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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 21/02/2025 05:10
"El afuera" se originó en una serie de notas que García Robayo había estado tomando en tiempos de mucha ocupación con la crianza de sus hijos. Aunque vivió en varias ciudades, ya hace tiempo que Margarita García Robayo reside en Buenos Aires, donde nacieron sus dos hijos, y su ruta de vida se traduce en su forma de hablar, que cruza timbres y colores de diferentes variantes del español. Nació en Cartagena de Indias, Colombia, en 1980. Es autora de las novelas breves Hasta que pase un huracán, Lo que no aprendí de educación sexual, compiladas en El sonido de las olas, Tiempo muerto y La encomienda. También es autora de cuentos. Su libro Cosas peores fue premiado con el Casa de las Américas en 2014 y Alegría fue publicado con ilustraciones de Powerpaola en Páginas de Espuma. Margarita es también autora del libro de crónicas Primera persona. En 2018 se publicó en inglés una compilación de sus cuentos y novelas bajo el título Fish Soup, que formó parte del prestigioso listado libros del año del diario The Times. Sus libros fueron traducidos a diversas lenguas. En El afuera, publicado por Anagrama, García Robayo retoma el ensayo autobiográfico con su destreza elegante para la crónica y su talento para trabajar con los géneros híbridos y la primera persona. En este texto que tiene en el centro el aislamiento de la pandemia, la crianza de dos hijos en un ambiente de clase media todavía acomodada y la construcción de una casa familiar salvadora -que, por momentos, también puede ser una jaula de oro-, va tomando cuerpo la reflexión sobre la maternidad en sentido amplio y también diversos apuntes sobre lo exterior y lo ajeno como la gran amenaza. — Lo primero que aparece en el libro es el origen de El afuera y, según contás en el libro, fueron unas notas que habías tomado. Te quería preguntar entonces un poco sobre cómo trabajas y cómo procesás tu vida como insumo para el género que abordás. ¿Qué son esas notas? ¿Vas guardando materiales y armando archivos? ¿Es siempre así o solo ocurrió durante la crianza de los chicos, cuando contabas con menos tiempo para sentarte a escribir? — No, la verdad que soy una tomadora de notas serial. Es lo que más hago. Antes andaba con una libretita. Después que perdí la letra ando con el celular, el archivo de notas. Me mando audios. Es algo que siempre me pareció como el mejor insumo porque es como que no me pierdo de nada. Estoy como por ahí, escaneando cosas. Y obviamente tengo muchos más archivos de notas que de documentos arrancados a escribir. Pero eventualmente esas notas se expanden en alguna parte de mi cabeza y conforman un texto. En este caso, El afuera es una compilación de muchas notas antiguas puestas un poco también en vigencia a raíz de la pandemia. Porque viste que te pasa que, a veces, piensas algo en algún momento de tu vida que abandonas y dices: “ya ni siquiera pienso así. Ya no me pasa esto”. Pero de repente atraviesas un período en el que esas notas, que creíste olvidadas o abandonadas o ya no parte de tu percepción, cobran de vuelta sentido. Y a mí me pasó eso con la pandemia. — ¿Pero las clasificás? Es decir, ¿tenés una forma de organizar las notas, como si yo te dijera: “notas sobre los chicos”, “notas sobre mi casa”? — No, no, no. Es como un popurrí, una mezcla de todo. Porque un poco también eso es la vida de uno. Es difícil, digamos, distinguir por qué carril corre cada cosa. Y a mí me pasa que estoy por entregar algo y al mismo tiempo si mi hijo tiene fiebre tengo que ir y ver a la pediatra mientras estoy terminando algo, o sea, es como que a mí también me gusta esa contaminación. Al principio, cuando me estrené en estas lides de la maternidad, era un incordio. Yo soy bastante entregada entonces es como que decía: hago una cosa o hago la otra. Pero, la verdad, con el tiempo terminas haciendo todo. Y un poco esa contaminación a mí me interesa que permee. — Leía en una muy buena nota que te hicieron en Cuadernos Hispanoamericanos que hablabas del diario que llevabas cuando eras chica. Me resultó interesante esto de que trabajás con notas, pero ya trabajabas de algún modo con notas, entonces, porque ¿qué eran esos diarios íntimos? ¿Uno los escribe para uno mismo? ¿O