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  • Su hija murió en un incendio y su hijo tuvo el mismo cáncer que él: la intensa vida de Jorge Grispo, entre el dolor y el amor

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 01/02/2025 03:12

    “Tratarte bien” es una canción. También un libro. Y es, ante todo, una manera de vida, que se fue perfeccionando a lo largo de 59 años de experiencia. Pero esas tres cosas -la canción, el libro y la manera de vivir- lleva una misma firma: la de Jorge Grispo. Abogado exitoso, a cargo de su propio estudio jurídico. Escritor, con 55 libros publicados, “y con el 56 en camino”, según avisa. Músico, con una banda solista y otra formada con amigos, llamada Derecho eterno. Además, tenista. Y por si fuera poco, pintor. Grispo es todo eso -y mucho más-, aunque se defina de una única manera: “Soy una persona inquieta”. “Tuve una vida larga. Me siento bien conmigo mismo, en paz: me pasaron muchísimas cosas en la vida, no llegué gratis acá -agrega Jorge-. Y la vida es un viaje que termina siendo un aprendizaje constante. No soy dueño de verdades: sé lo que me sirve a mí, y me llevó mucho tiempo encontrarlo. Cometí infinidad de errores. Soy resiliente, no me rindo fácil. Pero también aprendí a soltar, a no enojarme, aunque es difícil porque tengo un carácter fuerte”. Ahora, en el estudio de Infobae, Grispo se sienta para presentar -lo dicho- su libro: Tratarte bien, dirigido a todo aquel que “quiera acercarse a sí mismo y no sepa cómo hacerlo”. En sus páginas, Jorge cuenta todo lo aprendido, con vivencias propias y con aquello que ha estudiado. Y en este encuentro, contará mucho más: cómo aquel niño que creció en La Paternal llegó a ser este hombre, con todo lo vivido, lo sufrido y lo gozado. Jorge Grispo es uno de los abogadoa más reconocidos de la Argentina, también es escritor, músico, tenista y pintor, se define como "una persona inquieta" —¿Con quiénes fue esa infancia? —Con infinidad de amigos. Mucho fútbol: atajaba en las inferiores de Argentinos Juniors. Diego (Maradona) era unos años mayor que yo; sí jugué con su hermano menor (Hugo). Una época linda. Mi papá era un tano laburador, empresario; no había estudiado. Su primera esposa falleció de cáncer. De ese matrimonio nació mi hermano, diez años mayor que yo. Mi mamá trabajaba con mi papá, se casaron, y ahí nací yo. —¿Había un camino a seguir con la abogacía o fue deseo tuyo? —Fue deseo mío. Siempre me gustó ese mundo de la discusión, de defender ideas, de qué es lo justo y lo injusto. El mandato familiar era que yo tenía que seguir el negocio de la familia. Así que hice las dos cosas: a los 19 años administraba la empresa familiar, del rubro gastronómico, y al mismo tiempo arranqué la facultad. —Al trabajar con tu papá y manejar la empresa que había creado, ¿cómo era el vínculo entre ustedes? —Mi papá me tenía mucha confianza porque sabía que mí me podés dejar 10 millones de dólares y vas a encontrar 10.000.001. Mi vínculo con el dinero es distinto: no me muero por la plata. Y soy muy exigente, a veces demasiado. En ese momento de mi vida me exigía mucho más: no fui de viaje de egresados por quedarme trabajando. A la distancia, veo que me equivoqué. —¿Y en qué momento nace el tenis en vos? —Yo consideraba que era un buen arquero. Entonces en un momento viene Francis (Cornejo), el entrenador que descubrió a Maradona, y me dice: “Facha (así me decían), no vas a atajar más. Va a atajar un arquero nuevo”. “Perfecto. Si es lo mejor para el equipo, bienvenido sea”. Ese domingo perdimos 7 a 1. El chiquito que habían puesto no sabía atajar. Me acerco al entrenador: “Profesor, disculpe, me sacó a mí y este pibe no sabe ni agarrar la pelota”. “Tenés que entender cómo es el fútbol: