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» El litoral Corrientes
Fecha: 06/03/2025 00:13
*Por José Luis Zampa Se están apagando los últimos reflectores y el comparsero, mojado en sudor, camina al galpón con la mitad de su traje todavía colocado. El espaldar, herido por la intensidad de 10 noches de desfile y tres shows agotadores, va en manos de su hermano, ayudante, asistente, aguatero, soporte anímico de aquellas veladas olvidables en las que un mediocre coordinador ni siquiera se molestó en avisarle que habían cambiado su lugar en la formación. El comparsero avanza hacia el epílogo con los ojos nublados por una persistente transpiración ennegrecida por el delineador, mezclada con lágrimas irreprimibles, anudada su garganta por la emoción que intenta disimular ante el gentío que se se va desconcentrando hacia los estacionamientos. Un niño de unos siete años lo reconoce: "Vos sos el árbol". Y le pide una foto. Él se detiene y sonríe frente al celular rajado de una mamá muy humilde, en la semioscuridad. Se saludan con afecto y los ve subirse a la motito. El encuentro le dibuja una sonrisa agradecida. Los metros se acortan mientras asoma el alba y la marea humana se atomiza entre risas lejanas. Va con los pies hinchados por las botas de plataformas causantes de 8 ampollas que hubo de soportar con curitas y vendas, para completar la brillante interpretación de un personaje secundario pero esencial para la historia. Aunque le hubiera gustado ser un conquistador le tocó ser planta, pero no importa. Sabe que fue parte de una fiesta entremetida en el corazón de todo un pueblo que acompaña como puede cada edición. Y es conciente de que los carnavales oficiales, una vez más, demostraron que son los más desliumbrantes del país. Por sus artistas, por su escenario, por una organización cuidadada que selló la alianza entre Provincia y Municipio. Una industria turística que da laburo hasta al vendedor de pebetes caseros que se metió a hurtadillas por el fondo, para hacerse unos mangos sin la "cashless". Se desviste el comparsero, se calza un short lo más cómodo posible y ni siquiera tiene ganas de ir al baño. Todo el líquido de su cuerpo ha sido expulsado por los poros, encargados de refrigerar una maquinaria orgánica que, sin emargo, continúa con la temperatura adrenalínica de haber bailado en esa última noche que no debió haber terminado nunca. Sopla una piadosa brisa bresca, pero en su pecho late, como una brasa acelerante, el afán de volver a empezar. Un sentimiento irrefrenable lo empuja a pensar en 2026 para una nueva pasada, para acompañar a los ritmistas bañado por el frenesí de los más de 100.000 espectadores que pasaron por el corsódromo "Nolo Alías" hasta colmar ambas tribunas, las del Perichón y las del aeropuerto. Allí desplegó toda la intensidad de la coreagrafía frente a un jurado impávido, que mantiene rictus de estreñimiento porque no está para aplaudir, sino para evaluar y calificar. Hizo reverencias y sonrió con elegancia. No por los árbitros, sino porque quería que su comparsa alcanzara la cima. No ganó el comparsero. Volverá a su casa sin nada y con bolsillos flacos, pero ese no es el punto. La congoja lo invade una vez más porque deja su espaldar en el galpón. Lo acaricia en silencio. Le da las gracias con una última mirada de admiración porque esa pieza de arte que emplumó con la ayuda de sus seres queridos fue, durante un mes, el ala que le permitió volar hasta una dimensión de fantasía donde todo es perfecto, pues predomina alli una alegría de ida y vuelta, un hábitat etéreo donde se obsequian sonrisas y se reciben elogios de un público extasiado. Chau espaldar. Chau plumas. Chau tocado. Los guardaré en mi recuerdo y serán mi inspiración para crear un nuevo traje de superhéroe. Para volver a personifciar a un paladín cuyo superpoder será regalar lo que nadie más puede: momentos de algarabía inconmensurable, una tregua en la batalla de la vida . Que así sea.
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