para quién los escribe? — Es cierto. Porque además en esos diarios íntimos uno piensa que está haciendo como una especie de registro o de desahogo del día y, en realidad -yo dejé de hacer el diario cuando era muy chica- pero cuando volví sobre ese diario y releí esas notas era todo mentira. Era todo ficción. Un poco como me pasó con esto de El afuera. Era como uno elaboraba cosas sobre lo que había vivido y, por supuesto, le ponías algún condimento y te armabas fantasías. García Robayo: "Incluso el yo es un personaje, una construcción. Nunca es uno mismo puesto ahí, en escena". — Por eso, vos estás diciendo: “Era todo ficción”. No estás diciendo: “Era mi versión de la historia”, estás asumiendo… — La conciencia de que estaba inventando. Sí. Sí, me pasa siempre. Yo creo que en el fondo todo es verdad pero en el fondo también todo es ficción. Porque cobra una forma. Es imposible trasladar la vida, hacer un calco de lo que te pasó y ponerlo en un papel. Eso requiere otro tratamiento, otro tipo de decisiones. Y ahí es donde entra la ficción. Que me parece maravilloso porque si no sería medio insostenible. — Estoy pensando que cuando charlé con Inés Garland a propósito de su último libro, Diario de una mudanza, en donde hay episodios que tienen que ver con cosas que vivió con su hija y ella se las mostró para ver si estaba molesta por algo de lo que ella contaba, y la hija le dijo: “ay mamá, es una hija y una madre, no somos vos y yo”. Con una conciencia absoluta. — Espectacular. Claro. — Porque muchas familias se ofenden. — Sí, sí, lo sé muy bien. Lo sé muy bien. Pero en realidad es verdad, o sea, son personajes. Incluso el yo es un personaje, una construcción. Nunca es uno mismo puesto ahí, en escena. — ¿Pero vos te mejorás o te empeorás en esa construcción del yo? — Yo creo que me empeoro. Pero porque me parece que es la única manera de mostrar algo como despojado de adorno, también, que es lo que en otras palabras llamaríamos lo más honesto posible, esto dicho entre mil comillas. Y es un poco como ponerse como el lente de algo, un lente te amplifica un poco también los defectos, las taras, todo lo que uno quiere mostrar amplificado. — Más grotesco, también. — Más grotesco, exacto. La mirada propia sobre uno mismo, además. Lo peor que te puede pasar es ser autoindulgente. También está muy mal cuando te das con un látigo todo el tiempo y lo único que podés mostrar es eso, ¿no? Yo creo que el riesgo de este registro está en esos dos extremos, la autocomplacencia o el autoflagelo. — Porque hay algo con lo que llaman autoficción, literatura del yo, llamémoslo como sea, en donde hay algo del lloriqueo. — Sí. Yo creo que si está atravesado por una mirada crítica, sensible, que se acerca y que toma distancia… Tiene que tener ese equilibrio, ¿no? Como tomar la distancia suficiente que te permita decir: bueno, esto es como lo estoy mirando desde este lugar, tiene matices. Como todo. Y nunca es todo tan malo. También creo que es tramposo el lloriqueo porque lo que le está diciendo al lector es como “pobrecita yo, solidarízate conmigo, mira todo lo que me está pasando”, y obviando una parte, que es a lo que iba, y es que buena parte de lo que nos está pasando como entorno, como sociedad, como familia, como todo, también es culpa nuestra. O sea, hay un grado de responsabilidad importante que no se puede obviar en un relato en primera persona. Y al decir: bueno, yo también soy responsable de esto porque me crie en este entorno, porque mi mamá hizo esto, porque yo hice esto como madre, porque tal, es asumir de alguna manera muy tenue algo de responsabilidad. — Quienes leímos bastante tu obra sabemos que muchas veces aparece la idea de la injusticia y también algo del orden de la incomodidad, en términos sociales. — Sí. La antología "El libro de las fobias" fue publicada por Vinilo. — Pensaba también en el relato que escribiste para el volumen colectivo El libro de las fobias, donde abordaste la idea de la fobia a la felicidad a partir de una historia sobre animales en cautiverio. Vuelve a aparecer la enunciación de la injusticia y la reflexión acerca de los que hacen algo para terminar con esa injusticia o los que no hacen nada y, entonces, a no quejarse. — Es muy difícil sostener una posición radical en este sentido pero tampoco le encuentro otra