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» Diario Cordoba
Fecha: 03/03/2025 11:18
Las campanas repican con un incesante sonido en la ciudad. Niños, mujeres, ancianos y sacerdotes se refugian en las iglesias. Ruegan por la salvación. Las banderas enemigas asoman por las almenas de la muralla del Alcázar Viejo de Córdoba. Los moros, liderados por el general Abenfulos, abren seis portillos y amenazan con asaltar el barrio. Con el peligro encima, las damas cordobesas se sueltan el cabello, guardan sus vestidos para otra ocasión y salen a las calles armadas para protagonizar un heroico capítulo y pasar a la historia de Córdoba. La hazaña, que aparece recogida en Paseos por Córdoba, las crónicas que escribió Teodomiro Ramírez de Arellano, fue un momento decisivo para la ciudad. Las tropas de Pedro I de Castilla, el Cruel, y de Mohamed V, rey de Granada, asediaban la capital. Los monarcas habían apostado 80.000 infantes y 7.000 caballos en Los Visos, a las afueras de Córdoba, para intimidar a los cordobeses, que aguardaban preparados. Un odio recíproco El odio de Pedro el Cruel hacia Córdoba era recíproco. Los cordobeses habían visto morir decapitados o entre las ruinas de sus demolidos hogares a varios caballeros por orden del monarca, quien heredó el trono al fallecer su padre, Alfonso XI, en 1350. Los primeros tiempos del nuevo rey resultaron conflictivos: no dudó en enfrentarse, perseguir y dar muerte a los hijos (hasta diez) que su padre tuvo con la joven sevillana Leonor de Guzmán durante una relación extramatrimonial que el heredero nunca aprobó. El hermano mayor de la bastarda prole huyó a Portugal y, más tarde, a Francia, donde reunió fuerzas para luchar por la corona. Varias personas pasan bajo la muralla del Alcázar Viejo. / Ramón Azañón Enrique de Trastámara llegó a España en 1367. En Burgos, con el apoyo de la nobleza, fue proclamado rey de Castilla. Pero rey ya había uno. Y no se lo pondría fácil a su medio hermano. La clase alta cordobesa mostró su decidido apoyo al nuevo monarca, teniendo en cuenta, entre otras cosas, las crueldades que Pedro I había cometido en la ciudad. "Ni un acto de perdón" El posicionamiento de Córdoba en la guerra civil de Castilla enfureció al hijo legítimo de Alfonso XI, quien preparó a miles de hombres para sitiar la ciudad. Lejos de bastarle, Pedro acudió al rey nazarí, a quien había ayudado antes, y le pidió su apoyo. A cambio, le prometió el dominio de la capital cordobesa. Mohamed V puso a disposición de la causa un amplio ejército. Cuando los hombres de ambos reyes estaban en las afueras de Córdoba, del interior de las murallas partieron varios emisarios con un mensaje: si Pedro I prometía entrar solo con los cristianos y respetar a los cordobeses, "franca tenía la entrada"; en cambio, "si no empeñaba su palabra, resistirían cuanto su valor y sus fuerzas permitieran". El monarca gritó, insultó y mandó de vuelta a los enviados con una sentencia: "Ni un acto de perdón". Una "recia" resistencia Las tropas enemigas consiguieron hacerse con la Calahorra, torre que vigilaba la entrada a la ciudad por el sur. Luego, sitiaron el Alcázar Viejo, barrio donde tendría lugar la heroica hazaña de las mujeres cordobesas. Estas, viendo el inminente ataque, pidieron a los hombres que impidieran a toda costa la entrega de sus hijos a "los enemigos de su religión y su patria". Todos los cordobeses, sin importar edad ni sexo, participaron en la defensa. Y esas mismas damas, a quienes siguieron otras tantas mujeres del barrio, se armaron de picas y palos para arrojar a los conquistadores de las murallas. Una mujer en la puerta de Sevilla de Córdoba. / Ramón Azañón Alonso Fernández de Córdoba, señor de Montemayor, de quienes algunos desconfiaban porque creían que tenía un pacto para entregar Córdoba, encabezó la resistencia. "Fue tan recia que hasta logróse recuperar el castillo de la Calahorra", escribe Ramírez de Arellano. La historia popular cuenta que, en esta historia, la madre de Alonso, Aldonza López de Haro salió en busca de su hijo para decirle: "Por la leche que mamaste de mis pechos, que no entregues la ciudad". No lo hizo. Con ayuda de las mujeres del Alcázar Viejo, las tropas cordobesas impidieron el asalto del barrio, arrancaron los pendones de la muralla y empujaron a los moros hasta más allá del puente. Muchos de ellos quedaron por el camino, degollados, según el relato histórico, por los piconeros de San Lorenzo. La batalla siguió y Córdoba acabó logrando la defensa de la capital. Una victoria que tal vez no hubiera sido posible sin la valentía de aquellas damas.
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