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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 24/02/2025 04:32
Tatiana Sfiligoy (51) es la primera nieta recuperada por Abuelas de Plaza de Mayo en Argentina (Foto/Jaime Olivos) Fue el 31 de octubre de 1977 en la localidad bonaerense de Villa Ballester. Tatiana, de 4 años, caminaba de la mano de su mamá, Mirta Britos. Habían salido a hacer unas compras, junto a su hermana menor Laura, de tres meses. Al regresar, vieron un operativo en su casa y escaparon. Acorralada, Mirta siguió caminando. Llegó a una plaza, se sentó con sus hijas en el borde de la calesita, las besó y las abrazó. “Cuidá a tu hermana y no hables con nadie. Te amo, mi amor”, cree recordar Tatiana que le dijo, aunque de ese momento solo le quedó la imagen de su madre despidiéndose en silencio. Tatiana la siguió con la mirada y fue testigo de cómo la encapucharon y se la llevaron. Nunca más la vio. Minutos después, un vecino que había presenciado todo llamó a la policía, y las hermanas fueron trasladadas a una comisaría. Días más tarde, la Justicia las separó y las anotó como NN en distintos internados. La mayor fue al hogar “Remedios de Escalada” de Villa Elisa y, la menor, a la Casa Cuna. En 1978, Inés y su esposo, Carlos Sfiligoy, adoptaron de buena fe a Laura a través de un juzgado de San Martín. En pleno trámite, una trabajadora anónima les comentó que la beba tenía una hermana y, los pocos meses, Tatiana se sumó a la familia. El 19 de marzo de 1980, con solo seis años, Tatiana se convirtió en la primera nieta recuperada por Abuelas de Plaza de Mayo en Argentina. Su historia, una de las 139 restituciones hasta hoy, fue contada en libros, documentales y ficciones. Su caso, singular en el proceso de recuperación de identidad, es conocido como el “caso feliz”. A los cuatro años, Tatiana fue testigo de cómo secuestraron a su madre. Nunca más la vio (Foto/Jaime Olivos) El principio Tatiana nació el 11 de julio de 1973 en el Hospital de Clínicas de Córdoba. Sus padres biológicos, Mirta Britos y Oscar Ruarte, eran actores y los llamaban “La Negra” y “El Negro”. Se conocieron haciendo teatro con el grupo Estudio Uno. Además, compartían la militancia: juntos crearon el centro cultural “Villa El Libertador”, en el sur de Córdoba. Tras el nacimiento de su primera hija, la pareja quiso agrandar la familia. Nació Florencia, pero falleció de meningitis a los seis meses. La pérdida de la niña marcó el fin de la relación. Poco después, Mirta se juntó con Alberto Javier Jotar Yribar, se mudó a Buenos Aires y tuvo a Laura Malena el 13 de agosto de 1977. El 31 de octubre de ese año, pocos meses después, la pareja fue secuestrada en Villa Ballester. Oscar Ruarte había sido secuestrado un año antes en Córdoba. De esa historia, Tatiana fue recogiendo piezas mucho tiempo después. Hasta que, cuando cumplió 18 años, decidió descubrir quién era realmente. Para esa altura, sin saberlo, ya estaba siguiendo los pasos de sus padres biológicos. “Empecé a hacer teatro sin saber que Mirta y Oscar se dedicaban a eso. Iba al Centro Cultural Ricardo Rojas y me encantaba. Recién ahí mi abuela me contó que habían sido actores. Me acuerdo de que la miré y le dije: ‘¿Cómo no me lo contaste antes?’ Se ve que desde muy chica ‘mamé’ todo lo que tenía que ver con cuestiones artísticas. De hecho, durante tres años tuve un centro cultural en Caballito”, cuenta. Reconectarse con su origen fue un vaivén de emociones. Lo hizo con acompañamiento psicológico y con la certeza de que sería un proceso profundo. “Toda esa reconstrucción la hice de grande porque las imágenes, a los cinco años, no las acordaba. Con la terapia, los recuerdos comenzaron a aflorar y a conectarse. Había recuerdos que no sabía si eran reales, inventados o parte de un sueño. Tuve que contrastarlos con quienes habían conocido a mis padres biológicos y recordaban el secuestro y el operativo en la zona”, cuenta a Infobae desde la sede de Abuelas de Plaza de Mayo, donde transcurre la entrevista. Hoy, a los 51 años, Tatiana es psicóloga y mamá de tres hijos: Irina (25), Maia (18) y Pedro (10). Desde hace un tiempo vive en Gualeguaychú, Entre Ríos, donde se mudó en busca de una mejor calidad de vida. Su historia no solo la llevó a reconstruir su identidad, sino también a comprometerse en la lucha por encontrar a los más de 300 nietos que aún faltan restituir. Los padres biológicos de Tatiana se llamaban Mirta Britos y Oscar Ruarte. A ella la secuestraron el 31 de octubre de 1977 en Villa Ballester; a él, un año antes, en la provincia de Córdoba (Fotos/Gentileza de la entrevistada) —¿Qué pudiste reconstruir de la última vez que la viste a tu mamá? —Pasamos por la puerta de casa y vimos el operativo. Ahí mi mamá decidió que fuéramos a la plaza, como si no hubiéramos visto nada, y nos acomodamos al borde de la calesita, donde había muchas personas, sobre todo niños. Pero bueno, se ve que la identificaron, nos persiguieron y nos encontraron. Vi llegar un micro Mercedes-Benz con la lona verde atrás. Bajaron uniformados, mi mamá empezó a caminar y, en la esquina de la plaza, la encapucharon y se la llevaron. Nosotras nos quedamos ahí, al resguardo, hasta que un vecino que tenía una carnicería en frente de la plaza, llamó a la policía. No me acuerdo de qué fue lo que me dijo cuando se despidió de nosotras. Inferí que me pidió que cuidara a mi hermana, pero la imagen que tengo es sin voz. —Después te llevaron a un hogar de niños. ¿Cuánto tiempo estuviste allí? —Fueron seis meses. A pesar de todo tengo lindos recuerdos. Una vez vino Pipo Pescador y nos hizo un show. Me acuerdo de que había un parque enorme y una pileta. Yo recién volví al hogar el año pasado. Fui con mi hija mayor y algunas amigas. —¿Por qué tomaste esa decisión? —Necesitaba volver para reencontrarme con ese lugar y ver cómo era. La pandemia y el encierro nos marcaron a todos en los últimos cinco años. A mí me pegó mal y empecé a sentir que tenía pendiente esa visita. El 24 de marzo de 2024 me invitaron al Canal FA! y, en la entrevista, comenté al pasar que nunca había vuelto al hogar. Alguien que trabajaba ahí lo escuchó, me invitó y terminamos haciendo una actividad. Me encontré con una trabajadora social que me recordaba y me contó lo vivido en esos años. Me dijo que los hogares estaban desbordados de niños como nosotras. Algunos volvieron con sus familias; de otros nunca se supo. Los trabajadores estaban al margen y solo podían intervenir de forma limitada. El hogar tenía capacidad para 200 niños, pero albergaba 500. Entonces, cuando vemos las cifras, calculamos que hay más casos de los que se conocen. Todavía hay 300 nietos que encontrar. —¿Y qué te pasó cuando estuviste ahí? —De todo. (Se emociona). En un momento subí las escaleras y entré al lugar donde habían sido las habitaciones. “Yo estuve acá”, dije. Lo sentí en el cuerpo. Fue muy fuerte y, al mismo tiempo, me hizo bien contarle mi historia a las personas del lugar. Pude cerrar una etapa. Tatiana se emocionó al recordar su vuelta al hogar, donde pasó seis meses hasta que la adoptaron. "Recién volví el año pasado", cuenta (Foto/Jaime Olivos) Un “evento milagroso” Inés y Carlos Sfiligoy no habían planeado adoptar a Tatiana y Laura, pero el destino tejió un encuentro inesperado. Fue cuando coincidieron los cuatro en los pasillos del juzgado de San Martín. Aquel día, Tatiana había sido llevada para conocer a un matrimonio interesado en adoptarla. En paralelo, su hermana Laura, aún muy pequeña, estaba allí para realizarse un control de rutina. Por azar, los Sfiligoy esperaban la documentación para adoptar a otra bebé que no era ninguna de ellas. “Ahí es donde se produce el evento, yo digo que milagroso”, anticipa Tatiana. Hace una pausa y cuenta: “Mi vieja adoptiva se cruzó con una trabajadora social que llevaba en brazos a mi hermana y empezaron a charlar. Ella le pidió sostenerla y sintió algo. Laura, en ese momento, estaba sufriendo ‘hospitalismo’, que es lo que les sucede a los bebés que pasan mucho tiempo internados sin afecto ni contención. Es fuerte, porque después de eso muchos no sobreviven. Mi vieja lo percibió enseguida y preguntó si podía adoptarla. Al principio le dijeron que no. Pero