manera de vivir una situación injusta o algo que te parece violento, incómodo, si no es haciéndose cargo y diciendo: miremos bien porque quienes están bien con situaciones de este tipo es porque no miraron lo suficiente. Es un poco el punto de El libro de las fobias, que dices. Es como cuando alguien te dice: no, estoy perfectamente bien, estoy feliz, no me pasa nada. — No miraste todo lo que tenías que mirar. — Mira lo que nos está pasando a todos, no miraste lo suficiente. Detente un poco más en eso porque si estás feliz es porque estás ciego en un punto. Entonces me parece que es importante hacerse cargo de esa mirada, mirar, digamos. Entonces nada que uno mire con suficiente detenimiento te puede resultar inocuo, ¿no? En muchos sentidos. Muchas veces en el asombro también. A veces hay cosas pequeñas que parecen completamente banales y si las miras lo suficiente tienen esa capacidad de conmocionarte. — Vos decís que uno naturaliza cosas pero que si ponés el ojo… También decías que hubo montones de cosas de aquellas notas tuyas que cobraron sentido con la pandemia. — Sí, con la distancia. Sí, porque mi sensación cuando fui madre, es algo que supongo que nos pasa a muchos, y es que cuando no estás a cargo de otras personas digamos, puedes perfectamente hacerte más el tonto con respecto a ciertas cosas. Este libro básicamente habla del espacio público, del afuera abandonado, deteriorado. Que un poco es así porque hemos decidido abandonarlo y crecer hacia adentro en lugar de crecer hacia afuera. Y pasa que en ese momento, cuando yo fui madre, la vulnerabilidad de una madre primeriza está expuesta en primer plano. Pasa ese tiempo y dices: bueno, no era tan así, no era todo tan grave. Pero el punto era cómo es que en la medida que nos reproducimos nos encerramos y nos blindamos y parece que lo único importante es el metro cuadrado en el que uno erige a su familia y todo lo demás pasa a un segundo, tercer nivel y, a veces, ni siquiera entra dentro de tu órbita de preocupaciones. Y el afuera se convierte de repente en algo amenazante, ¿no? Si sales con tus hijos y te enteras que en el mismo arenero al que lo llevas un perro le mordió el ojo a una nena, entonces el perro pasó a ser algo que es una amenaza para tus hijos. Y en la pandemia, cuando este libro empieza a cobrar un poco más de forma, era eso extremado. — Claro, porque todo era una amenaza. — Exacto. Como aquello que veníamos temiendo los clasemedieros con nuestras familias que ay, la inseguridad, ay los vagabundos, el afuera es lo peor que nos puede pasar, y ahora estar encerraditos en nuestras casas confortables en la pandemia era una realidad. afuera había un virus que nos amenazaba a todos y tuvimos que encerrarnos por obligación en nuestros hogares confortables. Entonces ahí cobran otra dimensión esas notas. Es como: ah, nos veníamos preparando para esto, no es que de repente parece que todo lo de afuera estaba mal. No, veníamos trabajando rigurosamente y sin que se nos moviera un pelo por encerrarnos y abandonar el espacio público. O sea que ahora es casi como la distopía de ese concepto. — Vos contás tu historia de cuando eras chica en Cartagena, el cambio de barrio, lo que significa la posibilidad de tener baño adentro o no tener el baño adentro de la casa. Lo que significa ir construyendo la comodidad y esta idea que mencionás en relación al espacio público en donde uno tiene por momentos la sensación, cuando mira sobre todo la mugre concretamente, que es como si el espacio público, que es de todos, en realidad fuera de nadie. — Exactamente. Exacto, está abandonado. Pero también a veces me dicen: ay, pues sos muy dura con la clase media que realmente hace el esfuerzo, pero bueno. "Creo que es un fenómeno muy de capital latinoamericana, capital tercermundista, esto de familias abandonando el espacio público y encerrándose, dice García Robayo. — Claro, pero también están las medidas en contra de la clase media o los cambios sociales que perjudicaron a quienes se sienten parte de la clase media. — Bueno, es cierto que no es gratuito porque antes que eso hubo un abandono crónico por parte de los estados. No solamente en Buenos Aires, yo hablo un poco de todas las capitales latinoamericanas. Creo que es un fenómeno muy de capital latinoamericana, capital tercermundista, esto de