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  • Milei, Macri y el riesgo de que gane Cristina

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    Fecha: 02/02/2025 09:33

    Extrañan una excepción y una novedad. La excepción: una de las primeras manifestaciones multitudinarias en contra del Presidente (hubo también muchos participantes en la que pidió por la universidad pública) no fue para reclamar por la economía, que era la razón y el sentido de la mayoría de las marchas opositoras a cualquier gobierno en las últimas décadas. Y ese motivo estuvo ausente a pesar del inédito ajuste en las cuentas públicas que aplicó la administración mileísta para cambiar la vieja cultura del despilfarro estatal. La novedad: la multitudinaria protesta de ayer fue espoleada, por primera vez, por la eventual regresión de los derechos y las garantías de los ciudadanos a partir del discurso de Javier Milei en Davos, sobre todo en temas que hacen a las libertades privadas. El propio mandatario rectificó luego aquel sermón en la montaña suiza, pero prefirió culpar a la supuesta tergiversación que hicieron sus enemigos reales o imaginarios. No se hizo cargo de nada. En la revuelta de la víspera se unieron la clase media, auténticamente sensible frente al potencial riesgo de las libertades, y el oportunismo –todo hay que decirlo– de los sindicatos peronistas y del kirchnerismo destituyente. Es más raro todavía que una sospecha de esa naturaleza recaiga sobre un político liberal, como el jefe del Estado se autodefinió varias veces en los últimos días. La primera concepción del liberalismo bien entendido consiste precisamente en la estricta división entre el Estado y la vida privada. La propia Constitución argentina, como lo recordó Elisa Carrió en una implacable carta al Presidente, sostiene que las acciones privadas de los argentinos quedan en manos de Dios, exentas de la autoridad de cualquier magistrado y, por lo tanto, de cualquier funcionario político. Ese escandalete lleva ya diez días, justo el tiempo en que se está discutiendo si habrá –o no– una alianza electoral del partido oficial, La Libertad Avanza, con Pro, su socio de hecho desde antes del balotaje de noviembre de 2023. Primero esa sociedad fue electoral y después fue parlamentaria, fundamentalmente en los proyectos más importantes enviados por el Gobierno al Congreso. No hay señal, por ahora, de que Milei esté dispuesto a llevar esa sociedad a una alianza electoral explícita para octubre próximo con candidatos compartidos. “Dejame averiguar”, fue la seca respuesta que Eduardo “Lule” Menem, el influyente asesor de Karina Milei, le dio a un enviado de Pro cuando este le preguntó si estaban dispuestos a ir juntos en las elecciones nacionales de este año. ¿Cómo? ¿Un asesor que come y duerme cerca de los hermanos Milei no sabe qué quiere el Gobierno en materia de inminentes alianzas electorales? A los dirigentes de Pro les es difícil hasta hablar de alianzas electorales con los funcionarios oficiales. No saben cómo pronunciar la palabra alianza. ¿Acuerdo? Jamás. ¿Alianza, entonces? Nunca. Los nuevos métodos que llegaron con Milei detestan las viejas palabras de la política, que son las palabras que usa la política clásica en cualquier lugar del mundo donde no mandan los outsiders. El Presidente optó hasta ahora por una política de buenos modales con Pro, pero sobre todo con Mauricio Macri. Sin embargo, hace rato que no se ven; Macri prefiere no provocar un acercamiento hasta que no haya señales claras de una próxima aventura electoral compartida. Hace pocos días intercambiaron mensajes telefónicos. Macri felicitó a Milei por la decisión de bajarles las retenciones a los productores rurales. Milei le respondió, corto: “Gracias, presi”. Nada más. La conducción del macrismo eligió creer también que la buena voluntad de Milei se arruina cuando baja y llega a las manos de la hermanísima Karina y de Santiago Caputo. Se