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» Diario Cordoba
Fecha: 03/02/2025 12:47
La galerista y coleccionista de arte Helga Muller Schatzel, de nom de guerre Helga de Alvear, como a ella le gustaba decir, fallecía este lunes a los 88 años de edad, según se ha podido conocer a través de su Fundación. Aunque alemana de nacimiento, el suyo es uno de los nombres clave para entender la creación y el negocio del arte del último medio siglo en España, primero desde la galería de Juana Mordó, más tarde a través de la que ella misma fundó y en los últimos años con un proyecto tan ambicioso como el Museo de Arte Contemporáneo Helga de Alvear en Cáceres. También ha sido fundamental su implicación en instituciones como el Museo Reina Sofía o citas del relieve de la feria madrileña de arte contemporáneo ARCO. "Tras una vida definida por su pasión por el arte contemporáneo, la galerista, coleccionista y filántropa, figura clave para el desarrollo del arte contemporáneo y principal impulsora del Museo que lleva su nombre en Cáceres, ha fallecido hoy en Madrid a la edad 88 años, dejando tras de sí un legado que permanecerá para la posteridad", se puede leer en el comunicado oficial hecho público por la Fundación Helga de Alvear. El Reina Sofía, buque insignia del arte contemporáneo en España, se despedía de ella recordando su "papel crucial como coleccionista, mecenas y galerista, contribuyendo de manera significativa al enriquecimiento del panorama cultural internacional". Su trayectoria ha merecido reconocimientos como la Medalla de Extremadura en 2007, la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes del Ministerio de Cultura en 2008 o la Cruz de la Orden del Mérito Civil de la República Federal Alemana, otorgada en 2014. Aunque llevaba tiempo enferma, su fallecimiento ha provocado una sacudida en un sector, el del arte en España, en el que siempre fue una figura emblemática y a tener en cuenta. De Renania a la colonia de El Viso Helga de Alvear nació en 1936 en una pequeña ciudad del land alemán de Renania/Palatinado en el seno de una familia de la burguesía industrial. Cuentan quienes la conocían que para hablar de su infancia siempre se refería a su serie de televisión favorita, la alemana Heimat (1984), que para ella era tan realista como un documental. De su infancia recordaría la rigidez del entorno familiar, el olor de las manzanas en el almacén en el que se refugiaban de los bombardeos aliados y su fascinación por los cantos rodados que recogía en el río. Con los años reconocería en esa costumbre su primer interés por el coleccionismo. Como a toda niña bien de su entorno, fue enviada a estudiar al internado suizo de Salem, el mismo por el que pasaría la reina Sofía, un lugar que recordaba con poco cariño por la dura disciplina y el frío. Cuando volvió a la casa familiar descubrió que al ser mujer no se esperaba de ella que se implicara en los negocios, y así comenzó a buscar otras formas de sentirse realizada. El primer intento lo llevó a cabo en Londres, por el idioma y por la música, su primera pasión, pero la sociedad inglesa no le interesó y decidió trasladarse a Madrid para aprender español. La España de finales de los 50 que encuentra a su llegada es la del desarrollismo. La escena cultural era por entonces irrisoria, pero como decía al recordarlo, al menos no llovía. Es entonces cuando conoce al arquitecto Jaime de Alvear, con el que se casaría poco después. A principios de los 60, Helga es un ama de casa de la burguesía madrileña con tres hijas, María, Ana y Patricia y una casa en la elitista colonia de El Viso. Pero ella misma reconocería siempre que eso se le quedaba pequeño. A través de su marido conoce a los artistas del grupo El Paso, y fue entonces cuando un nuevo mundo se abrió ante ella. Lo primero fue la fascinación por el arte y los artistas, por las tertulias en casa y las visitas a Cuenca. Empieza a coleccionar porque son obras de amigos, para decorar la casa, como admitiría recordándolo más tarde. Su primera compra fue un cuadro de Fernando Zóbel, y poco a poco fue integrándose en esos ambientes, que serían en los que conocería al personaje fundamental alrededor del cual gravitaba todo ese grupo: la galerista Juana Mordó. Ese encuentro será fundamental para ella, que se convierte en una asidua visitante y coleccionista de la galería. El ejemplo de Juana y del mundo que la rodea le abre las puertas a otra forma de vivir que no se limita a la esperable de una mujer de su clase. Su implicación con la galería irá creciendo con el tiempo, y cuando Mordó necesite apoyo económico será Helga quien convenza a su marido para que venda unos campos de olivos, que son su único patrimonio, e inviertan en la galería. A lo largo de los años, Jaime de Alvear demostrará una y otra vez su apoyo incondicional a su mujer. Juana Mordó pasa a ser socia y mentora de Helga. Esos años de aprendizaje serán complicados para ella, pero mucho después seguía citando frases suyas como si fueran la biblia del oficio. Cuando Juana fallece, ella sigue adelante con la galería durante unos años, hasta que se da cuenta de que tiene que dar otro golpe de timón a su vida. Una galería