familias abandonando el espacio público y encerrándose. Pero es una ficción. Termina convirtiéndose en una ficción porque eventualmente uno tiene que salir. Eventualmente, es algo que digo acá, la mugre se te va a meter por debajo de la puerta. Te va a ensuciar las alfombras. Es un fenómeno que puede extrapolarse también, por ejemplo, al tema de la migración. Los países, cerrándose. — Otro tema que me interesa del libro es que en época de crianza las madres en general entablamos relaciones, amistades que, por momentos, pueden parecer como muy profundas porque se comparten cosas muy importantes pero que, con el tiempo y la distancia, de pronto uno dice: cómo estuve yo tanto tiempo con estas personas con las que no tenía nada que ver. — No las habrías elegido en otra circunstancia. Sí, pasa eso. Y pasa también que uno empieza, a mí me pasa que jerarquizas un poco los entornos en la medida que te son más o menos funcionales para tu vida cotidiana. Entonces, cuando ves a otras amigas que no tienen que ver con ese entorno y están hablando de Pampita, o de la serie o de no sé qué, estás como “¡¿Quéee?!” Y bueno, son etapas que uno se va poniendo más o menos gregario. Pero lo que pasa con las madres, que yo creo que en mi libro está observado en general desde un lugar más caricaturesco y no sé qué, pero yo creo que es muy profundo lo que pasa ahí también. Yo no tengo familia acá tampoco entonces como que siempre necesito un sostén humano; crío dos hijos, o sea, tienen un gran papá, sin dudas, pero la madre está siempre en una función que todavía, por lo menos en nuestras sociedades, sigue siendo como la primordial para la vida de los chicos. Y yo aprendí un montón de esos grupos. O sea, aprendí un montón de cosas como, por ejemplo, qué termómetro comprar, ese tipo de cosas que uno no sabe. — Porque te dan esa información y efectivamente esa información es necesaria y fundamental para el día a día. — Absolutamente. Entonces como que no lo desdeño porque creo que hay un saber ahí. Hay un saber y hay algo de lo que aferrarse también. Es como: a ver qué dicen en este chat sobre 37 grados de fiebre, va o no. Los campamentos, ¿pernocte o no? Entonces como que uno se agarra de cosas que desconoce. Es lo que llaman una red. — Parecen frivolidades pero cuando sos mamá de hijos chicos, es tu día a día. — Claro. Que no lo puedes compartir con otros grupos que no sean mamás porque te dicen: de qué está hablando. Lo mismo que me pasa a mí cuando me hablan de una serie que no vi. — Otra frecuencia. — Otra frecuencia, exactamente. Y te dura un tiempo, supongo. — Hay algo que aparece mucho en tus libros y tiene que ver con la idea de la mezquindad de la clase media. Y es verdad que la clase media está siendo muy golpeada en los últimos años pero también es, efectivamente, muy mezquina. — Sí. Sí porque yo creo que en aras de protegerse y de no perder lo poco que le queda entonces tiran patadas a lo loco y es como que empiezan a, viste la típica frase del papá, la del sudor de la frente. Como esta cosa de ponderar el trabajo para la familia y los hijos y darles una educación. "La encomienda" fue publicada por Anagrama. — El famoso “yo me lo gané”. — Exactamente, el famoso “yo me lo gané y esto no me lo quita nadie”. Y eso hace que realmente lo único que importe sea ese metro cuadrado chiquitito en el que crece tu familia, como si plantaras tres arbolitos y el resto del bosque que se pudra, no te importa. Yo creo que todo padre en condiciones normales obra desde el amor. — Creyendo que hace lo mejor para los chicos. — Creyendo que los está protegiendo. Pero con eso, si tomas distancia y lo analizas más, como desde lejos, ves que son un montón de núcleos blindándose y dejando por fuera esos límites que los separan. Que hay un montón de gente en esos límites de los que nadie se ocupa porque, bueno, porque están ahí, ¿no? — Por lo que mencionabas antes: primero fueron abandonados también por los estados. Otro punto de este libro y de otros libros o textos tuyos: la crianza, la maternidad en sentido amplio y la idea del olvido de una misma, por así decirlo. Hace un rato decías: una se acomoda y hace todo junto. Te la pasás arriba del auto llevando y trayendo y mientras tanto tomás notas y alguna vez se te ocurre darle forma de libro y tenés todas esas notas. Pero