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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 09/03/2025 02:33
Carlos Gardel vivió a metros de la esquina de Rivadavia y Rincón El nuevo comienzo de un ciclo lectivo escolar me convoca a contar el Café de los Angelitos. Todo surge a partir de hechos fortuitos. O no tanto. El último es el primero que voy a relatar. Hace unas semanas me crucé en un evento con Shela Estévez, profesora de Historia en el Normal N° 5 Martín Miguel de Güemes de Barracas. Hoy Shela es una docente jubilada, pero años atrás, siendo vecinos de enfrente entre el bar La Flor de Barracas (que yo administraba) y el Normal 5 realizamos distintas actividades educativas con los alumnos. Desde concursos de fotografías, ciclos de cortos audiovisuales, charlas sobre cafés, patrimonio e identidad. Pues al evento en cuestión Shela me llevó de regalo una revista publicada en octubre de 2003 por el Instituto Histórico de la Ciudad de Buenos Aires. La publicación —Año 6, N° 15— “Voces recobradas. Revista de Historia Oral”, incluye una extensa nota escrita por Marcela Vilela y Susana Vega titulada: “Un acercamiento a la historia del Café de los Angelitos”. Entre testimonios de vecinos, bandoneonistas, poetas y milongueros, sobresalen las voces de docentes y alumnos de la Escuela N° 1 Esteban de Luca de Balvanera. En 1993, cuando el Café de los Angelitos se encontraba cerrado, esa Escuela planteó como proyecto institucional su reapertura. ¿Cómo sucedió esa movida? ¿Y por qué? Antes de continuar con el relato corresponde ordenar de manera cronológica la historia de uno de los cafés más representativos de nuestra identidad. En 2007 reabrió sus puertas. En 2000, cuando permanecía cerrado hubo un derrumbe que terminó en demolición total El Café de los Angelitos abrió en 1890 en la esquina de Rivadavia y Rincón. Su fundador fue el italiano Batista Fazio. Nada en particular. El negocio de bares gastronómicos fue común a la colectividad italiana durante los siglos XVIII y XIX. La “Segunda Colonización Española” al frente de nuestros cafés y bares se produjo a partir de las primeras décadas del siglo XX. El primer nombre del bar fue Rivadavia. Lo frecuentaban malandrines y tarambanas. Era un galpón orillero, con billares, techo de chapa y piso de tierra. En verdad, todo el vecindario, por entonces, era bastante precario. El cercano edificio del Congreso Nacional se inauguró recién en 1906 y la Confitería del Molino en 1916. ¿Acaso se convirtió a poco de abrir en un reducto tanguero que acaparaba a todos sus miembros y seguidores? Para nada. Carlos Gardel, por ejemplo, nació en diciembre del mismo año de su apertura. ¿Es que el tango nació con Gardel? Claro que no. Sólo fue una mención referencial. El primer tango registrado como tal fue “El entrerriano”, en el año 1896, compuesto por el músico afroargentino Rosendo Mendizábal. Los habitués del primitivo Bar Rivadavia se reunían para escuchar las payadas de Gabino Ezeiza y José Betinotti. En el Café de los Angelitos, el azúcar viene en terrones Recién en 1920 pasó a llamarse Café de los Angelitos luego de que su nuevo dueño, el español —ahora sí— Ángel Salgueiro, lo refaccionara y colocara en el frente angelitos de yeso. Aquí comienza la leyenda sobre su nombre definitivo. La tradición oral cuenta que fue el comisario de la zona quien le ordenaba a sus agentes, cada vez que le llegaba el cuento de una trifulca en el bar: “Muchachos, vamos a ver qué pasa en el café de los angelitos”. Y que ese sobrenombre se arraigó entre los parroquianos por lo que don Salgueiro no tuvo más que acompañar los dichos de la feligresía. Una vez que el tango tomó posesión de cada rincón de la ciudad el Café de los Angelitos pasó a ser una de sus principales sedes. Por sus mesas pasaron Gardel —vivió por un tiempo breve a una cuadra y media, en Rincón 137—, Razzano, Castillo, Troilo y Pugliese. Pero también lo hicieron Roberto Arlt, los hermanos Discépolo, Florencio Parravicini, Carlos de la Púa, Tito Lusiardo, Irineo Leguizamo, Nicolás Olivari, los hermanos González Tuñón y los socialistas Juan B. Justo, Américo Ghioldi, Nicolás Repetto y Alfredo Palacios. En 1944 José Razzano y Cátulo Castillo le dedicaron un tango. “Yo te evoco, perdido en la vida, y enredado en los hilos del humo, frente a un grato recuerdo que fumo y a esta negra porción de café”, dicen los primeros versos de Café de los Angelitos. No tengo evidencias, pero me animo a inferir que este café corrió igual suerte que el tango. Y que cuando éste dejó de ser escuchado y bailado masivamente, las mesas del café, en simultáneo, se vaciaron. Algo de esto deja traslucir la Revista de Historia Oral. Es Horacio Salas quien comentó que “en los 70 ya no era lo mismo y que el último esplendor del viejo café fue aportado por los integrantes de la llamada generación del 60: Abelardo Castillo, Arnoldo Liberman, Liliana Hecker, Humberto Constantini y Roberto Santoro”. Y continúa Salas: “Después vinieron el grill, las mesas de fórmica, las tulipas de plástico y la