Contacto

×
  • +54 343 4178845

  • bcuadra@examedia.com.ar

  • Entre Ríos, Argentina

  • “Una canción para la siesta”: un objetivo capricorniano y una mosca chocando contra un vidrio

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 25/02/2025 04:53

    En la presentación de Una canción para la siesta, Laura Nevole, actriz y dramaturga que estuvo a cargo de la lectura, me preguntó si había una imagen disparadora. Y no. No había una imagen disparadora para la novela pero sí había una imagen disparadora para el proceso de escribir. Era una mosca chocando contra un vidrio durante tres meses. La mosca era yo y el vidrio era la voz de Juan Forn. Fue así. Era el año 2020. Yo trabajaba 16 horas por día en la universidad y encontraba restos de tiempo para seguir haciendo música y escribir. En eso estaba cuando una tarde Hernán, mi compañero, entró a casa y, sabiendo que era una especie de groupie silenciosa de Juan Forn, me contó que había tenido una reunión con él, por un trabajo que querían encargarle. “Tiene un taller”, deslizó. Y me pasó un mail. Le escribí enseguida. Me respondió. Decía que se le había liberado un lugar y que podía sumarme. Agradeceré eternamente a esa persona descuidada que dejó el taller. Así empecé, con un objetivo capricorniano y estúpido: ordenar todos mis cuentos anteriores, emprolijarlos, como si la literatura tuviera algo que ver con ser prolijos. Llevé el primer cuento y reboté. Una mosca chocando contra un vidrio, durante tres meses. Cada cuento viejo que llevaba era un nuevo rebote contra un vidrio blindado. ¿Qué querés escribir, Victoria? ¿Qué historia querés contar? Ante la reiteración de la pregunta y la ansiedad de llevar al taller algo que me hiciera dejar de rebotar apareció un personaje que había estado en algún lugar de mi cabeza durante bastante tiempo. Una canción para la siesta no es una novela autobiográfica, pero sí es una historia que me venía siguiendo como esos perros que te aparecen en un camino en el medio de un campo. No sabía por dónde empezar así que organicé 13 notas sobre este personaje y sobre su entorno. Escribí rápido. Revisé y taché, para que se leyera todavía más rápido. Eso fue lo que llevé. "Una canción para la siesta", de Victoria Gandini Leí, y si bien no me acuerdo exactamente las palabras que usó Forn, entendí que era mi llave de entrada a algo real. Ahí empezamos. Hago un pequeño paréntesis. Yo soy docente. Soy docente desde que tengo 16 años, cuando ayudaba en las clases de equinoterapia de un hípico de mi barrio; seguí siendo docente cuando viví muchísimos años de dar clases de piano y sigo siendo docente ahora en la universidad. Pero estar en esas clases y ver cómo Forn trabajaba fue otra cosa. Esa dedicación te marca. Cuándo íbamos por la quinta lectura llegó junio del año 2021 y Forn se murió. De un día para el otro. El día del cumpleaños de mi hermano. Entonces hice lo que sabía hacer. Escribí un proyecto y lo presenté al Fondo Nacional de las Artes. Me gané la Beca Creación en letras y me senté a mirar la pantalla donde anunciaban los ganadores. ¿Y ahora qué? ¿Con quién sigo? Lo único que tenía en claro era que sola no podía. Me llevó dos segundos pensar en Mauricio Kartun. Busqué su mail en Google (“Mauricio Kartun mail”) y le escribí. “Hola… es mi primera novela… me salió esta beca…”, etc. En menos de una hora tenía un mail diciéndome que la escritura era sólida y orgánica. Y que sonaba muy bien. Pero… decía también que su mirada sería inevitablemente desde otro lugar. Después me preguntaba cuáles era las dificultades que me llevaban a pedir una supervisión. Le expliqué. La novela es una historia contada en cuatro voces de mujeres en primera persona que alumbran una parte distinta de esa historia. Pensé en un funcionamiento polifónico pero no vertical. Cada voz debía tener un ritmo y un timbre propios. ¿Cómo lograr que el lector escuche el timbre de una voz leída? Eso es lo que necesito trabajar. Hicimos tres encuentros que son de los mejores días de mi vida. No es normal tener toda esta suerte. No es normal que te ayuden tanto. Juan Forn (Martín Rosenzveig) Después siguieron casi dos años de correcciones, contra el año que me había llevado rebotar contra el vidrio y escribir. Retomé una pregunta de Forn: ¿A qué escritores invitarían a su mesa? No dudé. Agarré Amuleto, de Bolaño, La analfabeta, de Agota Kristof y Corazones, de Forn. Bolaño, por esa voz de mujer que andaba de acá para allá como un fantasma de la historia, guardiana de una memoria, loca, artista, lúdica y lúcida. Kristof, porque no hay otra voz más cruda y más dulce. Y Forn, porque ese libro contado entero en segunda persona logra una tensión tan íntima que te tiene en vilo desde la primera palabra hasta la última. Cada vez que me perdía o cuando la palabra se ponía demasiado mañosa, abría el libro que me pareciera mejor, leía en voz alta cualquier fragmento y volvía a mi texto. Esa revisión sí tuvo dos consignas: 1. (que me inventé yo): Cuidar los rincones de la historia, llenar el texto de imágenes que permitieran a los personajes tomar sus propias decisiones sobre qué hacer con sus pasados y con sus presentes. 2. (que me dio Kartun): Recordar la alerta, no adoptar un lugar moralizante respecto al dolor. No es tu lugar decir qué está bien y qué está mal en la vida de los personajes. Después de eso queda el momento de saltar a una pileta desde un piso 9 y que alguien resuene con tu historia. En mi caso solo hizo falta que apareciera Larría Ediciones para abrir esa ventana y que la mosca pudiera salir adonde sea que salen las moscas.

    Ver noticia original

    También te puede interesar

  • Examedia © 2024

    Desarrollado por