hay algo del olvido de una misma contra lo que es muy difícil pelear. ¿no? — Sí. Sí, hay algo que está ahí en El afuera que es cierto, me pasa que hay algo que me cae simpático dentro de ese olvido de una misma y es que realmente se te baja el copete. — No sos más el centro. — No eres más la estrella de tu vida. Pasan a ser otros las estrellas de tu vida. Y eso en un punto me parece que está bueno, a mí me ha servido un poco como para calmarme y decir: bueno, no es el tiempo de esto, es el tiempo de otra cosa. Pero también, cuando uno lo pone en contexto, es injusto porque empezamos a ver cómo es el lugar de los padres ahí. Creo que está también dicho en el ensayo. Por muy comprometidos y entregados y hermosos y responsables y valiosos que sean los padres de tus hijos. mi experiencia, por el entorno en el que he criado a mis hijos, ha sido que son pivotantes. Son, sí, comprometidos pero pivotan. O sea, no es que como que están ahí todo el tiempo. — Lo que vos decís es que cuando nacen los chicos, un hombre no corre el riesgo de perder su lugar profesional. — No corre el riesgo de perder su lugar. — En cambio las mujeres, sí. — Exacto. Y una vez más la pandemia fue una gran puesta en escena de eso y un gran cachetazo para muchas mujeres, estas familias que la mayoría de las que yo conozco están conformadas como que el principal sostén económico es el hombre, la mujer también trabaja y produce pero como está más ocupada por la casa tiene, por ejemplo, menos horas laborables, menos artículos que escribir, menos no sé qué. Por supuesto, ganan menos dinero. Cuando hay que priorizar quién se queda con el trabajo, quién es el que va a trabajar y quién se va a quedar en la casa porque no tenemos ayuda, porque es la pandemia porque estamos todos encerrados, porque no sé qué, bueno, obviamente, no te dan las cuentas mi amor. O sea, quien tiene que quedarse con el trabajo es quien produce más. Y eso se pone en escena, esto era extremo porque era la pandemia pero en muchos momentos de la vida eso se pone en escena. Cuando alguien tiene que sacrificar algo, dejar de lado su trabajo, sus intereses, en general es la mujer porque está conformado de esa manera el imaginario familiar en el que el principal sostén sigue siendo el varón que va afuera, hace sus cosas y vuelve, y la mujer, en cambio, si bien hace lo mismo, muchas veces lo hace dentro de la casa y sin ausentarse demasiado. — Vivís en Buenos Aires, naciste en Colombia, viviste en muchos lados. Tenés como una mirada, me imagino, latinoamericana, por decirlo de algún modo, porque tu familia de origen está en Colombia. ¿Cómo estás viendo la región en general en relación a estas cuestiones sociales y en general de la democracia, que también parece hackeada como sistema. — Sí, sí. No sabría ni por dónde empezar. Es muy confuso. Es algo que fluctúa con mucha rapidez, creo, como que no hay tiempo de acomodarse. Margarita García Robayo, durante la grabación de la entrevista. — Ese vértigo, ¿no? — Exacto. Es todo demasiado fluctuante y tiene que ver con la velocidad en la que vivimos. Esto que te digo de estar en un semáforo, estar mirando el Instagram y no sé qué, y qué pasó en la radio, y los chicos. Vivimos a una velocidad que, trasladada a los procesos electorales, por no hacerlo tan amplio, yo lo veo también ahí. De la nada brota un presidente y de repente se instala y después alguien lo vence. Y nunca hay manera de acostumbrarse a un modelo determinado. — O de pensar en proyectos. Se hace muy difícil. — Y pensar en proyectos, sobre todo. Es muy difícil. Y es también porque cuando uno rasca un poquito ve que hay poco sostén. Hay poca profundidad en lo que se propone y entonces no tienes de dónde agarrarte. Entonces viene otro y te hace algo más espectacular y te agarras de eso como lianas, ¿no? Pero realmente no ves el fondo de las cosas. — Pero volviendo a la cuestión, ya no económica sino que tiene que ver más bien con tu trabajo, algo también muy bueno que leí que comentabas tenía que ver con el momento en que decidiste que no ibas a ganarte el día a día trabajando con la escritura. Cuando tomaste la decisión de dictar talleres y de no “fagocitarte”, decías. ¿Podés contarme un poco sobre eso? — Mira, no es muy popular esta postura tampoco pero es que yo siento que la literatura, por lo menos