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  • Fanatismo y odio

    Parana » Inventario22

    Fecha: 30/01/2025 09:43

    El reciente ataque de la máxima autoridad gubernamental argentina contra las mujeres y el colectivo LGTBI+, y el impulso de derogación de las leyes que trabajosamente fueron reconociendo desigualdades y ampliando derechos es la expresión más violenta de un odio, cuyo origen debemos buscar en los primeros momentos de la constitución subjetiva, del yo y del mundo exterior. Efectivamente, Freud describe el proceso en el que se produce la diferenciación del yo, respecto de lo no-yo, como regido por la alternancia entre placer y displacer. Todo aquello que causa placer es incorporado como parte del yo todo aquello que causa displacer, es expulsado fuera del yo. De este modo, lo otro, lo exterior, lo extraño al yo, es identificado con lo displacentero, y en consecuencia, odiado. Así se refiere Freud a un “yo placer purificado”. El fanatismo, por otra parte, es la total adhesión a una creencia, cuya imposición justifica morir o matar. Matar, claramente, por odio absoluto y genocida, a todo aquel que no suscriba a la fe en cuestión. Gerard Haddad, en su libro Psicoanálisis del fanatismo (Mandrágorazur 2022), describe cuatro formas de fanatismo: el nacionalismo, el racismo, la ideología totalitaria y el fanatismo religioso. Cada una de ellas tiene sus particularidades, pero comparten la esencia del fanatismo: hacer general una creencia particular. Un fanático aislado es un sujeto de estudio y tratamiento de la psicología y de la psiquiatría. “...pero tan pronto como esa persona integra un grupo, accede a una dignidad superior, aquella que confiere la ambición de desviar la historia” (G.Haddad op, cit) Que un sujeto haya accedido a un lugar de poder esgrimiendo una motosierra, amenazando con causar daño (el daño prometido no es sólo físico, sino económico, laboral, emocional, psíquico) a quienes no adhirieran a su proyecto de destrucción del estado y de los derechos conquistados, es ciertamente preocupante. Una importante porción de quienes lo apoyan muestran abiertamente su fanatismo por las ideas que éste esgrime, y se envalentonan sintiéndose habilitados a cuestionar a las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, a los organismos de Derechos Humanos, a la ciencia y los científicos, a los jubilados y su derecho a una vejez digna, a los profesionales de la salud pública, a la mismísima Salud Pública, a los docentes universitarios y a una de las universidades más prestigiosas del mundo, la UBA, a las mujeres y a las disidencias, etc. Podría seguir enumerando infinitamente a todos los individuos, instituciones e ideas sobre las cuales depositan su odio feroz y su celebrado proyecto de destrucción masiva. Este odio compartido a su vez cohesiona a los fanáticos entre sí, y fortalece la idolatría de su líder, quien conserva altos niveles de aceptación. Su líder, por su parte, les proporciona dosis regulares de odio cotidiano, les dice lo que quieren oir, especialmente a los jóvenes hombres heterosexuales, quienes parecen haber vivido las conquistas de derechos de las mujeres y los movimientos LGTBI+ como afrentas a su poder hegemónico falocéntrico y heteronormativo. Verlos actuar como adolescentes desenfrenados, provocadores, humillantes y denigradores frente a todo aquello que consideran diferente a sí mismos, extraño a su propio yo y sus ideales, genera una gran tristeza. Recordar que años atrás, otros jóvenes se organizaron solidariamente para asistir a quienes habían quedado arrasados tras la crisis del 2001, y compararlos con estos exponentes del liberalismo económico, que reivindican el individualismo y el logro personal despreciando lo colectivo, es devastador. Nunca, a lo largo de la historia, los grupos totalitarios sostenidos en el fanatismo le han hecho bien a la humanidad. El fanatismo es un espejismo, un velo construido para sostener la creencia en un dios supremo garante del poder y de la felicidad. Trazando una comparación con el enamoramiento, en este estado el sujeto cree ver en el otro la perfección más absoluta, ajeno a toda crítica. El enamorado hace de su objeto su bien más preciado, y el yo se empobrece a expensas del engrandecimiento de dicho objeto de amor. En cambio, el fanático, a través de la identificación con su dios (dios que no es sólo religioso, de hecho, podríamos decir que en las sociedades capitalistas el dios es el dinero, o aquel que lo promete, así como el poder que trae consigo) engrandece su yo a niveles lindantes con la locura. No hay nada más loco que el yo y su creencia en sí mismo. El avance de los discursos totalitarios y odiantes propicia acciones directas sobre todos los señalados por ellos. Ciertamente, las palabras crean realidades. Llevamos siglos de desprecio, postergación y maltrato hacia las mujeres, hacia la comunidad LGBTI+, hacia los viejos, hacia los pobres, hacia los militantes populares. Los psicoanalistas no debemos permanecer en silencio frente a ello. El silencio no siempre es neutralidad, a veces, nos hace cómplices.

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