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  • ¿De verdad quieren leer esto? Las memorias de Hanif Kureishi, dictadas desde su lecho de enfermo

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 31/01/2025 04:51

    El 26 de diciembre de 2022, el novelista y guionista británico-pakistaní Hanif Kureishi sintió un mareo mientras bebía una cerveza y veía un partido de fútbol en su iPad. Bajó la cabeza con la esperanza de disipar la sensación. Fue un movimiento mundano, pero tuvo consecuencias catastróficas. Cuando recuperó la conciencia momentos después, estaba tendido “en un charco de sangre” con el “cuello en una posición grotescamente torcida”, como recuerda en su flamante autobiografía, Shattered (Destrozado). Su pareja, Isabella, lo llevó de urgencia a un hospital cercano, donde le informaron que la caída le había causado “hiperextensión del cuello y tetraplejia inmediata”. Aunque conservaba sensibilidad y “cierto movimiento” en todas sus extremidades —con la posibilidad de recuperar más funciones mediante fisioterapia intensiva—, estaba efectivamente paralizado del cuello hacia abajo. Hanif Kureishi, tras la descompensación. (Twitter Hanif Kureishi) Shattered reúne las observaciones que dictó a Isabella y a sus tres hijos mientras permanecía en distintos hospitales y centros de rehabilitación. Está escrito en forma de diario, con entradas fechadas registradas en intervalos de días o semanas. Su tono es espontáneo e informal. Las reflexiones de Kureishi son variadas, pero incluso cuando sus pensamientos lo transportan a su infancia en un suburbio de Londres, el lector nunca pierde de vista su situación actual. El libro está salpicado de interjecciones que recuerdan su contexto. “Disculpen”, escribe en un momento, “me están inyectando en el vientre algo llamado Heparina, un anticoagulante”. En el momento de su caída, Kureishi se encontraba en Roma, visitando a la familia de Isabella en su Italia natal, lo que agravó su desorientación debido a la barrera del idioma. Pero, mientras yacía inmóvil en la cama del hospital, tuvo que aprender un tipo de traducción aún más compleja: pasar del lenguaje físico del bolígrafo sobre el papel al desconocido dialecto del dictado. Escribir, para él, siempre había sido un acto táctil. Se negaba, por ejemplo, a escribir novelas o guiones en computadora porque “escribir a mano, mover la muñeca sobre la página —la sensación de la piel en el papel— es más parecido a dibujar que a teclear”. De golpe, tuvo que adaptarse tanto a un nuevo conjunto de capacidades físicas como a un nuevo medio. En ambos casos, lo hizo con dificultad, pero con determinación. La biografía de Hanif Kureishi. Shattered es un libro de asociaciones libres, y algunas de sus conexiones son más atractivas que otras. En términos generales, contiene tres tipos de reflexiones. La primera categoría incluye meditaciones abstractas sobre la escritura y la política, muchas de ellas triviales y algunas contradictorias entre sí. Kureishi especula que “todos los artistas son colaboracionistas”, pero más adelante explica que cambió los guiones por las novelas porque “me convenían más, ya que no tenía colaboradores”. En otro momento, declara que “cuando se escribe un libro, el objetivo principal es deleitar al lector”, una visión quizá demasiado complaciente sobre el impacto del arte. Sin embargo, menos de cien páginas después, adopta una postura distinta: “La cultura no debería ser segura ni complaciente; debería asustar, si no alarmar”. Las partes menos interesantes del libro son sus sermones políticos, que podrían haberse extraído de una columna de opinión en cualquier periódico importante. “Hemos entrado en una nueva era de censura y autocensura”, advierte. “Tanto liberales como conservadores han insistido en que ciertas cosas no deben decirse ni escucharse”. Los libros de Hanif Kureishi. Mucho más atractivas son las remembranzas de sus años de juventud en las décadas de 1960 y 1970, llenas de episodios desenfrenados. Estas historias son absorbentes y vibrantes: incluyen drogas, una orgía incómoda y su paso como autor de libros pornográficos de bajo costo. Incluso en la adultez, mantiene su sentido de la aventura. “He tenido grandes noches de cocaína con mis hijos”, escribe. (Luego confiesa que tomar MDMA con ellos le parece excesivo, “por miedo a revelar demasiado”). La extraña vida del hospital Pero lo más impactante de Shattered son sus descripciones de la extraña vida en el hospital. Isabella lo interrumpe mientras detalla su régimen escatológico (recibe dos enemas a la semana y, en un período especialmente difícil, sufrió un severo estreñimiento), exclamando: “¡Basta ya! ¿De verdad quieren leer esto?”