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» El litoral Corrientes
Fecha: 02/03/2025 12:45
“No sólo tenemos como pueblo una baja institucionalización conductual, sino además tenemos instituciones de baja calidad en sus comportamientos. Ese ida y vuelta, ese círculo vicioso de la realidad argentina, resultará muy difícil erradicar” Del libro “Justicia y Poder en tiempos de cólera” (2015), Jorge Eduardo Simonetti Siguiendo su estrategia de producir permanentemente hechos nuevos que revuelvan el avispero y desorienten a la oposición, Milei adoptó una medida de alta temperatura: nombró por decreto a dos jueces de la Corte, Ariel Lijo y Manuel García Mansilla. En esta oportunidad, su metodología de gestión le viene como anillo al dedo. En la era Milei, las noticias del día anterior ya son viejas, porque el libertario es una máquina de generarlas, y provocar que toda la política y los medios se prendan a la nueva presa que lanza al ruedo público. No fue de extrañar que el escándalo cripto lo haya dejado tambaleando. Unos días “groggy”, su viaje a los Estados Unidos le sirvió para recomponer ánimo, pensar una escapatoria y volver como si nada hubiera pasado. Genial. Le dio a la prensa y a la política algo nuevo y explosivo en qué ocuparse. Los titulares de los diarios ya no son la estafa con la cripto trucha que publicitó, o la vuelta de campana de la Argentina al no apoyar a Ucrania con su voto en la ONU, ahora es la Corte formada con el decretazo. Utilitario, además, tener ahora un máximo tribunal “sijavierista”. “Con la metodología de generar constantemente hechos nuevos, Milei tiene la manera de zafar de la estafa cripto. La política y el periodismo ahora hablan de la designación por decreto para la Corte, de Lijo y García Mansilla”. Y mientras la desperdigada oposición tiene reacciones de distinto tenor, el Presidente sigue adelante cómo si todo fuera lógico en un país en que las anormalidades son lo normal. Es más, tiene la justificación jurídica y política para hacer lo que hizo. Jurídicamente, el art. 99, inc. 19 de la Constitución Nacional lo faculta, discusiones académicas aparte, a nombrar a los jueces por decreto durante el receso del Senado, cargos en los que durarán hasta el 30 de noviembre si antes no obtienen el acuerdo. Políticamente, el Senado se la sirvió en bandeja, tanto que hace pensar mal: ¿no es eso lo que el kirchnerismo quería? No ensuciarse las manos votando a Lijo, pero conservar intactas las posibilidades de la negociación política para las necesidades judiciales de Cristina. Asimismo, que mejor razón para Milei para designar por decreto, es el hecho incontrastable de que la cámara alta tiene hace un año las propuestas y no se pronunció, ni otorgando ni negando el acuerdo. Pero eso no es todo, o mejor dicho es casi nada. La política tiene por objeto gobernar bien, ser previsibles, respetar la calidad institucional, hacer de la ética republicana un credo. No es un juego de tahúres, dónde las cartas están marcadas, tampoco los ciudadanos y las instituciones son piezas de ajedrez que se mueven a conveniencia del jugador. Pero en la Argentina, hablar de moralidad pública parece chino. El gobierno demostró que está dispuesto a estirar los límites institucionales al máximo, incluso para instalar en la Corte a sus “propios” jueces, Lijo y García Mansilla, mostrando y demostrando, una y otra vez, que poco le importan los principios rectores de nuestro sistema. El “principio de revelación” en toda su magnitud. ¿Qué es eso de la independencia de la justicia, de la división de poderes? Hoy, nada. La ciudadanía, gran parte de ella, no medita acerca de las posibles consecuencias del avance implacable sobre las instituciones, de un individuo inestable y narcisista. “Tiene el Presidente justificación jurídica y política para nombrar jueces por decreto durante el receso legislativo. Lo que no tiene es legitimidad republicana. Una Corte “sijvierista” tumbará la credibilidad en las instituciones”. Seguramente se argumentará que Mauricio Macri, durante su presidencia, hizo lo mismo respecto a los actuales cortesanos Rosenkrantz y Rosatti. Pero, y valga el pero, hay una gran diferencia: Macri fue capaz de reconocer su error institucional. Sabía que, independientemente de la facultad constitucional, estaba obligado a construir seguridad jurídica y credibilidad. Dio marcha atrás, mandó los pliegos al Senado y los propuestos asumieron recién cuando obtuvieron el acuerdo. Me temo que no es esto lo que busca el presidente, quiere dejar sentado que es su voluntad omnímoda la que manda en la Argentina. Y, de paso, tener un salvavidas judicial por si las cosas no le van bien con la estafa cripto. Nada nuevo voy a decir si afirmo que Ariel Lijo fue el candidato con más objeciones a su acuerdo. Su bien ganada fama de “Morfeo” con las causas políticas, especialmente en las que estuvieran involucrados personajes kirchneristas, así lo confirma. También los cuestionamientos surgen por los movimientos de su hermano Alfredo “Freddy” Lijo, un reconocido operador judicial. Hizo llegar cartas “modelo” para el apoyo a su candidatura de cortesano, a todo el mundo. Lo insólito es que consiguió muchas adhesiones en la justicia, algo inverosímil en una república. Nadie quiere quedar mal ante un potencial vocal de la Corte. A pesar de su intensa tarea proselitista para acceder al sillón judicial máximo, con la inestimable ayuda de Ricardo Lorenzetti, una lluvia de objeciones cayeron en la comisión del Senado, que no obstante dictaminó favorablemente, con la firma, una vez más, de un legislador correntino famoso por dar cabriolas en el aire sin ponerse colorado. García Mansilla, en cambio, es un académico de prestigio. Su pensamiento liberal no lo discrimina para sentarse en el sillón cortesano. Tiene los suficientes pergaminos como para hacerlo, no sucede lo propio con su compañero de pliego. Lástima que tenga que hacerlo “forzadamente”. “Mientras sólo pensamos en nuestros bolsillos, no nos interesa la concentración del poder. Esperemos no llorar sobre la lecha derramada” Milei construye “su” Corte a lo bruto. Kirchner, a pesar de haber tenido también el mismo temperamento, fue capaz de barrer la corte menemista y formular un “acting” republicano, decretando un procedimiento que permitía formular objeciones. Algunos opositores lloran sobre la lecha derramada. Otros, están dispuestos a no quitarle el hombro al émulo del protagonista de la primer película sonora de Chaplin, “El gran Dictador”. Ni siquiera Macri, a pesar de su opinión, pudo sacar un pronunciamiento del PRO por las discrepancias internas. El radicalismo ya no es un partido nacional, cada cual hace la suya. Igualmente, se está viendo por estos tiempos lo peor de la política doméstica. El Presidente, a través de su principio de revelación, ha sabido poner blanco sobre negro las escasas convicciones de amarillos y verdes. Pero el primer mandatario no es inocente, es el sujeto activo de la gestión del “toma y daca”. Sobran intereses, falta convicción. No obstante, algunas importantes entidades empresariales, entre ellas Idea y la cámara que nuclea a las empresas de EEUU (AmCham) se pronunciaron duramente acerca de la inseguridad jurídica y el clima contrario a las inversiones que ello genera. Con un presidente omnímodo, un Congreso extraviado y una Corte adicta que hubiera envidiado hasta el mismísimo Menem, hablar de principios y garantías constitucionales parecería cosa de viejos que se quedaron en el tiempo.
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