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» Diario Cordoba
Fecha: 01/03/2025 04:00
Vimos en el artículo anterior que la obra de Manuel Fraijó se construye mediante un diálogo continuo con teólogos y filósofos de diversa procedencia. Dialogar es dar y recibir razones. De ahí que la razón represente para nuestro autor un elemento indispensable no sólo en el estudio de la religión, sino en la propia vivencia religiosa. Razón y fe van siempre de la mano. Fraijó hace suya la apelación hegeliana a la «fe pensada» frente a la «fe sentida» de un Schleiermacher. En las grandes dicotomías de las que da cuenta en este volumen (jesuitas frente a jansenistas, teólogos liberales frente a teólogos dialécticos, católicos falibilistas frente a infalibilistas… diversas instancias, en fin, de esa confrontación más básica entre una teología horizontal -muy atenta a los hombres y a los tiempos- y otra vertical -la cual parte de Dios, y no del hombre), Fraijó se inclina por la primera -el ser humano con sus obras y sus razones- sin desoír en ningún momento la segunda, firmemente anclada esta en el poder de la gracia y en el regalo de la fe. Fe que el Concilio Vaticano I (al que el autor dedica algunas páginas) define como un obsequium rationabile, es decir, como un regalo de Dios (frente al racionalismo), pero un regalo razonable (frente al fideísmo). Fraijó concluye que «el cristianismo tiene grandes obligaciones contraídas con la racionalidad y, más aún, con la razonabilidad». Una razón alejada, desde luego, de la científico-técnica, y de la que ofrece en su libro distintos per-files: razón «cordial», razón «engalanada», razón «anamnética»... Vinculada a esta razón anamnética que nunca olvida, se levanta el segundo pilar sobre el que articula Fraijó su libro: nos referimos al tema de la esperanza, la cual aletea por casi cada una de sus páginas. La esperanza cobra todo su sentido cuando se la vincula al sufrimiento, terreno cenagoso en el que esta planta hunde sus raíces. No en vano el epílogo del presente volumen lo ocupa el ensayo Jürgen Moltmann: elogio de la esperanza, cuya lectura se hace eco de la conferencia Cómo interpretar la palabra de Dios ante el sufrimiento actual; Ernst Bloch, filósofo de la esperanza, es otro autor que anda siempre presente en este libro. La esperanza, y el futuro que ella abre a cada criatu-ra sufriente, viene determinada por la creencia en la resurrección, es decir, por esa con-vicción, a la que apela por ejemplo Hans Küng, de que «tras la muerte no me aguardará la nada»; Fraijó se muestra taxativo a este respecto: «Sin la esperanza de la resurrección el cristianismo no sería cristianismo». La esperanza en un futuro restaurador no se alza únicamente frente a la consciencia de la propia muerte, sino sobre todo frente al dolor inmenso del que rebosa ese «matadero» que para Hegel era la historia humana. Fraijó detiene su mirada compasiva en el Holocausto. La religión judaica no vio otra solución al tema del sufrimiento que la resurrección de los muertos; el cristianismo, fiador de ese «acontecimiento nuevo» que fue para Moltmann la resurrección de Jesús, ofreció más tarde una solución semejante. Adorno ha señalado que sin el postulado kantiano de la inmortalidad del alma (una versión con menor carga teológica de la resurrección) no sería posible hacer justicia a los muertos. Así pues, la esperanza, que brota del sufrimiento, aspira a que se haga justicia a aquellos que no la conocieron en sus existencias dañadas. En la lobreguez de su celda el poeta Miguel Hernández musitó: «Dejadme la esperanza». De ella da cuenta Manuel Fraijó en este libro luminoso. *Catedrático
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