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  • 3 de marzo: letras regionales en el Día de la vida silvestre

    Parana » Uno

    Fecha: 04/03/2025 03:42

    En el Día de la vida silvestre algunos homenajes de la literatura y el cancionero a las manifestaciones de la naturaleza, de Martínez Paiva a Cuestas Cada 3 de marzo, como este lunes, celebramos la vida vegetal y animal en el mundo. Las Naciones Unidas emiten de tanto en tanto algún documento para que la humanidad se enfoque en determinados asuntos, y en este caso lo hizo sobre la relación de la vida silvestre y los seres humanos. Muy bien. Aprovechamos esta fecha para recordar algunos fragmentos de literatura entrerriana referidos a la naturaleza, como expresiones de una conciencia ecológica que nos precede. “Tuito es desmonte, surco y caserío,/ nace un quebracho y el tirón lo arranca;/de miedo a que lo atajen los tapiales/ corre con jurias de asustao el río/ por el borde pelao de la barranca./ ¡Humo se hicieron ceibos y sauzales!/ De vez en cuando, cruza por el cielo/ silenciosa, lejana, como juida/ el ala de aire de una garza blanca,/ y vos te imaginás qu’ es un pañuelo/ que te dice un adiós de despedida”. Así le canta a la nostalgia el gualeguaychuense Claudio Martínez Payva, en el poema Al pie del estribo de su obra cumbre, Lluvia en los cardos. La comadreja Distintos autores han expresado su admiración por las aves. Aníbal Sampayo, Marcelino Román, Linares Cardozo… Pero volviendo a Martínez Paiva, veamos cómo nos pinta la relación con el mbicuré (la comadreja), en su poema “Guacho”. “Matala Guacho! Si serás pavote!”, le gruñe el patrón pero la comadreja se le escapa y el gurí liga una paliza. Sólo la china cocinera manifiesta su bronca, su impotencia. Cuando todos duerman, el chico le confesará a un peón viejo que él mismo había traído la comadreja desde la aguada. “Nos vemos siempre, y le vigilo el nido. … Tiene sáis hijos, viejo, y tempranito alzo comida, y voy a visitarla; sale a esperarme, pobre animalito y empiezo mientras come a’cariciarla. Tuita la cría se le añuda encima, chillan, caminan, l’ahugan con la cola y denguno se cái ni se lastima y carga, con los sais, la madres sola..!” “Hoy, desgrané en l’achira los pichones y la truje, a la juerza, y escondida; pensaba que quedrían los patrones conocer a una madre tan sufrida. Ya sabe el risultao… Me hundió la bota, me ha bajao con el taco media oreja, tengo la boca achicharrada y rota, pero pude salvar la comadreja”. “De aquí un rato, me corro a la laguna a ver si ya llegó, mi compañera. ¡Son sáis que van como a caballo de una…! Y ella no halla un cristiano que la quiera… Ansí vide sufrir a una persona, sola, solita, p’atender su cría, jue pastelera, lavandera, piona…” En Martínez Payva, el “guacho” ve en el mbicuré a su propia madre. pato siriri pampa.jpg Foto: ebird.org Ni pisaba el pasto En la otra costa del Uruguay, Romildo Risso escribía entonces estos versos bajo el título “Los yuyitos de mi tierra”, que llevaría a la fama Atahualpa Yupanqui. “No digo que pa’ vivir/ tenga que hacerse algún daño,/ pero más de lo preciso/ demuestra espíritu malo. / Si hay leña caída en el monte/ yo no via voltear un árbol,/ pue’ el aire no puedo dir/ de no, ni pisaba el pasto”. Le pesa el tener que hacerse un lugar, interrumpir la armonía. Y no es casual, su obra habla de una relación estrecha entre el árbol y el hombre. Le canta, por ejemplo, al espinillo (El aromo). “En ese rajón, el árbol/ nació por su mala estrella,/ y en vez de morirse triste/ se hace flores de sus penas”. Como Osiris Rodríguez le canta al “talita del pedregal”, que es él mismo, en un poema que tan bien recita Víctor Velázquez; y como Jorge Méndez rinde homenaje a las llamadas plagas: “cardo vulgar, tu porfía/ crece a la par del camino,/ y qué similar destino/ sobre tu vida y la mía”. En unas décimas que recuerdan a El corralero y El overo, Atahualpa Yupanqui le dice a su tordillo. “No sienta miedo ni pena/ mi viejo