falta de personalidad”. Lo mismo cuenta Jorge, otro vecino entrevistado: “En el 64 empieza a declinar. Los dueños eran tres: Luis Gómez, Noya y Pablo Domínguez y ponen una cervecería tipo Munich. El ambiente que tenía ya empieza a tener un poquito de todo”. No quedaron rastros del café que funcionó hasta 1992. En la nueva versión el piso es de mosaico calcáreo y la barra es de madera Son los mismos años cuando el tango deja de escucharse en las radios, televisión y fiestas populares. El local cerró en 1992, a poco de cumplir su primer centenario. Su último dueño fue Germán Lozada. Un año más tarde se presentó el proyecto ideado por el profesor de música de la Escuela Esteban de Luca. La Escuela salió a la calle en defensa del patrimonio del café. Y toda la comunidad se movilizó con la propuesta. En 1996 antiguos parroquianos conformaron la Asociación de Amigos del Café de los Angelitos. Todos los miércoles organizaron una milonga en la vereda como expresión de reclamo por su reapertura. Pero la falta de uso del lugar percudió la estructura y, en 2000, hubo un principio de derrumbe. Tanto que el Gobierno de la Ciudad, por la seguridad de todos, lo demolió. La legendaria esquina de Rivadavia y Rincón se convirtió en un baldío. De pronto la ciudad, el tango y Balvanera habían trocado un patrimonio tangible por uno intangible. También habían perdido una marca, la referencia edilicia que activaba la memoria. La letra A decora los espaldares de las sillas en el salón preparado para los shows En 2001 comenzó un largo proceso de reconstrucción que terminó con la reapertura del café en 2007. Recuerden que la revista que mencioné en el primero de los párrafos se publicó en 2003. Lo que da cuenta la publicación fue que a la hora de recuperar el imaginario del anterior local no existía ninguna referencia. Sólo existían testimonios orales para poder reconstruir ladrillo a ladrillo una historia de más de 100 años. O sea, como tantas otras veces, la siempre salvadora memoria colectiva. La primera medida que tomó el grupo inversor que compró las ruinas del viejo café fue levantar un salón de 9 metros de altura. Hoy el Café de los Angelitos abre todos los días de 9 a 19. Y por las noches ofrece cena show. Su lógica comercial es similar a la Esquina Homero Manzi. La nueva obra tuvo en cuenta copiar los ventanales del tipo guillotina. El piso es de mosaico calcáreo con una disposición que simula al cuadrado de una pista de baile de una gran milonga. En el centro del salón hay una araña con un sinnúmero de lamparitas eléctricas. El resto de la iluminación son apliques cenitales, hechos en bronce, con forma de ángeles. Las mesas tienen tapas revestidas en símil madera y las sillas son acolchadas con tapizado de color verde inglés. La barra es de madera y debajo de la tapa tiene espigas pintadas en dorado. Falta, eso sí, el característico altarcito de otros bares porteños con trofeos e imágenes. Suele ocurrir cuando el propietario no es una persona física sino una jurídica. En todas las paredes hay colgadas fotos cedidas por el Archivo General de la Nación para recrear la historia del café y la ciudad. Pegado a ese gran salón hay otro, más paquete, armado sobre una tarima de piso entarugado, con sillones tipo butaca con la letra A bordada en su espaldar. Y a continuación, la gran sala con escenario y palcos que recrea a un teatro. En cuanto al servicio, se puede ordenar al mozo un café, sin mayores aclaraciones, y vuelve un café en pocillo. Qué mejor para la Buenos Aires actual. Ah, y el azúcar viene en terrones. Del viejo cafetín ni rastros. Pero sí de la perseverante batalla de una comunidad para que vuelva a ocuparse un hueco donde, con anterioridad, existía un café que representaba los lazos sociales de una barriada. Al lado del salón principal hay un enorme espacio que se asemeja a un pequeño teatro con mesas para los espectadores Para terminar, retomo las coincidencias escolares. En 2024, junto a Lucio Cantini, mi primo dibujante, fuimos invitados por Anabella Hallabe, directora de la Escuela N° 15 Arzobispo Mariano Antonio Espinosa de Barracas, para dar un taller sobre cafés y bares de Buenos Aires a todo el alumnado. Sin exclusión etaria. Desde sala de 5 hasta séptimo grado. Fueron dos jornadas de ocho clases donde pudimos transmitirles a los chicos valores culturales, históricos y barriales. Fomentar y activar la memoria. Los más pequeños aprendieron a dibujar tazas, mesas y sillas. El trabajo de campo incluyó la visita a los bares. Otra vez la escuela salió a la calle. La tarea incluyó escritura, lectura y la experiencia. Y el resultado final fue presentado en la Muestra Cuatrimestral 2024 donde cada aula se convirtió en un café. Y el patio de la Escuela, en la Gran Milonga Gran. Uno de los cafetines escogidos fue, y cómo no, la esquina de Rivadavia y Rincón. Si como dijo Enrique Santos Discépolo “el café es una escuela de todas las cosas” este es el camino. Sigamos formando angelitos. Instagram: @cafecontado
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