25/02/2025 20:18
25/02/2025 20:18
25/02/2025 20:15
25/02/2025 20:14
25/02/2025 20:14
25/02/2025 20:14
25/02/2025 20:14
25/02/2025 20:14
25/02/2025 20:14
25/02/2025 20:14
» Diario Cordoba
Fecha: 25/02/2025 17:37
La salud del Papa Francisco se resiente, y surgen las reminiscencias de veinte años atrás -aquella cifra gardeliana- en aquella primavera en la que Karol Wotjyla agonizaba. Juan Pablo II subió pronto a los altares -«santo súbito» proclamaban en sus funerales- gracias a su carisma y a esa geopolítica que contribuyó a desmontar el telón de acero, como hizo León I, cuadragésimo quinto sucesor de Pedro, al pararle los pies a Atila. Hay sectores de la Iglesia que echan en falta la astucia diplomática y la impronta conservadora del Papa polaco, capaz -según los nostálgicos de aquel pontificado- de hacer frente a Putin, como hizo Gandalf con el Balrog. Nos atrapa la liturgia de la Iglesia, esa imantación que traspasa las costuras de la fe. ‘Cónclave’ está en las quinielas para llevarse el Óscar a la mejor película, palmaria manifestación de la devoción que la industria del cine -ese último reducto antitrumpista- le profesa a la curia pontificia. Ya lo hizo con ‘Las sandalias del pescador’, esa distopía que adelantaba la llegada de un Papa del Este, rodada mientras los estudiantes desadoquinaban sus utopías en las calles de París. En ‘El tormento y el éxtasis’, Rex Harrison se ajustaba la coraza de Julio II, en el cénit de los Papas guerreros, dándole la réplica a Charlton Heston -dígase Miguel Ángel- en la recreación del proceso artístico de la Sixtina, esa capilla destinada a apabullar a los hombres y a la divina inspiración del Espíritu Santo. Esa fascinación por el papado se justifica en la semejanza del anillo pontificio con el de las cortezas de las secuoyas; la longevidad de una institución que marca, como ninguna otra, el derrotero de Occidente: la hilaza del primer cuartil de Papas mártires, cuando los Césares probaban la excepción de Daniel con la voracidad de los leones; el asentamiento tras Constantino, fabricando la tiara de tres coronas y haciéndole carantoñas al reino de este mundo; las piruetas de Benedicto IX, el único pontífice que fue tres veces Papa; los egos palaciegos que condujeron al exilio de Aviñón; la licenciosa lucidez de Alejandro VI, enjuagada por las encomiendas de evangelización del Nuevo Mundo; los réprobos que tildaban de papistas a los que no se sumaban a los movimientos cismáticos; el enroque y mecenazgo de los Papas barrocos, con la exaltación de Velázquez a la astucia de Inocencio X; el apresamiento de Pío VI por las tropas de Napoleón; el acartonado absolutismo de Gregorio XVI y la enfurruñada mengua de los Estados Vaticanos tras la reunificación italiana; los acuerdos de Letrán, entre Pío XI y Mussolini; los fusilamientos de las Fosas Ardeatinas mientras los historiadores siguen deshojando la tibieza de Pío XII; la reprensión de Pablo VI a las últimas penas de muerte franquistas; la casi media centuria sin Papas italianos y el revulsivo de la fe como otro sumatorio más frente a este nuevo imperialismo depredador.
Ver noticia original