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» Misioneslider
Fecha: 05/03/2025 19:00
El caos en Avenida Corrientes durante un día infernal «Tomá querido, comprate la botellita de agua». La señora le ofrece dos mil pesos al delivery que maneja una bicicleta y que está empapado por la transpiración. El maxi-kiosco, a oscuras, no tiene posnet y el muchacho no lleva efectivo. Sediento, acepta el gesto y le besa la mano por su gesto. «Hace dos horas que esto parece una escena de la película ‘El día después de mañana’. Es el descontrol absoluto», dice Pancho, encargado del local de la esquina de Corrientes y Billinghurst. El impacto del apagón en la zona Tres de la tarde, la sensación térmica supera los 44 grados y a lo largo de la Avenida Corrientes, entre Pueyrredón y Medrano -franja que recorrió Clarín– hay un apagón absoluto, con todo lo que eso significa: sin semáforos y sin subtes (la línea B fue la última en restablecerse), el tránsito es un enjambre de vehículos inamovibles, y las paradas de los colectivos están colapsadas. Aparece la imagen de la película mencionada por Pancho, sobre todo el desgobierno que copa la zona de Abasto y Almagro. La situación de los ciudadanos ante el caos Por supuesto que el clima irrespirable sobredimensiona el malestar general, que se percibe en el rostro de la gente, que no sabe qué hacer. «¿Tengo que ir hasta el Obelisco, pero no hay subtes y no me voy a tomar un colectivo, porque no llego más», dice Sandra, desde las escaleras del subte de la estación Medrano. «Me vino como un instante de parálisis. Te juro, porque tampoco tengo cómo volver a casa». El uso de grupos electrógenos en la zona Las veredas están colmadas y hacía mucho que no se veían tantos grupos electrógenos por cuadra. Sin duda es uno de los invitados de lujo de la aciaga jornada del miércoles que tuvo dos apagones dejando a más de 600 mil usuarios del Amba sin electricidad. «Tenemos mucha medicación que necesita conservar la temperatura y cómo no tenemos idea hasta cuándo estaremos a oscuras, decidimos instalar el grupo electrógeno», comenta Brian, empleado de una farmacia de Corrientes y Salguero. Los rostros de la impaciencia y la intolerancia Cronista y fotógrafo caminan por la avenida y se advierte la impaciencia e intolerancia de la gente, especialmente de algunos comerciantes que no sólo se niegan a hablar y responden de mal modo, sino que tampoco permiten que se saquen fotos. «Salí de acá porque te rompo todo, imbécil». Casi de manera patotera, un encargado de una casa de ventiladores y aires acondicionados se puso cara a cara con los periodistas sólo por el hecho de entrar y consultar con otros empleados. Gracias a la mediación de un peatón testigo del encontronazo, la cosa no pasó a mayores. Las consecuencias en la vida cotidiana de los ciudadanos Un señor mayor luce arrebatado por el calor, mientras espera el 128 en Corrientes y Salguero. «¿Cómo hago para subir? Mirá lo que es eso, parece ganado, nadie registra nada y no hay lugar arriba del ómnibus. Hace media hora que estoy esperando subirme, lo mejor va a ser que vaya cerca del subte y espere a que se normalice la línea B. Tengo tanta mala suerte que justo para hoy me dieron el turno médico», reniega el hombre. El impacto en los comercios locales Yendo hacia Valentín Gómez, por Bulnes, los empleados de la heladería Cremolatti, que están oscuras, detrás de un mostrador, no venden helados, no se les permite. «No podemos abrir los freezer porque tenemos miedo de echar a perder la cadena de frío y que tengamos que tirar la mercadería», dice Sorángeles, «Hace un mes estuvimos tres días sin luz, ¿sabés lo que fue eso? Más de veinte kilos de helados tuvimos que tirar a la basura. No queda otra que rezar y soportar este calor», dice dentro de un local sofocante. Entra una madre con dos chicos y así como entran el «no vendemos» es un mazazo a la ilusión. Conclusiones El caos generado por el apagón y la ola de calor en Avenida Corrientes dejó a los ciudadanos sin luz, transporte público y servicios básicos. La impaciencia, la intolerancia y la desesperación se apoderaron de la zona, afectando la rutina diaria de comerciantes y residentes. La necesidad de adaptarse a situaciones de crisis como estas pone a prueba la resiliencia de la comunidad y la capacidad de sobreponerse a adversidades inesperadas.
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