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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 10/02/2025 04:51
(Imagen Ilustrativa Infobae) Ya ha pasado casi medio siglo desde que la modernidad fue “asediada” por la posmodernidad, y desde que inspiradas por esta última, surgieran una serie de contra-discursos pensados en un principio para ser liberadores, estos fueron principalmente: el cosmopolitismo, el feminismo, el poscolonialismo y la teoría verde, todos ellos articulados por intelectuales de vanguardia que apuntaban a erosionar los viejos discursos de soberanía y territorialidad westfaliana, el patriarcado, la colonialidad y del dominio antropocéntrico de la naturaleza. Estos contra-discursos posmodernos, en colaboración con el liberalismo, ese otro gran pilar del pensamiento occidental, pero de raíz filosófica moderna, cumplieron un papel fundamental en subvertir las ideas que dominaron la política en el violento siglo XX corto, entre 1914 y 1991. Hoy en día, estas ideas le parecerían a cualquiera extrañas y hasta barbáricas, tanto a quienes se adscriben a la izquierda como a la derecha. Y esto es algo que es importante no olvidar para reconocer el privilegiado nivel en que se dan los debates políticos y guerras culturales actuales. Sin embargo, en la comodidad de las décadas de paz y prosperidad que sucedieron al fin de Guerra Fría, algunos elementos de estos contra-discursos posmodernos fueron reciclados por una entonces joven generación de activistas, intelectuales y políticos en un nuevo proyecto político que acá llamaré “proyecto político posmoderno”, más conocido como “globalismo”, el cual tuvo éxito en articular un discurso político que poco a poco terminó subordinando al liberalismo a medida que ganaba poder. Así, con el tiempo, el “globalismo” se convirtió en hegemónico en un sentido casi gramsciano, penetrando en las burocracias de muchos Estados de Occidente y de sus principales Organizaciones Internacionales, en sus universidades y en sus principales centros de producción cultural. Sin embargo, hoy nos sobresalta de pronto la sensación de haber entrado en un nuevo zeitgeist en el que esta hegemonía ha dejado de ser incontestada. Repentinamente, estos discursos parecen haber perdido su hechizo y su capacidad de interpelación política. Sobre todo, la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca y el retiro del apoyo de la principal potencia del planeta a este proyecto político lanza serias dudas sobre su futura viabilidad. ¿Por qué está en retirada el globalismo? Al contrario de lo que podría parecer, el ascenso de las “nuevas derechas” no fue el causante de su crisis, sino que estas se alzan victoriosas sobre las ruinas de un edificio discursivo que desde hace un tiempo venía acumulando serias contradicciones. Estas son las más importantes: 1. Falta de legitimación democrática Los últimos resultados electorales en varias partes de Occidente nos muestran que mucha gente interpretó el proyecto político posmoderno como una imposición valórica contraria a la democracia deliberativa, alimentando así una creciente divergencia entre la visión de las élites y las prioridades de la gente. Así, el proyecto político del globalismo se convirtió sobre todo en un proyecto de élites, cada vez más alejado de los problemas cotidianos del ciudadano común como la inflación, la falta de vivienda, la crisis demográfica y la gestión de las migraciones. Como se lamentaba la ministra alemana de medio ambiente, Steffi Lemke poco antes del colapso del gobierno alemán: “nosotros queríamos lograr mucho en muy poco tiempo, nuestro partido debe ahora orientarse más en el día a día de la gente”. En mundo en el cual la legitimación democrática todavía sucede en gran medida dentro de los Estados-nación, era inevitable que un proyecto político con aspiraciones supranacionales o globales se iba a encontrar tarde o temprano con este obstáculo. La estrategia de la élite globalista para sortear este problema ha sido invocar una suerte de “autoridad moral” de las Organizaciones Internacionales, (nótese que en términos weberianos esto equivale a dominación tradicional, no a dominación legal) o simplemente utilizar el poder del Estado-nación para perseguir políticas globalistas, muchas veces sin contar con el consentimiento de sus ciudadanos. 