es el sobrino del presidente del club”, me dijo. Eso me dolió. “Esto no es para mí”, le dije. Y automáticamente no jugué más al fútbol. A los 17 años empecé a jugar al tenis. Iba a trabajar a la mañana: a las 6:00, firme como granadero. Cuando terminaba me iba a entrenar. Y a la noche, la facultad. Lo hacía con alegría, la pasaba bomba. Grispo manejaba la empresa familiar a los 19 años mientras comenzaba la universidad —Estudiabas, entrenabas, ¿y seguías trabajando en la empresa familiar? —Seguía. Mi viejo había tomado una serie de muy malas decisiones en el trabajo: la casa estaba hipotecada, tenía un montón de deudas. Me puse el trajecito de administrador y en un periodo de cinco años pude revertir la situación de la empresa. Yo era un nene, pero tenía que pagar 600 sueldos todos los fin de mes. O sea, me hice adulto muy temprano. Y en paralelo, mientras estaba en tercer año de la facultad, llamé a un primo que era abogado: “Antonito, ¿vos firmás? Yo soy el cliente, la empresa de mi viejo”. Empezamos a hacer toda la parte laboral, los contratos con los proveedores. Y puse mi primer estudio jurídico. —Te contrataste a vos mismo, desde la empresa. —Sí. En realidad, no me pagaba. Y se dio el fenómeno de que los proveedores de nuestra empresa nos empezaron a contratar en mi estudio: gestión de cobranzas impagas, temas laborales, contratos. Y bueno, el estudio es lo que soy. —¿Te da placer la abogacía? —Sí. Todos los días. Estuve peleado un tiempo... Pero sí, me da placer. —¿Por qué te peleaste? —En 2019 yo estaba con el concurso más grande que tenía Argentina en ese momento. Era un tema muy muy complicado: muchísimos millones de dólares en juego. Era tan grande que mi estudio solo no alcanzaba a sostenerlo: tuvimos que traer contadores, negociadores, armar un equipo grande. A mí me tocaba liderar el equipo y estar con el cliente. Por el tema de secreto profesional, no voy a hacer nombres, pero tenía un cliente difícil. Los abogados, cuando tratás este tipo de temas, somos el amortiguador de la realidad: la gente quiere cosas que a veces son imposibles. Y tenemos que soportar tanta presión, tantas cosas... Y este caso lo terminé pagando con dos operaciones de corazón. —¿Dos operaciones de corazón? —Dos operaciones de corazón... Estaba en el peloteo de un partido de tenis y a los dos minutos mi corazón latía con una fuerza. No entendía que me estaba pasando. No podía jugar, estaba incómodo. Juego un drop y el mundo se me convierte en una calesita: tuve que agarrarme de la red para no caerme. Fue la primera vez en mi vida que dejé un partido. Llamé al médico. Me pide que mire las pulsaciones en el reloj: “214, me parece que anda mal”, le digo. “Te mando una ambulancia”. “No hace falta, estoy bien”. “No... No estás bien”. Conclusión: terminé con fibrilación auricular. Me operan. Cuando me despierto, me dicen: “No te pudimos operar”. Había una imagen, no sabían si era un coágulo o no. Entonces el médico, con buen criterio suspendió la operación. 30 días anticoagulados. Y ahí sí me operaron. Las dos operaciones de corazón que se debió realizar cambiaron su mirada de ver el mundo —¿Y ahí te separaste un poquito del Derecho? —Tratar con una persona compleja que te dice una cosa cuando es otra... Vos le ponés toda la garra: “Mirá, acá conseguí lo que querías”, le decís; “No, no firmo”. Te sentís usado, traicionado. Pero ya no me podía bajar del barco: tenía mi equipo de trabajo y toda la negociación; si nos íbamos, era un desastre. Elegí preservar al cliente y hacer mi trabajo lo mejor que podía. —¿Cómo era tu familia en ese momento? —Mi esposa y mi hijo. Tengo 40 años de casado, lo que habla de mucha resiliencia de todas partes. Obviamente, con buenos momentos, con malos momentos. Eso