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  • La vida de Ariel y su lucha contra los prejuicios: “Hay chicos en la calle que quieren un abrazo y no los abraza nadie, yo lo viví”

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 01/03/2025 04:41

    La vida de Ariel y su lucha contra los prejuicios: “Hay chicos en la calle que quieren un abrazo y no los abraza nadie, yo lo viví” Ariel Gómez nació en 1995 en las entrañas de la isla Maciel, ese territorio bonaerense estigmatizado ubicado frente a la Ciudad de Buenos Aires: todos saben que está allí, pero nadie parece recordarlo. Víctima del desamparo, debió enfrentar la ausencia de su padre. Lo crio su abuela, mientras su madre procuraba recomponer la familia: nacerían otros cuatro hermanos. En un contexto que lo llevaría al límite -y algo más allá también-, ese adolescente cultivaría el enojo y el rencor, topándose con las drogas y la delincuencia. Hasta que Ariel decidió romper el círculo. Y modificar su destino. Lo construye, como contará en esta entrevista con Infobae, basándose en tres pilares: su fe en Dios, la llegada de su hijo (Samuel Ariel ya tiene ocho años) y el horizonte profesional que le abrió el Proyecto Matías, de la ONG Ícona. Durante dos meses, 18 personas que estaban en situación de calle o habitando una vivienda muy precaria, convivieron en una casa de San Telmo. En ese tiempo se capacitaron para lograr reinsertarse en el mercado laboral formal. Ariel fue uno de ellos. Y el Proyecto Matías, que busca demostrar que “dar trabajo es la mejor política social”, es también un documental disponible en YouTube. Allí puede verse una de las canciones escrita por este vecino de la isla Maciel, quien también se define como rapero. En las estrofas de su tema -”Que Dios Bendiga a los míos”-, Ariel cuenta su propia historia. Y la de muchos otros. “El proyecto fue un empujón para mi vida: lo que viví en esa casa jamás me voy a olvidar -destaca-. Tras haber participado, puedo levantar la voz y entender que ahora tengo que ayudar a los chicos que están ahí abajo. Para que a ellos no les pase lo mismo que me pasó a mí. Quiero ser un ejemplo. Porque yo estoy acá sentado, pero hay gente que lo está pasando mal”. “Lo único que quiero es que mi hijo se sienta orgulloso del papá que tiene”, afirma hoy Ariel tras un largo recorrido —¿Cómo fue la infancia en la isla? —La infancia en la isla es dura. Crecí sin mi papá. Hoy, por las cosas de la vida, mi papá está en el Borda. Me hubiera gustado haber tenido algún consejo suyo, alguna cagada a pepe. Viví con mi abuela hasta los diez años. Cuando falleció, me fui con mi mamá y mis hermanos. —¿Por qué en esos primeros años no estuviste con tu mamá? —Viví con mi mamá, pero decidí quedarme con mi abuela. Cuando nace mi primer hermano, Tomás, mi mamá se va a vivir con su marido, que hoy en día es mi amigo. Lo puedo decir orgullosamente: nos pudimos conocer, porque cuando uno es chico, a veces está errado en algunas cuestiones. —¿Por qué tu papá está en el Borda? —Está enfermo hace mucho. Mi papá buscaba estar mejor, nadie quiere estar mal. Venía a verme y yo era un chico inocente: no entendía nada de lo que estaba pasando y no lo conocía. Y nada, era mi papá queriendo abrazarme y yo, saliendo corriendo, y llorando. Hoy puedo entender todo, por eso no lo juzgo. He tenido la oportunidad de compartir con él en varias ocasiones, pero nunca me animé a preguntarle qué le pasó. —¿Tu mamá no te lo contó? —Nunca tocó el tema. Sé que él también tuvo un mal camino. Vivir en un lugar así te lleva muchas cosas. Y tampoco es la manera. Pero ¿qué le vas a decir a un chico de 14 años que no tiene una mamá, un papá o alguien que lo ayude, un sostén, que haga las cosas bien, rodeado de todo lo malo? —Contame cómo es vivir en la isla Maciel. —Puede haber muchas cosas malas, pero hay gente muy sufrida: se apoyan unos a los otros. A un vecino le falta un paquete de arroz, el otro vecino se lo va a dar. Cuando uno vive esa vida y sabe lo que se siente, se pone en el lugar del prójimo. Ariel encontró en su fe, su hijo Samuel y el Proyecto Matías los pilares para transformar su vida —Decís que no es fácil crecer en la isla Maciel. —No, porque hay droga ahí adentro, como en todos lados. Hay delincuencia. Eso trae falta de respeto y muchas circunstancias y situaciones que quizás no pasarían en otro lado. —La droga, la delincuencia: ¿cómo te tocó a vos todo eso? ¿En cuántos líos te metiste? —Si tengo que decir en cuántos líos me metí, no podría ayudar a contarlos... Siendo