ella era muy insistente, muy cabeza dura, por suerte”, repasa. A pocos metros, en una oficina, Tatiana esperaba que la devolvieran al hogar porque la familia que la había conocido no quiso adoptarla. “Se ve que en esa espera, algo detecté, porque empecé a hacer lío. Ahí fue cuando la empleada que estaba hablando con mi mamá le contó en voz baja: ‘No diga nada, pero esa beba tiene una hermana’. Y bueno, ahí fue cuando se replantearon todo y le pidieron al juez adoptarnos a las dos. Parece de película, pero fue así”. —¿Cómo te encontró Abuelas de Plaza de Mayo? —Abuelas me localizó a mí en la época de dictadura. Por tratarse de una adopción legal, mi localización fue más fácil porque estaba inscripta en algún lugar. A eso hay que sumarle que hubo una persona que hizo una denuncia, que fue un cura tercermundista que emigró a Canadá y que, en su momento, había tomado clases de francés con mi mamá adoptiva. Mi vieja era profesora de francés. Él había sido su alumno y habían quedado en contacto. Cuando nosotros llegamos a la casa de mis papás adoptivos, él desde Canadá les dijo: “Tengo una corazonada que puede ser hijas de desaparecidos”. El tipo algo intuyó y, a raíz de esa denuncia, Abuelas empezó a buscar en los juzgados hasta que dieron con el juzgado de San Martín. Fueron tres veces hasta que una de las empleadas lo confirmó: “Las tramitaron acá. Hablen con el juez. Yo no les dije nada”. —¿Familiares tuyos también te buscaban? —Sí, mis dos abuelas. Presentaron un habeas corpus y también hicieron una denuncia. La que más viajaba a Buenos Aires era mi abuela Amalia, la mamá de mi papá. Antes de que Abuelas se conformara como organización, ella estaba en contacto con los grupos de familiares de desaparecidos en Córdoba. Un día, nos citaron en el juzgado y ahí empezó mi revinculación con mi familia biológica. Yo tenía seis años y me acordaba de ellas porque no había pasado tanto tiempo. Obviamente, en el primer encuentro no quise reconocerlas. —¿Te quedaste en shock? —Pensá que, en ese momento, yo estaba como más o menos estable, y verlas a ellas... Bueno, lo que pasa un poco con todos los nietos, que el primer paso es... Uno reconoce también la historia de sus padres: el secuestro, la desaparición, la ausencia de cuerpos. Una serie de cosas que mi cabecita no podía procesar en ese momento. Diez días después, el juez volvió a citarnos y ahí fue más familiar la situación porque yo tenía muy presentes a mis abuelas. Amalia, la abuela paterna de Tatiana (Foto/Gentileza de la entrevistada) —Tu caso y el de tu hermana marcó un antes y un después en la historia del país. —Claro, la situación era nueva porque nunca habían encontrado a ningún nieto. Entonces, al principio, suponían que mis viejos estaban vinculados con alguna fuerza o que nos habían adoptado con la idea de sacarnos del seno subversivo para criarnos con una “familia de bien”. Eso llevó a: primero, conocer a los Sfiligoy y darse cuenta de que no tenían esa ideología, sino que eran una pareja que no podía tener hijos y quiso adoptar. Después se dio una situación interesante porque ellos también resignificaron su historia: sus propios padres habían huido del fascismo en Italia y, de algún modo, eso la dio otro sentido a su historia. Era una familia que también había atravesado una persecución. Así que para ellos, encontrarse con nosotras fue como comprometerse desde un lugar histórico. Desde el primer momento, se estableció que yo siguiera en contacto con mis abuelas, tíos y primos. Hubo una continuidad que para mí fue fundamental. —¿Hasta qué edad esperaste que tus padres biológicos aparecieran? —Hasta los 12 años. —¿Y después? ¿Alguien te lo explicó? —Lo inferí yo misma. Supongo que le habré preguntado a mi abuela o mi mamá, no recuerdo. Para esa época yo ya daba entrevistas. Y me acuerdo de que una periodista me preguntó: “¿Vos los esperás todavía?”