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  • El bochorno del Carnaval del País y el maltrato de siempre – Entre Ríos Ahora

    Concordia » Entre Rios Ahora

    Fecha: 03/03/2025 04:40

    Escribe Paola Robles Duarte (*) Que el Carnaval del País es un negocio privado, que permite a los clubes construir escuelas y mejorar sus instalaciones, alimentar y desarrollar el talento de muchos artistas locales, y sostener los niveles de vida inquietantes de un puñado de personas relacionadas de diferentes maneras al mayor espectáculo a cielo abierto de nuestra región, no es ninguna novedad. Que por estos días quienes tienen negocios más o menos truncos con la comisión organizadora se compraron un micrófono con capa para jugar a “El Llanero Solitario”, tampoco lo es; apenas una mueca ruidosa y ridícula. Lo que sí podría haber sido una gran novedad, y sobre todo una buena noticia para contar, sería que las verdaderas protagonistas del “Reinagate” se animaran a ser mucho más que víctimas de la asimetría y el destrato que también sufren –aunque con menos exposición- integrantes en distintas instancias del carnaval; y que se convirtieran en genuinas representantes de un soberano que deja el cuerpo y el alma en la pasarela cada fin de semana. Que renunciaran a ser objeto, a ser el mueble que se cambia de lugar según el espacio que se tenga en la edición de turno: ponemos acá esta elección de la reina, quitamos estos puntos, cambiamos esto en el reglamento, sacamos el comunicado, y aquí no ha pasado nada, porque en todo caso, como las postulantes aspiran voluntariamente a ser reinas del espectáculo, que se aguanten lo que se tengan que aguantar para recibir la banda, la corona, el cetro, un ramo de flores medio pelo y el aplauso de una noche que ya no será. Y para rematar, como la misoginia adopta diferentes formas, y las aspirantes participan de la competencia (que claramente lo es) a la vista de todos, de paso quienes hayan tenido un día miserable y una vida que colecciona un montón de esos días, se despachan criticándolas en las redes sociales, les apuntan a matar si consideran que no son merecedoras de semejante reconocimiento, opinan sobre sus cuerpos, sus dientes, su pelo, las vidas que no les conocen, sobre el nivel de hegemonía de una “belleza” que, vale decir, que los comentaristas seguramente tampoco tienen. ¿Y todo esto en nombre de qué? ¿Del amor al carnaval? Bueno, en este punto me permito señalar una obviedad: claramente se trata de un amor no correspondido, al menos por la dirigencia del Carnaval. ¿Qué todos somos capaces de actuar en consecuencia cuando enfrentamos este tipo de situaciones en la vida? ¿Qué todos sabemos retirarnos a tiempo de aquellos lugares en los que la pasamos muchas veces muy mal? ¿De esos vínculos en donde nos dicen que nos quieren pero amar solo implica ceder ante el destrato del otro? Supongo que no. Es la historia de la humanidad, no es un invento del carnaval local. Pero, ¿qué pasa cuando todo esto ocurre en una vidriera monumental, a la vista de todos? Escribo esto sin exigirle heroísmo ni culpar a ninguna de las chicas, sin acusarlas de nada, pero tratando de comprenderlas. Entiendo que solo quien atraviesa un proceso como el que ellas atravesaron, con semejante nivel de exposición, sabe cuáles son las consecuencias de levantar la voz, y de cultivar la disidencia frente al orden establecido. Pero entonces: ¿vale la pena lanzarse a este camino? Dicho esto, considero que se debe tener la suficiente honestidad como para reconocer que a veces elegimos habitar espacios hostiles pese a todo y frente a cualquier pronóstico, en nombre de los buenos momentos, asumiendo que todos los comentarios que derrochan pena e indignación en las redes sociales irán a parar al depósito incoloro en el que duermen las manifestaciones de los comentaristas. Todo indica que por el momento no sabremos qué hubiera pasado si no se hubiese cedido ante la imposición de la comisión en general y de un club en particular, al menos, en cuanto a esta edición. Porque el sábado a la noche, en una ceremonia tan apurada como improvisada, Felicita Fouce (Marí Marí) fue coronada como reina del Carnaval del País 2025, rodeada por familiares, integrantes de su club y un puñado de mujeres