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  • El atávico vínculo entre la economía y la política

    » El litoral Corrientes

    Fecha: 02/03/2025 03:50

    Desde aquella consigna de campaña americana que resumió en una frase breve la estrecha correspondencia entre ambos conceptos al afirmar que “es la economía, estúpido”, esta visión se convirtió en un dogma para cualquier aproximación a la realidad. A lo largo de décadas esta lógica tuvo confirmaciones de todo orden y cada vez que se pudo identificar esa ligazón los expertos optaron por validar esa forma de visualizar el presente sin demasiada sofisticación, casi como se tratara de un lugar común, de una creencia absolutamente arraigada e indiscutible. Bajo ese esquema tan rústico si la economía anda bien lo electoral termina alineándose independientemente de las vicisitudes que se producen en el trayecto entre una convocatoria a las urnas y la siguiente. Lo circunstancial del día a día pierde peso específico inexorablemente y toma relieve lo más evidente en el bolsillo de los ciudadanos. Claro que se podría intentar ser más refinado en esa búsqueda de explicaciones y en cada caso se podrían encontrar otras motivaciones que describen un momento eventual con otros condimentos no relacionados a lo que, a primera luz, parece tan elocuentemente alevoso. Lo cierto es que ante cada oportunidad que ocurre algo significativo, fuera de la habitualidad o un inusitado cisne negro, todas las miradas buscan ver el impacto real y sopesar las luces y sombras que suman o restan según las características del episodio. Algunas veces esos asuntos surgen como irrelevantes y luego resultan ser muy potentes, pero a veces sucede lo opuesto y lo que se presenta como terrible pasa prácticamente desapercibido para la mayoría de la gente. Nunca es sencillo tomar dimensión de un evento a una corta distancia temporal ya que todos los actores deben poder procesar, en frío y no en caliente, la verdadera magnitud de esa cuestión justipreciando con honestidad intelectual y una alta dosis de ecuanimidad la trascendencia de lo que, a priori, emerge con cierto volumen y ocupa el centro de la escena. No es un desafío fácil cuando las pasiones juegan una mala pasada. El sesgo previo siempre interfiere y los que están de un lado lo calificarán de una manera y los que se paran en la vereda de enfrente, ante un mismo foco de atención, se colocarán en las antípodas. Los núcleos duros no se moverán de su posición original. Los fanáticos de cada sector aplaudirán o abuchearán según sus posiciones tradicionales, defendiendo o atacando en base a lo que la situación amerite. Todo es demasiado esperable, casi de manual. Quizás valga la pena poner el ojo en ese electorado neutral que es menos apasionado y que tiene el talento de no implicarse más de la cuenta. Esos decisores, habitualmente un segmento minoritario de la población, son los que finalmente inclinan la balanza y determinan lo que luego sucederá. No suelen tomar postura tan rápidamente y esperan a escuchar argumentos en ambas direcciones, a sabiendas de que los principales protagonistas llevarán agua para su molino. Unos minimizarán todo y otros lo magnificarán intentando que escale. Con el correr de los días, las semanas y los meses, los incidentes negativos y positivos se diluyen implacablemente. Unos tratarán de que nunca se olviden y otros harán el esfuerzo de que la agenda de debate gire en otro sentido para mitigar repercusiones. Cuando todo vuelve al cauce recién se puede evaluar las secuelas con cierto margen de objetividad. Por eso la premisa central siempre es no perder la paciencia tan rápidamente y evitar que la ansiedad lleve a cometer errores que agraven el cuadro original o la imprudencia oportunista le reste valor a lo examinado. En América Latina existe una tendencia a creer que una crisis política tiene efectos inmediatos en la economía y que todo repercute en ese corazón de la vida en comunidad. Es cierto que eso ha ocurrido muchas veces. La inestabilidad política suele destruir la confianza en la economía y al día siguiente todo puede desmoronarse como un castillo de naipes. No menos cierto es que ha acontecido lo mismo en el sentido antagónico. A partir de un tropiezo económico han sobrevenido en diversas ocasiones colapsos políticos que terminaron con interrupciones de mandatos, cambios de autoridades o recambios de gabinetes. Nadie puede negar, con sinceridad, que esto es parte del paisaje, pero también se pueden individualizar muchas situaciones en las que un hecho político fuerte no repercute en la economía o a la inversa, es decir que también se pueden señalar esos instantes en los que ciertos cimbronazos económicos no consiguen modificar la dinámica institucional. Tal vez sea la hora de evitar caer en la trampa de analizar todo con tanta superficialidad y desentrañar la complejidad de la vida contemporánea en sociedad. Habrá que asumir que los habitantes de hoy tienen otras herramientas a la mano y admitir que han madurado, aprendido del pasado y que nadie ahora está dispuesto a jugar a los dados, ni dejarse manipular tan mansamente. Los políticos tienen mucho que procesar y que comprender para ser mejores. Los analistas también merecen hacer algo de autocrítica, ya que no están exentos de malos pronósticos y lecturas disparatadas. Los dirigentes pasan, los períodos constitucionales concluyen, pero el prestigio de los que dicen entender esta maraña puede también quedar en el camino si la impericia le gana a la sensatez, y la soberbia de las afirmaciones grandilocuentes aplasta a la humildad.

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