. “Sí, pero no creo que vuelvan”, le contesté. Recién a esa edad tomé conciencia de lo que implicaban las desapariciones. Cuando tenía diez años, fantaseaba: “Y si aparecen, ¿qué hago?”, pensaba. “Bueno, tendré cuatro padres”. Todas esas situaciones las pensaba hasta que fui creciendo y entendí que lo más probable era que estuvieran muertos. —Inés murió en 2006 y Carlos en 2023. ¿Nunca dejaste de llamarlos mamá y papá? —No, porque cumplieron la función de padres, me sostuvieron y me dieron una familia. No hubo mentira, no hubo robo. No hubo falsificación de documentos. Casos como el mío son catorce, nada más. Catorce adopciones de buena fe. Ellos nunca me negaron mi historia. Además, mi abuela Amalia se llevaba súper bien con mi mamá adoptiva. Jamás sentí un tironeo, ni tensión, ni ninguna de esas cosas. Gracias a ellos también yo estoy acá. "Ser la primera nieta recuperada implica una responsabilidad y me hago cargo", dice Tatiana (Foto/Jaime Olivos) (Re)construir la propia historia Un día, mientras hojeaba un diario, Tatiana se encontró con una solicitada en la página de la Asociación Argentina de Actores. Entre los nombres de la lista, aparecían los de sus padres biológicos. Fue un impacto. Hasta ese momento, ella ni siquiera sabía que habían sido actores. “Mi abuela Amalia nunca me lo había contado, quizás porque no lo consideraba relevante”, dice. Impulsada por la curiosidad, decidió ir personalmente a la sede de Actores. Cuando se presentó y explicó quién era, la miraron con desconcierto. “No entendían si estaba loca o deliraba”, cuenta. Para verificar su historia, empezaron a llamar a personas conocidas en el ambiente. Fue así que lograron contactar a “Coco”, un viejo amigo de sus padres que vivía en Córdoba. Después de un intercambio telefónico, Tatiana fue a visitarlo. Ese viaje, cuenta ahora, fue una bisagra en su búsqueda. A través de “Coco” y otros compañeros de sus padres, empezó a reconstruir una parte desconocida de su historia. Escuchó anécdotas, supo cómo habían montado el centro cultural “Villa El Libertador” y entendió el amor que sus padres tenían por el teatro. “Esa reconstrucción me ayudó un montón, sobre todo al principio. Me permitió conocer otra faceta de ellos”, explica. El centro cultural “Villa El Libertador” que construyeron los padres de Tatiana en Córdoba, sigue en pie hasta el día de hoy (Foto/Gentileza de la entrevistada) Tatiana había evitado volver a la plaza Mitre, el lugar donde, a sus cuatro años, había visto a su madre por última vez antes de que fuera secuestrada. Pero en 2013, un grupo de estudiantes de una escuela de Villa Ballester se puso a investigar su historia y la de su hermana. Fue en el marco del programa Jóvenes y Memoria y, como cierre del proyecto, organizaron un festival artístico al que llamaron “La plaza del olvido está llena de memoria”. “Cuando me contactaron para que fuera no tenía ganas de ir; pero, por otro lado sentía que no podía dejarlos colgados. Al final, fui con toda mi familia y fue magnífico”, cuenta Tatiana. “Tenía miedo. Mi fantasía era que iba la plaza y me desmayaba. Pero sucedió todo lo contrario. Había música, muestras… Me di cuenta de que no estaba sola, que mi historia también era parte de otras personas. Y me sentí bien. Estaba ahí, en el lugar donde me quedé sola con mi hermana, pero esta vez rodeada de mi familia, de los chicos que investigaron, de gente que quería escuchar. Eso me dio mucha fuerza", dice. La historia de Tatiana y su hermana Laura está relatada en uno de los unitarios de Televisión por la Identidad (2007), ciclo que ganó el Emmy como “Mejor miniserie internacional” en 2008 —¿Cómo cambió la búsqueda de los nietos en estos más de 40 años? —Al principio era todo más artesanal. En los 90, cuando Abuelas era más chico, hacíamos los aniversarios en el Centro Cultural San Martín y volanteábamos en la calle. La gente nos miraba con cara de “hija de subversivos”. Hoy vivimos algo similar en algunos aspectos: escuchar discursos de odio y segregación es muy difícil, sobre todo para las Abuelas. Parece que está de moda la maldad, ¿no? Pero volviendo a la pregunta, creo que la CoNaDI (Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad) marcó un precedente porque le dio estructura a la búsqueda estatal y generó espacios para que más personas, sobre todo adolescentes, se