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» Diario Cordoba
Fecha: 04/02/2025 07:26
El próximo sábado 8 de febrero 'El 47', de Marcel Barrena y protagonizada por Eduard Fernández, es uno de los largometrajes que optan al Goya a Mejor Película, además de haber cosechado otras 13 candidaturas. Cuenta la historia de Manuel Vital, un conductor de autobús de Barcelona que un día de mayo de 1978, y para demostrar que el autobús podía llegar a Torre Baró, su dejado barrio, siguió hasta allí el recorrido con su vehículo de la línea que da título al filme. Quisieron enjuiciarle pero al final lo que ocurrió es que, gracias a su acción y a la presión vecinal, el 47 acabó llegando a Torre Baró. Trece años después, sin película, pero también con cierta épica, en Madrid ocurrió una peripecia parecida. No fue el 47 sino el 57, que entonces hacía el recorrido entre Tirso de Molina y la avenida de San Diego, en Vallecas. Ni fue un conductor, sino todo un barrio los que secuestraron el autobús en protesta porque no llegaba hasta sus calles. Pero el desenlace fue parecido. Poco más tarde el 57 prolongaba su itinerario varias paradas para concluir en Alto del Arenal. Lo recuerda bien Pepe Molina, un histórico del movimiento vecinal y autor del libro Vallecas en lucha, en el que se repasan 30 años de reivindicaciones en el distrito, incluida esta acción. "Hablamos de un barrio que llevaba ya muchos años luchando por la vivienda y otras cuestiones y el tema del transporte entró como una urgencia". Llegaron muchos vecinos a la colonia de San Agustín, pero el autobús se seguía quedando retirado. No era solo la distancia, unos 400 metros. El 57 concluía en Cerro Cabezuelo y para llegar al Campo de la Paloma, donde reclamaban los vecinos, se pasaba junto a un descampado bastante problemático. "Estamos hablando de un momento muy concreto, finales de los años 80, principios de los años 90, el momento en que había más droga en la zona", relata Molina. "Era un trayecto que podía ser peligroso, sobre todo por la noche, porque no estaba muy bien iluminado. Y era normal que a las mujeres o a las personas mayores les diera cierto miedo pasar ese tramo sin transporte". También los conductores del autobús sufrían asaltos. Durante varios meses, más de un año, los vecinos estuvieron pidiendo al Consorcio Regional de Transportes. Llegaron a reunirse con su entonces director gerente, Julián Revenga. Pero desde el consorcio se argumentaba que no era técnicamente posible. "A menudo los técnicos de la Administración mantienen ese prurito de que son los únicos que saben de todos los temas y no admiten la valoración de los vecinos, pero lo que se pedía aquí era bastante lógico no costaba prácticamente nada", insiste el autor de 'Vallecas en lucha'. Una pintada que reivindicaba la llegada del autobús 57 hasta el Campo de la Paloma. / FEDERACIÓN REGIONAL DE ASOCIACIONES DE VECINOS DE MADRID (FRAVM) De manera que la junta directiva de la Plataforma Unitaria de Vallecas, que integraba a una quincena de asociaciones de vecinos, decidió ir a por el autobús. "Yo tuve una discusión bastante fuerte con Revenga", relata Mariano Monjas, a la sazón presidente de la Asociación de Vecinos Los Pinos de San Agustín. "Le dije que era intolerable. Ellos estaban encabezonados en que el autobús no podía seguir, nosotros decíamos que sí y al final dijimos: 'Bueno, pues va a ser que sí, porque lo vamos a subir nosotros". También los antidisturbios Se fue anunciando, se convocó a la prensa y el día 18 de abril de 1991 a las ocho de la tarde varios centenares de vecinos se concentraron en el descampado donde concluía recorrido el 57 con intención de subir. "El periódico del día siguiente hablaba de 500 personas", asegura Molina. "Yo no creo que fueran tantos, aunque es verdad que luego muchos se sumaron para acompañar el recorrido. Estaban la Policía Nacional, la Policía Municipal y los inspectores de la EMT. También los antidisturbios. Un grupo de vecinos logró subir y la policía ordenó el desalojo". Luego fueron unos jóvenes los que lograron colarse por las ventanillas de uno de los laterales. "Cuando se abrían las puertas para desalojarlos, otros entraban", sigue relatando. "Era casi como un juego hasta que al final consiguió acceder un grupo bastante numeroso de gente que decía que no se bajaba hasta que el autobús no continuara hasta el Campo de La Paloma". El conductor decía que no salía, hubo un tira y afloja importante, pero los antidisturbios no llegaron a intervenir. “Yo creo que fue por consejo del comisario del distrito, que era un hombre que yo conocía mucho y que era un gran hombre”, apunta Monjas. “Yo tenía un walkie con el que de alguna manera entraba en la línea de la policía y me estaba enterando de todo. Y él les decía: ‘No hagáis nada, que son buena gente, los conocemos’”. Al cabo de una hora, sin embargo, el autobús acabó arrancando a rebosar de pasajeros y, lentamente, y acompañado por multitud de vecinos, subió hacia el lugar demandado por los vecinos. El ambiente, a pesar de cierta tensión inicial, era más bien festivo, coinciden Molina y Monjas. De hecho, al final del trayecto había una charanga y jarras de limonada esperando. El Metro y una estación de Cercanías Monjas, taxista de profesión, de entonces 52 años, y el párroco del barrio, curiosamente llamado Pedro Sánchez, fueron denunciados y llegaron a tener que ir a declarar a los juzgados de plaza de Castilla, aunque resultó en nada. Y el 57 terminó llegando, no al Campo de la Paloma, sino aún algo más lejos, al Alto del Arenal, dos o tres paradas más de lo que se pedía. Todavía concluye allí su recorrido, aunque ahora no parte de Tirso de Molina sino de la estación de Atocha. "Normalmente, en Vallecas tenemos una cierta trayectoria de que todas las cosas que nos proponemos, si se hace con cierta fuerza, con cierta organización y con cabeza, si no pretendemos que sea de un día para otro, se consiguen", concluye Molina, quien también ha peleado por llevar el Metro al barrio o por que el trazado de la M40 fuera desviado 400 metros para no pasar al lado de viviendas. Son causas en las que ha coincidido con Monjas, quien llegó una vez a Renfe y cuando le preguntaron qué quería, contestó: "Una estación". Hoy la tiene, en El Pozo. En otra ocasión, algo después de lo del 57, llegó a desmontar con otros vecinos unos semáforos que se estaban instalando en el cruce de la avenida de Buenos Aires con la avenida del Olivar para llevarlos a la avenida de Pablo Neruda con la calle de los Leoneses, donde habían muerto 12 personas en distintos atropellos y llevaban tiempo pidiéndolos. También salió en la prensa, y también acabó consiguiendo que los pusieran. "Así hemos ido construyendo Vallecas", asegura a sus 86 años.
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