en mi caso, tiene un lugar privilegiado, un lugar especial, un lugar al que yo no quiero pedirle además que me mantenga. No quiero exigirle a lo que yo hago en términos de literatura que también me produzca, o sea, si produce y si me da unas monedas las acepto pero no quiero que esa sea su función en mi vida porque creo que es pedirle demasiado. García Robayo, sobre el feminismo: "Era imposible no pasarse dos o tres pueblos.Tenemos toda una historia en contra. O sea, no hay manera de hacerlo distinto. Había que extremarse. Después, en el camino obviamente se van equilibrando las cargas". — Más que no querés, no se lo exigís. — No se lo exijo. Que quiero, por supuesto: todos queremos. Pero no se lo quiero exigir porque creo que empieza a desvirtuarse un poco la búsqueda. Entonces creo que hay un montón de oficios que orbitan alrededor de eso sin que estés necesariamente usando el material, estas notas por ejemplo yo las atesoro, las tengo en carpetas distintas y después mi trabajo es otro. Y un poco siempre fue así. Es cierto que durante una época escribía artículos que después se convirtieron en libros, sobre todo los ensayos de Primera persona, que es un libro que publiqué hace años y fueron textos que me pidieron, por encargo, y disfruté mucho hacerlos pero llega un momento en la vida en que no puedes vivir de los artículos que te encargan porque te llevan, no sé, dos meses hacerlos y te pagan lo que un taller en una semana, digamos. Entonces empiezan como a pesar ese tipo de decisiones. Hay un texto en el que hablo muchísimo de esto que se llama “Mi debilidad” y está en Primera persona, y que habla de esto que siento, que pedirle eso a la escritura, a la literatura, es como lanzar una lluvia de ladrillos sobre un bosque de luciérnagas. O sea, es algo que está brillando y, de repente, pedirle eso es como aplastarlo. Me siento así. — ¿Te trajo discusiones esta postura? — Y, sí. Sí porque, bueno, también estoy cerca de amigas cuyos maridos por ejemplo les dicen: bueno, pero no digas que es un trabajo, di que es un hobby pero no digas que es un trabajo porque eso no te produce lo que un trabajo sí te produce. Entonces, digamos, lo más salomónico es decir: ok, yo escribo, me armo una vida de manera que hago talleres por ejemplo de lunes a miércoles y a partir del miércoles me dedico a escribir, ¿no? — Me parece que lo que está detrás de esto también es la eterna discusión de qué es un escritor, ¿no? — ¿Qué es un escritor? (Risas). "El sonido de las olas" reúne tres novelas cortas de Margarita García Robayo. — Por eso, qué es un escritor. A veces hay algún tipo de concursos en donde te dicen exigen tener por lo menos cinco libros publicados en tanto tiempo y vos decís: esto a Juan Rulfo no se lo habrían dado nunca. — Claro. Sabes que un escritor es alguien que se vive comprando tiempo. Es perverso porque, en la medida que te compras ese tiempo, estás empeñando muchísimo tiempo. Por eso hay que elegir bien los trabajos. Si un trabajo implica mucha presencialidad, no te sirve si quieres escribir. — Y, si tenés chicos, ni hablar. — No, es otro trabajo más. Son tres trabajos. Creo que también está en algún lado eso como que “bueno, ya tengo dos trabajos, no quiero uno más”. Y cuesta llegar. A mí me costó llegar a esa postura porque eso también implica que tienes mucho menos tiempo de escritura. Y como resignar. Y decir: bueno, listo, esto no lo voy a tocar. Listo, no transo con esto. Y entonces, en el tiempo que tengas productivo -entre comillas- lo haces, que no va a ser el tiempo más productivo. — Te quiero hacer dos preguntas más con respecto al tema género y trabajo. Una, ¿antes de ser madre pensabas en estas cuestiones de las que hablabas recién acerca de cuánto ? Y dos, ¿qué de todo esto te acercó y te alejó de las discusiones feministas? — Mira, ay, qué pregunta tan difícil y tan interesante. No pensaba para nada en esto porque en realidad es como que yo no sabía ni siquiera si quería ser madre. Fue como conocí al padre de mis hijos y dijimos ¿tenemos un hijo? Sí, nos parece un buen plan. Pero yo no lo tenía en abstracto. Después, cuando fui madre descubrí que era lo que más me había gustado hacer en la vida. O sea, es algo en lo que me siento muy cómoda y bien que mal, con las pifiadas que uno se puede mandar, yo siento que lo hago