puede entender si esa creencia es una estrategia política, pero no es real. ¿Acaso Javier Milei es el bueno, mientras su hermana y su asesor son los malos? Difícil, si no imposible. Ni Karina Milei ni Caputo el joven tendrían tanto poder si no estuvieran bendecidos por el jefe del Estado. Los entornos son una decisión del jefe, no entes emancipados del liderazgo político. ¿O, acaso, Milei no sabía que su hermana y la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, se sacarían una foto el miércoles pasado con los tres legisladores capitalinos de Pro que se fugaron a La Libertad Avanza una hora antes de la reunión cimera de Pro? Fue una provocación al propio Macri, que viajó desde la Patagonia para presidir ese encuentro de su partido. Bullrich había colocado cuatro legisladoras en el distrito federal. La cuarta, Patricia Glize, que prefirió permanecer en el partido de Macri, les contó a otros dirigentes macristas, muy angustiada, que estaba siendo agresivamente presionada desde las vecindades de la ministra de Seguridad. “Este es el final de tu vida política”, le decían entre otros –y peores– mensajes telefónicos. La relación de Bullrich con Macri se rompió definitivamente cuando en la última reunión entre ellos la ministra le reclamó al expresidente su oposición a la candidatura del cuestionadísimo juez federal Ariel Lijo como miembro de la Corte Suprema. “¿Te escuchás lo que estás diciendo, Patricia? ¿En serio estás defendiendo a Lijo cuando promovías todo lo contrario antes de entrar al gobierno de Milei?”, dicen que le respondió Macri a la actual ministra. Nunca más se volvieron a ver. Por eso, entre los proyectos del oficialismo, enviados a las sesiones extraordinarias del Congreso, que Pro anunció que apoyará, no figuró el acuerdo a los candidatos a jueces del máximo tribunal del país. El problema es Lijo, no Manuel García-Mansilla. Cada vez es más insistente la versión de que Bullrich sería candidata a senadora nacional por la Capital y el vocero presidencial, el famoso Manuel Adorni, lo sería a legislador porteño. Quebrar a Pro donde nació. Ese sería el proyecto. Si fuera así, es probable que Santiago Caputo esté celebrando: hace rato que quiere ver lejos a la ministra de Seguridad. No es el único, debe agregarse. Con todo, el macrismo insistió en su posición pública que impulsa una alianza electoral con el mileísmo para las próximas elecciones legislativas. Milei y el mileísmo callan. El macrismo ratificó la comisión de cinco de sus dirigentes para negociar una incierta convergencia electoral con el mileísmo; esa comisión está integrada, entre otros, por Cristian Ritondo, Silvia Lospennato y Hernán Lacunza. Milei sigue sin decir nada. “¿Para qué queremos esa alianza? Los votos de Pro ya están con nosotros”, se suele escuchar entre los interlocutores de Caputo el asesor. Un dirigente de Pro con acceso a la Casa de Gobierno le advirtió al entorno presidencial que el riesgo de ir separados es un probable triunfo de Cristina Kirchner en la provincia de Buenos Aires. El Gobierno sufriría al día siguiente las consecuencias de esa victoria, les presagió: los mercados reaccionarían muy mal y los inversores abandonarían el país. Ella podría volver de algún modo dos años después, deducirían. Milei no cree en el apocalipsis. Ella no tiene candidato presidencial. Está peleada con Axel Kicillof, el kirchnerista que mejor mide, replican los mileístas. Es un error. Cristina Kirchner nunca odió tanto a nadie como a Alberto Fernández y a Sergio Massa y, no obstante, terminó liderando un gobierno encabezado por esos dos kirchneristas que se le acercaron y la abandonaron sucesivamente varias veces. A Milei no le importa. Incluso, aseguran, no le importaría si la expresidenta ganara por unos módicos puntos la provincia de Buenos Aires, siempre que La Libertad Avanza resultara segunda. Sería una apuesta a todo o nada. Al Presidente le gusta el salto al vacío. Hace poco, un