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  • Occidente, migraciones y radicalismo islámico, una tragedia anunciada de cara al 2051

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 08/03/2025 04:58

    La migración "por goteo" se da no solo en Francia, sino en la mayoría de los países de Europa. (Foto: AFP) Habiendo transcurrido ya 25 años del siglo XXI, parecería que los buenos augurios no se están cumpliendo, sino más bien todo lo contrario: aumenta la conflictividad, la violencia y la disputa por el poder, lo que hace que se enciendan las alarmas en todos los centros de poder. Las guerras de Ucrania y Rusia, la disputa interminable en Oriente, la irresuelta batalla en la Franja de Gaza y el Líbano contra Hamás y Hezbolá o la ofensiva sobre Siria por parte de facciones yihadistas, que provocó la caída del régimen de Assad, están en el foco de los medios internacionales. Mientras los ojos del mundo se posan en la Franja de Gaza la guerra civil en Sudán transita entre miles y miles de muertos olvidados en un silencio cómplice. Podría también decirse mucho sobre la situación de Pakistán, Venezuela y Colombia, entre tantos otros. Pero con este escaso resumen queda claro que la paz es hoy un objeto inalcanzable. También, hay otra guerra silenciosa, donde las grandes potencias juegan su destino, vinculada a la batalla tecnológica por dominar áreas que definirán el poder real en los próximos 50 años: las redes neuronales, la robótica y las supercomputadoras, integradas todas a la inteligencia artificial, determinarán una nueva realidad que apenas vislumbramos. Quien allí prevalezca, probablemente, ganará los destinos del planeta a corto plazo. La guerra civil en Sudán transita entre miles y miles de muertos olvidados en un silencio cómplice. (Foto: AFP) Musulmanes en Europa: una difícil convivencia Mientras todo esto sucede y ocupa los primeros planos periodísticos y todo tipo de portales, ocurre un hecho cotidiano y casi siempre silencioso, que es la invasión islámica en los centros de poder más importantes de Europa. Una invasión por goteo, decimos “silenciosa” casi siempre, porque es a veces interrumpida de manera explosiva por el islam más radical y que se expresa en la inmolación personal dentro de un templo o en el atropello con un vehículo a docenas de personas inocentes o en los conocidos ataques a mansalva en conciertos y concentraciones de personas sin ninguna connotación política. Ocurre aquí un revoloteo de semanas y, luego, gana la cotidianeidad de la vida. Se cumple así, lentamente, pero sin pausa ni dudas, lo que en 1974 advertía el entonces presidente de Argelia, Houari Boumédiène: el hemisferio norte sería conquistado “poblándolo con sus hijos”. Esa idea de que el vientre de las mujeres musulmanas les dará la victoria, justamente se basa en la pérdida de la unidad cristiana en Europa, en la bajísima tasa de natalidad y en que esa debilidad generaría una raza pasiva y dócil, primero sustituida por el multiculturalismo; mientras tanto, dentro del cuerpo social, crecen los asentamientos islámicos, hasta tener el número, el músculo y la decisión de conquistar Europa. De este concepto es de donde nace el título de este editorial: 2051 es el año que circula en portales, y en sesudos cálculos intelectuales, como el año en que Francia tendrá más musulmanes que cristianos. Es conveniente hacer aquí un alto de gran significación, un paréntesis relevante para quien lea estas reflexiones, para no equivocarse y pensar que este comentario está sostenido por la discriminación y la xenofobia o, aún peor, por el fanatismo de la raza o la negación de la natural movilidad hacia el futuro. Lo primero es aceptar que el islam es una cultura muy importante, desarrollada durante siglos y signada por la paz en la mayoría de esos siglos. Con otras costumbres y dogmas, con otras creencias espirituales y diferentes estructuras políticas y sociales que indican que la alianza o convivencia pacífica son casi incompatibles, quizás pueda darse una coexistencia cuidadosa y compleja, ya que Occidente no podrá islamizarse y, por su parte, el islamismo jamás aceptará las