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  • Lenore Skenazy: “El exceso de supervisión de los padres genera una gran ansiedad en los chicos”

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 02/03/2025 02:32

    Lenore Skenazy es autora el libro "Free-Range Kids" (“chicos de crianza libre”), que se volvió best seller y dio lugar a un reality show sobre crianza en Estados Unidos. Lenore Skenazy se hizo famosa en 2008, cuando publicó en el diario The New York Sun una columna en la que explicó por qué le había permitido a su hijo de 9 años tomarse solo el subte en Nueva York. La columna le ganó el apodo de la “peor madre de Estados Unidos”, pero a la vez fue el puntapié de un “movimiento” en favor de una crianza menos sobreprotectora. Al año siguiente, Skenazy publicó el libro Free-Range Kids (“chicos de crianza libre”), que se volvió best seller, y en 2012 fue presentadora del reality show World’s Worst Mom en Discovery Life. Skenazy estuvo de visita en Buenos Aires para participar del Primer Encuentro Internacional de Ciudades y Sociedades Sostenibles que organizaron el Instituto de Desafíos Urbanos Futuros de la Legislatura porteña, la CAF y ONU Hábitat. En ese marco, conversó con Infobae sobre el desafío de desarmar la idea de que un buen padre o madre sabe todo el tiempo dónde está y qué está haciendo su hijo, para habilitar una crianza que promueva una mayor autonomía. Ese es el principal foco de su trabajo en Let Grow, la organización sin fines de lucro que fundó en 2017 junto con Jonathan Haidt –autor del influyente libro La generación ansiosa–, Daniel Shuchman y Peter Gray. –¿Podrías explicar el planteo de tu libro Free-Range Kids (“chicos de crianza libre”)? –La idea es confiar en los chicos para que puedan ser curiosos y resilientes. No es necesario estar con ellos cada segundo para comprobar que estén seguros o aprendiendo. Pueden hacer mucho más por sí mismos y con sus amigos de lo que hemos creído en los últimos tiempos. Pero ahora prácticamente no les damos ningún momento sin la presencia de un adulto que supervise, observe y garantice que estén seguros y felices. Irónicamente, este exceso de supervisión y protección está generando una gran ansiedad en los chicos porque los adultos los estamos controlando (micromanaging) todo el tiempo. La otra ironía es que también nos está afectando a los padres. Nos aburrimos, nos sentimos ansiosos y deprimidos, igual que los niños, porque no estamos hechos para pasar cada segundo con nuestros hijos, observándolos y siendo sus amigos o interviniendo en sus vidas constantemente. Recibimos el mensaje equivocado de que, si no estamos con ellos todo el tiempo, corren peligro físico, emocional o educativo. Esa idea es una gran mentira, y el libro Free-Range Kids trata de contrarrestarla. Let Grow, la organización sin fines de lucro que surgió de Free-Range Kids, continúa con esta misión. –El año pasado, la película Intensamente 2 puso el foco en el problema de la ansiedad de los chicos. ¿Creés que esa ansiedad está relacionada con las formas actuales de crianza? –Totalmente. Cuando llegás al punto en que Pixar hace una película infantil sobre la ansiedad, significa que ya se ha convertido en un problema enorme, ¿no? Hay un estudio publicado en el Journal of Pediatrics en Estados Unidos que muestra que, a lo largo de las décadas, mientras la independencia y el juego libre de los niños disminuyeron, su ansiedad y depresión aumentaron. Esto no empezó con la pandemia ni con la llegada del iPhone, sino que ha estado ocurriendo durante décadas. No es sorprendente. La infancia en Estados Unidos ha sido tan “micromanejada” que es como si los niños tuvieran un “jefe” que no confía en ellos y les dice constantemente cómo hacer las cosas. Esto les quita el control interno sobre sus vidas, lo que significa que dependen de que otros les digan qué hacer en todo momento. El psicólogo Peter Gray, profesor del Boston College, habla de un concepto llamado “locus de control”. Si tenés un “locus de control” interno, sentís que estás al mando, podés manejar las cosas y recuperarte si algo sale mal. Si es externo, otra persona te está dirigiendo constantemente. Les hemos quitado el locus de control interno a los chicos porque estamos siempre con ellos. Hemos acostumbrado a los chicos a esperar instrucciones y a apagar su propia curiosidad. Mis hijos tienen más de 20 años. Cuando están conmigo, todavía les digo lo que tienen que hacer, por ejemplo: “Dejá el teléfono cuando cruzás la calle”. Soy una persona molesta cuando estoy con ellos si veo que están haciendo algo que es arriesgado o ineficiente o que no es como lo hago yo. Cuando estamos con nuestros hijos, inevitablemente intervenimos y les decimos qué hacer. La única solución es no estar siempre presentes. Sin embargo, ahora se percibe como peligroso e incorrecto permitir que los niños tengan independencia. Todo el mundo quiere que sus hijos estén seguros, tengan éxito y sean felices. La creencia actual es que eso solo va a pasar si estamos con ellos todo el