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» Diario Cordoba
Fecha: 05/03/2025 02:58
Hubo un tiempo en que el ocio no era enemigo del intelecto, sino su cómplice secreto. Platón y Aristóteles paseaban entre columnas de mármol, desgranando pensamientos que aún hojeamos en nuestros días, como el viajero que descubre un códice sepultado bajo siglos de polvo y negligencia. Pero hoy el ocio se ha convertido en tirano de sí mismo, en una bacanal de luces parpadeantes y discursos soporíferos que embotan el alma y narcotizan la voluntad. La cultura, antaño un templo de la inteligencia, es ahora un circo de necedades, donde el pensamiento ha sido expulsado como Edipo de Tebas. El entretenimiento, otrora refugio del ingenio y del humanismo, ha sido reducido a un sucedáneo barato, una orgía de banalidad que envilece incluso a quienes, desde las cátedras de la crítica, aplauden su decadencia con la convicción del converso. La televisión ha dejado de ser el altar donde se oficiaban los grandes debates del siglo XX para tornarse un festín de gritos chabacanos y miserias exhibidas sin pudor. El cine, que en otro tiempo fue un tapiz donde se bordaban tragedias dignas de Esquilo, se ha transmutado en un carrusel de imágenes epidérmicas y guiones manufacturados con la misma minuciosidad que una hamburguesa de franquicia. Dostoievski nos advirtió en ‘Los demonios’ que cuando se vacía el espíritu, lo único que queda es el vértigo de la nada. Y es precisamente ese vértigo lo que empuja a las masas a refugiarse en un entretenimiento pueril, en una verbena de imágenes y eslóganes que reemplazan la argumentación y la hondura con el estrépito y la inmediatez. Ya no se busca la incomodidad del pensamiento, sino la lisonja del espectáculo; ya no se pretende conquistar la verdad, sino amortiguar la conciencia con placebos multicolores. Como en la Roma de Juvenal, el pueblo reclama pan y circo, aunque ahora ni siquiera el pan es sustancioso, ni el circo tiene el esplendor de los gladiadores. Ortega y Gasset ya profetizó en ‘La rebelión de las masas’ este desenlace: el hombre-masa, hastiado de cualquier asomo de profundidad, exige que todo se rebaje hasta su miseria espiritual, hasta su indolencia congénita. Y la cultura, siempre dócil ante los caprichos del mercado, no ha hecho más que concederle lo que pedía, convirtiéndose en una nodriza que le suministra sin descanso la leche agria de la trivialidad. El pensamiento ha sido sacrificado en el altar de la audiencia, la conversación ha sido decapitada en la guillotina del algoritmo y la palabra ha sido sustituida por el emoticono. Si Dante descendiera hoy a los círculos del infierno contemporáneo, no encontraría herejes ardiendo en tumbas de fuego, ni avaros hundidos en ríos de oro derretido. Hallaría, en su lugar, una multitud con la mirada perdida en pantallas titilantes, rumiando su propia inanidad, consumiendo sin tregua un espectáculo que no deja poso ni memoria, solo una carcajada hueca que se disuelve en la nada.
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