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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 31/01/2025 03:06
Vanesa Orieta, hermana de Luciano Arruga, emprendió una búsqueda incansable por la verdad y justicia (Foto/Gastón Taylor) En la calle Indart 106, en la localidad bonaerense de Lomas del Mirador, funciona el “Espacio para la Memoria Luciano Arruga”. A simple vista, para alguien que no frecuenta la zona, puede parecer una casa: hay rejas, plantas y dos ventanales con persianas. Sin embargo, al alzar la vista, un cartel en blanco y negro con el rostro del joven resume el pasado sombrío de aquel lugar. Antes de su transformación, en el año 2014, allí funcionaba el Destacamento Policial N° 8, dependiente de la Comisaría 8ª, donde Luciano Arruga fue torturado previo a su desaparición el 31 de enero de 2009. Este viernes se cumple un aniversario más de aquella fecha. Luciano, hoy, sería un hombre de 32 años. Cuando desapareció, era un adolescente de 16 que vivía con su madre (Mónica Alegre) y sus dos hermanos (Sebastián y Mauro) en 12 de Octubre, un barrio humilde de La Matanza. “Con Lu teníamos una relación muy cercana. No nos criamos juntos, tampoco vivíamos juntos, pero sí teníamos un vínculo cercano. Era un joven inquieto, con sueños y proyectos por cumplir, también con las dificultades propias de nacer y vivir en un barrio empobrecido. Laburaba en una fábrica de fundición y, después, cartoneaba para juntarse unos mangos extra. Le gustaba la historia y le interesaban las cuestiones sociales que rodeaban su vida”, cuenta a Infobae su hermana, Vanesa Orieta (41). El ex destacamento policial donde transcurre esta entrevista se inauguró en 2007 a raíz de reclamos vecinales por mayor seguridad. El lugar, destinado a tareas administrativas, tenía como jurisdicción los barrios 12 de Octubre y Santos Vega. Luciano, que vivía en el primero de ellos, empezó a notar el impacto de su presencia. “Nos paran todo el tiempo”, le decía a su hermana que, en varias oportunidades, era la encargada de ir a buscarlo. “Todas las veces que fui, él me contaba que había sido violentado, tanto verbal como físicamente. En ninguna de esas situaciones los procedimientos estuvieron bien hechos ni se cumplió con los protocolos, entre ellos, dar intervención al Organismo de Niñez y Adolescencia, ya que se trataba de un menor de edad”, detalla. Según su hermana, Luciano no podía escapar del hostigamiento policial. “Era perseguido y criminalizado por su forma de vestir, de hablar y por el barrio en el que vivía”, dice. En ese momento, explica Vanesa, había un discurso predominante en los medios de comunicación y en la política que asociaba la inseguridad con la juventud pobre, lo que llevó a considerar el endurecimiento de penas y la baja en la edad de punibilidad. “En los barrios más humildes, el control se intensificó porque el discurso era que de allí salía la delincuencia”, señala. Hoy Luciano Arruga tendría 32 años. "Era un joven inquieto, con sueños y proyectos por cumplir", dice su hermana Vanesa (Foto/DyN) De acuerdo con Vanesa, un día, Luciano le contó a ella y a su mamá que un grupo de policías le había ofrecido salir a robar para ellos. Él les dijo que no y, a partir de esa negativa, comenzó lo peor. El 22 de septiembre de 2008, cuatro meses antes de su desaparición, Luciano fue detenido y torturado en el Destacamento N° 8 de Lomas del Mirador. Su hermana lo escuchó gritar desde la cocina del lugar: “Vane, sacame de acá porque me están cagando a palos”. Por aquel episodio, en el año 2015, el policía Julio Torales fue condenado a diez años de prisión en un fallo unánime del Tribunal Oral en lo Criminal N° 3 de La Matanza, que lo consideró coautor del delito de “Torturas”. Tras la golpiza feroz, Luciano continuó siendo arrestado en la vía pública y golpeado en varias oportunidades. “Tenía miedo de salir de casa, de transitar por las calles de su barrio”, cuenta su hermana. “Una vez se lo llevaron a la Comisaría de Don Bosco cuando estaba juntando cartones con su carrito. Fue por portación de rostro, claramente. Pero ellos decían que había un pibe parecido a él que había robado. Las detenciones nunca tenían que ver con la situación que se le imputaba, sino, con lo que yo entiendo, una limpieza de los lugares, de ciertos espacios por donde los pibes no podían