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Valle María » Vallemarianoticias
Fecha: 07/02/2025 13:42
Héctor Laca nació en el seno de una familia humilde de Entre Ríos, no terminó el secundario, a los 45 años llegó a Córdoba con 2.500 dólares prestados y una idea. Hoy su empresa de fertilizantes tiene más de 200 empleados y 85 camionetas recorriendo el país. Su historia de superación y cómo se empecinó con una Ferrari Purosangue: “La pagué más cara porque la quise roja”. Un campo en Nogoyá, Entre Ríos, con 95 hectáreas, una casa con doce hermanos y una madre viuda que hacía lo que podía. Héctor Laca nació ahí, en un mundo donde carencias se hacían notar y la riqueza parecía un sueño inalcanzable. “Nunca pasé hambre, pero sí ganas de comer”, admitió hoy el reconocido empresario, quien acaba de convertirse en el dueño de la primera Ferrari Purosangre en llegar al país. El modelo es también el primero de la escudería italiana en tener cuatro puertas, según consignó Infobae. “Se comía lo que había. Carneábamos una o dos veces al año, el resto era papa, batata y leche”, recordó sobre sus orígenes humildes y las dificultadas que tuvo que enfrentar tras la muerte de su padre cuando tan solo tenía 4 años. Pero él no quería conformarse. Desde chico sintió que ese lugar no era para él. “Yo siempre tuve otra mentalidad. No sé si no seré adoptado porque desde que tengo uso de razón, quise ser millonario”, remarca sin sonrojarse. Sin bien la frase la soltó con naturalidad, detrás de ella hay una historia que empezó mucho antes de su éxito. De chico, mientras sus hermanos trabajaban la tierra sin cuestionarse nada, él soñaba despierto. “Me acuerdo de estar en el campo, mirando al horizonte, pensando: ‘Yo no voy a quedarme acá. Yo tengo que salir’. Y a los 13 años, luego de pelearme con mi madre, me fui a vivir a Villa Elisa, donde conocí a mi actual mujer, una ex reina de la belleza del pueblo”, detalló. “Nunca dudé de que lo iba a lograr. No sabía cómo, pero sabía que iba a ser millonario”, reiteró en varias oportunidades. El dinero, para él, no era un lujo: era libertad. “Yo veía cómo mi vieja luchaba para que alcanzara, cómo mis hermanos se conformaban con lo que había. Yo no quería vivir así”, enfatizó. Fue empleado en varias empresas y logró acomodarse económicamente cuando lo contrataron para trabajar en la represa de Salto Grande, donde cobraba en dólares. “Ganaba muy bien, pero me aburría. Quería emprender, pero no sabía en qué. Lo que sí sabía era que Córdoba era el centro del país y que ahí tenía que estar”, afirmó con convicción. Y así fue como a los 45 años se mudó con su mujer y sus dos hijos a Córdoba Capital. Llegó con 2.500 dólares prestados por un amigo de Tucumán y con mucha hambre de éxito. “No terminé el secundario, pero tonto no soy. Me fui preparando. Salté de empresa en empresa, observando, anotando mentalmente qué funcionaba y qué no. Aprendí de los errores ajenos para no cometerlos en mi propio negocio”, afirmó Héctor. El campo le había enseñado que el futuro estaba en la agricultura, pero había que modernizarla. Ahí encontró su nicho. “El productor era gente grande, con poca formación. Tenía que ofrecerles algo innovador”, recordó sobre los inicios de su empresa de fertilizantes, que con el tiempo competiría con las multinacionales. En sus primeros años, él lo hacía todo: “Era gerente, pegaba etiquetas, cargaba camiones. Trabajaba 18 horas al día”. Pero después, con el crecimiento exponencial de las ventas y la ampliación de la cartera de clientes tuvo que empezar a delegar y a contratar gente. “Me tenía mucha fe. Sabía que esto iba a despegar”, remarcó con convicción. Y no se equivocó. Hoy su empresa, llamada Facyt, exporta a Uruguay, Paraguay y Bolivia, tiene más de 200 empleados y 85 camionetas recorriendo el país. Pasó de vender fertilizantes a fabricar los propios en un complejo industrial en la localidad cordobesa de Laguna Larga, de 14.000 metros cuadrados. “Desarrollamos soluciones innovadoras para mejorar el rendimiento de los cultivos. Tenemos una alianza con la Universidad Nacional de Córdoba y otras instituciones para trabajar en la creación de nuevos productos para la agricultura, y organizamos congresos anuales para formar a productores y vendedores”, explicó Héctor, quien dirige la empresa de la mano de su hijo, su hija y su nieto mayor. “Mi hijo es vicepresidente, mi hija maneja Recursos Humanos y mi nieto ya está en compras”, detalló sobre los cargos que ocupa cada uno. Dos de sus otros nietos están estudiando en Estados Unidos y la idea es que todos cuenten con la formación necesaria para que continúen en el legado familiar. Su esposa también trabajó a su lado, hasta que un golpe familiar la alejó del mundo empresarial. “Era muy pegada a su padre y cuando él murió, se vino abajo. Se jubiló y ahora lee mucho, tiene un grupo de mujeres con quienes hace reuniones literarias”, contó. Entre el folclore y los “fierros” Cuando Héctor Laca no está pensando en fertilizantes, está detrás de dos grandes pasiones: la música y los autos de lujo. El empresario, que