del tiempo: un trazo grueso de dos eras, la nuestra y la que apiló la historia previamente. Las bibliotecas ya no gozan de un prestigio masivo, sino que ocupan un lugar de nicho. Si antes una persona influyente en términos políticos debía tener cierta impronta intelectual, hoy la cualidad de lector genera indiferencia, sino apatía, disociando ambos planos. "Ratón de biblioteca", de Carl Spitzweg, 1850 Si bien Diario del bilbilómano es un una caminata por los recovecos de la historia, Castronuovo le tira algunos guadañazos al presente. Le discute al ebook su publicidad mesiánica: “Tal lectura ocurre de a trocitos y bocados: conozco pocas personas que hayan leído un entero libro electrónico, solo alguna fachada inicial y luego pantallazos aquí y allá, según una miseranda práctica epigráfica (...) En todo caso, la ebookmanía es de prognosis infausta: los enfermos no tienen esperanza de curación y en general acaban sus días en modo mezquino, balbuceando frases delante de un blog”. ¿Nostalgia? Puede ser. ¿Resistencia al abrazo acrítico del futuro? También. Las historias que se narran en este libro nos recuerdan un mundo que no caducó, que sigue acá, en los cimientos de la cultura, en el pasado compartido, en la memoria colectiva. Un mundo que parece alejarse lentamente, difuminarse como una foto avejentada, pero que lejos está de desaparecer, de morirse, de quemarse en el basural del olvido. Al fin de cuentas, la bibliomanía es una obsesión. Y “demasiada es la locura —dice Castronuovo— que se coagula en torno a esa cosa, amada y detestada, que se llama libro”.
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