acercaran. Trabajé en Abuelas entre 2000 y 2008, recibiendo a chicos con dudas acá, en esta misma oficina. —¿Recordás algún caso en particular? —Sí, me acuerdo de Horacio Pietragalla, Juan Cabandié, Victoria Montenegro y Victoria Donda. A todos ellos los recibí yo. La sensación cuando aparece un nieto es casi milagrosa. Es inevitable preguntarse: ¿Dónde estaban? A veces muy cerca. Con uno de los últimos nietos, el hermano de Tano Santucho, pasó algo increíble: vivía a pocas cuadras de otro nieto y no lo sabían. El proceso es duro. Vos tenías una vida y, de golpe, aparece otra historia que te atraviesa. Hay que elaborarlo. De alguna manera, somos carne de nuestros viejos desaparecidos. Me pasó cuando fui a Córdoba y me encontré con el mejor amigo de mi papá: la primera vez que me vio, casi se desmaya por el parecido. —No hace mucho, iniciaste un juicio para esclarecer el secuestro de tus padres biológicos. ¿Por qué decidiste hacerlo y qué implica este proceso? —Durante mucho tiempo me pregunté si tenía sentido hacerlo. Sabía lo que implicaba porque había acompañado a víctimas en juicios y, justamente por eso, lo evitaba. Pero después de la pandemia hice un proceso interno y entendí que no podía seguir postergándolo. Más allá de que quizás los responsables ya murieron, quiero que quede registro de lo que pasó. Sé que mi mamá probablemente fue llevada a Campo de Mayo y que mi papá pasó por La Rivera y La Perla. Pude reconstruir parte de su historia gracias a Mariana Feldman, su novia en ese momento, que fue secuestrada junto a él, torturada y luego liberada. Ella dejó testimonio escrito antes de fallecer, pero no hay muchos más testigos, más que yo. La investigación no es sencilla. En estos juicios, somos los familiares quienes armamos el rompecabezas; la Justicia solo corrobora. Oscar y Mirta eran actores: se conocieron haciendo teatro con el grupo Estudio Uno (Foto/Gentileza de la entrevistada) —Sos psicóloga y gran parte de tu carrera está atravesada por tu historia. ¿Cómo fue ese recorrido? —Trabajé en Abuelas de Plaza de Mayo y luego en el Centro “Dr. Fernando Ulloa”, donde acompañaba a víctimas del terrorismo de Estado en juicios y brindaba apoyo clínico a sus familias. Más tarde, pasé por el sitio de memoria Virrey Ceballos, coordinando talleres con jóvenes, y hasta enero de 2025 trabajé en la Secretaría de Derechos Humanos, de donde fui desvinculada. Ahora, en Gualeguaychú, ejerzo como psicóloga de niños, adolescentes, adultos y parejas, y sigo vinculada con Abuelas a través de un nodo de búsqueda local. Nos reunimos semanalmente para recibir denuncias y asesorar a quienes tienen dudas sobre su identidad. Me acuerdo que cuando empecé Psicología, me hacía una pregunta: “¿Qué pasa por la cabeza de un asesino para convertirse en asesino?“. Nunca encontré la respuesta. —Ser la primera nieta recuperada en Argentina, ¿implica una responsabilidad y un compromiso extra? —Sí, y me hago cargo. Aunque por momentos quisiera ser anónima, sé que me tocó esto por algo y que tengo una responsabilidad con mis pares, con mis viejos desaparecidos y con la historia del país de contar lo que vivimos. Lo que ocurrió acá no es poca cosa. Ser la primera nieta recuperada es simbólicamente muy fuerte. Además, yo recuerdo en primera persona lo que pasó, viví situaciones y también ayudé a Abuelas en la búsqueda de otros nietos. Fui parte del armado del Centro de Salud Mental y trabajé para dar herramientas a las Abuelas para revincularse con sus nietos. Son mujeres sumamente luchadoras y testarudas. No fue fácil, pero siento que es algo que puedo devolverles. Al mismo tiempo, intento hacer otras cosas, como ser feliz con lo cotidiano. Mi proyecto hoy es llevar adelante una vida diferente a la que tenía en Capital, más saludable para mí: tener un vivero, generar espacios culturales en Gualeguaychú. Todavía hay mucho por hacer. *Si tenés dudas sobre tu identidad o conocés a alguien que puede ser hijo de desaparecidos, contactate con Abuelas de Plaza de Mayo al (5411) 4384 0983 o por mail: abuelas@abuelas.org.ar.
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