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» Misionesparatodos
Fecha: 26/02/2025 19:08
La fulminante movida de la Administración Trump acercándose a Putin para resolver la guerra en Ucrania expone un cambio más traumático y de fondo para Europa, que vislumbra la reformulación total de la relación con EEUU que hace 80 años dio a luz la OTAN y le proveyó una seguridad que Washington ya no quiere financiar. Las negociaciones directas, sin Ucrania, de los presidentes Donald Trump y Vladimir Putin para poner fin a tres años de conflicto por la invasión rusa dejaron también a un lado a toda Europa, que debate cómo hacer frente a Moscú por su propio gasto, cuenta y sufrimiento (la guerra ya ha costado un millón de muertos y heridos). Medios y analistas se apresuraron a considerar el rápido acercamiento de EEUU y Rusia una “nueva Yalta”, como el histórico acuerdo de 1945 que dividió el mundo en Este-Oeste al final de la II Guerra Mundial. Esta vez sería para reconfigurar los pactos de seguridad que dieron origen a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en 1949, frente a la amenaza soviética. Trump alimentó esa hipótesis, cuando en su afán de conseguir rápidamente el final de la guerra en Ucrania, primero dialogando con Putin y después negociando un acuerdo a nivel de cancilleres en Arabia Saudita, dejó intencionadamente fuera de las tratativas tanto a Ucrania como a la Unión Europea (UE). Sucesivos avisos de la Administración Trump, desde el Departamento de Defensa hasta el Tesoro, dejaron claro a los europeos que, a diferencia del primer mandato del presidente (2017-2021), esta vez sí Washington dejaría de cofinanciar la seguridad continental a través de la alianza OTAN. El costado elegido por EEUU para resolver el conflicto no es antojadizo. La excusa que puso Rusia para “defender” a las poblaciones de origen ruso en el Este de Ucrania (Lugansk y Donetsk) e invadir el país vecino había sido la pretensión de Kiev de incorporarse a una OTAN que golpeaba las puertas del gigante euroasiático. En la post Guerra Fría los acuerdos EEUU-Rusia-Europa implicaban que la alianza quedaría contenida en el Occidente europeo, sin afectar los intereses ni la seguridad de Moscú. Ello finalmente no ocurrió: la alianza se expandió al límite oriental y el presidente Volodimir Zelensky insiste todavía hoy en incorporar al país a la OTAN, pese a la resistencia de las propias potencias europeas, como Alemania y Francia. “Se nos fueron miles de millones de dólares en una guerra que no podía ganarse”, resumió Trump, después de elogiar la voluntad negociadora de Putin y, en cambio, tratar de “dictador” a Zelensky por seguir en el poder durante el conflicto sin haber sido confirmado en las urnas (la Constitución ucraniana lo permite). “Amo a Ucrania, pero Zelensky ha hecho un trabajo pésimo, su país está destrozado y millones de personas han muerto innecesariamente, y así continúa”, añadió Trump. “Entiende nuestra posición”, ironizó el canciller ruso, Sergei Lavrov. En este contexto, los ucranianos pueden quedar obligados a aceptar una pérdida de territorio sin garantías de seguridad de EEUU, o incluso de Europa, o bien a seguir luchando sin el apoyo estadounidense, dos opciones favorables a Rusia. Al leer la nueva conexión Moscú-Washington, los historiadores recordaron el antecedente de Richard Nixon en su acercamiento a China bajo el liderazgo de Mao Tse Tung en 1972. Ese giro cambió el tablero geopolítico de la Guerra Fría y abrió la puerta al despegue económico capitalista de China, todo para debilitar a la URSS. Sólo que ahora Rusia y China mantienen una alianza difícil de romper si lo que pretende Trump -un “Nixon al revés”- es debilitar a Beijing. En su libro “El fantasma en la fiesta”, Robert Kagan recuerda cómo EEUU intentó poner fin a su aislacionismo tras la I Guerra Mundial con la Liga de las Naciones y cómo la resistencia política interna en Washington lo frustró. Dos décadas después, ni Francia ni Reino Unido pudieron contener a la Alemania nazi. Obligado otra vez, EEUU intervino, inclinó el resultado de la II Guerra y terminó fundando todo un sistema multilateral. ¿Que implicaría un nuevo repliegue aislacionista de EEUU para Europa, esta vez antes Rusia? Otra OTAN, o ninguna Las miradas más alarmistas ven en la ofensiva diplomática de Trump, lisa y llanamente, un auténtico cambio de la política exterior que Estados Unidos ha seguido durante las últimas ocho décadas hacia Europa y sus aliados. La preocupación se alimenta por otra ofensiva simultánea, ideológica, que lideró el vicepresidente James D. Vance en un espacio de gran resonancia, la Conferencia de Seguridad de Munich 2025. Lo que debe preocupar a los europeos ahora, dijo Vance, no es Rusia ni China ni otro actor externo del cual Washington debería protegerla, sino “la amenaza desde dentro: el abandono de Europa de sus valores más fundamentales, compartidos por Estados Unidos”. En clave de la ideología trumpista y de sus propios movimientos políticos afines ultraderechistas europeos, el control de la inmigración y su apego a las nociones de equidad, género e inclusión. “No hay más lugar para murallas” a la extrema derecha, escandalizó finalmente Vance. Sobre el punto