tiempo, pero en realidad es al revés. Necesitan su espacio y su propio mundo. No se trata de abandonarlos ni de que no te importe, sino de que exista por un lado el mundo de los niños y por el otro el mundo de los padres. Y luego, a veces, el mundo familiar unido. Ahora, en cambio, esos tres mundos están mezclados. En las últimas décadas, mientras la independencia y el juego libre de los niños disminuyeron, su ansiedad y depresión aumentaron, sostiene Skenazy. (Imagen Ilustrativa Infobae) –¿Cuál es el impacto a largo plazo de esta ansiedad? –Es un problema importante, como plantea mi colega Jonathan Haidt. Vemos que los chicos están ansiosos, aburridos, desconectados. A veces uso la analogía del manejo: cuando sos el conductor, prestás atención, mirás bien dónde doblar. Pero si estás en el asiento de atrás, simplemente esperás hasta llegar. Estamos poniendo a los chicos en el asiento de atrás de sus propias vidas. Los llevamos a lugares, los inscribimos en fútbol o en clases de violín, y luego vuelven a casa y se supone que debemos vigilarlos mientras hacen sus tareas. Encima de eso, aparecen nuevas exigencias, como los “registros de lectura”, que ahora son muy comunes en Estados Unidos: los chicos tienen que leer “por placer” 20 minutos por noche. Una madre me contó que a su hijo le encantaba leer, pero desde que recibió esta tarea, suelta el libro ni bien se cumple el minuto 20, aunque esté en medio de una frase. Era algo que lo motivaba internamente, pero ahora es un deber que viene de afuera. Cuando empezamos con la organización Let Grow, lo que les preocupaba a Jonathan Haidt y a otros colegas era que veían muy frágiles a los estudiantes universitarios de 18 o 20 años. Esos chicos estaban exigiendo protecciones que ninguna otra generación había necesitado. Por ejemplo, si iba al campus un orador con el que ellos no estaban de acuerdo, decían: “No podemos permitir que venga esa persona. No estamos a salvo”. Bueno, podés estar en desacuerdo con esa persona, pero no viene con un arma. Solo trae ideas con las que no coincidís. ¿Qué es lo que hace que los chicos estén tan dispuestos a sentirse heridos o incómodos? Intervenir a los 18 años es tarde. Por eso nos planteamos la necesidad de intentar criar niños que sean más curiosos y más resilientes. Que sean “antifrágiles”, como dicen Jonathan. Hay cosas que son frágiles, otras que son resilientes. Y hay otras que son antifrágiles, como el sistema inmunológico, que necesita incorporar algunos gérmenes y desarrollar anticuerpos para ser fuerte. Un niño es un sistema antifrágil por excelencia. Los chicos necesitan sentirse confundidos, perdidos, decepcionados y frustrados, así como eufóricos, felices, amados y confiados. Pero si eliminás la primera mitad, los niños se quedan atrás porque no desarrollan “anticuerpos” contra el estrés y la ansiedad. Queremos que sea más fácil para los padres “soltar” a sus hijos. Por eso la organización se llama Let Grow (un juego de palabras con “let go”): dejar crecer y dejar ir. –¿Qué otras consecuencias genera una crianza sobreprotectora? –En Argentina la natalidad cayó un 40% en diez años. Eso es un cataclismo, un cambio radical. Seguramente hay muchas razones, entre ellas la economía, y habrá también razones políticas, pero también es cierto que se ha vuelto muy exigente tener hijos. Hay un antropólogo estadounidense, David Lancy, que estudió a niños de todo el mundo. Él dice que en muchas partes del mundo, la idea de jugar con los hijos, por ejemplo tirarse al suelo o hacerles caballito, resulta absurda. No entienden por qué un padre se tiraría al suelo si es un adulto, no sienten que tienen que jugar con sus hijos, sino que los hijos tienen que jugar con otros chicos. Nosotros, por diversas razones, terminamos pasando mucho tiempo con nuestros hijos. Pero no es así como se crio a los niños durante miles de años de evolución. Más bien estaban en grupos de edades mixtas, corriendo de un lado a otro, por ahí miraban cómo los padres trataban de tejer o de hacer una flecha, y luego jugaban entre ellos, y si el más pequeño caminaba más lento, quizás el más grande lo alzaba en brazos. "Es necesario normalizar que los niños vuelvan a ser parte de la ciudad", afirma Lenore Skenazy. –Estás en Buenos Aires para participar de un encuentro sobre “ciudades sostenibles”. ¿Cómo pueden cambiar las ciudades y los espacios públicos para fomentar la autonomía infantil? –Estaba viendo un estudio que muestra que en la Ciudad de Buenos Aires solo 3 de cada 10 chicos usan los parques y espacios públicos, y menos del 10% va caminando a la escuela. Es necesario normalizar que los niños vuelvan a ser parte de la ciudad. Se pueden hacer varias cosas con la infraestructura o la circulación, pero para mí lo primero es cambiar la mentalidad de los padres para que vean que sus hijos pueden salir sin ellos. Si los niños solo van a los parques cuando los padres tienen una hora para llevarlos, su tiempo libre se ve reducido y completamente supervisado. Estamos viendo chicos que llegan al jardín de infantes