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» Diario Cordoba
Fecha: 25/02/2025 17:36
Mientras prestamos atención a las últimas valoraciones de los científicos por la llegada en 2032 del asteroide YR4, que puede ser un riesgo para la Tierra, la amenaza más inmediata que nos viene del espacio ya impacta sobre nosotros: cada semana nos cae el equivalente a un coche en basura espacial, y cada mes, un fragmento del tamaño de un autobús. A veces cae en zona habitada, la chatarra de satélites rotos y en desuso. No es algo de ahora, la primera estación espacial internacional que se construyó y quedó obsoleta se precipitó hace algo más de 50 años en la turística localidad de Esperance, en el sur de Australia. Un museo se erige ahí donde se pueden ver algunos restos, otros fragmentos se exponen en un motel de carretera en las afueras que vivió el susto de su vida. Que la basura espacial es un problema lo denuncian desde los años 70 voces destacadas de la ciencia, pero nosotros seguimos mirando a los riesgos de las piedras de polvo de estrellas, impredecibles, cuando lanzamos miles de objetos construidos por nuestras empresas ya a sabiendas del impacto seguro que tendrá en nuestro entorno, cuando acaben su vida útil y regresen, si no quedan en suspenso. Urgen controles de sostenibilidad de las misiones espaciales, pero a ver quién le pone el cascabel al gato cuando la carrera por colonizar el espacio mueve tanto dinero e implica a empresarios de la talla ideológica de Elon Musk y naciones que ya miran para otro lado ante la crisis climática que se aborda con cumbres planetarias de resultados descafeinados. Necesitamos esa carrera de largas miras por el universo, y la misma existencia de la Estación Espacial Internacional, nacida como proyecto de paz en la guerra fría, debería ser el corazón de bombeo de las políticas futuras para regular la vida tan lejos de la Tierra, y a la vez tan cerca. Pero el proyecto en sí está al mismo tiempo a punto de extinguirse, otro signo de nuestros tiempos. Esa misma Estación Espacial que inspiró a la premio Booker Samantha Harvey para escribir su novela ‘Orbital’, desde ese lugar recóndito habitado por un puñado de humanos que ven la escala más real imaginada de la Tierra, ese mundo tan improbable como objeto, flotando en el vacío, la nada, y aún tan lleno de vida y posibilidades. Esos astronautas investigan, sí, pero también pasan a diario el aspirador. Nuestras políticas deberían ser un espejo de ese equilibrio entre ambición, investigación y responsabilidad.
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