que la precedieron en el título. Todo rápido, enterrando la angustia en un huequito del corazón, fingiendo demencia en nombre de los colores centralistas, de pertenecer –sobre todo de pertenecer y sostener el título para el club- de dejar atrás el mal trago por el destrato público de la comisión, de borrar los rumores que desde la dirigencia se propagaron responsabilizando a las chicas de un enfrentamiento que no eligieron, anulando la posibilidad de un reinado compartido que pusiera en relieve la grandeza de esas mujeres por sobre los intereses mezquinos de los otros, de hacer como si el ninguneo de los dirigentes del carnaval a las pibas que apuestan al sueño de ser reinas, año tras año, no fuera una manera explícita de maltrato y discriminación, con o sin corona. Tanto para las que ganan como para las que pierden, y para el nuevo limbo inaugurado por la dirigencia carnavalera junto al representante legal que certificó los resultados ante las clásicas categorías. Dato aparte: consultados sobre si habrá cambios en cuanto a la persona que certificó el resultado de la elección de la reina, desde la comisión me aseguraron que todo sigue igual. Porque, claramente, lo que ocurrió no ha sido tan grave (sic). Supongo que el lunes, todos titularemos en potencial el triunfo de la comparsa ganadora, al menos nos daremos 48 horas de plazo. Claro que no, es un chascarrillo. Sabemos que para ese conteo habrá más ojos atentos mirando. Por otra parte, este domingo fue reconocida como Embajadora del Carnaval del País la soberana de la comparsa Papelitos, Sofía Funes. A lo largo de estos días, desde la coronación fallida a Sofía y todo lo que aconteció en el medio hasta llegar a la coronación de Felicita, las reinas de diferentes ediciones salieron a hablar en distintos medios de comunicación. Revelaron, entre otras cosas, que el rol de la soberana del carnaval es totalmente autogestivo, que no hay convocatoria real por parte de la comisión respecto a eventos y actividades donde la reina pueda promocionar el espectáculo a lo largo del año, obviamente no existe presupuesto específico para alguna iniciativa en este sentido, que todo, absolutamente todo –salvo alguna honrosa excepción-, es costeado por las postulantes y sus familias (vestidos, zapatos, cursos y entrenamientos como preparación requerida para el desempeño en el certamen, etc), que en algunos casos la lucha de algunas reinas ha sido que los atributos dejen de ser una faja plástica similar a un arreglo floral mortuorio, o que se les permita a las familias acompañar a las postulantes en los momentos clave de la elección, que los integrantes puedan tener su lugar en el Corsódromo, que se transparente la contabilidad y consideración del puntaje en la elección (tan necesario a la luz de los acontecimientos) o incluso, que existan protocolos claros para el manejo de integrantes y destaques hacia dentro de las comparsas. Creo que haber logrado elevar la voz y contar todo este trasfondo está muy bien, pero creer que algo va a cambiar por el mero hecho de enunciarlo, solamente es esperar que las migas caigan del mantel al piso. Romantizar el carnaval atenta en contra del propio carnaval, en contra de su calidad artística y humana. El carnaval es alegría, comunidad, encuentro pero también es un ámbito de poder con marca registrada. El amor por el carnaval no debería justificar el triste sándwich de pan con pan que le dan a los integrantes en algunas comparsas, la amenaza de acceder o responder a determinados planteos porque detrás de cada integrante hay otros tantos queriendo ocupar ese lugar, o tragar el mal trato cuando se hace un reclamo que no le gusta a algún dirigente, la precarización como bandera en el hacer de muchos y muchas artistas, modistas y creativos del espectáculo, entre otras tantas historias que llegan a nuestras redacciones en cada edición del espectáculo. Aceptar la falta de respeto como una condena inapelable, es diametralmente opuesto a representar esos valores que tan livianamente enumera en sus comunicados de prensa la comisión organizadora. Si el carnaval es identidad de nuestro pueblo, es arte, esfuerzo y sacrificio de los integrantes, es apuesta honesta de muchos miembros de las instituciones, no puede convertirse en un