propia Es entonces cuando se traslada a un espacio nuevo en la calle Doctor Fourquet de Madrid, junto al recién inaugurado Museo Reina Sofía, y ya con su nombre en la puerta comienza una nueva andadura. Con la ayuda de Armando Montesinos diseñan una programación innovadora en la que priman el vídeo y la fotografía, sobre todo la centroeuropea y alemana, todavía desconocidas en España y que triunfarán con el cambio de siglo. En esa primera etapa en solitario se resentirá de la poca seriedad con la que la tomaban sus colegas del gremio, a los que, sin embargo, comienza a comprar habitualmente. Al mismo tiempo, es de las primeras galerías españolas que se lanza a participar en ARCO mientras continúa asistiendo a grandes ferias internacionales como Basilea o Frankfurt. Pero más que la parte comercial, será el coleccionismo, como lo era también la música, su gran pasión. Cuando en 2009 presente una selección de más de 70 piezas en la edición de ARCO de aquel año, el público se sorprenderá al comprobar que la colección de Helga de Alvear no es solo de fotografía y artistas alemanes, sino que incluye nombres de otras procedencias que apenas tienen presencia en nuestro país: desde una tela de Ad Rehinhardt de 1950 a una de las Marilyn negras de Warhol, pasando por Morris Louis, Bruce Nauman o Josef Albers. La exposición se tituló So what? en homenaje a la canción de Miles Davis, y fue toda una declaración de intenciones sobre su forma de entender el coleccionismo. Una obra de Catherina Grosse, expuesta en el 'stand' de la galería Helga de Alvear en ARCO en 2015. / EFE Helga de Alvear no era célebre por su empatía, pero podía tener gestos de enorme generosidad. Como dice Carlos Urroz, que fue director de la galería entre 1998 y 2006 y luego lo sería de la feria ARCO (actualmente ejerce como director del gabinete institucional del Museo Reina Sofía), “hay muchos ejemplos de la generosidad de Helga, desde apoyar a los editores de una revista después del incendio de su almacén hasta apostar por un proyecto emergente en su momento como fue la Feria de Arte Contemporáneo de Berlín”. Quizá por el acento alemán que nunca perdió, para muchos sonaba más arisca de lo que realmente era, aunque era dura en su trabajo. Quienes trabajaron con ella recuerdan un sentido del humor sorprendentemente escatológico, o que se definía como vegetariana excepto por el jamón ibérico. Las normas burguesas no eran lo suyo, y del refranero español solía citar para casi todo: “El buen paño en el arca se vende”, algo que aplicaba a su propio negocio. Un 'buen ojo' célebre Pero si por algo destacaba, era por su buen tino para elegir piezas y artistas. En su galería siempre supo rodearse de grandes equipos y colaboradores. Dice Urroz que “Helga fue una gran apasionada del arte y de los artistas, a través de los cuales descubrió un mundo distinto al suyo. Fue una mecenas generosa a la hora de producir obras para la galería creando proyectos lejos de lo comercial, dando voz a nuevos comisarios y apoyando a sus colegas galeristas comprándoles obra”. Joaquín García Martín, que fue uno de esos jóvenes comisarios y que dirigió su galería entre 2006 y 2012, destaca que a su lado aprendió mucho, "pero sobre todo pude hacer cosas increíbles, ahora impensables. Gracias a su ojo convertimos la galería en una sauna con Elmgreen & Dragset, o produjo un video muy explícito de Santiago Sierra sobre el racismo y lo llevamos a la feria de Miami. Exponíamos las instalaciones multipantalla de Isaac Julien con unas condiciones técnicas con las que muy pocos museos se arriesgaban o podían llevar a cabo.” “Yo le he visto comprar una pieza de una artista completamente desconocida que le gustó simplemente viéndola en una revista de arte”, continúa García Martín hablando de ese buen ojo de la galerista. “No encontrábamos información pero le encantó y se la compró. Al año siguiente pidieron esa pieza para la Bienal de Venecia”. El Museo de Arte Contemporáneo Helga de Alvear, en Cáceres. / Wikipedia Con el paso de los años la pasión por el coleccionismo comenzó a primar sobre el galerismo, sobre todo a partir de la apertura, en 2010, del Museo de Arte Contemporáneo Helga de Alvear en Cáceres, un proyecto que existe gracias a su empeño personal y que fue capaz de sacar adelante a pesar del escepticismo de políticos y profesionales del sector. La inauguración de su primera fase fue un evento del relieve de los que se llevan a cabo en la feria de Basilea o en la Documenta de Kassel, con algunos de los representantes más destacados del arte internacional incrédulos de que aquello estuviera ocurriendo en un lugar desconocido para ellos hasta entonces. De Alvear sentía una especial animadversión por los coleccionistas españoles que no compraban en las galerías nacionales y que ocultaban sus colecciones al público. Su gran empeño era hacer que el coleccionismo fuera público y patrimonio de todos. Los últimos años de su vida se centraron en afianzar el proyecto del museo de Cáceres y asegurarse de que su legado se reflejara en una labor lo más parecida posible a lo que ella había hecho a lo largo de su vida.
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