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  • Las fábricas nazis de superbebés que Himmler bendijo

    » Diario Cordoba

    Fecha: 05/02/2025 16:24

    Fueron unos 20.000 los niños nacidos de padres de las SS y de madres racialmente elegidas para engendrar superbebés arios puros, según los parámetros eugenésicos nazis. Dieron a luz en los Heims o maternidades del proyecto Lebensborn (fuente de vida, en alemán), un plan creado en 1936 por el Reichsführer Heinrich Himmler "para producir de forma casi industrial futuros señores de la guerra. Eran fábricas de carne humana", considera la escritora belga Caroline De Mulder (Gante, 1976). A estos hogares bajo control médico, oasis en medio de la guerra donde no existía el hambre ni las penurias, fueron además enviados en convoyes más de 200.000 niños seleccionados por su físico y "racialmente válidos", robados a sus familias en los territorios conquistados por los alemanes, especialmente en Polonia. "Los secuestraban muy pequeños porque así se aseguraban de que no recordarían a sus padres y podían ser germanizados y ser adoptados por familias alemanas", añade la autora de la novela ‘Los niños de Himmler’ (Tusquets / Edicions 62). Basándose en testimonios diversos, documentales y archivos, la también profesora de literatura construye una novela ambientada en 1944, abordada desde "el punto de vista de las mujeres, algo que en ficción se ha tratado poco", sobre estos Heims, "un tema tabú en Alemania hasta hace poco. Aquellos bebés, inocentes pero vistos como hijos de un criadero nazi, hoy ya han muerto o son muy mayores y muchos se pasaron la vida buscando sus orígenes sin encontrarlos". "Es verdad que era una instrumentalización del vientre de aquellas mujeres, pero ellas consentían, estaban felices con ello, estaban bien alimentadas, tenían médicos… Mis personajes toman decisiones sin saber las consecuencias pero eso no les exime de responsabilidad", recalca. "Hay algo que me perturba: que la guerra fue posible por el mal ordinario, que llevó al mal absoluto. La humanidad bascula muy fácilmente hacia el bien o hacia el mal", reflexiona hoy la escritora ante el auge de la extrema derecha en el mundo. De Mulder sustenta la historia sobre tres protagonistas: Marek, un preso político polaco enviado desde el campo de concentración de Dachau para hacer trabajos de mantenimiento en la maternidad; Renée, una ingenua adolescente francesa embarazada de un SS que cree que ha vivido una historia de amor; y Helga, una enfermera del Heim "adoctrinada muy joven, un personaje construido a partir de testimonios de enfermeras reales que formaron parte de un engranaje terrorífico pero que nunca se cuestionaron lo que hicieron". "Son el anverso y el reverso de una misma realidad, la vida y la muerte, inseparables pero en dos universos muy separados. Los campos de la muerte donde se ‘suprimen los elementos indeseables’ y los hogares idílicos, protegidos y pacíficos, que traen vida al mundo para sustituir a aquellos con elementos de raza aria", considera De Mulder en entrevista a su paso por Barcelona. "Hice una primera versión donde el papel de Marek era secundario, pero no funcionaba. Necesitaba el contrapunto de la guerra y él es la sombra de la guerra que cae sobre la maternidad". No en vano, Dachau está a pocos kilómetros del primer Heim, el de Hochland (cerca de Múnich), donde transcurre el libro. Pero el delirio nazi de la pureza aria se volvió en ocasiones contra las propias mujeres que allí daban a luz. "Como creían que los bebés serían más perfectos que sus progenitores, cuando nacía uno con deficiencias físicas o mentales o que según ellos no era perfecto, lo llevaban a otras instituciones del régimen para aplicarle la eutanasia. Antes de matarlos les hacían exámenes profundos, sobre todo del cerebro, para estudiar qué ‘había fallado’". El proyecto Lebensborn seguía a pies juntillas las doctrinas nazis de un Himmler que animaba a sus SS a procrear todo lo posible, incluso siendo infieles a sus parejas, para nutrir un Tercer Reich que cada día perdía más hombres en el frente. El Reichsführer incluso supervisaba con su presencia las "ceremonias del nombre", una suerte de bautismo secular de los super bebés donde los SS ejercían de padrinos. Pese a esa bendición, las embarazadas, mayoritariamente alemanas, pero también extranjeras, casadas o solteras, prometidas o no, que iban a los Heims "estaban mal vistas por parte de la población, porque los rumores decían que eran burdeles nazis y la gente veía a aquellas mujeres paseando a sus bebés en sus cochecitos sin que les faltara de nada mientras ellos pasaban hambre". De Mulder quiso también recrear otro aspecto de ese universo femenino, la humillación pública, el rapado del pelo y los ‘juicios’ a los que sobre todo en Francia fueron sometidas las mujeres que se acostaron con alemanes durante la ocupación nazi. "Me basé en un testimonio de una joven que trabajaba en el Hotel de la Cloche, que fue requisado. Tuvo una relación con un joven nazi y cuando huía en tren, este fue detenido por resistentes y sufrió uno de esos ‘juicios’". La práctica del secuestro de bebés se ha repetido en regímenes totalitarios, como la dictadura de Franco o la argentina, constata De Mulder, apuntando también a "los niños ucranianos robados por Rusia y dados a familias rusas". El nazismo, lamenta, "aún tiene ecos en la actualidad".

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