es la vida. Jorge Grispo presenta "Tratarte bien" en Infobae (Candela Teicheira) —Pasaron cosas dificilísimas. —Dificilísimas... En ese momento no podía entrenar porque estaba anticoagulado: no podía correr riesgo de una fractura, de romperme algo. Estaba entre algodones, y yo soy hiperactivo: no sirvo para estar sentado tomando sol. Sentía que estaba al pedo y no sirvo para eso. Entonces empecé a escuchar a (el doctor) Estanislao Bachrach. El pelado me parece un capo. —Brillante. —¡Brillante! Y empecé a entender esto de las emociones, de conectarse con uno. Empecé a escucharlo a él y también otras cosas: gente de acá, gente de otros países. A leer, a estudiar. Y se me abrió la cabeza a un mundo que no estaba en mi superficie del día a día. Después, post pandemia, compré mi primera guitarra, no sé por qué, y terminé tocando ante 1500 personas. Había estudiado música de chico, cuatro o cinco o seis años, pero me había olvidado de todo. No tenía idea lo que era un acorde. —Tenías más de 56 años cuando armaste una banda. —Dos bandas. —¿Por qué? —Como decía Mario, mi segundo papá: porque quiero y puedo. Aparte, no le hago mal a nadie. Tengo un cliente, un exjugador de fútbol muy conocido. Un gran tipo, con un corazón enorme, que como todo el mundo tiene sus propios fantasmas y terminó internado en un psiquiátrico. Yo lo visitaba todas las mañanas. No iba por una obligación profesional, sino porque me gustaba estar con él y tratar de ayudarlo: “Che, no seas tonto, trátate bien, cuídate”. Yo tenía la banda, habíamos dado el primer concierto y siempre compuse las canciones, las letras y la música. Entonces le digo: “Vení, vamos a hacer una canción juntos sobre esto”. —¿Una canción con él, con este exjugador? —Sí. Quería hacerlo participar para que se sintiera identificado. “¡Che, está buena!”, me dice. Y “Tratarte bien” nació ahí: en un hospital psiquiátrico. Pero todo lo que me llevó a poder hacer eso es lo que me pasó desde la operación de corazón. Hay un conocimiento adquirido, una investigación mía de todos estos temas, para poder llegar a ese momento. La canción "Tratarte bien" nació de una colaboración con un jugador de fútbol en un hospital psiquiátrico —Esa búsqueda arranca con la operación de corazón, pero antes también pasaron muchas cosas... —Mi hija murió en un incendio cuando yo tenía 24 años y ella, cinco. Se incendió mi casa y jamás supe cómo: nunca tuve los testículos necesarios para leer el informe de Bomberos. —¿Ustedes estaban ahí? —Sí, sí... Pude salvar a mi mujer y a mi hijo, que tenía dos años. Denise estaba en el fondo de la habitación. Cuando la voy a buscar, se cae el techo encima. Yo me quemé vivo: tenés las marcas de las manos acá , estuve literalmente ciego cuatro, cinco días. Son situaciones en las que te terminás pegando un tiro o salís fortalecido. Es un dolor que te acompaña toda la vida. Hice las paces con el dolor y con todo ese tema, por eso lo puedo hablar. Pero me costó un cáncer. —¿Te enojaste con seguir vivo? —No. Me enojé con Dios; lo puteé bastante. Pero con el tiempo aprendés a aceptar, que es mucho de lo que hablo en el libro. En la vida nos pasan miles de cosas que no las podemos cambiar y que nos hacen mal. Lo que sí podemos cambiar es cómo nosotros las llevamos. —No somos lo que nos pasó, sino qué hacemos con eso. —Con lo que nos pasa. Mi dolor es mío, y cada persona tiene el suyo: no hay un dolorómetro de qué es más grave. Cada uno tiene sus propios afganistanes, como escribo ahí. Pero los padres no estamos preparados para enterrar a nuestros hijos. Y vivir con eso no es fácil. ¿Se puede? Sí, se puede. Creo que lo hice. Y con creces. Hoy estoy en paz conmigo. Sé que como hombre, en ese momento que pasó, hice todo lo que pude hacer. Recuerdo