2. Un poder disciplinario cada vez más asfixiante En su aspiración por crear un nuevo sujeto político “universal” (una pretensión siempre muy occidental), estos discursos han terminado generado con el tiempo sus propios regímenes de gobernanza discursiva para prescribir/reprimir lo que se puede decir, y lo que no, lo que se puede escribir y lo que no, disciplinas expresadas en su forma más burda en la famosa “cultura de la cancelación” que se ha manifestado de manera particularmente virulenta sobre todo en los Estados Unidos. Este poder disciplinario en el plano discursivo ha terminado siendo muy nocivo para la democracia deliberativa y también para la producción de conocimiento. Es posible afirmar que la reciente “rebelión contra el globalismo” es en buena parte el resultado de un instinto de autopreservación frente a una creciente institucionalización de este poder disciplinario en leyes concretas de censura de la opinión pública en algunos países de Occidente. 3. La traición de sus bases epistemológicas posmodernas El posmodernismo, la base filosófica que originalmente dio lugar a estos discursos, descree de las dicotomías, de las confrontaciones dialécticas, de las ontologías fijas y de las teleologías que siempre han caracterizado la imaginación política de la modernidad. Sin embargo, el discurso del globalismo ha terminado creando antagonismos bastante hegelianos y “modernos” que hicieron muy difícil la acción comunicativa con ese “otro” que pensaba diferente. Esto también ha sido muy dañino para la democracia deliberativa. Su estructura discursiva ha mutado así en un extraño coctel entre posmodernismo relativista, y humanismo teleológico. Y esto es, en mi opinión, su mayor contradicción en el plano ideacional. Relacionado con esto, sus ontologías poco flexibles han asignado a diferentes colectividades identidades fijas e inmutables, las cuales son difíciles de trascender o de hibridar. Es notorio que precisamente aquellas colectividades definidas como “las oprimidas”, tal vez cansadas de que se les prescriba cómo deben sentirse e identificarse, decidieron darle la espalda al Partido Demócrata en las últimas elecciones en las que Donald Trump logró remontar 14 puntos entre votantes no-universitarios y no-blancos, y hasta 25 puntos entre votantes latinos respecto a los comicios de 2020. 4. La natural arrogancia y ceguera que se deriva de la hegemonía discursiva Tal vez el mecanismo que más votos ha ganado para Donald Trump y para otros líderes de la nueva derecha en otras partes de Occidente ha sido precisamente la arrogancia con la cual las élites globalistas han tratado a todos aquellos que no entendieron o no quisieron alinearse con sus preceptos. Esta arrogancia no pudo quedar más clara que con aquella frase con la que varios políticos alemanes de la socialdemocracia y de los verdes explicaron su fracaso en las elecciones del Parlamento Europeo y luego en las elecciones regionales de Turingia y Sajonia: “Todo esto se debe solo a que no nos hemos comunicado bien”, lo que el electorado interpretó como: “vos no has entendido lo que yo dije, ahora lo diré de nuevo en palabras más simples, y la próxima votás de la manera correcta”. Y esto, por supuesto, solo generó enojo entre los votantes. A esta actitud arrogante y miope se ha denominado en el debate político alemán “la burbuja rojiverde” (die rot-grüne Blase). El equivalente en el contexto argentino es la consigna “no la ven”. “No la ven” precisamente porque han estado tan seguros en su posición hegemónica que les resulta difícil concebir que haya interlocutores que se atrevan a poner en duda el discurso del proyecto posmoderno. Cualquier impugnación tiene que ser necesariamente el resultado de una equivocación, una mala intención o de una deformidad en la educación del ponente. “No la ven” también hace referencia a la situación de estarse precipitando inexorablemente hacia la pérdida del poder, y no atinar a darse cuenta de las razones por las cuales esto está sucediendo. La interpretación de que la crisis del globalismo se está dando por el ascenso de las nuevas derechas es un ejemplo de esto último.
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