reglas occidentales. El islam es una cultura muy importante, desarrollada durante siglos y signada por la paz en la mayoría de esos siglos. (Foto: AFP) La crisis entre Occidente y el mundo musulmán Dicho esto, con total claridad, debe entenderse y respetarse la gran diversidad del mundo islámico, asentada en diferentes prácticas e interpretaciones en los más diversos lugares, como el Norte de África, Persia o el subcontinente indio. Llevan milenios conectados con los tres continentes, y sería estúpido no reconocer sus extraordinarios aportes a la cultura del mundo, tanto en astronomía, matemática y medicina, como en la producción de textos científicos y literarios, y el arte del tejido. Muchas de estas proezas se remontan al inicio del islam, cuando nuestra propia cultura estaba aún en pañales. Sin embargo, la relación entre el mundo musulmán y el occidental fue acentuando sus diferencias y entró en crisis paulatina y creciente a partir de la Revolución Industrial del siglo XVIII. Los beneficios ocasionados en las potencias occidentales obligaron a los líderes musulmanes a intentar aggiornar sus sociedades imitando a un mundo que era su contracara social, política y cultural. Eso provocó una creciente resistencia, ya que muchos interpretaron que destruiría los valores islámicos tradicionales. Esa resistencia no fue violenta ni se transformó en terrorismo hasta muchos años después, al entrar en contacto más directo con las colonias occidentales, mientras su civilización, durante siglos próspera y dominante, empieza a perder prestigio y preponderancia. No es que el Islam se haya radicalizado, sino que hay un grupo de fanáticos convencidos que la violencia política es el único camino para recuperar la pureza del mundo musulmán en la modernidad. (Foto: AFP) El islam radicalizado y el silencio brutal de las mayorías No es que el islam en general se haya radicalizado, para nada; pero hay un grupo de fanáticos, convencidos de que la violencia política es el único camino para purificar y recuperar, a través de la reinterpretación del concepto de la Yihad, la esencia de la pureza del mundo musulmán en la modernidad. El resto de esa milenaria civilización acompaña silenciosamente, aprobando, o en un disenso íntimo y no público, mientras en nombre de Alá se propaga la lapidación, el ahorcamiento y el entrenamiento a adolescentes y niños para convertirse en terroristas suicidas alrededor del mundo. Ese silencio brutal de las mayorías no es nuevo en la historia de la humanidad: hubo millones de alemanes que consideraron a Hitler un fenómeno de minorías, millones de rusos vieron morir a otros millones estupefactos de la impensada realidad, y por qué no citar los crímenes en Ruanda, Namibia, Chechenia, Burundi y Camboya. Allí también vivía buena gente, familias inocentes y campesinos ajenos a una violencia que, al final, los atrapó a todos. El problema, en definitiva, no es la inmigración, sino el concepto antiguo de la diáspora, es decir, la instalación de grupos étnicos que no aceptan las reglas de quienes los acogen, tienen sus propias leyes y ninguna intención de asimilarse a la cultura y a las costumbres del país que los recibe. Se nuclean en barrios periféricos, donde impera el mando de sus propios líderes y, a veces, ni la policía puede ingresar en ellos. El problema no es la inmigración, sino la diáspora, la instalación de grupos étnicos que no aceptan las reglas de quienes lo acogen. (Foto: AFP) Un futuro oscuro para las sociedades europeas Esa tensa espera de 2051 en Francia y un futuro no muy lejano en Países Bajos, Bélgica y otros países europeos marcan la brutal diferencia con otros migrantes que llegan por hambre, desesperación o por un mejor porvenir para sus hijos, esos que son, finalmente, bien recibidos en cada barrio, escuela y comunidad. El problema complejo que hay que resolver tiene aristas y caminos que son confusos e infinitos, y también inciertos. Nos queda una sola seguridad, cada día que esperamos, el futuro es un poco más oscuro para nuestros hijos, y no deberíamos esperar que ellos lo resuelvan.

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