estar en la ambulancia con respirador, todo quemado, y escuchar el parte del fallecimiento de mi hija. Me enteré ahí. Fue durísimo. —¿A Denise la sacaron los bomberos? —Sí. Los bomberos sacaron el cuerpo. Yo salí por mis propios medios, pero me tuvieron que parar porque quería seguir entrando. En ese momento no pensás en el riesgo, no te importa nada. Yo ya no podía hacer nada por mi hija más que vivir mi vida de la mejor manera posible, en su honor. Y tenía una familia que sacar adelante. —¿Pudieron salir adelante como familia? Porque es un trabajo... —Te marca muchísimo. Y es un electrocardiograma: en el medio te pasa de todo. En esa época me pasaba ir manejando el auto y tener que parar porque me ponía a llorar. Tenés un dolor acá que no lo soportás. Y no lo soportás… Jorge Grispo logró salvar a su esposa e hijo de un incendio en su casa en el que murió su hijita de 5 años —¿Le diste lugar a ese dolor? —No. Y terminé con un cáncer de testículo. Un seminoma. Quimioterapia, rayos, cirugía; diez años de lucha. Salí adelante. Y cuando terminé, cáncer de mi hijo. —¿El mismo cáncer? —El mismo origen. A mí se me había focalizado en el testículo, que se había hecho una pelota de tenis. Y a él se le esparció por todo el cuerpo, como que le explotó por todos lados. Mi hijo tenía veintipico de años. Tuvimos el mismo médico, Daniel Lewi: nos salvó la vida a los dos. El día que nos dieron el diagnóstico del cáncer de Jonathan fue el día más difícil de mi vida, todavía más difícil que la muerte de mi hija. —¿Sí? ¿Por qué? —Y... porque revivís todo, por 20. “¡Huy, de vuelta con esto! No tengo fuerza...”: eso es lo primero que pensé. —Pero la fortaleza aparece, porque sos papá. —Mirá, más allá que lo reputeé cuando fue lo de mi hija, creo en Dios. Y lo que más me sirvió cuando mi hijo tuvo cáncer fue haberlo tenido yo antes, porque él no me podía decir: “No entendés”. Él no quería ir a la sesión de quimioterapia porque te hace mierda, te sentís para el culo, es horrible. Era toda una pelea, pero con una ventaja: “¡Macho, bancatelá!”. —¿Ahora tu hijo está bien? —Sí, está perfecto. —Por esto te decía: ese partido de tenis, esa operación frustrada, ese tiempo en el que había que ocupar esa cabeza con algo... Pero todo esto venía de antes. —Obvio. Nunca es una sola cosa. —¿En qué momento de todo este proceso dijiste: “Che, la vida se disfruta, se valora, es ahora”? —Cuando salí del quirófano, después de que me operaron por segunda vez del corazón. “¡Bueno, listo, ya está! Ya aprendí la lección. Basta. Tratate bien un poquito”, me dije. Y por eso fui y me compré una guitarra. —En el libro hablás de todo esto: del incendio; de tu cáncer, del cáncer de tu hijo. Y de momentos de la vida que todos, de una manera u otra, atravesamos. Pero también planteás qué es el éxito. —Para mí, el éxito es cuando te ves en el espejo y te sentís bien porque tenés una vida bien vivida. Sos gordo, sos flaco, se te cayó el pelo, tenés un... ¡¿Qué carajo importa?! Eso lo aprendí de grande, y a un costo enorme: aprendí a aceptarme, quererme y respetarme como soy. Trato de rodearme de la gente que me hace sentir bien, trato de estar en lugares en que pueda estar. Mi realidad por ahí es distinta a la del tipo que está laburando por dos mangos con diez y se tiene que bancar a un jefe que lo putea todos los días, y no le alcanza lo que lleva (a su casa). O sea, yo lo puedo decir desde un lugar de mucha comodidad. Ahora, dicho eso: cada uno puede encontrar su forma de tratarse bien a sí mismo. Y claramente, en mi vida emprendí miles de caminos equivocados. No es que acertás todo el día, no ganás todos los partidos 6-0, 6-0. En el medio, perdés muchísimo. —En el libro también hablás del fracaso. —El fracaso es la