Contacto

×
  • +54 343 4178845

  • bcuadra@examedia.com.ar

  • Entre Ríos, Argentina

  • José Estévez, más que un espartero: "Si yo tengo a día de hoy algo, y si mis hijos tienen hoy algo, es gracias al esparto"

    » Diario Cordoba

    Fecha: 02/03/2025 13:47

    El primer trabajo de Pepe fue montado en un triciclo. Tenía 12 o 13 años, acababa de finalizar su educación en los Salesianos de Córdoba y escuchó de su padre la frase que para tantos niños de entonces suponía una sola cosa: "Que digo yo que habrá que trabajar". El imberbe Pepe pedaleaba por la ciudad sobre un triciclo que alquilaba en un puesto del campo de la Merced y que cargaba de esteras, persianas y otros útiles de esparto que tanto se utilizaban antaño. A Pepe el esparto le generaba una extraña sensación de pobreza. Pero, cuando tuvo edad de pensar con más raciocinio, llegó a la conclusión que todavía hoy, a sus casi 75 años, se preocupa por trasmitir: "Si yo tengo hoy algo, y si mis hijos tienen hoy algo, es gracias al esparto". José Estévez Pérez creció en el número 1 de San Pablo, junto al ayuntamiento de Córdoba, donde hasta 2012 lucían tradicionales productos fabricados con esta fibra natural que crece salvaje en tierras áridas. En este siglo, el esparto es un recuerdo lejano. Para la mayoría, simple decoración. Era "impensable" que un espartero profesional dedicara su tiempo a fabricar las figuras o las pantallas para lámparas que Pepe conserva en uno de los almacenes de El Cañuelo, finca donde guarda la memoria de su niñez. José Estévez, entre rollos y tiras de esparto que conserva en su finca. / Ramón Azañón El último de una saga Sus manos firmes sostienen la gruesa aguja curvada que servía para coser, y atraviesa con ella una tira de esparto. Las fibras suenan con aspereza. No menos característico es el crujido de estas bajo el metal de las tijeras. Pepe las apoya en una mesa, las abre, deja entrar la tira y, empleando el peso de su cuerpo, aprieta. El esparto queda partido en hilos. De la misma manera trabajó su padre, Rafael Estévez, quien casi pierde un ojo con la aguja en plena faena. O su abuelo, Antonio Estévez. Aunque quien inició el negocio, allá por 1870, fue su bisabuelo, Rafael Estévez Pérez. A Pepe le enorgullece, y le hace gracia, llevar los mismos apellidos. Pero no es lo único que comparte con su bisabuelo. Puede afirmarse que Pepe es el último de una saga de esparteros cordobeses, aunque sus manos han hecho de todo. Nos hemos ido yendo para tener sustento y mantener la empresa "Allí lo que yo he conocido son oficios que por desgracia han desaparecido", cuenta al hablar de la antigua tienda. Su bisabuelo comenzó el negocio en La Corredera, después de trabajar a jornal. Años más tarde, su abuelo, junto a su padre y su tío Antonio, y con el beneplácito del arquitecto municipal, echaron abajo tres casitas para construir el taller familiar junto a Capitulares. José Estévez hila tiras de esparto con una aguja. Tras sus manos, dos canastos hechos artesanalmente. / Ramón Azañón «Para todo se necesitaba el esparto», explica Pepe. «Se utilizaba como base para el trabajo»; los esportones tenían una gran utilidad en la agricultura y en la construcción, o en el transporte de mercancías con bestias. Esta fibra es dura y resistente, sin embargo, requería una dedicación que no era necesaria con el cáñamo. Allí lo que yo he conocido son oficios que por desgracia han desaparecido El principio del fin Tras la mili, Pepe fue aún más consciente del cambio que estaba llegando. Era 1971 y, en años posteriores, comenzarían a llegar las máquinas eléctricas de coser. Él se hizo perito mercantil y, aunque su vida fue por distintos derroteros, siempre estuvo ligado a la artesanía. En el negocio familiar, la espartería llevó a la albardería y, más tarde, a la guarnicionería. Su hijo, Pepito, siguió el legado y aprendió a coser. Su hija, Macu, estudió Biología. «Nos hemos ido yendo para tener sustento y mantener la empresa», sostiene. Por eso, comenzaron a dedicarse a la fabricación de toldos. De esparto, las últimas persianas que hicieron para alguna de las instituciones de la ciudad adornaron los balcones del Alcázar. Pepe recuerda con cariño una anécdota. Tras cambiar una espuerta de esparto por una de goma en el mostrador, su padre le dijo: - ¿Quién ha puesto eso ahí? - He sido yo. - Que sepas que es el principio del fin. "Y era el principio del fin", dice Pepe. Suscríbete para seguir leyendo

    Ver noticia original

    También te puede interesar

  • Examedia © 2024

    Desarrollado por