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  • El pisito

    » Diario Cordoba

    Fecha: 04/03/2025 13:24

    Es la retranca una de nuestras más genuinas formas de exprimirle la sorna a la existencia. También son baluarte de la literatura española la tragicomedia y el esperpento, el humor al que le damos licencia para cauterizar las desgracias. Y para retrancas, el uso deliberado de los diminutivos, una carga de profundidad que desactiva todos los algoritmos de sarcasmos de la inteligencia artificial. Aquella película del 58, dirigida por Marco Ferreri y con el sello en el guion del gran Rafael Azcona, nunca pudo llamarse ‘El piso’; pero honor y gloria a ‘El pisito’ porque el diminutivo agua la solemnidad de la crítica social, pero baja la guardia a la censura. Ferreri y Azcona ya fueron Nostradamus del problema de la vivienda en la época del franquismo orondo; y la comedia negra el dedo en la llaga del desarrollismo. El piso, ya sin sufijos falazmente párvulos, se vinculó a la lujuria del estatus y a la divisa de Sus Católicas Majestades: se apropió el tanto monta para montar un piso, privilegio del adúltero potentado. Como en el Monopoly, según la barriada en la que le amueblabas a tu querida el nidito de amor, allí mostrabas ‘urbi et orbi’ la cagadita de tus posibles. José Luis Ábalos, delante del espejo; remontándose al Ábalos adolescente para caer, como Danny Daniel, por el amor de una mujer; pero con todo el rebujo de poder que arrastra un exvicepresidente del Gobierno. Jessica Rodríguez soltó en el Tribunal Supremo la espoleta del despecho. Primero reconociendo su relación sentimental con quien posee la radiofónica voz de un capo. El otrora poderoso ministro de Fomento le dijo que no tenía edad -versión antónima de Gigliola Cinquetti- para compartir piso. Y le dio a elegir con la magnanimidad de un califa sin el collar de la paloma. Ella escogió uno a la verita de Ferraz, acaso para que fuera más llevadero el reposo del guerrero. No acababan ahí las manifestaciones del enamorado: flores gestionadas por Koldo, para mitigar las ausencias. Y una paguita -vuelven los diminutivos- como la del Nescafé, pero a cargo de la nómina de una empresa pública, aunque el contenido de sus funciones y la propia ubicación de su puesto de trabajo fuese una tierra incógnita. Todo con esa casposidad ferozmente burguesa que tanto atraía a Luis Buñuel. Claro que, con el pequeño detalle -dígase detallito- de que aquellos días de vino y rosas corrían a cargo del erario público. Convergen en este escándalo dos temas en los que la sociedad muestra una especial sensibilidad: corrupción y vivienda. Y si la oposición no hace más daño es por su esquizofrenia con los extremismos de derecha y por mantener a un incompetente al frente de la Generalitat valenciana. Los pisitos los carga el diablo. Quizá a Ábalos no se lo lleve por delante ni el ‘Delcygate’ ni las mascarillas, sino el desamor.

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