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Parana » Ahora
Fecha: 31/01/2025 18:41
Comalas Hay bufidos, bramidos, resoplos de calor, de cansancio, de bronca. Hay silencio: lenguas estancadas en el cemento, palas de tierra que se echan sobre el paladar. Murió el decir. ¿Por qué no hablan? ¿Por qué no marchan? ¿Por qué no se manifiestan? No soporto la indiferencia social. Mentira, sí la soporto. Vengo de un pueblo apático: todo estaba bien o más o menos bien. Seguía dando clases de gimnasia a nenas el tipo denunciado de abusos a menores, seguía siendo empleado municipal el que se hacía masturbar por un chico con síndrome de down, seguía acosando a sus empleadas el juez de la oficinita de asuntos varios. Todo se atendía en los mismos lugares. Los médicos juntaban en la sala de espera a amigos y enemigos, a mujeres y separadas, a esposos y a los hijos desconocidos de esos esposos, a monaguillos y a policías. Todo estaba bien, aunque se nos abicharan las sábanas. En las noches todos nos sentábamos en la vereda y saludábamos, después entre el murmullo de los mosquitos y las chicharras, venían los chismes, las burlas, los espantos. Eso sí: muchísima solidaridad. Nos extendíamos la vida donándonos sangre pero no nos podíamos ni ver, nos cambiábamos la rueda pinchada, nos empujábamos en auto para no llegar tarde. Hacíamos cadena de oración a trocha y mocha. Unos santos. En la misa, para evitar el saludo de la paz con alguien que nos incomodaba, nos cambiábamos de banco. Después de comulgar, esperábamos el guiño del amante para concertar el encuentro, mirábamos de refilón lo que metía cada uno dentro del limosnero, el puño con moneditas, el billete expuesto como bandera. Nada de eso estaba bien, pero rezábamos tan lindo. Yo tuve mi Comala. Y lo llevo conmigo a todos lados. No reniego andar con el pueblo a cuestas, de hacerle leguar entre los omóplatos, de acariciarlo con mi pelo bajo la almohada. Al Comala se lo cuestiona y se lo perdona como a un padre. Saco al pueblo del bolsillo para lustrarlo, a veces lo sacudo a escobazos colgándolo de los alambres para tender la ropa: caen monedas, plumas, pimientas de aguaribay, piel de mi lengua, cutículas roídas, silencio. Vuelvo a desenfundar su cuero, acaricio el lomo de esas calles, recupero los campanazos como látigos de cuando un vecino moría, la anécdota fresca junto al pan más rico que comí en mi vida. Cada Comala tiene mandíbulas masticando un alimento poderoso, algún día romperán el cielo con berrinches, con relinchos, con tijeretazos de la lengua, con la fusta escapándose de las propias caderas, con el fuego presto de todas las madres que nos mandaron a enjuagar la boca tantas veces. Gurisitas bocasucia modelan barro del arroyo, juntan arcilla entre el empeine, ajustan con las palmas el barro con el que antes sus abuelas pegaron los ladrillos de sus casas. La fuerza de las antecesoras sostiene las casitas de las Comalas, esas niñas con las manos oscuras, con los dientes crujiendo romperán el silencio, serán la tropilla que agita el pecho de los atropelladores. Yo les estoy entibiando la leche, como lo hacía mi madre o mi vecina, o la mamá de mi amiga a la salida de la escuela. *
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