sin saber saltar. En Estados Unidos, hace 40 años los chicos jugaban afuera, al aire libre, a pesar de que las tasas de criminalidad eran más altas que ahora. En cambio, hoy la percepción de peligro ha crecido, aunque el mundo no sea necesariamente más peligroso. El retroceso en la libertad ha sido dramático. Los medios de comunicación tienen mucho que ver con esto. Hay un fenómeno llamado “mean world syndrome” (síndrome del mundo mezquino), estudiado por George Gerbner, que dice que cuanto más vemos noticias sobre crímenes y peligros, más creemos que el mundo es peligroso. Entonces nos quedamos en casa… viendo más noticias. Y las redes sociales han amplificado eso. Ahora, los padres pueden rastrear a sus hijos en todo momento con el teléfono y, en lugar de darles tranquilidad, esto les genera más ansiedad. Tenemos una omnisciencia sobre nuestros hijos, podemos ver y saber lo que están haciendo todo el tiempo. La promesa es que esto nos dará tranquilidad, pero es justo al revés. Antes se iban a la escuela y no sabías lo que pasaba hasta que volvían. Ahora, los padres los llaman a la escuela o a la universidad para saber qué están haciendo. Hay jardines de infantes que tienen cámaras en las aulas. El otro día una amiga mía me mostró un informe diario del jardín de su hijo donde le informaban no solo lo que almorzó en el comedor, sino el horario de cada vez que había orinado durante la jornada. Es como el episodio del jardín del Edén: cuando comen la manzana del árbol del conocimiento, Adán y Eva son expulsados del Paraíso. Ahora sabemos demasiado de nuestros hijos: vemos todo lo que están haciendo mal, de manera ineficiente o de manera distinta a la nuestra. Y eso está volviendo locos a los padres. Hay un exceso de cercanía; es como si estuviéramos viviendo su vida encima de ellos. Suelo citar una serie de libros de crianza de los años 80. El libro para padres de chicos de 6 años incluía una lista para saber si su hijo estaba listo para primer grado. Esa lista incluía preguntas como ¿sabe contar hasta 10?, ¿puede distinguir su mano izquierda de su mano derecha?, ¿puede caminar ocho cuadras en cualquier dirección hasta el parque, el almacén o la escuela? No estoy hablando del Antiguo Egipto sino de un libro para padres de los años 80 que presuponía como normal que tu hijo de seis años va a caminar por el barrio y quizás hacer un mandado en el almacén. En Plaza Sésamo, el famoso programa infantil de la televisión pública estadounidense, también eran habituales ese tipo de situaciones en las que un niño de preescolar iba solo a hacer un mandado. La evaporación de la confianza en nuestros chicos, en nuestros vecinos y en nuestra propia enseñanza es dramática. Esa falta de confianza está directamente asociada con el aumento de la ansiedad, porque en el fondo la ansiedad es miedo. Para la especialista, el retroceso de la confianza está directamente asociado con el aumento de la ansiedad en los chicos. –¿Cómo repercute este estilo de crianza en las escuelas? ¿Qué puede hacer el sistema educativo para contribuir a una mayor autonomía de los chicos? –En Estados Unidos hay escuelas que permanecen abiertas para dejar que los chicos jueguen libremente antes y después de clases, sin teléfonos ni dispositivos electrónicos. Tenemos que sacarlos del mundo virtual, pero devolverles el mundo real. Cuando juegan sin adultos dirigiéndolos, con chicos de otras edades, aprenden a negociar, resolver conflictos y tomar decisiones. Hay que darles a los chicos la oportunidad de jugar juntos, como lo han hecho a lo largo de la historia de la humanidad. Nosotros alentamos que las escuelas se descarguen de nuestro sitio –de manera gratuita– la “experiencia Let Grow”, que consiste en que los chicos se lleven una tarea sencilla para el hogar. La idea es proponer actividades en las que los niños deban hacer algo nuevo por sí mismos, con el permiso de sus padres pero sin ellos: desde hacer un mandado hasta trepar un árbol o preparar panqueques. Y si no es demasiado peligroso, puede ser caminar hasta el parque con un amigo, andar en bicicleta, usar la patineta, hacer cosas que les permitan salir al mundo. Son desafíos para los chicos, pero también para los padres, que al principio se quedan en la ventana contando cada minuto hasta que los chicos vuelven, pero de a poco se van a acostumbrando a que sus hijos son personas independientes y competentes. Es una forma de ayudarlos a separarse de los niños para que puedan darse cuenta de lo que son capaces de hacer. Y entonces el orgullo empieza a reemplazar al miedo. Por otro lado, insisto con la confianza. Creo que es una buena idea derribar un poco los muros de la escuela para que los padres confíen más en los maestros y que los maestros conozcan un poco de la vida familiar de cada chico. El mensaje final es que debemos confiar más en nuestros hijos. Necesitan desafíos, libertad y la oportunidad de equivocarse y aprender. Cuanta más independencia tengan, más resilientes y felices serán.

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