sincero: en muchos. —Y en esos líos, ¿lastimaste a alguien? —Jamás. Jamás lo haría. En eso tengo la conciencia bien tranquila. Sería difícil vivir si lastimás a alguien. —¿El barrio te llevó a las drogas? —Sí. —¿Y a delinquir? —También. —¿Alguna vez estuviste preso? —Jamás. Gracias a Dios, nunca me pasó nada. —¿Cuántos años tenías cuando lo internaron a tu papá? —Cinco años tenía. Fue duro... Me chocó. —¿Se mandó alguna muy grande tu viejo? —Muchas. Creo que lo único que lo puede ayudar hoy en día es Dios, porque no sé si yo lo puedo ayudar. Me gustaría llegar a él en profundidad y darle una mano, pero no sé si está en mis manos. —¿Lo vas a ver? —No. Hace mucho que no lo veo. Sigue internado, pero en un momento salía. Lo he cruzado en la calle también, muchas veces, y quizás le dio vergüenza saludarme por el estado en el que estaba. También se llama Ariel, y aprendí a tratarlo como un amigo, a decirle: “Ariel, ¿todo bien?”. Sé lo que uno siente por un hijo, y quizás él no podía ser el papá que tenía que ser. Pero fue el papá que tuvo que ser, porque sin tenerlo, yo aprendí un montón de él. Ariel Gómez tiene 20 canciones escritas y el tema "Que Dios bendiga a los mios" está en plataformas. —¿Se la hiciste difícil a la pareja de tu mamá? —Sí, de chico sí. En muchas cosas estuve equivocado, pero en muchas no. Creo que hablándonos, las personas... Quizás quiso ser mi papá, o lo fue de alguna manera, porque llevaba el sustento a mi casa también. Pero yo no lo entendía. Era un chico que venía cargando una banda de cosas, que venían golpeándose, y nadie sentía lo que yo sentía. —¿Quién te golpeaba? —La vida. —¿Pero había algún adulto que te lastimara? —No, jamás. Porque sé defenderme. La calle me enseñó a defenderme. Y no haciéndolo de alguna manera mala. Me tocó vivir así, en la isla se dio así: de chico, uno se hace hombre. Y los valores, ¿dónde los aprendés? En la calle. Pero también hay muchas cosas que se aprenden en la calle, como el respeto, que va más allá de todo. Es un valor muy grande para mí. —Hablás de un chico sin mamá, sin papá, que está en la calle. ¿Cómo le enseñamos el valor de la vida a ese chico? —Para que haya un cambio en esas vidas, hay que dar una ayuda, un abrazo. Hay muchos chicos en la calle que quieren que los abracen, y no los abraza nadie. Yo lo viví de chico. Igual, en mi casa el amor nunca faltó. Me gustaría que mi abuela estuviera presente de nuevo. Si hubiera estado en todo este camino, me hubiera tirado de la oreja muchas veces... —Amor no faltaba. ¿Faltaba para comer? —A veces sí. Pero siempre algo íbamos a comer. En un lugar así, como Isla Maciel, a veces el papá deja de comer para que coma el hijo. Eso tampoco se ve, lo que hacen los padres por uno. Y yo, agradecido a mi vieja: sé que le pasó. —Antes del Proyecto Matías, ¿qué sentís que te rescató? ¿La paternidad, la Iglesia? —Dios. Mi hijo fue un sentido para mi vida, porque a veces muchos chicos hacen cosas malas porque no tienen nada que perder. Es más, quizás ellos piensan que si les pasa algo no pierden nada, pero no es así. Yo sé que hay futuro para todos, que todos pueden salir. —¿Vos sentías eso? ¿Que no había nada que perder? —Sí, lo sentía. Es la realidad. —Y llegó Samuel Ariel. —Y tuve por qué vivir. Y sin saber lo que es tener un papá, porque también es difícil ser papá. Yo no quiero para mi hijo lo que yo viví con mi papá, entonces, ahí es donde hay que romper un ciclo. Lo único que quiero es que mi hijo se sienta orgulloso del papá que tiene. Y que siempre va a estar con él. Pero antes de que naciera Samuel, me enfermo a los 18 años: tuve TBC, tuberculosis, y eso fue muy duro. Me llenó de rencor. El Proyecto Matías le abrió oportunidades laborales tras convivir dos meses en San Telmo con otras 17 personas (Matías Arbotto) —¿Costó mucho salir de la tuberculosis? —Sí. Fueron seis meses encerrado en una pieza, solo, sin que tu mamá te pueda ver. Yo tenía un millón de amigos, que me golpeaban la puerta y yo les decía, a veces de una manera que no quería: “¡Váyanse!”