parte más importante del éxito: nadie llega a ser exitoso sin fracasar. No llegás arriba sin haberte golpeado antes. Hay gente que, para hacer, necesita tener un 99,9% de certeza. Yo no necesito la certeza: necesito las ganas. Después, si gano o pierdo, es otro tema. Jorge Grispo con tatiana Schapiro en Infobae (Candela Teicheira) —Este libro, ¿para quién es? —Para el que quiera acercarse a uno mismo y no sepa cómo hacerlo. El libro no te va a dar la fórmula, no te va a decir cómo, pero te va a ayudar a entenderte. No tenemos otra cosa más que a nosotros mismos. Entonces, yo me hice un fundamentalista de entenderme a mí mismo, pero no como un acto de egoísmo: tiene que ver con entender qué te hace bien, qué te hace mal, permitirte lo que te gusta, alejarte de lo que no te gusta. Cómo lidiar con un problema. El libro son 60 años de vida, de experiencias. Yo hoy estoy en paz conmigo mismo, me siento feliz, estoy tranquilo. Disfruto de la vida. Y no todos los días son de sol, pero entendí que eso está bien. —¿Cómo le puedo decir a la gente que conecte con el aquí y el ahora? ¿Cómo se hace? —Lo primero es conocerse a uno mismo y permitirse disfrutar de esas cosas que te gustan. Tomar una copa de vino, un mate, un café, una siesta. Yo trato de jugar todos los días: jugar al músico, al tenista, al pintor; tengo más de 300 cuadros. —¿Tratarte bien es eso? —Sí, sí, sí. Tratarte bien es permitirte hacer lo que te gusta. Pero no siempre podés hacer lo que te gusta. Hay días que hace calor y no tengo ganas de estar con saco; pero voy. Se trata de administrar todos los días las obligaciones y el deseo. Hay veces que es más deseo, hay veces que es más obligación. Pero cuando entendés que no todos los días tienen que ser lindos días, y que no todos los días te tenés que sentir bien, vivís tranquilo: “¡Huy, me levanté deprimido! Bueno, listo. Estoy deprimido”. —¿Vos creés que, en general, nos tratamos bien? —No. Yo veo gente que se maltrata todo el tiempo. Es terrible. “No me queda esta ropa”; “No voy a comer este pedacito de torta porque por ahí engordo 300 gramos”. O sea, son muchas cosas. Yo soy exigente con lo que como, cómo me alimento, pero cuando tengo ganas de darme un gusto, me doy un gusto. Y no se murió nadie. —¿Qué les dirías sobre la autoexigencia a quienes nos están viendo? —Tenemos que ser mucho más benevolentes con nuestras versiones anteriores porque no sabían lo que sabemos hoy. Es una mezcla de perdonarse con gratitud: yo estoy en paz con las cosas malas que me pasaron, por eso puedo sobrellevar lo de mi hija. Cuando me miré en ese cuarto incendiado, que se caía el techo y te lastimaba la piel, estuve en paz conmigo porque supe que hice lo que pude hacer. El resultado no fue el que yo quería: no pude salvar la vida a mi hija. Pero no lo puedo cambiar. ¿Qué sentido tenía arrastrar todo eso toda mi vida hasta hoy? Me pasó a los 24 años; tengo 59: es una carga enorme. Me llevó tiempo... No lo hacés de un día para el otro, el dolor no se te va a los dos minutos: estuve a esto de morirme varias veces. Pero por mi forma de ser, cuando me dan un problema no salgo corriendo a llorar. Pienso: “Bueno, ¿cómo lo puedo solucionar?”. —El soltar también tiene que ver con tratarse bien. —Absolutamente. Veo mucha gente sufriendo por cosas que no pueden soltar. Amigos que están abrazados a situaciones de trabajo, de pareja, infinidad de temas que no pueden soltar, y arrastran el peso y tienen vidas miserables. El costo de no tratarte bien es tener una vida miserable. * Voces es un ciclo de entrevistas sobre distintas temáticas que busca visibilizar, concientizar y generar empatía. Escribimos y contamos tu historia a: voces@infobae.com

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