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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 04/03/2025 02:55
¿Cómo vivir la muerte del ser amado? Una respuesta sensible ¿Por qué nos cuesta tanto?”Decir adiós no es fácil. Es el trabajo por el cual notamos en nuestra vida la capacidad del duelo y de la separación. Porque no alcanza con haber hecho un duelo o haber podido separarse. Eso debe anotarse, quedar dicho y encomendado a Dios (adiós)”. Esto asegura Verónica Buchanan en el prólogo de Cada vez que decimos adiós (Letras del Sur, 2025), del psicoanalista Luciano Lutereau. Y lo dice casi como una revelación. Porque es desde el misterio, desde donde podremos sostener lo que perdimos. Entonces, leo varias veces. Subrayo. Tomo nota. Pero la paz tarda en llegar. Y mucho. Lidiar con la ausencia es enfrentarse a esa parte nuestra que también se fue. Y no volverá. “En el duelo pierdo al otro, pero pierdo también el que yo era con el otro. (…) De hecho, es mucho más lo que el otro se lleva de mí que lo que yo me quedo del otro. Pero – por otra parte- yo me quedo con muchos rasgos, con gustos del otro y eso transforma. El duelo es transformador”, dice el terapeuta y escritor. Ok. Hasta acá todo bien, pero: ¿cómo sigo viviendo en un mundo en el que el otro está ausente? Sobre esto, conversé mucho con la escritora mexicana Socorro Venegas, autora de La noche será negra y blanca (Ediciones La parte maldita, 2024) quien me dijo que su “superpoder”(y el mío también) era no comprender “por qué algo vivo tenía que morir”, que no encontraba ningún sentido en eso porque “el dolor de perder a alguien era absurdo”. Y si, algo de disparatado hay en todo esto. Algo que no logramos descifrar. Pero justamente es eso, lo que no entendemos, lo indescifrable, lo que obliga a una nueva interpretación, una relectura, una punta. "Cada vez que decimos adiós", de Luciano Lutereau. Y es que la muerte de un ser querido te transforma. Pero hay que ver bien en qué. “(…) Siempre que perdemos a otro, nos perdemos. Pero es una parte de nosotros la que se pierde para que podamos vivir una nueva”. Por eso Lutereau propone vivir el duelo no como “interminable, como herida siempre abierta, como deriva melancólica, sino que en ese “cada vez” (que algo termina) algo se dice y una parte de lo que fuimos se encomienda a otro”. El psicoanalista Luciano Lutereau piensa qué hacemos ante la muerte de quienes queremos. (Gustavo Gavotti) De allí que el proceso pueda ser una oportunidad de aprender en el dolor. Porque sabernos mortales te afila los sentidos. Comenzás a ver cosas que antes no existían. O al menos no veías y ahora sí. Y con mucha nitidez. Y es en ese “traje” nuevo donde descubrís el cómo seguir viviendo. Y acá entra en juego otro elemento, lo que Víctor Frankl llamó actitud vital frente a la adversidad. El siquiatra que sobrevivió a Auschwitz y escribió El hombre en busca de sentido (un bestseller) dijo que la vida en sí misma no tiene sentido alguno porque el verdadero sentido se lo das vos. “A los que nunca han pisado un campo de concentración quizás les sirva para entender las atroces vivencias de los reclusos y, lo que resulta más difícil, para comprender la actitud vital de los supervivientes”. El hombre en busca del sentido último Por Viktor Frankl eBook $ 4,99 USD Comprar Primero, la despedida Atravesar un duelo es sin duda complejo y arduo. Es difícil dejar ir. Y también lo es irse de ese lugar donde nos pone una situación que no pedimos, que no buscamos. Simplemente sucedió. Aunque sepamos que todo tiene un principio y un final. Y que todos nosotros somos humanos que vamos a hacia un fin. Pero antes y a lo largo de las 154 páginas del ensayo de Lutereau, aparece algo que se vislumbra como fundamental: la despedida. “(…) Hay duelos imposibles, porque hay despedidas que no ocurrieron. (…) Y un duelo imposible es un modo de retener el amor del otro. Despedirse es difícil. Implica la fantasía de que abandonas. También implica renunciar