construyó su imperio desde la nada, encontró en estas dos aficiones un escape y una forma de expresión. Desde joven, estudió en un conservatorio en Entre Ríos y aprendió a leer partituras cuando eso todavía era la base de la formación musical. “Compongo mis propias canciones, nunca interpreto temas ajenos. Tengo más de 80 temas registrados, y uno de ellos se lo dediqué a mi nietito fallecido”, dijo en alusión al tema llamado Niño bueno. “Es una canción que me parte el alma. Si la escuchás, llorás”, agregó. Subirse a un escenario no le es ajeno. En las fiestas multitudinarias que organiza su empresa cada cuatro años, con miles de invitados y artistas reconocidos, él mismo se pone al frente del micrófono. Como desde chico siempre tuvo bien en claro que quería ser millonario, los autos de alta gama siempre formaron parte de su imaginario. “A los 22 años, en Concordia, un tipo me subió a una Mercedes descapotable y me llevó a dar una vuelta. Ahí me dije: ‘Algún día voy a tener una de estas’. Y así fue como compré una Mercedes McLaren”, relató sobre la compra de su primer vehículo de lujo. Sin embargo, no quedó muy conforme con su adquisición: “Era una porquería, incómoda, chiquita. Mi mujer me decía que no entraba ni una bolsa del súper”. Después, descubrió su verdadero amor sobre ruedas: Ferrari. “Empecé a seguir la Fórmula 1 y me volví fanático de la marca”. La compra de la Ferrari Purasangre que revolucionó a los argentinos El año pasado, cuando Héctor estaba de vacaciones en Miami, vio el modelo perfecto para compensar la mala experiencia que había tenía con Mercedes: una Ferrari Purosangue, el primer modelo de cuatro puertas de producción en serie de la marca, y además, con silueta SUV. Este “Sport Utility Vehicle” tiene un motor V12 de 6,5 litros y una potencia de 725 CV con caja automática de 8 velocidades, que genera una aceleración de 0 a 100 km/h en 3,2 segundos con tracción integral. “Mirá, el auto de Franco Colapinto tiene 725 caballos de fuerza. La Ferrari tiene 750”, especificó Héctor. Apenas volvió de Estados Unidos, se puso en contacto con un importador multimarca para cerrar todos los detalles de la compra y la llegada de la Ferrari a la Argentina. La personalizó a su gusto: roja, con tapizado color guinda y detalles en fibra de carbono. “Ferrari es Ferrari. Tenía que ser roja”, enfatizó ya que ese modelo venía en color gris, blanco y negro. “Comprar una Ferrari no es como comprar cualquier otro auto. No hay un concesionario con stock esperando al cliente. Cada Ferrari se fabrica a medida, con cada detalle elegido por el comprador. Y yo quise que la mía fuera única”, admitió al explicar cómo funcionaba el proceso: “Vos elegís todo. Color, tapizados, terminaciones, hasta los materiales de los guardabarros”. Pasó toda una mañana revisando las opciones y eligiendo cada detalle. El color no estaba en discusión. Solo que la elección de ese tono venía con ciertas condiciones: “Si la quería roja, sí o sí tenía que llevar fibra de carbono en los guardabarros. Eso hacía que el precio fuera más caro, pero no me importó”. También le ofrecieron personalizar los asientos con su nombre o iniciales. Ahí, se tentó con la idea de grabar en el respaldo la palabra “Nietito”, como lo llaman sus amigos. Pero cuando llamó para hacer el cambio, le dieron una noticia que lo hizo desistir: “Me dijeron que si cambiaba algo en la personalización, tenía que esperar seis meses más. Y esa demora no estaba en mis planes”. Desde que el auto llegó a Córdoba, el 20 de diciembre de 2024, generó un revuelo total. “Salí a dar una vuelta y me sacaron 2.000 fotos. En la estación de servicio se juntaron 50 personas para mirarla. Hasta la policía me paraba para verla. Fue una locura”, recordó sobre sus primeros paseos. Hoy la Ferrari está guardada en su cochera, junto con su Porsche Panamera. Y a diferencia de lo que muchos creen, le da el uso cotidiano que le daría a cualquier auto. “La uso para ir a la fábrica, para hacer mandados o ir a tomar un café con mi mujer”, se sinceró. Héctor asegura que la combinación de potencia y lujo le produce el mismo placer que cuando sube a un escenario con su guitarra. “Manejar la Ferrari es como tocar un instrumento bien afinado. Todo está en su lugar, es puro arte”, describió este hombre de 72 años sobre la misma adrenalina que le generan sus dos hobbies. El próximo año, la empresa que lo convirtió en multimillonario cumplirá 30 años y, lejos de pensar en su jubilación, tiene planificado abrir una nueva fábrica con una inversión de ocho millones de dólares. “Vamos a producir un fertilizante revolucionario. Con 20 kilos por hectárea, hace lo mismo que los otros con 200 kilos”, adelantó su producto estrella Espera inaugurarla con la presencia del presidente de la Nación presente. “Eso sería cerrar con broche de oro”, sentenció. Y cuando sienta que sus hijos ya estén listos para tomar las riendas de las empresas, tiene en mente escribir su autobiografía para inspirar a los demás a emprender, como lo hizo él cuando era pobre.
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