. Me tocó enfermarme, contagiarme, y yo no quería eso para nadie. —¿Cómo te habías contagiado? —Uno de mis amigos estaba enfermo y no se cuidó lo debido. Y no nos cuidó a todos. —¿Después de esos seis meses, saliste enojado? —Un poco sí. Hasta que un día, en mi comunión con Dios, hablando, entendí que siempre hay alguien que está peor que uno. Quizás yo estaba enfermo, pero había alguien que se estaba muriendo, o perdiendo un familiar. Entonces, yo no tenía que estar triste. —Hasta el Proyecto Matías, ¿de qué trabajabas? —En muchas cosas: haciendo changas, todo en negro. Venía trabajando para una empresa de colchones: hacía los repartos. Me convocaban tres veces a la semana; a veces no me convocaban. Trabajaba por día: terminaba el reparto y me pagaban. Había una propina y todo, pero eso no alcanzaba. Hoy está difícil Argentina. Pero sé que va a estar mejor. —¿Quién te contacta desde el proyecto? —Tenga una pareja amiga, Ale López y Lucio Díaz. Ellos tienen una ONG, ayudan al barrio con mercadería. Yo también quería ayudar. Gracias a eso me contaron la propuesta, lo que encaraba el proyecto, cuáles eran los objetivos. Y tuve ganas de crecer. Ya venía buscando la salida a toda esa necesidad. —¿Tu idea era conseguir un buen trabajo? —A veces soy muy ansioso, y ya quería trabajar el primer día. Pero era un proceso. En ese momento yo no tenía los recursos para poder buscar un buen trabajo. —¿Y conseguiste? —Conseguí trabajo... Estoy en Lenor (Group), que es una gran empresa; se extiende por muchos países. Estoy trabajando desde hace cinco meses, y en blanco. Hago servicios de mantenimiento en aparejos, puentes y grúas. En el taller uno tiene que soldar, cortar; se aprenden muchas cosas. El compañerismo que se vive ahí ayuda mucho. —¿Cómo es buscar trabajo cuando vivís en la isla? —Hoy en día yo acepto quién soy, de dónde vengo y adónde voy. Pero andá a buscar trabajo y decir que sos de la isla... Es medio complicado, te prejuzgan. La sociedad te denigra por vivir en un lugar así, como que sos un marginado. Pero yo creo que hay mucho potencial, mucho talento. —¿Vos viviste ese prejuicio? —Sí, muchas veces. Creo que más. En el proyecto quizás fue la primera vez que no me juzgaron y me quisieron ayudar, sin decirme nada. —¿Ese prejuicio lo viviste en los trabajos pero también en otros aspectos de tu vida: con la gente, en grupos? —A veces, por el prejuicio, te cuesta desenvolverte en otros ambientes. Quizás yo soy de una manera y voy donde se vive de otra, y es difícil. Pero aprendí a poder expresarme. Y también aprendí a decir que no a muchas cosas, a lo que hace mal y uno no quiere para su vida. Fue duro, pero aprendimos. La vida en la isla Maciel lo expuso a las drogas y la delincuencia desde edad temprana —¿Costó decir que no? —La verdad que sí. —¿Más a la droga o al delito? —A todo, en general. Más allá de la droga o el delito, es uno, en su interior, que no quiere hacer cosas malas. Ni tampoco quiere que le hagan. —La canción que conocí en el documental y está en plataformas tiene que ver con tu origen, con los tuyos. —Empieza hablando de mi barrio, de los marginados, entre comillas. Y aunque salgan de un barrio bajo o donde sea, que si uno se pone fuerte y va para adelante, la recompensa es grande. Después habla de mis conocidos del barrio, que a veces, por malas decisiones, están presos de su libertad. Pero no hago apología a la violencia ni nada por el estilo. Y también hablo de lo que viví, para tratar de decir que se puede. ¿Quién iba a pensar que yo iba a sacar una canción? Es esa alegría de compartir algo malo, diciendo: “Esto puede estar mejor”. —¿La escuchó tu hijo? ¿Vio el video? —Samu la canta. Hoy la estaba cantando: “Que Dios bendiga a los míos”. —¿A Samu hay que tenerlo cortito en el barrio? —Samu va por buen camino. Le gusta estudiar, pasó de grado, es sano, juega al fútbol. Y yo estoy acá, para acompañarlo en su camino. Ariel Gomez en Infobae junto a Tatiana Schapiro (Gustavo Gavotti) —¿Hoy te sentís bien plantado para no volver a irte a otro lado? —Ese fue mi pasado. Ya no tiene nada que ver conmigo. Lo que pasó, ya pasó. Y antes de entrar al Proyecto Matías ya venía así, de la mano de Dios. —¿Tu futuro es la música? —Dios quiera. Ya tengo 20 canciones escritas. Nunca dejé de lado la música. Yo soy rapero. Soy de la calle, en el buen sentido. —¿Si ese Ariel que a los 18 años tuvo tuberculosis y salió de ahí tan enojado, ve a este Ariel de hoy, qué le diría? —”¿Por qué perdiste tanto tiempo, Ariel? ¿Por qué perdiste tanto tiempo?”. Fue un desperdicio... Pero todo tiene un propósito: no podría ser quien soy si no hubiera vivido todo eso. Es duro. Aunque tampoco es necesario vivirlo. Pero hoy me siento orgulloso porque puedo levantar la cabeza y mirar a cualquiera a los ojos. Yo soy Ariel. * Voces es un ciclo de entrevistas sobre distintas temáticas que busca visibilizar, concientizar y generar empatía. Escribimos y contamos tu historia a: voces@infobae.com

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