bien. Es algo que siento que intuitivamente me sale bien, ¿no? No va a pasar con casi nada en la vida. Entonces, es como un lugar en el que me siento cómoda y me gusta. — No te sentís una impostora ahí. — No me siento para nada una impostora. Siento que me sale orgánicamente. Es como que, no sé, incluso viste que cuando una recién tiene un bebé y dicen: cuidado al bañarlo, yo, que soy torpe para todo, se me caen los vasos, los bañé con una habilidad y sentí que tenía una destreza desconocida. Con lo cual me gusta ese lugar, me siento cómoda. Pero sí es cierto que estoy en las antípodas de buena parte de las discusiones feministas porque, no es que reivindique ese valor en abstracto, el de ser madre, a mí me funciona bien y no lo querría abandonar ni por todo el trabajo. Yo sé, soy muy consciente de todo lo que dejo de lado. Soy pero muy consciente. Pero bueno, me pongo a debatirlo y todo el mundo me dice: bueno, pero podrías hacer esto, podrías hacer lo otro. Y no tengo ganas. — No, claro. — Es algo que elegí. Por supuesto, y esto no habría ni que decirlo, estoy a favor del aborto, la maternidad tiene que ser deseada, etcétera, pero creo que dentro de las demandas posibles feministas deberían estar más puestas las licencias por maternidad, viste, como los sueldos. Todas estas cosas que nos ayudarían a las madres, que vivimos comprando tiempo que no tenemos. Las madres y las escritoras. Y si eres las dos cosas, peor. Es como que no está a disposición de una madre el tiempo para ser otra cosa distinta a ser madre. Y eso no parece ser tan importante en la agenda porque, bueno, no vamos a ponernos a jerarquizar, pero seguramente que hay cosas mucho más necesarias, pero a mí me parece esencial también poner en discusión ese tipo de cosas. "Alegría" es un relato de Margarita García Robayo, ilustrado por Powepaola, que fue publicado por Páginas de espuma. — Siguiendo con este mismo tema, cuando ves el tremendo backlash ultraconservador que ha puesto al feminismo en el centro de su agenda, cuando lo pensás en relación a años anteriores, cuando parecía que ya habíamos conseguido al menos imaginar un mundo mejor para nuestras hijas, ¿cómo evalúas esto y cómo lo evalúas también en términos de autocrítica? ¿El feminismo se pasó de rosca dos o tres pueblos, como dicen ahora? — Era imposible no pasarse dos o tres pueblos. O sea, es realmente un hecho que se pusieron extremas. ¿Pero cómo no vas a ser extrema? Tenemos toda una historia en contra. O sea, no hay manera de hacerlo distinto. Había que extremarse. Había que hacerlo así. Después, en el camino obviamente se van equilibrando las cargas. Se van poniendo una vez más cosas en su justa jerarquía. Bueno, debatámoslo. Lo que creo, mi única observación con respecto a lo que se produjo, es el blindaje. No aceptar discusiones posibles frente a lo conquistado. Como: ojo, tenemos esto pero si le ponemos este matiz. O: si también ponemos este tema en agenda o si bajamos un poco este otro. Parecía como que había una única opción, una única versión posible del feminismo que ocasionó, por supuesto, secesiones, rupturas. — Como las divisiones y diferencias en el marco de las revoluciones. — Exacto. Pero creo que habría que ser un poco más permeables. Pensaba un poco en que es como cuando a un futbolista le sacan una amarilla y todos van y le discuten al árbitro. Saben que el árbitro rara vez cambia de posición pero están abonando para la próxima amarilla. El hombre tal vez se lo piensa mejor antes de sacarle una amarilla a otro. Pero también yo entiendo y como que promuevo y me parece que está bien que sucedan este tipo de muestras de “somos un grupo, vamos a protegernos porque no es por éste al que le sacaron la amarilla, es por todos los que posiblemente les vaya a suceder lo mismo”. Entonces creo que es una discusión que no tendría que darse. Se va a equilibrar. Vamos a ir encontrando desde dónde hablar. Pero era imposible que no sucediera. Los hombres que se sienten incómodos, amenazados, bueno, te tocó ahora esta época pero tuviste toda una historia en la que estuviste cómodo, como pez en el agua. Entonces no es una crítica que me parezca válida. *La charla con Margarita García Robayo puede escucharse en uno de los episodios del podcast Vidas Prestadas.
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