. La respuesta es sí, sin duda. Shattered es más impactante y cautivador cuando nos sumerge en la realidad alternativa del hospital, donde el tiempo transcurre casi en suspenso y extraños rituales reemplazan las costumbres habituales. Para Kureishi, la institución es tan cerrada y autoritaria que parece “abarcar todo el universo”. Hanif Kureishi La mayor parte del tiempo, sin embargo, es un universo aburrido y estéril. A veces, los médicos y enfermeros le recuerdan “un régimen autoritario” que supervisa cada respiro y latido del corazón. “Solía ser un hombre reservado”, lamenta, “pero ahora soy un trozo de carne pública”, constantemente examinado, medido y monitoreado. Aun así, en medio de estas interacciones también hay una increíble ternura. La primera vez que entró al gimnasio de un centro de rehabilitación, se conmovió al ver “a todos los pacientes con sus cuerpos rotos o deformados, manipulados y acariciados por los fisioterapeutas. (…) Si uno solo ve las noticias o los programas de televisión, podría pensar que el mundo es un lugar cruel. (…) Pero cuando observas el trabajo mutuo en el gimnasio, es un espacio de belleza, colaboración y respeto”. Solo cuando trabaja con un fisioterapeuta experimentado logra superar la sensación de estar, en sus palabras, “sepultado en mi propio cuerpo”. Una persona enferma o lesionada siempre es, en mayor o menor medida, una extraña en su propia carne. A menudo, este proceso de extrañamiento es gradual y parcial; en el caso de Kureishi, fue abrupto, inmediato y total. De un momento a otro, sus extremidades se volvieron inertes y ajenas. Tras su caída inicial, “experimenté lo que solo puedo describir como un objeto semicircular con garras acercándose a mí”. Ese objeto, descubrió después, era su propia mano. Más tarde, acostado en la cama con los brazos bajo las sábanas, reflexiona: “No podría decirte exactamente dónde están. Podrían estar en otro edificio, tomando algo con amigos”. El filósofo Maurice Merleau-Ponty escribió que la enfermedad es “una forma completa de existencia”. No solo transforma el cuerpo, sino también su relación con el mundo. Ahora, Kureishi se enfrenta a la imposibilidad en cada aspecto de su vida. Perdió el cuerpo que antes daba por sentado. No puede rascarse la cara (“Si observas atentamente a las personas en televisión o en un café, notarás con qué frecuencia se tocan la cara”), ni hacer gestos de saludo (“Cuando vi a un hombre saludando a su esposa, no podía creer que no se diera cuenta de lo increíblemente complejo que era ese acto”). Juguetear es cosa del pasado: “No puedo usar mi teléfono, no puedo sonarme la nariz ni frotarme los ojos”. No hay compensación posible para estas pérdidas, pero, de manera inesperada, hay aspectos positivos. Incapaz de leer por primera vez en su vida adulta, Kureishi se vuelve más sociable que nunca, pasando horas en conversación con amigos y familiares que lo visitan constantemente. Sus hijos e Isabella le demuestran una dedicación inquebrantable. En cierto modo, tenía razón desde el principio: los artistas son, por necesidad, colaboradores. Desde su accidente, su vida se ha convertido en un esfuerzo conjunto entre sus hijos, fisioterapeutas, médicos, enfermeros y, sobre todo, Isabella. Su dependencia es dura y agotadora, pero también, en ocasiones, hermosa. Y en otro sentido, también tenía razón después: el arte debe “asustar, si no alarmar”. Me alegra que este libro lo haga.

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