transitar. Una crueldad absoluta”, dice Vanesa. El 31 de enero de 2009, Luciano fue subido a un patrullero y llevado a la comisaría, según afirmaron distintos testigos. Su madre fue a buscarlo, pero no le dieron información. Al día siguiente, el joven ya no estaba en ningún lado. Recién el 17 de octubre de 2014, cinco años y ocho meses después, la familia tuvo una respuesta. Luciano Arruga había muerto la misma madrugada de su desaparición, atropellado en la Avenida General Paz y Emilio Castro. Fue trasladado en ambulancia al Hospital Santojanni, donde falleció al día siguiente. Sin identificación, fue enterrado como NN en el Cementerio de la Chacarita. El ex Destacamento Policial N°8 de Lomas del Mirador, donde torturaron a Luciano Arruga, fue reconvertido en un “Espacio para la Memoria” que lleva su nombre (Foto/Gastón Taylor) —Hace 16 años, ese 31 de enero de 2009, cuando tu mamá te avisa que Luciano no volvió a dormir y no aparecía, ¿qué pensaste? —En ese momento lo que pensábamos, con todo el miedo que teníamos y también la angustia y la bronca, era no denunciar lo que venía pasando con relación al hostigamiento, para proteger a Luciano. Nadie creía que esto podía terminar como terminó. Decíamos: “Va a pasar”. Yo enseguida lo asocié con la policía. No tenía dudas. Por eso mi denuncia fue muy rápida. Mi presentación de habeas corpus, sin tener abogados, también. Toda esa primera instancia fue muy de poner el cuerpo, de ir a hospitales y a la morgue, pero nos decían que no estaba allí. Por otro lado, la fiscal no me atendía. ¿Sabés la bronca que te da eso? —¿Te acordás cuál fue la última conversación que tuviste con tu hermano antes de esa fecha? —Sí. Fue después de que él estuvo detenido acá, ese 22 de septiembre de 2008. Le dije: “Cuídate. Tratá de no enojarte cuando los veas en la calle. Yo sé que te da bronca que te ‘verdugueen’, que te insulten, pero tenés que tratar de superar esto”. Incluso, pensamos en posibles ideas para que él estuviera más resguardado, quizá yéndose un tiempo del barrio, pero económicamente era muy difícil. —¿Él qué te contestó? —Que se iba a cuidar. Veíamos lo mismo, pensábamos lo mismo. Sabíamos que la propuesta de la policía para salir a robar era una situación que estaba operando en el barrio y que había otros pibes que estaban pasando por la misma situación. Vanesa recuerda la última conversación que tuvo con su hermano Luciano. "Cuidate", le pidió (Foto/Gastón Taylor) —Durante cinco años y ocho meses, vos y tu mamá y tus hermanos creyeron que Luciano estaba desaparecido. ¿Cómo transitaste ese período entre 2009 y 2014? —Yo no paré. Dije: “Bueno, mi vida queda un tiempo freezada”. Le dediqué toda mi cabeza, mi tiempo y mi corazón al caso de mi hermano. En ese momento estudiaba Sociología y trabajaba en un call center en Morón. Pero no pude sostenerlo por todo lo que tenía que hacer: desde ir a la fiscalía hasta dar una entrevista. En ese momento había que visibilizar el caso para que la gente conociera el rostro de Luciano. Al final perdí el trabajo y mis amigos me ayudaron económicamente. Después, busqué otras formas de sostenerme de manera autónoma: me volví artesana por un tiempo, como para poder equilibrar. En eso estaba cuando recibí la llamada de que posiblemente habían encontrado los restos de Luciano. *NdR.: La exhumación de los restos de Luciano Arruga fue llevada a cabo por el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF). En el libro “Desaparecidos y desaparecidas en la argentina contemporénea”, la periodista Ximena Tordini, coeditora de la revista Crisis, explicó que la identificación de Luciano Arruga tardó más de cinco años debido a "graves fallas en el sistema de búsqueda e identificación de personas desaparecidas". En 2014, luego de un habeas corpus presentado por el CELS, la Justicia convocó a diversas dependencias estatales. Fue en ese contexto que la directora de Derechos Humanos del Ministerio de Seguridad, Natalia Federman, quien había trabajado con el EAAF en las bases de datos para encontrar a los desaparecidos de la dictadura, propuso cotejar las huellas dactilares de Luciano en todas las bases de datos disponibles. El resultado fue revelador: las huellas habían sido registradas en 2009. Luciano había muerto atropellado en la Avenida General Paz la misma noche de su desaparición y fue enterrado