a la omnipotencia: no puedo hacer nada más. (…) Por eso es importante pensar en el proceso de despedida para no permanecer en actitudes retentivas, así como para no sentir la culpa de irse. (…) ¿De qué nos despedimos en una despedida? Si en la separación nos separamos de un tipo de vínculo, y en el duelo, de quien fuimos en el curso de esa relación, en la despedida- paso fundamental para los otros dos procesos- se trata de decir que ya no podemos quedarnos sin por eso asumir una actitud omnipotente. Solo a través del proceso de una despedida es que tal vez también podamos decirle adiós a lo que no fue”. Para el autor, decir adiós nos lleva a un paso más. Termina algo, pero empieza otra cosa. Como esa canción de Gustavo Cerati que dice que “poder decir adiós es crecer”. Bueno, algo así. “Incluso agregaría que conocemos del duelo y de la separación mucho más por el carácter luctuoso de estos procesos, por la tristeza que implican, pero despedirse, en términos generales, llegado cierto momento, hasta es saludable… pero no lo sabemos”. Como sea, uno no está listo para romperse en cualquier momento y tampoco para aceptar lo irreversible. Es más, diría que no estamos listos en lo absoluto. Sino más bien que nos estrenamos en la desgracia. Primero, golpe seco y luego, recalculando. Y en ese camino de quebrarse en mil pedazos, que no tiene una fecha de vencimiento, entendemos que la vida es una sucesión de despedidas, separaciones y duelos. Y que la “única manera de ser eternos es trascender en actos de amor”. Y esto me lo dijo la sicóloga Valeria Schwalb. Porque el tiempo es limitado. Se termina. Entonces urge hacer algo con todo eso para que no sea en vano. “Tenemos que aprender de esa potencialidad que tenemos. Porque el dolor es una piedra preciosa, como la perla que se forma por el efecto de un agente extraño que ingresa a la ostra, una agresión, algo externo que entró y la transformó”. ¿Cómo procesar la partida de quienes amamos? (Imagen Ilustrativa Infobae) Una respuesta esperanzadora La vida no es justa ni ordenada. “La vida cambia rápido. La vida cambia en un instante. Te sientas a cenar y la vida que conoces se acaba”, escribió la periodista Joan Didion en su libro El año del pensamiento mágico, a propósito de la muerte inesperada de su esposo. Pero también es cierto que no todo tiene que morir cuando una persona muere. Hay vida después de la muerte. Y es esa chance de construir algo nuevo con eso que nos derribó. Transformar. Transmutar. El día termina y se llama ocaso. Sí, es verdad. Pero también lo es el amanecer: el hecho de que cada mañana inicia nuevamente con la salida del sol. No importa lo que decidamos hacer porque mientras lo resolvemos, la vida continuará su curso irremediablemente. Nacerán niños, flores, saldrán frutos de los árboles. Alguien encontrará el amor. ¿Es posible trabajar sobre el sufrimiento para poder enfrentar mejor lo que nos pasa? Sí. ¿Es fácil? No. Pero el dolor llegará. Sabelo. Tarde o temprano llegará. Y no es algo que podamos evitar. Simplemente viene. Y habrá que atajarlo. ¿Quién es Luciano Lutereau? Luciano Lutereau es psicoanalista y escritor. Es doctor en psicología y filosofía por la UBA, donde trabaja como docente e investigador. Es autor de varios libros: ¿Por qué los hombres odian a las mujeres? (Letras de Sur 2017), Galanes inmaduros. Entre el sexting y el Viagra (Letras del Sur, 2019) La insoportable debilidad de existir, Como vivimos en un mundo sin realidad (Letras del Sur, 2024; La comedia de los sexos, en coautoría con Marina Esborraz (Indielibros, 2019) y Crianza para padres cansados, en coautoría con Trinidad Avaria (Indielibros 2021). Cada vez que decimos adiós es el séptimo volumen de la colección Seminarios Lutereau en la que ya se publicaron Miserias hipermodernas, Fragmentos del lazo social, Nadie sabe lo que dice un cuerpo, ¿Por qué vivimos con miedo?, El lado oscuro de la familia y Los amores neuróticos.
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