derrotero de maltratos y desconsideraciones. Asumir un rol proactivo en el proceso de modificar esas situaciones tiene más que ver con el amor al carnaval que con poner la otra mejilla infinitamente. Cuando hace algunos años comenzó el debate público sobre la figura de la reina en los grandes espectáculos y fiestas populares, incorporando la apertura a nuevas miradas y propuestas para mujeres y diversidades de todas las edades, fui en busca de la opinión de todos los integrantes de la comisión del carnaval –varios de ellos permanecen en la actualidad- para escribir al respecto. Todos argumentaron la importancia de la figura de la reina para el carnaval y consideraron que pensar en implementar embajadores no tenía que ver con nuestra fiesta a diferencia de lo que ocurre con carnavales como el Corrientes, por ejemplo, que además de consagrar a mujeres también nombra embajadores varones. Durante varios años, en muchas entrevistas hablamos sobre esta posibilidad. Incluso cuando la comisión organizadora tuvo por primera vez a una presidenta mujer la respuesta siempre fue categórica. Sostener la figura de la reina. Ahora bien, como el conteo de los puntos fue un bochorno espantoso que expuso a las postulantes de manera totalmente repudiable (a Sofía, a Felicita y también a las otras dos postulantes de las que transcendieron las planillas con los puntajes) y se coronó a una reina que no era, la comisión sacó de la galera la figura de la Embajadora del Carnaval sin ningún tipo de empacho, desandando los mismos argumentos que alguna vez utilizaron para decir que con una reina era suficiente para representar al espectáculo. Esto, que lejos de parecer un reconocimiento y muestra de empatía con Sofía, parece más una maniobra para tratar de evitar el reclamo por algún tipo de resarcimiento, es una nueva falta de respeto. Otro tipo de violencia maquillada con anuncios rimbombantes, con carteles y luces de neón, que confirman que se acomoda lo que sea necesario para no perjudicar el orden establecido por más arcaico que sea. Estos reconocimientos de cartón piedra en una edición donde la figura de la reina y de la embajadora solo ha sido nombrada en los medios de comunicación en referencia a la humillación que han sufrido las postulantes, resultan un elemento de disciplinamiento, un ejemplo de que si no se hace mucho lío y se mastican las angustias en privado o con los cercanos, habrá recompensas individuales para que todo siga igual. Entonces, qué representa la reina o la embajadora del carnaval si no es –fundamentalmente- a esos integrantes que dejan todo cada noche en el Corsódromo, que viajan cada fin de semana poniendo recursos económicos y personales a disposición del Carnaval del País sin esperar a cambio nada más que un lugar que defender cada año. Si la dirigencia trata así a una figura destacada como la reina, qué le queda a los integrantes tantas veces invisibles. Esa gente es su soberano chicas, ellos son su reino –utilizando una analogía medieval ahora que el oscurantismo se está poniendo tanto de moda-. Y aunque muchos pueden considerar una estupidez sideral el nivel de debate al que escaló el tema de la coronación en los medios, para quienes sin pertenecer al Carnaval nos asomamos a esa ventana durante las noches de verano y vemos a los integrantes transpirar durante esos 500 metros de pasarela, con trajes imposibles muchas veces imposibles de llevar, sabemos que la importancia de las cosas para las personas no tiene una medida universal. Quizá en vez de retroceder casilleros sepultando los debates que le seguían al de si a esta altura del partido aún existe espacio para reivindicar un reinado con estas características, es tiempo de profundizar en la diversidades corporal, cultural, de género, entre otras, para que el reflejo de ese espejo tenga más que ver con nuestra comunidad. Tal vez en vez de aceptar responder ese ping pong absurdo de “pareja abierta o cerrada” o “qué llevas en la cartera” –sacaron la pasada en traje de baño pero siempre se las ingenian para retroceder- conviene responder: ¿Qué esperamos para sacudir el mantel, tender la mesa para todas y repartir el pan? (*) Paola Robles Duarte es periodista. Publicado en R2820Radio

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