como NN, sin que ningún funcionario cruzara la información con la causa de su búsqueda. El Cuerpo Médico Forense había enviado su autopsia a la fiscalía en 2010, pero nadie la revisó. El caso Arruga evidenció la inoperancia del sistema: la falta de una base de datos unificada, el desorden burocrático y la negligencia estatal hicieron que su familia lo buscara durante años, cuando la información estaba disponible desde el inicio. Un solo cruce de datos hubiese bastado para encontrarlo. Vanesa, en una de las tantas movilizaciones para pedir Justicia por su hermano —¿En qué contexto ocurrió ese llamado? —Nuestra familia nunca bajó los brazos. En ese sentido, además de un abogado que acompañó la causa, tuvimos la posibilidad de la querella institucional del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS). Gracias a eso pudimos seguir adelante con la causa que, para nosotros solos, hubiese sido muy difícil porque es un proceso súper desgastante. Llevamos 16 años de una causa en instrucción. Es una tomada de pelo. Buscan generar una invisibilización del hecho y que no se hable más del tema. El llamado llegó después de que presentamos por tercera vez un habeas corpus. El último hubo que pelearlo porque hubo que llegar hasta el Tribunal de Casación para que sea aceptado y para que se abriera un proceso de investigación que juntara toda la información que se tenía sobre esta causa. Ahí apareció un archivo de huellas dactilares que compararon con las huellas dactilares de Luciano y dio coincidencia. En ese momento nos enteramos de que mi hermano había sido víctima de un accidente el 31 de enero en la Avenida General Paz y estaba muerto. La persona que manejaba terminó sobreseída. —¿Qué fue lo que ocurrió? —Nosotros participamos de la reconstrucción del hecho con los peritos. Ahí, esa persona tuvo que declarar y lo que declaró fue que vio cruzar a un pibe asustado, corriendo, escapando de algo o de alguien. Después declaró una segunda persona, un motociclista, que fue testigo de la situación. Su perspectiva era mejor porque no estaba en shock como el que atropelló a Lu. Lo que observó esta segunda persona fue una patrulla de la Bonaerense apostada sobre la colectora con luces bajas. Dijo que le empezó a hacerles señas, pero que no pararon. Este dato fue muy importante. Nosotros después pedimos que se corrobora la ubicación mediante un análisis del sistema de geolocalización de las patrullas. ¿Qué pasó? La ubicación de esta patrulla no aparece. De todas las que circulaban por esa zona, apenas un par tenían activado su sistema de geolocalización. El 17 de octubre de 2014, Horacio Verbitsky, titular del CELS en ese momento, confirmó que Luciano Arruga había sido atropellado y enterrado como NN en el cementerio de Chacarita (Foto/Telam) —La sentencia a diez años de prisión al policía Julio Torales, ¿te pareció justa? —Fue un proceso que terminó con esa condena. Nada de lo que él pudo haber obtenido en prisión va a reparar el gran daño que hizo. Nada. Tiene que ver con el sufrimiento de un pibe que fue torturado y con su posterior desaparición. Es muy grave. —¿Pensás que el caso puede quedar impune? —El caso sigue impune. Aunque, en teoría, la causa no debería prescribir por estar caratulada como desaparición forzada de personas, el hecho de que el expediente quede atrapado en un proceso de impunidad sin fin es una posibilidad y es lo que venimos denunciando desde el primer día. Desde el inicio, la justicia operó para garantizar la impunidad. La primera fiscal, Roxana Castelli, se negó a tomarme declaración y en su lugar me hizo escribir en un papel pre-impreso. La segunda fiscal que intervino, Celia Cejas Martín, decidió investigar a mi familia durante un año y seis meses, mediante pinchaduras de teléfono, cuando en realidad éramos las víctimas de la causa. Recién después de cuatro años, logramos que la investigación pasara a la Justicia Federal, pero hasta ese momento Luciano era tratado como “perdido”, no como víctima de una desaparición forzada. Todo el sistema judicial operó para que Luciano siguiera desaparecido y para que cualquier prueba que pudiera condenar a los responsables también desapareciera con él. A los cinco años y ocho meses yo no encuentro un cuerpo. Yo reconozco huesos óseos de mi hermano. Eso es impunidad. Eso es macabro. Vanesa en la cocina del