potro tordillo/ que a usted no lo lleva nadie/ pa’l lao de los frigoríficos./ Me via quedar medio solo/ cuando usted se me aiga ido./ Después que lo aiga enterrao/ via plantar un arbolito/ una sombra pa la sombra/ del recuerdo de un amigo./ Será como verlo siempre,/ como tenerlo conmigo”. En El alazán, Yupanqui vuelve sobre esa relación. “Si como dicen algunos/ hay cielo pa’l buen caballo,/ por ahí andará mi flete/ galopando, galopando”. nido de zorzales.jpg 3 de marzo: letras regionales en el Día de la vida silvestre Como yo lo siento Osiris Rodríguez Castillo comprendió como pocos los lazos del hombre y el paisaje. “No venga a tasarme el campo con ojos de forastero/ porque no es como aparenta sino como yo lo siento./ Yo soy cardo de estos llanos, totoral de estos esteros,/ ñapindá de aquellos montes, piedra mora de mis cerros/ y no va a creer si le digo que hace poco lo comprendo.../ Debajo de este arbolito suelo amarguear en silencio/ si habré lavao cebadura pa´intimar y conocernos./ No da leña ni pa´un frío, no da flor ni pa´remedio/ y es un pañuelo de luto la sombra en que me guaresco,/ no tiene un pájaro amigo, pero pa´mí es compañero”. Hay en muchas canciones y versos del llamado “folklore” hondas tradiciones de Abya yala, muy menospreciadas, que mantuvieron llamitas encendidas en los tiempos de tala rasa. Miguel Ángel Martínez se había creado un mundo propio en la isla Curupí, era un habitante más, como los pájaros, las flores, los árboles, a tal punto que ese entorno lo llevó a acuñar el gerundio “curupisiando”, que es como decir, “viviendo en armonía”. El Zurdo era canto y melodía, pájaro y mate amargo. Para los zurdeños, sus discípulos, estas cosas no están separadas sino por la ignorancia. Y qué decir de Juan Ortiz, que se sabía atravesado por un río. Cada cual a su modo, el poeta, el músico, el intérprete, el pintor, va diciendo el paisaje. Para Yupanqui, la guitarra entrerriana tiene como misión dar el paisaje. Los poetas y los cantores pueden no llamarse “ambientalistas” pero con sus otros ojos, los ojos del arte, no se ven frente al paisaje sino adentro. Para Ricardo Couchot, por caso, entre el paisaje y el hombre no hay un punto y aparte: “Siririses y crestones/ ponen puntos suspensivos/ en el aire de la tarde”. La relación del pájaro y la libertad puede ser tema de la poesía del mundo, pero en Entre Ríos es el eje, el centro, la metáfora interminable. ceibo-común.jpg Común. Este ceibo del sur de Paraná luce espléndido este noviembre. Ceibos y sauces En La vuelta al hogar, Olegario Andrade dialoga con la naturaleza. “Todos aquí me confiaban/ sus penas y sus delirios;/ con sus suspiros las hojas,/ con sus murmullos el río”. El ceibo, el sauce, el zorzal, el arroyo, impregnan la poesía entrerriana de cabo a rabo. Carlos Mastronardi pinta la provincia sin límites entre el hombre y el paisaje. “Persiste un rudo encanto que me despeja el alma,/ entre arroyos ocultos y en las calladas islas”. En Eise Osman, que murió hace poquito, el hombre mismo es la isla, y comprende mejor si corta los puentes con la realidad aparente. Quizá sea en la relación del hombre del litoral con el mate donde más se expresa esa asociación sin fronteras entre el vegetal, el agua, la cultura, los sueños. “Mi viejo mate galleta, qué pena me dio perderte”, dice José Larralde en una chamarrita lerda. “En tu pancita verdosa cuánto paisaje miré”. Fortunato Calderón Correa dice “las cosas cantan”, con Reiner María Rilke. “Permaneced distantes; me gusta escuchar cómo las cosas cantan. Vosotros me matáis todas las cosas”, dice Rilke. En esto de ser el mismo árbol, se lee en la poesía de Calderón: “Risueño si te ven, feliz cuando te ignoran,/ con igual respuesta para la tierra y para el hacha,/ así esperas la noche, álamo./ Lentamente, libre de cargas,/ dejo flotar mi amor hacia tu cuerpo./ Y hay algo en mí que quiere hacerse sol, como tus hojas,/ y tú se lo permites”.

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