estricto de la defensa de Europa, el vocero más preciso de la nueva posición estadounidense fue el secretario de Defensa, Pete Hegseth, desde Polonia: “Ahora es el momento de invertir, porque no se puede dar por sentado que la presencia de Estados Unidos durará para siempre”, les dijo a los europeos. En esos días, el secretario del Tesoro, Scott Bessent, demandó el 50% de los ingresos presentes y futuros de la riqueza mineral de Ucrania, no a cambio de apoyo futuro sino como pago por la ayuda militar de la Administración Biden. Según cálculos especializados, Washington reclama a Kiev más que las reparaciones impuestas a Alemania por el Tratado de Versalles en 1918. Además, Trump publicita una estimación errónea según la cual EEUU gastó más de 300.000 millones de dólares contra 100.000 millones de Europa. Pero según el Instituto Kiel para la Economía Mundial, la UE y los países europeos por separado llevan comprometido en ayuda militar, financiera y humanitaria de guerra a Ucrania hasta diciembre (unos 258.000 millones, contra 124.000 millones de Washington. En 2017, Trump pidió que los aliados de la OTAN pagaran más y obtuvo respuestas parciales. En 2024, la mayoría de miembros europeos de la alianza y Canadá gastaron 2% del PIB en defensa, cuando EEUU puso 3,4%. Tres años después de la invasión de Ucrania por Rusia, el gasto europeo en defensa se mantiene en los niveles de 1990, pero su PIB es una vez y media mayor y su gasto social dos veces. Europa replica que financió a Ucrania tanto como lo hizo Estados Unidos y que esos aportes de guerra provinieron de bienes confiscados a Rusia en países europeos. Pero el ultraderechista premier húngaro Viktor Orban, reconocido aliado de Trump, expuso la fractura europea: “Ucrania, o lo que quede de ella, volverá a ser una zona buffer (de amortiguación y neutral, ndr). No se convertirá en miembro de la OTAN”. Ahora, voces moderadas recomiendan a Europa dar un paso al frente en término de seguridad sin desechar a la OTAN como una alianza valiosa para Estados Unidos: invertir más en defensa y desarrollar una fuerza militar capaz de operar a altos niveles de preparación”, sin que Washington deje de invertir. En palabras del ex jefe diplomático de la UE, el español Josep Borrell, “todo el mundo prefiere gastar más en mantequilla que en cañones, y yo también, pero a veces si no tienes cañones te quedas sin mantequilla. La llamada de atención que nos ha traído la Historia es que no podemos esperar que nuestra seguridad venga garantizada por lo que decidan cada cuatro años los lectores norteamericanos. Tienes que tener una capacidad de defenderte y, hoy por hoy, Europa no la tiene”. En esta ofensiva negociadora, EEUU descartó de llano el ingreso de Ucrania en la OTAN, rechazó la posibilidad de desplegar fuerzas de mantenimiento de la paz estadounidenses y reconoció las conquistas territoriales rusas como base de partida de un acuerdo. Trump llegó a atribuir la responsabilidad de la invasión rusa a la insistencia de Zelensky en entrar en la alianza atlántica. Como resumió Ian Bremmer, “es difícil expresar lo extraordinarios que han sido los acontecimientos. Que en pleno siglo XXI, rusos y estadounidenses negocien sobre elecciones ucranianas y la seguridad europea sin que ninguna de las partes esté presente no tiene precedentes desde los tiempos de la Guerra Fría”. Qué hacer Los principales líderes europeos reaccionaron a las movidas de Trump como suelen hacerlo, muchas reuniones y pocas definiciones, e incluso con una falsa partida del francés Emmanuel Macron, quien convocó a una primera reunión de emergencia en París que sólo evidenció los límites que les impone la realidad. “La posición de Francia y sus socios es clara y unida. Deseamos una paz duradera y sólida en Ucrania”, dijo Macron, antes de visitar a Trump en Washington y aclararle en vivo frente a la prensa que Europa pone más dinero que EEUU en defenderla. “Apoyamos a Ucrania y asumiremos todas nuestras responsabilidades para garantizar la paz y la seguridad en Europa”. Sin embargo, su par británico, el laborista Keir Starmer, condicionó su compromiso de enviar tropas a Ucrania al apoyo de Estados Unidos, que no llegará. Y el virtual nuevo primer ministro alemán, el conservador Friedrich Merz, reflexionó apenas ganó las elecciones: “La prioridad absoluta será reforzar Europa lo antes posible para que, paso a paso, podamos alcanzar realmente la independencia de EEUU”. La jefa diplomática de la UE, Kaja Kallas, ensayó una estrategia reactiva tras hablar con el secretario de Estado norteamericano, Marco Rubio: “Rusia intentará dividirnos. No caigamos en sus trampas”, dijo, y abogó por “una paz justa y duradera, en los términos de Ucrania”. “El conflicto ocurre en suelo europeo. Las condiciones de un alto el fuego nos afecta directamente y no podemos ser meros espectadores”, se quejó el canciller checo, Jan Lipavský, en lo que por ahora resulta sólo una expresión de voluntarismo. Ahora, la UE ya debate si utilizar los activos congelados a Rusia, por más de 200 mil millones de euros desde la invasión rusa, cuyos intereses financian el gasto en la guerra pero cuyo capital sigue intacto.
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