ex destacamento policial N°8 de Lomas del Mirador donde en el año 2008 torturaron a su hermano (Foto/Gastón Taylor) —Acá, en este ex destacamento policial, empezó todo. ¿Cómo fue convertirlo en un lugar para honrar la memoria de Luciano? —Todo lo que pasó acá, no solo con mi hermano, sino con otros chicos del barrio 12 Octubre y Santos Vega, nos dio la pauta de que teníamos que poder resignificar este lugar y hacer una interpelación a la sociedad. Parte de crear espacios de participación para los vecinos, pensando sobre todo en los niños, adolescentes y jóvenes, tiene que ver con esa posibilidad de generar un Estado seguro y con acceso a derechos para todos. El pedido no solo nos parecía justo sino reivindicativo, ante la denuncia que estábamos haciendo: una desaparición forzada. Por eso, esto se presenta como un espacio que entiende que hay que sensibilizar, que hay que concientizar y que hay que mantener viva la memoria. —Me contabas antes que, al principio, cuando tu hermano desapareció, pusiste en pausa tu vida. ¿Cómo es tu vida hoy? —Con el tiempo pude ordenarme. Para cualquier familia que atraviesa una desaparición forzada, el primer momento es arrasador. Se te desestructura la vida. En mi caso, tuve la suerte de contar con un acompañamiento muy comprometido de compañeros y amigos, que me ayudaron a encontrar un equilibrio y sostener una vida más estable. Pero una también tiene que buscar sus propios refugios para poder seguir adelante. Para sostener una lucha como esta, necesitás estar bien, no solo físicamente, sino también anímicamente. Actualmente, trabajo en el Consejo de Derechos de Niños, Niñas y Adolescentes y doy clases en un Centro de Formación para Personas Adultas, donde enseño Problemática Social Contemporánea y Técnicas de Estudio. Diez años después de encontrar su cuerpo, y a 16 años de aquel 31 de enero de 2009, la causa judicial que tiene que investigar y dar respuestas sobre las circunstancias de la desaparición y muerte de Luciano Arruga continúa en etapa de instrucción (Foto/Gastón Taylor) —En la historia de Luciano hay fechas clave como este 31 de enero o el 17 de octubre. ¿Cómo transitás estos días? —Son fechas donde se mezclan muchas emociones: la tristeza, la bronca, la angustia. Todo eso hace un combo en el cuerpo porque, quieras o no, es un momento de volver al pasado, a recordar una parte de la vida que tuvo que ver con el horror. Es muy triste. En estos 16 años aprendí que hay que transitarlo y que, en lo posible, hay que hacerlo en compañía. Y después, cada uno hacia adentro, en la intimidad, tiene sus propias formas de batallar estos momentos. Yo lo hago conectando al modo que yo quiero con mi hermano y con mí misma. La causa, hoy Desde la desaparición de Luciano Arruga, el CELS acompañó a su familia y se presentó como querellante para impulsar la investigación. Además, promovió un habeas corpus que, tras años de lucha, permitió finalmente la identificación del cuerpo del adolescente. A pesar de este avance, la organización y la familia siguen exigiendo medidas de prueba para establecer las responsabilidades de la policía en el caso. En paralelo, también continúan impulsando la apertura de un juicio político contra los fiscales Roxana Castelli y Celia Cejas, y el juez de garantías, Gustavo Banco, por su rol en la impunidad del caso. Es que, mientras la familia y las organizaciones buscaban a Luciano, dos causas coexistieron en la justicia sin ser cruzadas: una que tenía la misión de encontrarlo y otra que tenía información sobre un joven fallecido y enterrado sin identificar. Durante más de cinco años esas dos causas no fueron cruzadas. La fiscal Castelli delegó la investigación de la desaparición en la misma policía bonaerense que había hostigado y torturado a Luciano, como quedó demostrado en el juicio que condenó al oficial Julio Torales. Por su parte, la fiscal Cejas ordenó la intervención de los teléfonos de la familia sin justificación alguna, y el juez Banco, en lugar de frenar esta irregularidad, la avaló. Por todas estas razones, la familia y el CELS siguen exigiendo que el Jurado de Enjuiciamiento de la provincia de Buenos Aires admita la acusación y avance con el jury de enjuiciamiento contra los responsables judiciales que garantizaron la impunidad del caso.
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