consultor argentino estuvo en Wall Street, el centro mundial de los negocios, donde le preguntaron por Cristina Kirchner. “Ustedes se preocupan por una vida política que está terminando”, le contestó el argentino. “No es suficiente. Nosotros queremos ver el certificado de defunción política”, le respondió, socarrón, ese directivo del corazón financiero mundial. A Milei sigue sin importarle. ¿Realmente no le importa? Algunos macristas, que tienen encuestas en las que Cristina Kirchner contaría con el 40 por ciento de las adhesiones en la provincia de Buenos Aires (conurbano mediante, por supuesto), suponen que, en verdad, el Presidente solo está desgastando a Pro para bajarle el precio a un acuerdo electoral, con perdón de la palabra. Los seguidores de Macri tienen su propia estrategia: no dejarle dudas a la sociedad antikirchnerista de que quien rompió la posibilidad de una alianza electoral no fue Pro, sino el mileísmo. En el macrismo, muchos temen que si gana Cristina Kirchner en la provincia de Buenos Aires, esa porción social que nunca la quiso, y que ahora es mayoría en el país, buscará establecer en el acto quién fue el principal dueño de la culpa. Detrás de los telones del teatro político, los dirigentes de Pro no descartan que deban ir en soledad a las elecciones de octubre. Algunos promueven esa soledad o una alianza distinta. “Aunque saquemos el 6 por ciento de los votos”, dicen esos dirigentes. “¿Cuántos en la historia sacaron el 6 por ciento de los votos y después resucitaron?”, preguntan y argumentan. A Macri le advirtieron que se podrían ir más dirigentes del partido, además de Bullrich; del intendente de Tres de Febrero, Diego Valenzuela, y de los tres legisladores capitalinos que posaron en esa foto pendenciera de Patricia Bullrich y Karina Milei. “Que se vayan”, escucharon exclamar al expresidente. El principal conflicto lo padecen algunos intendentes de Pro de la provincia de Buenos Aires, que renuevan sus concejos deliberantes. Si se quedaran sin mayoría en esos cuerpos legislativos, correrían el riesgo de ser echados de sus cargos por una mayoría simple de concejales. De todos modos, la vocación de acordar sería para Macri y sus seguidores solo el principio. Para ellos, no podría haber una coincidencia electoral sin un programa común previamente consensuado. Ese programa debería incluir los temas económicos (Macri está de acuerdo con casi todas las decisiones económicas de Milei), pero también el compromiso de respetar a las instituciones y a las personas. “No sería un compromiso con Pro, sino con la república”, aclaran los macristas. Los mileístas, que se proclaman como la novedad absoluta de la política, responden que nunca negociarán un programa común. “Eso pertenece a la política que dejamos atrás. El Gobierno piensa de otro modo”, pretextan y anuncian. Milei está en un buen momento en las encuestas y los números macro de la economía le son amables. Si el Fondo Monetario le diera un crédito de entre 10.000 y 15.000 millones de dólares, anunciaría que se comenzaría a salir del cepo. La precisión es necesaria: comenzaría. Al revés de diciembre de 2015, cuando Macri levantó el cepo en 24 horas, ahora el país no tiene reservas (tiene 5000 millones de dólares de reservas negativas). Cristina Kirchner dejó algunos dólares en el Banco Central; Alberto Fernández no dejó nada. Pero el solo anuncio de un comienzo del final del cepo lo acercaría a algunos sectores medios de la sociedad. El país ha tenido períodos de líderes hegemónicos en los 40 años de democracia. Alfonsín, Menem, los dos Kirchner, Macri y ahora Milei. Los líderes que precedieron al actual presidente vieron cambiar su suerte política cuando nada los hacía imaginar el naufragio; a veces, el cambio fue tan rápido que se consumó solo en unos pocos días infieles. Como decía André Malraux, la historia oscila. Por Joaquín Morales Solá-La Nación

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